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Estimadas señoras administradoras de la USC: es momento de hablar y responsabilizar a Max Nikias

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Estimadas mujeres del consejo directivo de USC:

Le hablo a usted, Jeanie Buss. Y a usted, Jane Harman. Y a usted, Wallis Annenberg.

También me dirijo a ustedes, Miriam Adelson, Wanda Austin, Ramona Cappello, Suzanne Dworak-Peck, Tamara Hughes Gustavson, Suzanne Nora Johnson, Lydia Kennard, Kathy Leventhal, Carmen Nava, Shelly Nemirovski, Amy Ross, Heliane Steden y Tracy Sykes.

Y, por supuesto, estoy hablando con usted, Michele Dedeaux Engemann, porque, lamentablemente, es su apellido el que siempre estará asociado con George Tyndall, el desacreditado ginecólogo que ejerció en la Clínica de Salud Estudiantil Engemann, en el campus de la USC.

Todas ustedes -muchas de los cuales han sido contactadas por Los Angeles Times, pero no han respondido- deben saber que tienen el poder de cambiar el curso de los desagradables escándalos que manchan la institución que gobiernan.

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Ustedes son muy superadas en cantidad por los hombres con quienes integran el consejo como miembros con derecho a voto -17 a 42- lo cual es bastante vergonzoso, ahora que lo pienso. Pero eso es un asunto para otro día.

En este momento, ustedes tienen el poder de responsabilizar a la persona que marca las pautas en la USC, el presidente C.L. Max Nikias, quien ha demostrado una y otra vez que es un genio para recaudar dinero, pero en quien no se puede confiar para mantener a salvo a sus alumnos, especialmente a sus jóvenes estudiantes mujeres.

Nadie sugiere que Nikias sabía que Tyndall, quien trabajó en el centro de salud durante tres décadas, había sido acusado por años de maltratar a sus pacientes jóvenes. Así como nadie culpa a Nikias por el uso de metanfetamina que hacía exdecano de la facultad de medicina, Carmen Puliafito. Pero los críticos sugieren que Nikias dirige una universidad incapaz de controlar a sus peores actores, y que cuando se le hacen notar sus fallas, se ofusca, oculta y niega.

Como seguramente recordarán, la presidenta de la Universidad Estatal de Michigan, Lou Anna Simon, no sabía personalmente que Larry Nassar, el monstruoso osteópata universitario que sometió a tantas mujeres jóvenes, estaba dejando cicatrices en toda una generación de las mejores gimnastas de Estados Unidos.

De hecho, después de que el escándalo salió a la luz, la junta directiva de Michigan State le dio a Simon un voto de confianza unánime. Del mismo modo, el propio presidente de la junta, John Mork, anunció el martes que el comité ejecutivo tiene “plena confianza” en Nikias. “Tenemos cero tolerancia para esta conducta y aseguraremos que las personas rindan cuentas por las acciones que amenazan al cuerpo estudiantil de la universidad, y que no reflejan nuestra cultura de respeto, cuidado y ética”, escribió Mork.

Señoras, ¿apoyar a Max Nikias a toda costa luce como “responsabilidad” para ustedes?

Póngase en el lugar de los cientos de mujeres jóvenes que visitaban a un ginecólogo por primera vez en su vida: a los 17, 18 o 19 años. Esperaban ser tratadas con respeto y sensibilidad, y en cambio eran maltratadas y sometidas a desagradables conversaciones.

En varias demandas presentadas esta semana, se hace constar que Tyndall presuntamente introdujo toda su mano, sin guante y hasta la muñeca, en la vagina de una mujer (algo que Nassar, quien probablemente morirá en prisión, hacía de manera rutinaria a sus pacientes), pellizcó los senos de otra y le preguntó a una tercera si alguna vez había tragado semen.

Daniella Mohazab, estudiante graduada de la USC, quien tenía 19 años cuando vio a Tyndall, en el otoño de 2015, alega en su demanda que éste le dijo: “Creo que será mejor que pongamos un poco de lubricante”, después de penetrarla con los dedos.

Lucy Chi era una estudiante graduada de primer año, en 2012, cuando fue a ver a Tyndall. En una demanda federal, ella lo acusa de mover los dedos dentro y fuera de su cuerpo -diciendo que quería aflojar sus músculos vaginales antes de insertar un espéculo- y de acariciar sus senos.

Durante años, hubo quejas e investigaciones que parecieron no avanzar. ¿Por qué la USC no informó los abusos de Tyndall a la Junta Médica de California de manera oportuna? ¿Por qué era más importante para USC protegerse a sí misma que a sus estudiantes más vulnerables?

¿Y quién, en última instancia, es responsable de una cultura que pone la autopreservación por encima de la transparencia?

Aquí, señoras, es donde pueden aprender algo de la desgracia ocurrida en Michigan State. Después de que sus directivos le dieron ese voto de confianza unánime a la presidenta Simon, un solo miembro de la junta rompió filas, al día siguiente.

“No creo que la presidenta Simon pueda sobrevivir a la protesta pública que ha generado esta tragedia”, afirmó el administrador. ”Creo que nuestro mejor recurso es que ella renuncie de inmediato para permitir que comience el proceso de curación; en primer lugar para las sobrevivientes, y después, para nuestra universidad”.

Tres días después, Simon renunció, no porque supiera de los delitos cometidos por Nassar, sino porque muchos de ellos ocurrieron bajo su mandato. A eso se lo llama liderazgo. Eso es lo que se llama responsabilidad.

Señoras, con los ojos del mundo después del #MeToo sobre ustedes: ¿No hay ninguna lo suficientemente valiente, cariñosa y fuerte como para hacer lo correcto, y exigir que Nikias renuncie?

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí:

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