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Votó por Trump y ahora él y su esposa crían a su hijo desde lados opuestos de la frontera

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Ella está allí cuando él se despierta, diciéndole que lo ama y ayudándolo a convencer a su hijo, Ashton, para que termine su cereal antes de que el autobús escolar lo lleve al jardín de niños.

Ella está ahí cuando él está en el trabajo entregando paquetes de UPS, y está allí para saludar a su hijo de 6 años cuando llega a casa de la escuela, subiendo y bajando las escaleras y estirando los brazos y las piernas de su bombero de juguete Stretch Force.

Sin embargo, la esposa de Jason Rochester, Cecilia, en realidad no está ahí.

Sus ojos oscuros miran a través de la pantalla del iPad y su voz se escucha a través de un pequeño agujero que tiene el dispositivo electrónico por un lado.

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No puedo dormir, me despierto cada hora.

¿Qué llevas puesto hoy, Ashton? ¿pantalones cortos o pantalones largos?

Papi, quiero verte. ¿Puedes quedarte delante de la cámara? ¿anda si?

Forzados por las estrictas políticas de inmigración del presidente Trump, Jason Rochester y Cecilia González han pasado los últimos 16 meses criando a su hijo de 6 años de edad desde lados opuestos de la frontera México-Estados Unidos.

Como tantas familias separadas, la pareja ha experimentado los años de la presidencia de Trump como un triste viaje de noches inquietas y despedidas llenas de lágrimas. Pero a diferencia de muchos en su situación, Jason votó por Trump.

Sabía que Trump planeaba endurecer las políticas migratorias, construyendo un muro y deportando a narcotraficantes, violadores y asesinos. Nunca imaginó que alguien consideraría a su dulce esposa como un “mal hombre”.

Jason, de 43 años, Un conductor blanco, nacido y criado en el pequeño pueblo de Smiths Station en Alabama, es un cristiano evangélico tranquilo, y el tipo de hombre que se toma el tiempo de preguntarle a un cliente cómo le ha ido.

Hace quince años, no mucho después de mudarse a los suburbios del norte de Atlanta, conoció a Cecilia en el trabajo cuando comenzó su turno descargando paquetes.

Ella era pequeña, de 1.70 m, sólo una pulgada más baja que él, con grandes ojos marrones. Se enamoró al instante.

Cada vez que la veía jalando una caja pesada, el mismo sacaba el paquete del semirremolque.

Día tras día, se sentaban juntos en sus descansos de 15 minutos, compartiendo pizza y alitas de pollo. A veces le traía flores que encontraba en el costado de la carretera. Ocasionalmente, ella le dejaba que la tomara de los hombros.

Pero ella no le dijo mucho sobre sus antecedentes - todo lo que sabía de ella era que vivía en algún lugar cerca de Guadalajara - y después de dos años, aún no la había convencido de tener una cita.

Eventualmente, un compañero de trabajo mexicano le dijo: “es ilegal”.

No le importaba.

Cuando finalmente comenzaron a salir, Cecilia le dijo que había cruzado la frontera con California varias veces cuanto tenía poco más de 20 años. Las autoridades de inmigración la habían atrapado dos veces, primero en Calexico y después en San Ysidro.

“¿Por qué querrías estar conmigo sabiendo que no tengo papeles?”, le preguntó.

“Te amo por lo que eres”, le dijo.

Después de un año de salir, Jason se le declaró. Se casaron en el patio trasero de la casa de su tío, luego llegó su hijo Ashton. Cecilia dejó su trabajo limpiando hoteles y se estableció como ama de casa en un acaudalado suburbio de Atlanta, haciendo panqueques para el desayuno y llevando a su hijo a pasear al parque local.

Desde el principio, Cecilia miró a Donald Trump con cautela.

Estaba claro que nunca tuvo nada bueno que decir sobre los inmigrantes, al menos no de los mexicanos.

“Cuando México envía a su gente, no manda lo mejor”, dijo Trump en 2015 cuando anunció su candidatura presidencial. “Están enviando a gente que tiene muchos problemas.... están trayendo drogas. Están trayendo el crimen, son violadores. Algunos, supongo, son buena gente”.

A Jason tampoco le gustó mucho lo que Trump dijo sobre inmigración.

Votante independiente que se inclina hacia el conservadurismo, Jason votó por Barack Obama en 2008, con la esperanza de que arreglara el sistema de inmigración y le facilitara a Cecilia la búsqueda de la ciudadanía.

Pero esa vez, la inmigración no era su principal preocupación.

Jason escuchó la radio cristiana conservadora, y sus locutores favoritos, como James Dobson, el psiquiatra evangélico que fundó Focus on the Family, lo convencieron de que la elección de Trump llevaría a la Corte Suprema el caso Roe v. Wade, y revocaría la decisión de 1973 que legalizó el aborto.

Cecilia le instó a prestar atención a la promesa de Trump de construir un muro a lo largo de la frontera sur y crear una enorme “fuerza de deportación”.

Tu no eres una criminal,” trató de tranquilizarla Jason. “No tienes que preocuparte por eso”.

Jason tenía fe en que la administración Trump distinguiría entre buenos y malos inmigrantes. Cecilia nunca había recibido una multa de tráfico.

“En mi mente, los hombres malos eran personas que hacían cosas malas”, dijo. “Pensamos que se iba a deshacer de la gente que no queríamos”.

Así que votó por Trump, asegurándose a sí mismo y a su esposa que la decisión final estaba en las manos de Dios.

Unos días después de asumir el cargo, Trump firmó una orden ejecutiva que expandió el enfoque del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas a la mayoría de los 11 millones de inmigrantes en EE.UU que viven de manera ilegal, sin importar si tenían antecedentes penales.

Jason le dijo a Cecilia que no se preocupara, que el gobierno no estaba interesado en ella.

Pero ella se volvió cada vez más temerosa, mirando las transmisiones de Univisión y las páginas locales de Facebook que mostraban historias de personas detenidas por “la migra” cuando iban a trabajar o cuando llevaban a sus hijos al autobús escolar.

A medida que aumentaban los arrestos de inmigrantes, Cecilia tuvo miedo de llevar a Ashton al parque. Dejó de conducir y su pelo se cayó en gruesos mechones.

Cecilia se preguntaba qué pasaría si vinieran por ella. ¿Y si le pedían los papeles?

Durante los últimos años, la pareja se había reunido con ICE una vez al año para renovar el permiso de trabajo de Cecilia. Bajo la administración de Obama, ICE otorgó permisos de trabajo renovables a muchos inmigrantes respetuosos de la ley que habían estado en el país por lo menos cinco años.

Pero con su próxima cita en noviembre de 2017, Jason y Cecilia tuvieron que decidir: ¿debería ir y arriesgarse a ser deportada? ¿o deberían saltarse la cita, arriesgándose a que los agentes del ICE llamaran a su puerta?

Ashton tenía 4 años. Más que nada, Cecilia quería evitarle el trauma de ver cómo se la llevaban.

Decidieron ir a la cita con el ICE con un boleto de avión y un plan. Si nos permiten pasar la Navidad y el Año Nuevo juntos, le dijeron a la agente de inmigración, Cecilia se auto deportaría en enero.

No estaban seguros de que funcionaría. Mientras esperaban en un cubículo, una mujer sollozó mientras se le daba un momento para despedirse de sus hijos pequeños. Pero el agente del ICE estuvo de acuerdo.

Así que asaron un lomo de res el Día de Acción de Gracias y amontonaron regalos bajo el árbol en Navidad. Después de Año Nuevo, Jason y Ashton volaron con Cecilia a Guadalajara y llegaron en un Uber a la casa de su familia en el pueblo de Juanacatlán.

Era la primera vez que Jason venía a México y estaba impresionado por la pobreza de la ciudad natal de su esposa. Los perros callejeros vagaban por los caminos de tierra, y los mosquitos zumbaban dentro de las casas sin aire acondicionado ni agua potable. Los lugareños tenían tiendas dentro de sus destartaladas casas.

Increíble para él, pero no había McDonalds ni Walmart.

Hasta entonces, Jason no había comprendido realmente por qué su esposa se había arriesgado a cruzar la frontera en busca de una vida mejor.

Pero estaba seguro que Dios quería que su familia estuviera unida. Eventualmente, pensaba, los oficiales de inmigración considerarían que Cecilia estaba casada con un ciudadano estadounidense y tenía un hijo en Estados Unidos.

“Mamá llegará pronto a casa”, le prometió a Ashton.

Poco después de que Jason regresara a Estados Unidos, su abogado le dijo que a Cecilia se le había prohibido permanentemente regresar.

No debería haber sido una sorpresa -Cecilia había vivido en Estados Unidos durante casi dos décadas después de haber sido sorprendida dos veces cruzando ilegalmente la frontera-, pero Jason se sintió impactado cuando el abogado dijo que no había nada más que pudiera hacer. Tendrían que esperar 10 años antes de poder pedir permiso para volver a solicitar la entrada al país.

Jason no podía imaginar a Cecilia viviendo en Juanacatlán un año más, y mucho menos una década, así que decidieron que se mudara a Mérida, la bulliciosa capital del estado de Yucatán y conocida como una de las ciudades más seguras de México.

Por trabajar largas jornadas, Jason no podía cuidar de Ashton por sí solo, así que su madre se mudó de Alabama para vivir con ellos.

En el verano, Ashton visitaba a Cecilia mientras Jason intentaba averiguar cómo traerla de regreso.

Pero hubo un revés en julio, no mucho después de que Ashton llegara a Mérida.

Cecilia estaba frotando loción en Ashton cuando notó una protuberancia bajo su caja torácica. Después de tomar una foto y enviársela a Jason, llevó a Ashton al hospital.

Ashton tenía un tumor de Wilms, un tumor de masa cancerosa en su riñón izquierdo del tamaño de un melón. Jason voló a México y llevó a Ashton de regreso a Estados Unidos para recibir tratamiento.

Después de la cirugía para extirpar el riñón de Ashton, hubo radioterapia y quimioterapia.

Ashton gritaba cada vez que le sacaban sangre.

“¿Por qué no está mamá aquí?”, preguntó.

“El gobierno no la quiere aquí”, intentó explicar Jason. “Mamá metió la pata hace años y estamos tratando de recuperarla”.

Frenética, Cecilia pensó en intentar cruzar la frontera de nuevo. Pero Jason la instó a seguir la ley. Dios nos recompensará, dijo.

Solicitaron un permiso condicional humanitario, asumiendo que todo se resolvería en pocos días. Incluso el funcionario de inmigración más duro de corazón, pensaron, haría una excepción para un niño de 5 años con cáncer.

Pasaron casi dos meses antes de que les dijeran: el permiso condicional fue denegado.

Como votante de Trump blanco, Jason es un extraño activista del tema de la inmigración.

Se refiere a los inmigrantes como “ilegales”, un término que muchos defensores consideran deshumanizante. Es indiferente a la “gran y hermosa pared” de Trump. Sugiere que los inmigrantes que han vivido en el país sin autorización deben pagar multas de $10.000.

Pero ver que Cecilia extraña llevar a Ashton a su primer día de kindergarten o disfrazarlo del personaje animado, Sonic the Hedgehog, para Halloween lo ha empujado a tratar de persuadir al Congreso para que revise las leyes de inmigración.

“Sin un cambio de ley,” dijo, “ella no va a volver”.

Jason sigue esperando que Cecilia regrese. Más de 16 meses después de su partida, sus blusas, jeans y sudaderas con capucha todavía cuelgan en el armario del dormitorio.

Su perfume Calvin Klein Contradiction sigue en el lavabo del baño. Su crucifijo de madera cuelga de la pared del dormitorio.

Ahora que Ashton está a salvo después de meses de quimioterapia y radiación, Jason está enfocado en cambiar la ley para que, como lo puso en una recaudación de fondos en línea, “gente buena como mi esposa” pueda regresar a EE.UU para estar con su “familia ciudadana estadounidense”.

Cree que los inmigrantes que tienen un historial criminal deben ser clasificados en orden de prioridad.

“En la parte superior de la lista deberían estar los inmigrantes con un cónyuge e hijos estadounidenses”, dijo. “Y luego un poco más abajo, tal vez un inmigrante con un cónyuge americano pero sin hijos y luego sólo los hijos que son ilegales”.

Sí, admitió, un sistema de este tipo costaría dinero, pero eso podría compensarse exigiendo a los inmigrantes que paguen una multa.

“¿No vale la pena ser humanitario?”, dijo. “¿Podríamos dejar de separar a las familias?”

A veces Jason se siente como alguien atípico en el polarizado debate migratorio de la nación. Después de 16 meses lejos de Cecilia, ha conocido a otro ciudadano estadounidense que está casado con una inmigrante que vive en el país ilegalmente.

“Somos un grupo demográfico muy pequeño”, dijo. “Normalmente, los ilegales están casados con ilegales”.

Pero la historia de Jason no es poco frecuente. Alrededor de 1.2 millones de inmigrantes que carecen de estatus legal -más de 1 de cada 10- están casados con un ciudadano estadounidense, según el Migration Policy Institute. Casi un tercio tiene un hijo menor de 18 años que es ciudadano estadounidense.

Aun así, Jason ha luchado para ganar simpatía a través de las redes sociales.

Cuando Ashton estaba recibiendo quimioterapia en octubre, Jason publicó en Twitter fotos de su hijo en una cama de hospital, etiquetando a Trump. “¡Por favor, lee esto y ayuda a mi familia!”, escribió. “Voté por ti porque te creí y ahora mi familia está sufriendo!”

Trump no respondió, pero otros sí, y recibió numerosas críticas.

“Trump no cree que existan “buenos ilegales”,” escribió un comentarista. “Me siento mal por tu chico, pero no tengo ninguna simpatía por ti”.

“¿Por qué los republicanos no tienen compasión hasta que algo les pasa directamente?”

Jason trata de no dejar que los comentarios de la gente de su partido lo depriman, prefiriendo creer que la gente simplemente no entiende.

Probablemente no volvería a votar por Trump, dijo. Aun así, no está seguro de haber cometido un error.

A veces se siente estúpido o engañado o traicionado. Pero luego piensa en que no votó pensando en su situación personal, sino en favor de un bien mayor, como lo es la prohibición del aborto.

“¿Fue una mala decisión para mi familia? sí”, dijo. “¿Fue una mala decisión para nuestro país? no puedo decirlo. A veces no puedes pensar sólo en ti mismo. Tienes que pensar en el panorama más amplio... siento que Dios bendecirá mi decisión”.

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