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Análisis: con sus viajes a Latinoamérica, el papa Francisco busca recuperar el alma de la Iglesia Católica

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El quinto viaje del papa Francisco a América Latina en solo cinco años como pontífice pone de relieve su cuidadoso intento de recuperar el alma de la Iglesia Católica Romana en la región.

Durante su viaje de una semana por Chile y Perú, el mensaje del pontífice -nacido en Argentina- marcó a menudo un fuerte contraste con el de sus dos predecesores, Benedicto XVI y el difunto Juan Pablo II, quien también hizo varios viajes a un continente a menudo definido por su ferviente catolicismo.

Durante décadas, la iglesia ha perdido terreno de manera constante, tanto en membresía como en prestigio, en América Latina, especialmente en Chile y Perú. El escándalo de abuso sexual, en el que los sacerdotes violaron o abusaron de menores y con frecuencia fueron protegidos por sus obispos, y el fracaso de Juan Pablo -y en menor grado de Benedicto XVI- en confrontar el problema, erosionaron la credibilidad de la religión, institucionalizada en América Latina.

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Sumado a ello, el crecimiento del secularismo y, en el otro extremo del espectro ideológico, del protestantismo evangélico, reflejó el descontento con el catolicismo y erosionó aún más la talla de la iglesia. En la década de 1970, cuando las dictaduras militares gobernaron gran parte de América Latina, la iglesia a menudo atendió a los ricos y privilegiados, lo cual también alejó a los fieles, especialmente a los pobres.

Francis ha enfatizado su compromiso con los humildes y los desfavorecidos, como las grandes y abandonadas comunidades indígenas de la región, aquellos que luchan para proteger el medio ambiente y los migrantes. “No hay alegría cristiana cuando las puertas están cerradas”, aseveró el jueves, en a ciudad chilena de Iquique. “No hay alegría cristiana cuando a los demás se les hace sentir no deseados, cuando no hay lugar para ellos en medio de nosotros”.

Dos días antes, el pontífice había viajado al sur de Chile para reunirse con el pueblo indígena mapuche, largamente reprimido. Ante ellos, condenó “siglos de injusticia” y los atroces abusos contra los derechos humanos, y agregó que “la riqueza de cada pueblo” debe ser bienvenida. Indudablemente hizo una alusión a la destrucción del medio ambiente, denunciando la “deforestación de la esperanza”.

Benedicto, por otro lado, será recordado durante mucho tiempo por los comentarios controvertidos que realizó durante una visita a Brasil, en mayo de 2007, cuando dijo que creía que los nativos de América Latina habían dado la bienvenida a sus colonizadores, en su mayoría provenientes de España y con conductas brutales, que llevaron al continente la religión pero también enfermedades, matanzas y esclavitud.

Para Juan Pablo II, cuyo primer viaje al extranjero fue a México, en 1979, Latinoamérica era un laboratorio peligroso para prácticas teñidas de marxismo, que él estaba decidido a erradicar. Así, prestó atención al consejo de un clero conservador que le advirtió sobre la teología de la liberación, un activismo social con contactos de izquierda en la iglesia que defiende a los pobres pero que también fue utilizado por un puñado de sacerdotes para justificar la revolución armada. Finalmente, Juan Pablo II removió de sus cargos o castigó a los sacerdotes que predicaban esa corriente.

En Perú, hogar del fundador de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez, Juan Pablo II nombró como arzobispo de Lima a un miembro de la organización ultraconservadora Opus Dei, Juan Luis Cipriani, en 1999. Dos años más tarde, el papa ascendió a Cipriani a cardenal, uno de solo dos miembros del Opus Dei que recibieron tan alto rango, mantenido hasta hoy.

“No es sorprendente que Francisco tenga una comprensión mucho más profunda y matizada de América Latina”, expuso el padre Thomas Reese, un jesuita al igual que el pontífice, y un veterano comentarista acerca del Vaticano.

De hecho, Francisco ha tratado de revivir la teología de la liberación en su aplicación pastoral; no política, sino en lo que los teólogos llaman trabajo de “comunidad de base”, en los barrios marginales y marginados de la región.

El primer pontífice de las Américas se basó en su propia experiencia. Como obispo y después cardenal en su Buenos Aires natal, Francisco a menudo atendía a los pobres e instruía a los sacerdotes bajo su mando a hacer lo mismo. Si estos regresaban sin barro sobre sus zapatos, el hombre conocido entonces como el padre Jorge Mario Bergoglio les decía que habían fallado en su misión.

“Experimentación era una mala palabra” para muchos clérigos tradicionales después del Concilio Vaticano Segundo, que instituyó muchas reformas progresivas en la iglesia a mediados de la década de 1960, indicó Reese. “Pero no para Francisco”.

Bergoglio se convirtió en papa en marzo de 2013, después de que Benedicto XVI rompiera siglos de tradición y presentara su dimisión. Además del viaje de esta semana, sus viajes latinoamericanos incluyeron Brasil en 2013; Ecuador, Bolivia y Paraguay en 2015; México en 2016 y Colombia el año pasado.

América Latina sigue siendo el continente más católico, hogar de aproximadamente el 40% de los practicantes del mundo, más de 500 millones de personas. Pero también pierde fieles constantemente. En Chile, por ejemplo, una encuesta realizada este mes por el grupo de expertos Latinobarómetro, con sede en Santiago, mostró que el número de chilenos que se consideran católicos cayó al 45% el año pasado, desde el 74% que se registraba en 1995.

Quizás lo más sorprendente fue el porcentaje de quienes ahora se reconocen ateos, agnósticos o sin religión: el 38%. (incluso en los Estados Unidos, un país relativamente secular, el promedio es del 22%).

A pesar de su popularidad, Francisco no podrá detener la fuga de miembros de la iglesia, que ya ha perdurado tanto y que tiene muchas causas, remarcó Andrew Chesnut, presidente del departamento de Estudios Católicos en la Universidad Commonwealth de Virginia.

El experto señaló que las bajas en Chile en realidad se aceleraron en los últimos cinco años, luego de la indignación por el caso del padre Fernando Karadima, a quien el Vaticano acusó de molestar a niños durante años tras una investigación efectuada en 2011. Francisco fue criticado por permitir que un obispo -sospechado de haber sido instruido por Karadima- asuma el liderazgo de una diócesis en el sur de ese país. “Esta es la primera evidencia sólida de que la fuga de fieles ha continuado incluso bajo su papado”, explicó Chesnut.

El papa se disculpó por el abuso de Karadima y otros en sus primeros comentarios públicos después de poner un pie en Chile, y sostuvo una reunión privada no programada con víctimas en Santiago, la capital chilena, el martes pasado. También hizo un gesto similar durante un viaje a los Estados Unidos en 2015, al igual que Benedicto, a quien se le atribuyó el comienzo del abordaje de un escándalo que Juan Pablo II había preferido ignorar. “Las palabras no pueden aliviar por completo mi dolor por el abuso que han sufrido”, afirmó Francisco en la reunión de 2015. “Lamento profundamente que su inocencia haya sido

transgredida por personas en quienes ustedes confiaban”.

En Chile, alrededor de 70 sacerdotes y otros funcionarios de la iglesia han sido acusados de abuso. En Perú, el sumo pontífice pudo haber intentado inmunizarse contra el problema al ordenar que el Vaticano se hiciera cargo del Sodalicio de Vida Cristiana, una organización conservadora que los fiscales peruanos investigan por supuestos abusos sexuales y psicológicos cometidos por altos funcionarios a varones jóvenes y niños.

El papa también fue estratégico al programar una misa u otra ceremonia para enfocarse en la juventud, entre cuyas filas se encuentran las más altas deserciones de fieles.

Así se trate de un signo de anticlericalismo, o de política u otras causas, la visita del papa en Chile se vio empañada por amenazas de muerte y el bombardeo incendiario de varias iglesias. En los últimos años, las protestas violentas habían sido prácticamente inauditas durante una visita papal.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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