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Opinión: La huelga de actores SAG-AFTRA demuestra que Los Ángeles lidera el movimiento sindical

Striking writers and SAG-AFTRA supporters in front of Paramount studios
Los miembros de Writers Guild of America reciben el apoyo en la línea de piquete de SAG-AFTRA, que anunció que también iría a la huelga.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)

Aproximadamente la mitad de las grandes huelgas en los EE.UU. este año han tenido lugar en California, y la más importante se centró en Los Ángeles, que ahora incluye la huelga anunciada por SAG-AFTRA.

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Los sindicatos del sur de California y los trabajadores a los que representan se han convertido en la vanguardia del movimiento obrero estadounidense. Alrededor de la mitad de las grandes huelgas de este año en Estados Unidos han tenido lugar en California, y las de mayor repercusión se han centrado en Los Ángeles, incluyendo ahora la huelga de actores anunciada por SAG-AFTRA el jueves.

Los miembros de SAG-AFTRA se unirán a decenas de miles de trabajadores en huelga del sector de la hostelería y guionistas, además de los grandes paros de hace sólo unos meses de los trabajadores de las escuelas públicas de Los Ángeles y de los campus de la Universidad de California. Las negociaciones de los trabajadores han sido respaldadas por un sentimiento de militancia y solidaridad que no se había visto en décadas.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí, cuando durante la mayor parte del siglo pasado Los Ángeles fue un remanso sindical incrustado en una región sinónimo de suburbios soleados y una cúpula empresarial conservadora y hegemónica? Era la “capital del libre comercio de Estaados Unidos”.

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Aunque Los Ángeles y Nueva York son los epicentros de las huelgas, hay decenas de sindicatos medianos y pequeños en todo el país que representan a actores y guionistas.

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En esta época de resurgimiento de los sindicatos, el sur de California está en sintonía con el resto del país. El bajo desempleo ha motivado a los trabajadores de todos los gremios, mientras que la reciente inflación les hace estar ansiosos por conseguir un gran avance salarial. Más importante aún ha sido la persistente sensación de que, durante la pandemia, los trabajadores - “esenciales” o no- se llevaron la peor parte a la hora de soportar cierres, despidos y peligros para su salud. La legitimidad de los directivos, como guardianes del bienestar de sus empleados, cayó en picada.

Sin embargo, algunos problemas económicos parecen exclusivos de California. El desorbitado coste de la vivienda es el primero y más importante, ya que 3 de cada 4 inquilinos de Los Ángeles gastan más del 30% de sus ingresos en alojamiento. “No podemos permitirnos vivir en el lugar donde trabajamos”, afirma en un video Ayden Vargas, que trabaja en el hotel Fairmont Miramar de Santa Mónica y se desplaza desde San Bernardino. Por eso no es de extrañar que los aumentos salariales para hacer más asequible la vivienda hayan sido un grito de guerra en casi todas las huelgas, incluidas las de los ayudantes de cátedra de la Universidad de California, los conserjes y profesores de las escuelas públicas, los trabajadores de la hostelería e incluso los guionistas de Hollywood, muy bien pagados pero empleados esporádicamente.

Unite Here Local 11, el sindicato que lidera la huelga hotelera, quiere que los propietarios de hoteles apoyen iniciativas de vivienda que abrirían habitaciones vacías a personas sin hogar y crearían un fondo para ayudar a los trabajadores de la hostelería que necesiten una vivienda asequible. Los propietarios se quejan de que el sindicato se está extralimitando en su papel en la negociación colectiva, pero fue precisamente este tipo de ambición la que generó un apoyo masivo a los grandes sindicatos industriales de mediados del siglo XX -en la siderurgia, la industria automotriz, los productos eléctricos y otros-, cuando consiguieron victorias no sólo por igual salario por igual trabajo, sino también por las pensiones, el seguro médico y las vacaciones.

Pero la penuria económica tampoco es toda la historia. Los Ángeles fue la primera gran ciudad estadounidense donde el origen étnico y la ideología de la cúpula sindical llegaron a reflejar realmente el carácter heterogéneo de su clase trabajadora y a rehacer el movimiento local. Esto arraigó en la década de 1990, cuando Miguel Contreras transformó la Federación Sindical de Los Ángeles, que pasó de ser una institución dominada por los gremios de la construcción blancos a una representativa del proletariado latino de la región, en rápido crecimiento.

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Contreras y sus sucesores, incluida su esposa, María Elena Durazo, han tenido un enorme impacto político, impulsando la política del sur de California hacia la izquierda. Entendieron que la lucha laboral tiene dos frentes: movilizar a un electorado progresista, por un lado, mientras los sindicatos hacen huelgas y negocian, por otro. Ese planteamiento ha generado una clase política muy distinta de la de los conservadores antisindicales, antaño influyentes tanto entre los republicanos como entre los demócratas del sur de California. Por ello, la ciudad ha sido pionera a la hora de promulgar una especie de New Deal municipal, que abarca el salario mínimo local y la creación de un banco de propiedad municipal.

Las personas de alto perfil dispuestas a apoyar a los trabajadores también marcan la diferencia. El mes pasado fueron detenidos, junto con casi 200 personas que protestaban con el sindicato hotelero, los concejales de Los Ángeles Hugo Soto-Martínez y Nithya Raman y la asambleísta Wendy Carrillo. “Estábamos aquí para arrojar luz sobre los problemas a los que se enfrentan los angelinos de clase trabajadora”, declaró Soto-Martínez al Times. Cuando el icono mundial Harrison Ford dice: “Creo en los sindicatos”, es otro indicador que explica por qué el movimiento obrero del sur de California ha alcanzado tanta legitimidad.

Por encima de todo, hace falta organización para otorgar poder a los trabajadores. La mayoría de los sindicatos en huelga o que amenazan con hacerla este verano, existen desde hace décadas. A veces han sido rígidos, corruptos e ineficaces, pero prácticamente cualquier apariencia de organización es mejor que nada, porque los trabajadores no sindicalizados no hacen huelga. Su enojo y sus quejas sólo generan un alto nivel de rotación en el empleo, que es en parte la razón por la que los empresarios, en el sur de California y en otros lugares, se resisten en gran medida al reconocimiento de un sindicato que represente a sus empleados.

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A pesar de esa resistencia, en el sur de California -donde el cambio demográfico y ocupacional ha sido tan generalizado- los viejos sindicatos se han visto revitalizados por una nueva generación de activistas. Esto me quedó claro cuando el mes pasado visité una escuela de formación de líderes organizada por la región de la Costa Oeste del sindicato United Auto Workers. Las fábricas de automóviles del área de Los Ángeles hace tiempo que desaparecieron y la mayoría de las empresas aeroespaciales se han reducido radicalmente, pero la UAW se ha renovado organizando, con gran dedicación, a decenas de miles de trabajadores académicos.

Los Ángeles es hoy la cuna de la militancia obrera, pero su movilización no es única. En cada generación, una ciudad o región suele alcanzar el estatus de vanguardia: Chicago a finales del siglo XIX; Detroit, Akron y Pittsburgh, que acogieron huelgas de brazos caídos y piquetes masivos en la década de 1930; y en las décadas de 1950 y 1960, cuando el sindicalismo de los empleados públicos surgió en Nueva York y Wisconsin, antes de alcanzar una estatura heroica en Memphis, donde los trabajadores afroamericanos de los servicios sanitarios pidieron ayuda al reverendo Martin Luther King Jr. para su lucha.

Ahora, mientras los trabajadores avanzan por todo el país, la enorme vitalidad de la Ciudad de los Ángeles marca el ritmo de millones de trabajadores de todo el país.

Nelson Lichtenstein es profesor de investigación en la Universidad de California en Santa Bárbara.

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