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COLUMNA: Perder no siempre significa fracaso

La vida de una joven empresaria iba hacia arriba hasta que se encontró en el hospital y la cárcel.
(Irfan Khan/Los Angeles Times)
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La vida de Julieta cambió gracias a un árbol que se cruzó en su camino; hasta entonces, la vida había sido como un cohete a la luna. Desde muy joven, inició una lucrativa venta de ropa. En la escuela, se distinguió por su capacidad para las relaciones públicas y una sonrisa franca.

Terminó el colegio a los 24 años y era dueña de su propio negocio; las cosas no podían ir mejor, dio el enganche para su casa y estrenó auto nuevo. Ella era la viva imagen de una joven mujer de éxito, que se forjó a sí misma.

Con ese carácter emprendedor y toda una vida por delante, se rodeó de un grupo de amigos y conocidos, que le redituaron buenos negocios y que la introdujeron en un mundo que ella no conocía; en cuanto a su vida afectiva, vivía sin compromisos y con relaciones casuales.

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“Para mí las drogas y los adictos vivían en Júpiter, no eran parte de mi mundo”, admitió Julieta con su habitual humor. La adicción empezó como una travesura, luego fue parte indispensable de la diversión, posteriormente se convirtió en cosa de todos los días y terminó siendo el principal motivo para levantarse y comenzar el día.

“Consumía de todo, pero fueron las pastillas para el dolor, las que me hicieron tocar fondo; simplemente estrellé mi auto contra un árbol y mi mundo se vino abajo. Perdí todo, negocio, casa y, lo más importante, me perdí a mi misma”, detalló.

En las palabras de Julieta no hay amargura; por el contrario, hay honestidad y certidumbre.

En esta caída, la joven fue a parar a la cárcel y pagó exorbitantes multas; gracias a que no tenía antecedentes, pudo internarse en un centro de rehabilitación, la que tal vez ha sido la mejor decisión de su vida.

“Antes me chocaba esa gente que decía que Dios había cambiado su vida, y míreme ahora, soy un milagro viviente. El día del choque pude haberme matado, visité el hospital y la cárcel; dígame si no tengo suficientes razones para estar agradecida con Dios”, abundó en su testimonio.

Julieta recuperó el sentido de la vida, está en la búsqueda de sí misma, pero sobre todo y por primera vez, pudo sentir la misericordia de Dios y eso la transformó.

Escríbame, recuerde que su testimonio puede ayudar a otros. Mi email es: cadepb@gmail.com

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