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Columna: Le gustaría dejar atrás el trauma de Columbine, pero la vida ha sido una dura lucha

El superviviente del tiroteo en Columbine, Richard Castaldo, de 38 años, en una casa de convalecencia en el oeste de Los Ángeles.
(Steve Lopez / Los Angeles Times)
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El ex-alumno de la Escuela Secundaria Columbine, Richard Castaldo, no se veía bien cuando llegó a la cumbre para las víctimas de la violencia con armas en el centro de Los Ángeles en septiembre pasado.

“Me acerqué, lo abracé y pensé: ‘Dios mío, está ardiendo’”, dijo Hollye Baxter, quien estaba organizando el evento como miembro de Mujeres contra la Violencia Armada.

Baxter y otras personas del movimiento de control de armas sabían que Castaldo -que recibio ocho impactos de bala en la masacre de 1999 en Colorado y paralizado de la cintura para abajo- estaba perdiendo su apartamento en Los Ángeles. Lo habían instado a asistir al evento para tratar de conseguir ayuda. Pero cuando Baxter y otros vieron a Castaldo ese día, se dieron cuenta de que estaba demasiado enfermo para estar allí, así que llamaron al 911 y lo llevaron al hospital.

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Cinco meses después, Castaldo se está recuperando en una casa de convalecencia en el oeste de L.A. Lo que resultó ser una infección muy fuerte ha sido tratada y pronto estará listo para ser dado de alta, pero ha perdido su apartamento y no tiene a dónde ir.

“Todavía estoy tratando de saber que voy a hacer”, dijo Castaldo. “He tenido amigos que me han ofrecido lugares, pero necesito algo accesible para sillas de ruedas y eso no siempre es fácil”.

Baxter es una de las pocas mujeres que han cuidado de Castaldo, visitándolo en el hospital y en la casa de convalecencia durante los últimos cinco meses. Le traen comida o lo llevan a comer, y trabajan por teléfono tratando de encontrarle un lugar para vivir.

Cuando las mujeres me hablaron de su situación actual, me advirtieron que Castaldo protege su privacidad. No quiere tener que ser siempre ese tipo... la persona identificada para siempre por lo que pasó en el peor día de su vida. Desea ser Richard Castaldo, un hombre normal, con esperanzas y miedos y con el anhelo de mirar hacia adelante en vez de hacia atrás.

“Supongo que lo que quiero decir es que sé, obviamente, que no hay manera de no mencionarlo”, dijo. “Pero es en lo que todos parecen querer concentrarse todo el tiempo, lo cual se vuelve redundante”.

Durante el curso de dos visitas, no hablamos mucho de ese día. Pero como dijo Castaldo, no hay forma de no mencionarlo.

Han pasado 21 años desde que dos estudiantes de Columbine dispararon y mataron a 12 compañeros de clase y a un profesor en lo que en su momento fue el mayor asesinato en masa en una escuela de Estados Unidos. Castaldo fue uno de los primeros objetivos ese día en abril de 1999. Estaba almorzando con una amiga en el campus cuando comenzó el tiroteo.

Su amiga fue asesinada. Una bala le cortó la columna vertebral a Castaldo. Tenía 17 años en ese momento, cuando quedó paralizado de la cintura para abajo. Ahora tiene 38 años y ha estado en una silla de ruedas desde entonces.

Columbine no fue el primer tiroteo escolar. Pero proporcionó una prueba horrible de que no hay lugares seguros, que las armas de fuego están en todas partes, que no podemos proteger a nuestros hijos, y mucho menos a nadie más.

Debería haber sido un despertar que exigiera acción; en cambio fue el comienzo de una parálisis legislativa sobre el control de armas y un gradual adormecimiento de nuestra indignación. Tantos tiroteos en escuelas han seguido, que cada vez estamos menos sorprendidos. Las muertes se cuentan, los gritos justos por las reformas se desvanecen, seguimos adelante.

No es así para los sobrevivientes heridos, o para sus seres queridos. Tienen cicatrices: físicas, mentales o ambas. Los recordatorios diarios, especialmente para los discapacitados permanentes, no tienen fecha de caducidad.

“Más de cien mil personas son heridas por balas cada año en Estados Unidos”, dijo Baxter, cuyo propio hermano sobrevivió a una herida de bala en la cabeza cuando era niño. “Creo que debería haber una protección económica para cada uno de ellos. Lo que sigo diciendo es que tenemos una guerra en nuestras propias calles”.

Castaldo comparte una habitación con otros dos pacientes en la casa de convalecencia. Prácticamente no hay privacidad. En la pared a los pies de su cama hay una imagen de la Estatua de la Libertad con una mochila escolar roja, blanca y azul. La Estatua de la Libertad lleva un chaleco antibalas.

El día que lo conocí, sostuvo su cabeza entre sus manos, se frotó sus ojos cansados y se tomó su tiempo para responder preguntas. Es un joven apuesto de cabello oscuro, y hay algo convincente en sus ojos - una mezcla llamativa de ira, independencia, humildad. No quiere la compasión de nadie.

Baxter notó que estaba luchando con su silla de ruedas.

“Una de las ruedas está levantada”, dijo Castaldo, lo que le dificulta maniobrar alrededor de la casa de convalecencia, donde entre sus vecinos se incluyen amputados, pacientes ancianos con pérdida cognitiva y personas que están aprendiendo a caminar de nuevo después de lesiones traumáticas.

Castaldo estaba angustiado por una llamada de su madre, en Colorado, que había visto una historia que sugería que pronto se quedaría sin hogar. No quiso hablar de esa llamada, pero dejó claro que las relaciones con sus familiares han sido tensas a veces.

Su madre, Connie Michalik, me pidió que la llamara cuando supo que estaba trabajando en una historia sobre su hijo. Cuando lo hice, me dijo que a veces llora por la noche por su hijo. Es dulce y de buen corazón, relató, y en su opinión se ha aprovechado de él la gente con la que ha hecho amistad.

Michalik dijo que se estableció un fideicomiso con dinero de donaciones después del tiroteo de Columbine. Indicó que con el dinero se compraron varias propiedades y que el plan era generar suficientes ingresos por alquiler para pagar los gastos de su hijo.

Pero dos de las propiedades fueron embargadas, y el plan no funcionó. Finalmente, Castaldo también perdió el condominio en el que vivía después de mudarse a Los Ángeles hace más de una década. Luego se mudó a una serie de apartamentos, pero igualmente los perdió, y después se enfermó.

Michalik reveló que ha ayudado a pagar las cuentas de su hijo durante años, y le ofreció a Castaldo una casa de la que es propietaria en Nevada. Pero quiere que se mude con su familia a San Diego, donde pasó sus primeros años, y donde sus parientes estarán dispuestos a cuidarlo.

“Quiero que vuelva a casa”, dijo Michalik. “Necesito que regrese a casa. No quiero que siga estando solo en Los Ángeles”.

Le dije a Castaldo lo que su madre había dicho. Él escuchó, con la cabeza gacha mientras pensaba las cosas. Cuando levantó los ojos, dijo:

“Ese no es mi hogar”.

Pensó un poco más y dijo:

“No quiero que me estén vigilando”.

Castaldo quiere ser, necesita ser, independiente.

Quiere tener 38 años, no 17.

Venir a Los Ángeles era una forma de empezar de nuevo, dijo. Se interesó por la música y el video y fue a la escuela para convertirse en ingeniero de sonido. Le gustaría finalmente encontrar un trabajo estable en esa industria, tener su propio lugar de nuevo, pagar sus cuentas. De vez en cuando ha hecho comedias musicales. La gente le ha recomendado que escriba un libro, pero no está tan seguro de querer volver al pasado.

Pocas personas lo saben, y menos aún votaron por él, pero Castaldo se postuló para el Congreso en 2010, representando al Partido de la Paz y la Libertad (Henry Waxman fue el vencedor en una victoria aplastante). Ahora está apoyando a Bernie Sanders para que sea presidente, porque se enfrentará a Wall Street y arreglará el sistema de salud, tal como Castaldo lo ve.

Castaldo conoció a Sanders en un mitin de campaña en California y espera salir de la casa de convalecencia a tiempo para ir a Nevada para las primarias allí, posiblemente con su compañero activista y amigo Carlos Marroquín, que dirige una brigada local de Bernie.

Marroquín me dijo que conoció a Castaldo cuando su condominio estaba siendo embargado, y “tratamos de ayudarlo”. Marroquín aseguró que Castaldo se lanzó a la lucha con gusto. “Cada vez que intentábamos ayudar a alguien a salvar su casa, él aparecía. Lo queremos con nosotros cuando salgamos a las calles. Él inspira a otras personas”.

Baxter relató que Castaldo empezó a aparecer en los eventos de Mujeres contra la Violencia Armada hace un par de años, pero no quería ser identificado como “el sobreviviente de Columbine”. Él estaba allí, apasionado, pero de bajo perfil, prestando su apoyo.

El equipo de Richard, como Baxter llama al grupo de mujeres, está devolviendo el favor ahora. El equipo incluye a Lorraine Morland, una sobreviviente de la violencia con armas de fuego; Karen Goss, una consejera en el Valle Beth Shalom; Sharon Caputo, una superviviente de un tiroteo en Las Vegas y Deborah Gitell, una antigua vecina de Castaldo que le habló a las otras mujeres sobre él.

Un abogado local, Stuart Zimring, está trabajando pro bono para revisar los detalles del fideicomiso de Castaldo y ver si puede obtener beneficios de discapacidad de la Seguridad Social, que le fueron negados porque Castaldo tenía bienes. Mientras tanto, el trabajador social de la casa de convalecencia de Castaldo está tratando de encontrarle una colocación, y yo hablé con un ejecutivo del Centro San José, que ha accedido a tratar de ayudar.

A pesar de la incertidumbre de dónde terminará, Castaldo no parecía desesperado. Ya ha pasado por muchas cosas; él se encargará de esto.

“Supongo que todo el mundo se pregunta por qué sucedió lo de Columbine y no sé, francamente. Creo que la cultura americana es muy violenta”, me dijo Castaldo.

“Pienso que cuando Trump aseguró que podía disparar a alguien en la Quinta Avenida y no perder a ningún seguidor, creo que allí mismo encapsula todo lo que para mí está mal en este país. Supongo que esa es la enfermedad de fondo de Estados Unidos”.

Cuando lo visité al día siguiente, añadió un pensamiento a ese sentimiento.

“Es como si dispararle a alguien fuera una especie de broma”, manifestó.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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