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Perdió su trabajo a causa del coronavirus. Ahora ella y su hijo venden mascarillas en una esquina

Brenda Mendez and son David Mendez sell masks on Prairie Avenue
Brenda Méndez, a la izquierda, y su hijo David Méndez, de 15 años, venden mascarillas el sábado a lo largo de la avenida Prairie en Hawthorne.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)
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Brenda Méndez estaba parada en la concurrida esquina con un pequeño tesoro en sus manos enguantadas de verde azulado, un ofrecimiento al tráfico que se aproximaba.

Estaba vendiendo mascarillas, cada una envuelta en plástico transparente y arrugado. Pero lo que realmente ofrecía en este día sombrío y nublado fue una sensación de seguridad en un mundo peligroso, una barrera contra las enfermedades y los desastres. Todo por $5.

“Allá, ‘mijo”, dijo Méndez, dirigiendo a su hijo de 15 años a la camioneta azul en el carril izquierdo de la avenida Prairie. Un cliente. “Con cuidado”, le advirtió cautelosamente, mientras él se movía entre los autos que esperaban en el semáforo.

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En un minuto, David regresó, con los $10 en sus propias manos enguantadas. Dos vendidos, docenas más por delante.

La madre y el hijo, ambos vendedores ambulantes novatos, formaban un equipo inusual. Hasta que el nuevo coronavirus cerró la mayoría de las escuelas de California, el estudiante de segundo año pasaba la mayor parte de su semana en un salón de clases. Hasta que cerraron los restaurantes, su madre trabajó en uno de mariscos de Redondo Beach.

Pero cuando llegó la pandemia, Méndez se encontró sin trabajo con las facturas acumuladas, como más de un millón de californianos.

“No podía dormir”, dijo. “El estrés me estaba matando”.

Brenda Mendez with her son David at home in Redondo Beach
Brenda y David Méndez en su casa en Redondo Beach. Antes de huir de Guatemala, Brenda Méndez había trabajado como cuidadora y soñaba con ser enfermera.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Méndez no es ajena al sufrimiento. La cicatriz que le dejaron al dispararle en un autobús en Guatemala todavía se extiende sobre su estómago, un recordatorio permanente de la violencia que obligó a su familia a huir del país hace casi dos años.

Antes de que Méndez y su familia buscaran asilo en Estados Unidos, la mujer de 33 años con ojos melancólicos trabajaba como cuidadora de hombres y mujeres mayores que no podían cuidarse a sí mismos. Ella soñaba con algún día convertirse en enfermera.

Quería ser el tipo de mujer que ayuda en tiempos de crisis, que consuela, que cura. El tipo de mujer que trabaja en hospitales y salas de emergencias en 2020, en la primera línea de la lucha contra una pandemia que ha matado a decenas de miles y ha contagiado a muchos más. El tipo de mujer elogiada como una heroína, arriesgando su propia vida para ayudar a salvar a otros.

Carmen Murillo buys a mask from David Mendez on Prairie Avenue
Carmen Murillo compra una mascarilla de $5 a David Méndez a lo largo de la avenida Prairie.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Pero como tantos inmigrantes que buscan seguridad y una nueva vida, Méndez había dejado atrás su hogar, su sustento y sus sueños.

Cuando llegó a EE.UU, tomó el primer trabajo que pudo encontrar, en la cocina de un restaurante donde ganaba menos del salario mínimo. Luego, este año, llegó el virus y el cierre temporal del restaurante.

Su esposo dejó de recibir llamadas para trabajos de construcción. Viven con la madre de Méndez en Redondo Beach, pero ella no quería poner a la mujer mayor bajo más responsabilidad y preocupaciones financieras.

Su vecina, una compañera de trabajo del restaurante, le hizo a Méndez una oferta que hubiera deseado poder rechazar: vender mascarillas, cosidas por el esposo de la vecina, en una esquina de la calle en la frontera de Hawthorne e Inglewood.

La idea, le dijo Méndez a su vecina, la llenó de vergüenza.

“A mi también”, respondió la vecina. “Pero, ¿qué más podemos hacer?”

Ahora, en lugar de prepararse para el deber de enfermera como una vez soñó, Méndez es un anuncio ambulante de productos a la venta. Se pone una mascarilla cada mañana, se ajusta las correas detrás de las orejas y endereza la tela sobre los pómulos y la barbilla.

Los latinos se encuentran entre los más afectados por los recortes salariales y la pérdida de empleos debido al coronavirus que causa el COVID-19, según una encuesta del Centro de Investigación Pew. Alrededor del 49% de los latinos dijeron que ellos o alguien en su hogar había visto caer los salarios o que un trabajo desaparecía, o ambos, debido al brote, en comparación con el 33% de todos los adultos estadounidenses.

David Mendez sells a mask to Anthony Antonio on Prairie Avenue
Anthony, a la izquierda, le compra una mascarilla a David Méndez. Esta semana, el alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, anunció una orden que exigía a los trabajadores y clientes de negocios esenciales que se cubrieran la cara.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Méndez reconoció que no tenía otra opción y que probaría suerte en la venta ambulante. David se ofreció a ayudar. Su madre no habla inglés y él no quería que ella estuviera sola.

El esposo de su vecina le cobró $30 por una docena de mascarillas, menos de lo que pagaría en línea. Ella compró varias docenas.

El primer día, 1 de abril, ella y su hijo comenzaron nerviosos. Méndez sintió como si todos la estuvieran mirando mientras agitaba las mascarillas de tela azul y negra.

Pero cuando su esposo los recogió, con el rostro quemado por estar al sol, ya habían vendido todo. Ese día ganaron $150.

“Los estamos ayudando a protegerse”, dijo Méndez, “y nos están ayudando a ganar dinero”.

El sábado, bajo un cielo nublado, Méndez y David se instalaron en la esquina de una gasolinera Mobil antes de las 8 a.m. La madre de Méndez, que comenzó a vender el día anterior, encontró un lugar al otro lado de la calle.

Tenían menos mascarillas de lo habitual, el proveedor de Méndez no podía coser tan rápido como vendían su producto.

Un día antes, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades habían aconsejado a los estadounidenses que usaran un paño básico o una mascarilla de tela cuando salieran para ayudar a frenar la propagación del coronavirus. Esta semana, el alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, anunció una orden que exige que todos los residentes se cubran la cara cuando visiten negocios esenciales.

Para Méndez y David, la orden y el consejo significaron una mayor demanda, y se volvieron expertos en medir el interés. Rápidamente notaban cómo las ventanas de los autos bajaban en la intersección. Aunque Méndez no sabe inglés, sabía lo suficiente como para levantar cinco dedos cuando los conductores pedían el precio.

Cuando una mano hacía señas, a menudo era David quien se apresuraba con sus zapatos deportivos Nike rojos y blancos. Una vez lograda la venta, metía las ganancias del día en una bandolera negra.

Él demostraba cómo ponerse la mascarilla correctamente y se quitó la sudadera para mostrar cómo las correas se enroscaban alrededor de sus orejas. Otras veces sólo escuchaba cuando la gente intentaba regatear o se quejaba del precio.

David Mendez sells masks along Prairie Avenue
David Méndez ofrece mascarillas a un camionero en la avenida Prairie.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

“¿Qué dijo, David?”, preguntó Méndez.

“Dice que es mucho cinco dólares. Cinco dólares”, le repitió David a su madre, volviendo al español mientras le explicaba que un cliente había dicho que las mascarillas costaban demasiado.

A veces, David se tomaba un descanso para enviar mensajes de texto a sus amigos. No les había dicho a ninguno de ellos lo que estaba haciendo, reconoció, sintiéndose demasiado avergonzado por eso. Pero él amaba a su madre y quería ayudar. Al igual que ella, también soñaba con ser un día enfermero.

Durante toda la mañana, vendieron a camioneros, trabajadores de UPS, jardineros y conductores de Uber. Ron Hamilton, un guardia de seguridad, compró uno antes de su turno de noche en Hollywood.

Había visto a los dos vendiendo un par de días antes, pero no tenía dinero en ese momento. El hombre de 50 años no estaba preocupado, pero pronto vio a personas con mascarillas en todas partes.

“Me imaginé que sería mejor”, dijo. “Simplemente no quiero arriesgarme”.

Una mujer se detuvo para comprar tres máscaras, tratando de proteger a su madre de 80 años a la que le habían extirpado la tiroides y estaba siendo dada de alta del hospital.

En una tienda, alguien había intentado cobrarle $250 por una mascarilla.

“¡Gracias por el buen trabajo!”, un hombre gritó desde su auto, levantando un pulgar hacia Méndez y David. Méndez asintió, sin comprender.

David Mendez sells masks on Prairie Avenue
David Méndez se abre paso entre los vehículos que esperan en un semáforo en la avenida Prairie.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Madre e hijo cambiaban de un pie a otro, tratando de equilibrar el peso a medida que pasaban las horas. Méndez estaba acostumbrada a pasar largo tiempo en la cocina del restaurante haciendo fajitas de camarones, pero David tenía menos práctica.

“Se cansa”, dijo Méndez, mientras David se sentaba en una tapa de alcantarilla con los pies sobre el asfalto.

A las 10 a.m., su suministro había disminuido, casi era tiempo de regresar a casa.

“Sólo dos más, véndelas rápido”, le dijo David a su madre, riendo a carcajadas lo que arrugaba sus ojos por encima de la mascarilla que ocultaba su rostro.

Méndez se bajó la mascarilla y se limpió el sudor de la frente. Cuando está allí, piensa en todas las razones por las que vinieron a Estados Unidos.

Huyeron de una situación peligrosa y ahora viven en un país lleno de posibilidades para sus dos hijos.

“Pero cuesta”, subrayó, mientras vigilaba a su hijo. Pero cuesta.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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