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Sin baños, sin asientos, filas interminables: los adultos mayores se enfrentan a las penurias de la vacunación

Debbie Chigaridas hugs her husband, Chris while waiting   in the by appointment only line for COVID-19 vaccine shots
Debbie Chigaridas, de 67 años, se aferra a su esposo, Chris, de 71, mientras espera junto con otras personas para recibir la vacuna contra el COVID-19 en el Balboa Sports Complex, en Encino.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)
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En una fría tarde de enero, Selda Hollander, de 86 años, se sentó en el césped junto a un campo de béisbol, en Encino.

Aunque era elegible para aplicarse la vacuna contra el COVID-19, Hollander no había sorteado el sistema de citas en línea o por teléfono. Se había enterado que había una fila de espera no oficial en el Balboa Sports Complex, y decidió probar suerte allí. “No sé si vale la pena”, reconoció, temblando levemente mientras se abrazaba las rodillas para protegerse del frío. “Estoy aquí esperando la vacuna, pero podría enfermarme por el clima”.

Hollander es una de las innumerables personas de la tercera edad que se enfrentan al difícil lanzamiento del plan de vacunación contra el COVID-19 en la región. Los mayores de 65 años han descubierto que ser elegible para la vacuna es una cosa; recibirla de hecho, es otra.

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El sistema creado por el condado de Los Ángeles parece, en muchos sentidos, ser una cuestión de jóvenes: se necesitan habilidades en las redes sociales, conocimientos de tecnología, tener un transporte confiable e incluso una cierta resistencia física para obtener una de las codiciadas dosis. Eso deja a algunos de los residentes más vulnerables del condado en una seria desventaja.

“La edad es un factor de equidad, y debe considerarse de esa manera”, remarcó Fred Buzo, director estatal asociado de AARP California, quien ha trabajado en el comité asesor de vacunas para la comunidad, del gobernador Gavin Newsom, desde sus inicios. “Especialmente cuando se trata de esta crisis”.

Según datos del Departamento de Salud Pública de California, los residentes del estado mayores de 70 años que contraen COVID-19 tienen 24 veces más probabilidades de morir a causa del virus que los más jóvenes.

Y aunque las comunidades latinas y negras se han visto afectadas de manera desproporcionada por la pandemia, resaltó Buzo, “la edad fue realmente el único factor que atravesó todos los datos demográficos”.

Sin embargo, los angelinos mayores de 65 años citaron una serie de barreras entre ellos y la vacuna, la tecnología entre las más destacadas. Muchos residentes, y sus hijos y nietos, pasan horas tratando de asegurar una cita en el ineficaz portal en línea. Las llamadas a la línea telefónica de citas a menudo no reciben respuesta alguna. “Tuve que inscribir a mi abuela ingresando a la web del condado a las 2 a.m., cuando el tráfico en el sitio era menor”, explicó Jamie Tijerina, quien vive al norte del centro de la ciudad.

Tijerina llevará a su abuela a su cita, pero le han dicho que deberá presentar un código QR al llegar, algo que requiere contar con un teléfono celular, o al menos una impresora digna.

Donna Spratt, una residente de Cerritos de 82 años que esperaba en la fila en el Lincoln Park, del este de Los Ángeles, reconoció que no sabía cómo usar el sistema en línea en absoluto. “Cuando te jubilas, pierdes contacto con estas cosas”, comentó. Así que debió llamar a su hija para que la ayudara a conseguir una cita, y a su hijo para que la llevara en auto unas veintitantas millas hasta llegar allí.

Pero conseguir un turno con éxito es solo una parte del desafío. Los cinco centros de vacunación masiva que maneja el condado son solo para personas con vehículo, lo cual significa que las personas mayores que no pueden conducir dependen de un amigo o pariente para acceder a ellos, o arriesgarse al costo y la exposición de llamar a un auto de viaje compartido o usar transporte público.

Durante una reunión de la Junta de Supervisores, el martes, la supervisora del condado de Los Ángeles, Hilda Solís, relató que recibió llamadas de varios adultos mayores que no podían presentarse a sus citas para vacunarse por limitaciones de transporte. Un hombre de 67 años le confesó que había tomado tres autobuses para llegar al Centro Médico del Condado de Los Ángeles-USC.

Solís le pidió entonces al condado que llegue a un acuerdo con los operadores de tránsito municipales y regionales, para proporcionar acceso directo a los sitios de vacunas.

Pero incluso en los sitios, la accesibilidad es un problema. El centro de vacunación administrado por la ciudad en el Dodger Stadium también es solo para vehículos, y numerosos residentes reportaron haber pasado hasta cuatro horas en la fila. Andrea García, portavoz del alcalde Eric Garcetti, destacó que hay baños portátiles en el lugar, pero varias personas mayores no pudieron encontrarlos.

“Avancé en la fila poco a poco, durante dos horas”, escribió un residente de Eagle Rock en Facebook. “Mi horario de cita ya había pasado hacía mucho, y el llamado de la naturaleza me obligó a marcharme. Fue imposible conseguir otro turno”.

Otra persona dijo que consideró comprar un pañal de adultos para la espera. “Este es un gran problema para las mujeres, y en particular para las mujeres y los hombres mayores de cierta edad”, comentó, y agregó que la cuestión le causó tanta ansiedad que consideró cancelar su cita.

Los sitios donde se puede ingresar a pie, que incluyen clínicas comunitarias y espacios administrados por el Departamento de Bomberos de Los Ángeles, tampoco están exentos de dificultades. En las clínicas de Lincoln Park y Crenshaw Christian Center no es raro ver filas de automóviles dando vueltas en busca de espacios para estacionarse. Algunas personas mayores debieron dejar sus autos a varias cuadras de distancia, y luego caminar.

“Es una payasada”, afirmó Max Tolkoff, de 65 años, sobre el despliegue de la ciudad para las personas mayores hasta ahora. Tolkoff se sometió a varias cirugías de espalda el año pasado y usaba un andador rodante para llegar hasta la fila en el Lincoln Park, en una reciente tarde ventosa.

“Con suerte, esto mejorará en un par de semanas”, deseó.

Según Buzo, de AARP, parte de la razón por la que la implementación fue tan desafiante para los residentes mayores de 65 años es la falta de transparencia sobre los niveles de suministro y la disponibilidad de turnos. Hay una gran necesidad de coherencia, remarcó. El “enfoque de tablero de ajedrez”, dijo, creó una confusión sustancial, particularmente cuando el estado y el condado no acordaban sobre qué niveles y grupos etarios eran elegibles para vacunarse. Finalmente, le complació que el estado haya pasado a una prioridad según la edad, y destacó que las preocupaciones de las personas mayores deben seguir siendo un factor a tener muy en cuenta.

Pero la falta de información clara creó un terreno fértil para los rumores, y las redes sociales se han convertido en una fuente de información tan grande como la mayoría de los canales oficiales. En NextDoor y en los grupos de Facebook del vecindario, la gente intercambia consejos sobre cómo lograr una cita.

Según una residente del Área de la Bahía llamada Michelle, quien pidió que no se usara su apellido, la única forma en que pudo conseguir un turno para sus padres en Los Ángeles fue configurando una alerta de Twitter en su teléfono.

Después de luchar bastante con el sistema, Michelle encontró espacios en un sitio sin ascensor en San Fernando, que inicialmente pensó que sería más seguro porque estaba al aire libre. “Luego pensé: ‘Espera un minuto; incluso en Los Ángeles hace frío, y a veces llueve. ¿Qué harán mis padres si eso pasa?”, comentó. “Cuando empiezas a pensar en toda la logística, parece poco práctico”. Que se deba pedir a las personas mayores que acudan a un sitio público, a menudo durante horas, es contradictorio con todas las pautas pandémicas que tuvimos hasta ahora, remarcó.

Michelle intentó llamar al Departamento de Salud Pública y al Departamento de Bomberos para preguntar sobre las condiciones en el sitio. Su madre, de 85 años, depende de un tanque de oxígeno portátil, y quería saber si el lugar tendría un suministro adicional a mano en caso de que fuese necesario durante la espera; nunca recibió respuesta.

De vuelta en Balboa, Hollander contemplaba el panorama de la tarea que tenía entre manos mientras temblaba en la hierba. “A mi edad, sientes ¿vale la pena vivir?”, comentó. Su esposo falleció en julio pasado y, aunque no tenía COVID-19, no le permitieron visitarlo en el hospital. Su perro murió una semana después, de tristeza, dijo. “No puedo salir por [la pandemia], no puedo hacer cosas”, expresó. “Solo se permitieron ocho personas en el funeral de mi esposo”.

A pesar de las condiciones inhóspitas en la fila, Hollander recuperó lentamente su fe a lo largo del día. Un joven le ofreció su silla plegable; más tarde, alguien le brindó una manta.

Casi cinco horas después de llegar al lugar, Hollander dejó atrás el fuerte frío e ingresó a un edificio de ladrillos rojos. Allí se sentó, se arremangó, y fue vacunada.

Ahora espera que aplicarse la segunda dosis no sea tan agotador.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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