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Traté de iniciar una ‘cápsula pandémica’ para mi hija de 5 años. Pero todo salió mal

Cindy Carcamo crafts with her 5-year-old daughter at home in Santa Ana
Cindy Cárcamo hace manualidades con su hija de 5 años en casa, en Santa Ana. Carcamo intentó iniciar una cápsula pandémica para Cora, pero la búsqueda de la familia adecuada nunca llegó a buen término.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)
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Mi hija de 5 años comenzó a resentir su situación a finales de marzo, poco después de que las escuelas cerraran y de que prohibiéramos los juegos con amigos y los viajes a Chuck E. Cheese.

A medida que la pandemia envolvía el sur de California y Cora se daba cuenta de que no vería a sus amigos durante algún tiempo, su creciente frustración se manifestó en el mal comportamiento, buscando enfrentamientos y azotando la puerta. Intenté ser paciente, pero fallé más veces de las que me gustaría admitir.

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Siempre que Cora escuchaba “coronavirus” en el radio, nos gritaba que lo apagáramos.

Cindy Carcamo decides on an activity to do with her 5-year-old daughter at home in Santa Ana
Cindy Cárcamo escoge una actividad para hacer con su hija de 5 años en su casa de Santa Ana. Cuando la pandemia envolvió el sur de California, Cora se dio cuenta de que no volvería a ver a sus amigos durante algún tiempo.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

“¡Odio el coronavirus!”, declaró en voz alta.

Cora se convirtió en mi sombra, siguiéndome por la casa. En un momento, se quedó dormida detrás de mi silla, mientras escribía una nota en el plazo límite. Ya casi no jugaba sola en su habitación. Cuando lo hacía, llamaba constantemente solo para comprobar que estaba cerca: “¡Mamá!”.

Al principio, me pregunté cómo sería establecer una cápsula social para proporcionar a Cora la socialización que necesitaba desesperadamente.

Escuché que las familias creaban cápsulas para sus hijos, principalmente con fines educativos. Había leído noticias sobre esto y había visto a algunas de mis amigas madres mencionarlas en su Facebook. Pero ¿qué era una cápsula? ¿Cómo se forma una? ¿Era esto factible? Tenía tantas preguntas. Lo investigué.

Cindy Carcamo crafts with her 5-year-old daughter at home in Santa Ana
Cindy Cárcamo trabaja en una manualidad con su hija Cora. Cada vez que la niña de 5 años escuchaba la palabra “coronavirus” en el radio, les gritaba a sus padres que lo apagaran.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

Una cápsula debe ser pequeña, no más de 10 personas, escribieron algunos expertos. Otros sugirieron redactar un contrato en el que se establecieran las reglas y directrices. Todos estuvieron de acuerdo en que la confianza era de suma importancia. Todo parecía desalentador y tenía serias dudas.

“Es demasiado arriesgado”, pensé. La idea necesitaba procesarse.

No fue hasta el verano cuando mi hermana, una doctora, comenzó una cápsula para su hijo de 11 años, con otra familia, cuando consideré seriamente la idea. Mi búsqueda de la familia adecuada me llevaría a una madriguera de incomodidad, rechazo y frustración.

Pero primero teníamos que pasar la primavera. Mi esposo y yo tenemos la suerte de laborar desde casa, pero nuestros trabajos requieren mucha concentración. Tener a Cora cerca mientras trabajábamos parecía insostenible.

Carolina, la cuidadora de tiempo parcial de Cora, tiene una guardería en su casa que está a 10 minutos en auto de nosotros. Fuimos bendecidos cuando aceptó convertirse en la niñera a tiempo completo de nuestra hija. Con las escuelas cerradas, sus clientes, en su mayoría profesores de una escuela local, ya no la necesitaban. Ella estaba feliz de cuidar a un solo niño, afortunadamente, nuestra Cora, y minimizar su exposición.

Cora también asistía al preescolar virtualmente desde casa una vez a la semana. La maestra hizo todo lo posible por mantener a los estudiantes interesados, pero Cora se distrajo fácilmente, se aburrió y se sintió cada vez más frustrada. Ella comenzó a discutir, a hacer berrinches y a azotar la puerta de su habitación en protesta.

Tenía el presentimiento de que la creciente mala conducta de Cora era normal, dadas las tensiones de la pandemia, pero necesitaba una perspectiva externa.

“Ella es normal”, me dijo Laura Glynn, profesora de psicología de la Universidad Chapman. Más de dos tercios de las madres informaron un aumento en los problemas de conducta en sus hijos en edad preescolar desde que comenzó la pandemia, según una encuesta de mayo de la que Glynn forma parte en el Conte Center de UC Irvine.

Cindy Carcamo watches on as her 5-year-old daughter plays on a swing at home in Santa Ana
Cindy Cárcamo observa cómo su hija, Cora, juega en un columpio en su casa de Santa Ana. Con el aprendizaje en casa, ella se distraía fácilmente, se aburría y frustraba cada vez más.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

“En última instancia, los niños son resistentes”, me dijo Glynn. “Esta será una vivencia formativa y el tiempo revelará cuáles son los impactos duraderos, y eso realmente dependerá de la edad en la que experimenten esto”.

Una mañana a fines de marzo, Cora dijo que ya no quería ir a la “escuela Zoom”.

“Me pone demasiado triste”, declaró, con el labio temblando. “No quiero ver a mis amigos en la computadora”.

Decidimos sacarla.

Para compensar la escasez de reuniones de juegos, traté de convertirme en la mejor compañera de juegos de Cora: paseando por nuestro vecindario, escuchando podcasts educativos juntas, buscando hojas y rocas interesantes para una casa de hadas que planeamos construir. Incluso hizo un dibujo con lápices de colores del virus en un intento de comprenderlo.

En abril construimos castillos con Lego, inflamos nuestra piscina y comenzamos un jardín de pandemia con plantas de pepino, sandía y melón. En mayo, criamos a las orugas monarca que se convirtieron en mariposas y creamos pinturas de rosas primaverales. Incluso le conseguimos un conejito color caramelo que llamó Glitter. Nuestro jardín nunca produjo mucho, pero las hojas de sandía se convirtieron en el bocadillo favorito de Glitter.

A drawing made by writer Cindy Carcamo's daughter Cora
Un dibujo realizado por Cora, la hija de Cindy Cárcamo. Incluso hizo un dibujo del coronavirus en un intento de comprenderlo.
(Cindy Carcamo / Los Angeles Times)

Pero todo esto simplemente no fue suficiente para apagar el anhelo de Cora por la compañía de otros niños. Y nunca construimos esa casa de hadas.

En julio, me sentí aliviada cuando Carolina me dijo que una niña de 3 años regresaría a la guardería. Cora conocía a la niña y se habían llevado bien durante los tiempos previos a la pandemia. Pero la niña comenzó a emular a mi hija, imitaba a Cora. Pensé que era dulce. Cora no.

A pesar de las frustraciones de Cora con el preescolar a distancia, la inscribimos en un jardín de infancia virtual en su escuela de inmersión en español en septiembre. Me sentí aliviada de que comenzara a fortalecer esta lengua, algo importante para mí debido a mi ascendencia latinoamericana. Y tuvimos la suerte de que Carolina la ayudara.

Esta vez, Cora estuvo de acuerdo con ver a algunos de sus amigos en la pantalla. Obtuvo una calificación de “A” en todas sus materias. Me emocioné. ¿Sería esto suficiente para ella?

No lo fue. Cora todavía deseaba jugar con amigos, de cerca y sin cubrebocas. Quería tocarlos, abrazarlos.

En octubre, comencé mi incursión de reclutamiento para la cápsula. Lamentablemente, taché a un par de amigos que trabajaban fuera de casa o cuyos hijos seguían asistiendo presencialmente a la escuela.

En segundo lugar, comencé a observar que algunos de mis amigos con niños de la edad de Cora eran tan cuidadosos como nosotros. Para mí, eso significaba usar cubiertas faciales al aire libre, incluidos parques y áreas de juego, viajes mínimos a la tienda y no comer en el interior de los restaurantes.

Le planteé el problema a mi esposo, quien se describe a sí mismo como introvertido.

“No siento la necesidad de expandir la burbuja, pero me aflige Cora”, dijo. “Ahora, la única forma en que ve a las personas de su edad es en una pantalla de video. Me preocupa que pueda frenar su crecimiento emocional”.

Mi esposo dijo que consideraría formar una cápsula una vez que encontrara una familia.

Cora escuchó nuestra conversación e intervino: “Sabes, en la escuela de español los niños solían compartir comida conmigo”, comentó. “Realmente extraño hacer eso”.

Luego procedió a abogar por una reunión de juegos con “distancia social” con uno de sus compañeros de escuela, un chico del que está enamorada y por quien se desplaza activamente en su clase de Zoom. Recuerda haber jugado con él en el preescolar.

“¿Pueden llamar a sus padres, por favor?” suplicó ella. Pero yo no los conocía.

“Ya veremos”, respondí.

Decidí limitarme a las familias que conocíamos.

Primero en mi lista corta estaba mi amiga Ana, una terapeuta del habla con dos hijas pequeñas. Viven cerca y todos hablan español con fluidez. Perfecto, pensé. Pero ¿cómo plantear la posibilidad de una cápsula social?

Le conté cómo mi hermana mayor, la doctora, inició una cápsula y cómo me había animado a hacer lo mismo, por el bien de Cora.

“Se juntan y dejan que los niños jueguen sin tener que distanciarse socialmente o usar cubrebocas. Les da a los niños una especie de normalidad e interacción con los amigos”, le escribí. “¿Estarías abierta a ello? No dudes en decir que no si no estás preparada para ello. Sin presión”.

Me avergoncé anticipadamente cuando aparecieron los tres puntos en la pantalla de mi iPhone que indicaban que estaba escribiendo.

“¡Creo que es una gran idea!”, escribió. ¡Sí! Pero luego escribió más:

“Sin embargo, la abuela y su tío visitan los domingos y veo 2-3 clientes, uno de los cuales la madre comenzó a enseñar nuevamente en una escuela privada. No soy una súper candidata para una burbuja pequeña, pero desearía serlo”.

En una conversación, Ana me dijo que sospechaba que la abuela, su suegra, había salido de casa para apostar.

Así que eso fue todo.

Decepcionada, seguí con mi amiga Ingrid y su hija de 6 años, Olivia. Cora la adora y supe por conversaciones pasadas que la familia de Ingrid era muy cuidadosa y que Olivia asiste exclusivamente a la escuela virtual.

Para mi alivio, Ingrid dijo que estaba abierta a la idea. Pero cuando me preguntó si contrataba cuidados infantiles, la situación se puso un poco complicada. Le hablé a Ingrid de Carolina.

“¿Cuán cuidadosa es la niñera?”, Ingrid me envió un mensaje de texto.

Cuidadosa, le respondí, pero su esposo trabajaba en una fábrica que produce suministros médicos. Me dijeron que el personal llevaba cubrebocas, que estaban distanciados y que tenían cuidado.

Pero también le dije a Ingrid que no podía garantizar que ese fuera el caso.

Preparándome para el rechazo, traté de suavizar el golpe, para las dos.

“Sin presión”, le envié un mensaje de texto. “Mis sentimientos no se sentirán heridos si lo rechazas”.

Me dijo que quería dar “pequeños pasos”.

Ella agregó: “Sería increíble si pudiera ser tu niñera para poder mantener la burbuja bien ajustada. Las niñas podrían ir juntas a la escuela virtual. Solo fantaseando. ¿O no?”.

Pero Ingrid no hablaba español, una complicación para la educación de inmersión en español de mi hija. Además, no podía dejar a Carolina sin un ingreso, del que creo que había llegado a depender.

“Ojalá todos viviéramos en Nueva Zelanda”, le escribí con exasperación.

Realmente no volvimos a hablar de eso. En cambio, nos vimos en un parque al estilo 2020. Esto significaba usar cubrebocas y gritarles a nuestros hijos para que se mantuvieran alejados unos de otros y dejaran sus cubrebocas puestos.

Mi tercer y último intento con otra familia también fracasó.

Para entonces era noviembre y las tasas de infección habían comenzado a dispararse. Desanimada, puse la búsqueda en pausa. Desde entonces, el COVID-19 parece estar acercándose a nosotros. He tenido amigos y familiares que se enfermaron con el virus, así que por ahora estamos agazapados. Me siento derrotada.

Mi único éxito fue organizar una sesión de terapia de juego virtual semanal para Cora, en la que habla con una mujer encantadora sobre su día.

Además, su maestra me ayudó a programar una reunión para jugar en Zoom entre Cora y el pequeño que le gustaba. Estaba extasiada y parecía satisfecha de tenerlo solo para ella, a pesar de que estaba en una pantalla.

Y finalmente se está llevando mejor con la niña de 3 años en su guardería.

Sabe que su tía y su tío, ambos médicos, recibieron su primera ronda de vacunas hace unas semanas y que, con un poco de suerte, recibiremos la nuestra este año. Está empezando a hacer planes para el futuro.

“Después del coronavirus, podemos ir al parque acuático, ¿no?”, nos preguntó el otro día.

“Sí”, le respondí.

Durante las vacaciones de Navidad, jugó sola en su habitación durante un par de horas. Después de un largo silencio, me preocupé y miré dentro. Estaba sentada en su mesa para niños, dibujando un pingüino en papel negro con los crayones que nuestro amable vecino Ray le regaló en Navidad.

Cortó el pingüino y lo pegó en la pared de su dormitorio, cantó para sí misma y ya no me llamó, ni una sola vez.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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