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Columna: Una semana después, esto es lo que pasó con algunas de las personas sin techo expulsadas de Echo Park

Los restos del campamento en Echo Park.
Los agentes de la policía de Los Ángeles Adrián González, a la izquierda, y el sargento Matt Jacobs en los restos del campamento en Echo Park.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)
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Olga estaba nerviosa cuando contestó el teléfono.

“Necesito devolverte la llamada. Me están diciendo que tengo que irme”.

Hace una semana, Olga vivía en una tienda de campaña junto al lago Echo Park. Me comuniqué con ella en el hotel en donde la habían reubicado después de ser expulsada del parque, junto con aproximadamente otras 200 personas sin techo que habían construido un campamento similar a una comuna que, dependiendo a quién se le pregunte, era un espacio seguro o un refugio para criminales.

Cuando quedó claro que los funcionarios de la ciudad tenían la intención de cerrar el campamento donde había estado viviendo durante meses, Olga voluntariamente, aunque de mala gana, subió a un autobús con destino a lo que ella pensó que era un apartamento temporal que podría, algún día, convertirse en su residencia permanente. No fue exactamente lo que esperaba.

Terminó en una habitación de hotel en Century City, esperando quedarse durante meses. Pero ahora, con las restricciones de viaje disminuyendo a medida que los casos de COVID-19 continúan bajando, el hotel está reabriendo y las personas sin techo, bajo el programa Project Roomkey, financiado por el gobierno, deben irse.

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En el caso de Olga, eso significa otra habitación de hotel, ahora en Monterey Park, a millas de cualquier persona que ella conozca.

“No son sinceros”, dijo con amargura. “No hay una comunicación completa”.

Muchos políticos de Los Ángeles han considerado un éxito la limpieza de Echo Park.

El alcalde Eric Garcetti se jactó durante una conferencia de prensa de que era “la transición de vivienda más grande de un campamento en la historia de la ciudad”. La Autoridad de Servicios para Personas sin Hogar de Los Ángeles ha dicho que logró trasladar alrededor de 180 individuos bajo techo, la mayoría yendo a habitaciones de hoteles y moteles.

El concejal de la ciudad de Los Ángeles, Mitch O’Farrell, cuyo distrito incluye Echo Park Lake, ha puesto el número en más de 200, aparentemente usando sus propios cálculos. Y ha elogiado el fin de “un entorno caótico y peligroso”.

El concejal Joe Buscaino describió lo que sucedió como “mover a la gente que vive en nuestras calles a una situación mejor”. Incluso el concejal Mike Bonin, quien enfrenta su propia aflicción por los residentes hartos de una creciente línea de tiendas de campaña e incendios en las calles de Venice, señaló que fue un “gran logro” conseguir que se alojara a tantas personas.

Pero si los funcionarios de Los Ángeles esperaban gratitud de las personas sin techo que fueron reubicadas, deberán cambiar sus expectativas.

En los últimos días, escuché o hablé con más de una docena de personas que fueron expulsadas de Echo Park. Pocos estaban felices.

Desde la semana en que los trabajadores sociales llegaron al parque, flanqueados por manifestantes y una cantidad exagerada de policías de Los Ángeles con equipo antidisturbios, tales sentimientos se han vuelto comunes.

En una conferencia de prensa frente al Ayuntamiento de Los Ángeles, Ayman Ahmed, quien fue uno de los últimos en abandonar Echo Park después de que la ciudad los expulsara, se enfureció.

“Ni siquiera tengo mi Biblia. La tiraron”, dijo. “¿Y por qué? ¿Por qué nos desplazaron? ¿Por qué razón? ¿Por esta tontería de [Proyecto] Roomkey? Estas no son alternativas adecuadas. Lo que teníamos en Echo Park era un refugio”.

Aquellos que aceptaron habitaciones de hotel y motel explicaron que se sintieron maltratados y abusados injustamente por las estrictas reglas del Proyecto Roomkey. Algunos estaban listos para irse de esos espacios, lo que nos hace cuestionarnos si realmente podemos calificar de “éxito” la limpieza de Echo Park si las personas sin techo están tan descontentas con lo sucedido que se niegan a quedarse en la vivienda que se les ofrece.

Otros con los que hablé rechazaron la vivienda y se quedaron en las calles. Muchos continúan acampando junto a un Echo Park cercado.

Todos extrañan la comunidad que construyeron, incluso cuando muchos de los residentes de la zona aplauden la recuperación de un espacio público que habían perdido por las tiendas de campaña durante más de un año.

C.C., quien había estado viviendo en Echo Park desde noviembre, explicó que rechazó la reubicación en un hotel y, en su lugar, fue a la casa de un amigo por unos días. Ahora está en lo que ella llama una casa segura.

“Esa es mi casa y mi familia”, comentó sobre su tiempo en las orillas del lago. “Pudimos alimentarnos unos a otros, gracias a la comunidad, vestirnos, cuidarnos, construir juntos una cocina comunitaria. Teníamos una hermosa colectividad”.

Diana, quien fue colocada en una habitación del L.A. Grand Hotel Downtown con su novio, Wic, habló con nostalgia de la cocina comunitaria. “Tuvimos tantas donaciones diferentes”, comentó. “Había tantos alimentos diversos, botellas de agua, galletas saladas, pan, tanta fruta. Lo que sea que quisieras elegir”.

“Comimos mejor en Echo Park que en el hotel”, agregó Wic. “Ni siquiera voy a mentir”.

Aunque la pareja vivió en el campamento durante meses, fueron de los primeros en ofrecerse como voluntarios para irse. Wic, un aspirante a rapero de Miami, echó un vistazo a los agentes de policía con equipo antidisturbios y supo que era el momento.

“No quiero ser un rapero muerto”, señaló.

Brenda, otra residente sin hogar del parque, dijo que también le tenía miedo a la policía. Pero en lugar de aceptar una oferta por una habitación de hotel o motel, decidió acampar frente a la oficina de O’Farrell durante unos días. Desde entonces, añadió, ha vuelto a dormir en otras banquetas, la mayoría de ellas no lejos de Echo Park.

“Simplemente no podía sentarme en una habitación yo sola”, comentó la mujer de 60 años, tomando un descanso de lavar la ropa. “No te dejan hablar con ninguna de las personas que están allí contigo”.

Brenda había oído hablar de las reglas que vienen con Project Roomkey: los toques de queda, los controles de temperatura para detectar COVID-19, la falta de privacidad. Temía que aparecieran agentes de policía para hacer cumplir esas reglas si ella las desobedecía.

Sin embargo, Project Roomkey tiene sus ventajas. Diana dijo que varias personas en los cuartos vecinos del L.A. Grand Hotel también vivían a orillas del lago Echo Park. Ella notó que tienen “la tranquilidad de tal vez tener una habitación”.

Pero ella y muchos de los otros recién alojados en hoteles también hablaron del miedo muy real de ser expulsados una vez más. Saben que Project Roomkey no durará para siempre, y vivir en una habitación durante algunas semanas o meses no parece, como Bonin lo declaró, un “gran logro”.

“Al final del día, tenemos un límite de tiempo en el que debemos irnos”, comentó Wic. “No han pensado adónde vamos a ir, porque no todo el mundo va a conseguir vivienda. Al menos eso es lo que me dijeron”.

Wic comentó que prefería irse con Diana antes de que los echaran.

Olga ha luchado contra el mismo pensamiento. Pero, por ahora, está dispuesta a probar Monterey Park, aunque no sabe nada sobre el hotel en el que se alojará. Ella sabe que no se adaptaba a la vida en Century City y que perdió algo que probablemente nunca recuperará.

“Fui a Ralphs y me sentí mal vestida. Al menos en Echo Park había hípsters”, comentó Olga. “No tenía las joyas ni la ropa adecuada. No encajo. Realmente extraño a mi comunidad”.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

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