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Arrastrar a la familia para recibir una vacuna contra COVID-19, un brazo a la vez

Jackie Cornejo se sienta en la oficina de su casa en Los Ángeles, donde hace citas de vacunación para su familia.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)
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Jackie Cornejo tomó la mano de su padre por última vez el 31 de enero, cuando murió por complicaciones de COVID-19. Ricardo Cornejo era “un verdadero guerrero”, su amado viejito, quien le enseñó a su hija a ser generosa y fuerte.

Mientras ayudaba a organizar el funeral de su padre, hizo una cita para que su madre, Martha, se vacunara. Cuando los trabajadores del servicio de alimentos fueron elegibles para la inyección, hizo una cita para su hermano pequeño. Luego uno para sus suegros, su madrina, una hermana y amigos. Al menos nueve, hasta ahora.

“Ha sido terapéutico de alguna manera ayudar a la gente de mi mundo para que reciba la vacuna”, comentó Cornejo, quien trabaja en políticas de vivienda para Los Ángeles cuando no está coordinando citas de inoculación. “Ha sido un poco estresante, pero también ha sido parte de cómo lo he estado afrontando. Mi papá nunca tuvo la oportunidad”.

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Cornejo es una cazadora de vacunas, una heroína no oficial en la era del coronavirus. Con teléfonos inteligentes y tabletas, PC y Mac, estos luchadores de internet atraviesan las barreras que se interponen entre los brazos de sus seres queridos y las agujas llenas del antígeno de Pfizer, Moderna o Johnson & Johnson.

Esas barreras son múltiples. El proceso de registro es complicado. No todo el mundo tiene acceso a internet. El suministro de vacunas ha sido irregular y ahora la oferta de Johnson & Johnson está suspendida debido a la preocupación de que pueda causar coágulos de sangre. Algunas personas no confían en el gobierno, otros, en la ciencia.

Ricardo Cornejo poses for a portrait
Jackie Cornejo perdió a su padre, Ricardo Cornejo, a causa de COVID-19 el 31 de enero.
(Courtesy of Jackie Cornejo)

En California, los residentes negros y latinos se han enfermado y muerto de COVID-19 en tasas más altas que otros grupos, y sus índices de vacunación también han sido bajos.

Lo que significa que muchas familias requieren de un cazador de vacunas. Hasta que no los necesitan. Porque a veces estos salvadores autoproclamados, alimentados por el amor, el deber y un sentido de que el otro sabe más, pueden convertirse rápidamente en el fastidio de la familia.

O como advirtió la madre de Cornejo a la mujer de 37 años que no dejaba de enviar enlaces de citas a familiares, “Te deberías de calmar un poquito”.

Pero cuando eres la cazadora de vacunas, “estás montando tu caballo, armas en llamas. Es algo que puedes hacer en un año en el que no se pueden realizar las cosas que uno quiere y le gusta hacer”, explicó Alison M. Buttenheim, profesora asociada e investigadora de salud pública en la Escuela de Enfermería de la Universidad de Pensilvania.

“Una desventaja es que cruzas una línea”, dijo. “Puedes interferir con una relación maravillosa y de confianza si dices: ‘Te hice la cita. Aquí lo tienes’”.

Buttenheim lo sabe de primera mano. Ella estudia los aspectos conductuales de la prevención de enfermedades infecciosas. Fundó Dear Pandemic, una campaña de redes sociales y un sitio web “donde las chicas nerds de buena fe publican información real sobre COVID-19”.

Y ella misma es una cazadora de vacunas.

Ella piensa que es divertido. En realidad.

Y es reconfortante, señaló, en un día de incesantes llamadas de Zoom, tener cinco navegadores abiertos en la pantalla de la computadora, actualizar constantemente los diferentes portales de citas, resolver problemas para familiares en cuatro estados. No es que dudaran; solo necesitaban ser empujados.

La mujer de 51 años ha agendado citas para su hermana y sus padres en Massachusetts y su marido en Filadelfia, donde viven con una hija adolescente que pronto será elegible para una inyección y, por lo tanto, a las atenciones de Buttenheim. Ella y su esposo también molestaron a sus padres en California y a su hija de 21 años, quien asiste a la escuela en Connecticut. Los tres finalmente reservaron citas.

Jennifer Eremeeva, hermana de Buttenheim, da conferencias en cruceros sobre historia rusa, mediterránea, arte y cultura. No ha trabajado en más de un año. Tiene que completar el papeleo que demuestre que está vacunada si quiere volver a su empleo cuando la industria reanude sus operaciones.

Los documentos de su línea de cruceros enumeraban las vacunas Pfizer y Moderna, pero no Johnson & Johnson.

“Alison no solo estaba buscando una cita para mí, sino para una vacuna de Pfizer o Moderna”, dijo Eremeeva. “Fue un regalo. No necesita conseguirme un obsequio de Navidad este año”.

Pero cuando se trataba de sus padres, que tienen 78 años, las cosas se complicaron más. La pareja de ancianos pasó gran parte de la pandemia con Eremeeva en Massachusetts, mientras esperaban ingresar a una casa de retiro en Pensilvania. Al principio, pensaron que se vacunarían cuando llegaran a su nuevo lugar. Pero eso no fue lo suficientemente bueno para cierta hija.

Así es como las hermanas cuentan la historia:

Buttenheim: “Dije: ‘No, no vamos a esperar tres semanas. Esto es vida o muerte para ti’. Finalmente vi dos citas a 15 millas de distancia. Se necesitó a mi hermana, mi sobrina, una computadora portátil, un iPad y mis padres parados allí con sus tarjetas de seguro. Se sintió urgente. No podía dejarlo en sus manos”.

Eremeeva, de 54 años, que estaba tratando de preparar la cena para su esposo, hija y padres mientras Buttenheim reservaba citas a casi 200 millas de distancia y el cachorro labrador negro ladraba: “Me sentí súper frustrada y un poco presionada. Pero ella estaba respondiendo a una necesidad de mis padres. Estoy muy agradecida. [Aún así,] cuando tienes un hogar multigeneracional, me siento como el relleno de una galleta Oreo. Y no en el buen sentido”.

Krysta Villeda se mudó de Los Ángeles a Washington, D.C., en 2012 para asistir a la escuela de posgrado y decidió quedarse. Pero eso no le ha impedido, bromea su madre, de intentar vacunar a toda su ciudad natal desde más de 2.000 millas de distancia.

Primero fue la abuela de Villeda, que tiene 78 años y vive en South Gate. Después de tres horas en un sitio web que fallaba constantemente, Villeda finalmente le reservó una cita a la anciana en el Centro de Salud Comunitario Kedren en el sur de Los Ángeles. Uno de sus hijos la llevó.

“Algo que realmente me frustró es que nadie más en mi familia tomó la iniciativa de agendar una cita con ella o hablar al respecto”, comentó la mujer de 32 años. “Creo que simplemente asumieron que iba a suceder”.

Su tío pidió ayuda a continuación. Desde que comenzó la pandemia, Villeda también lo ha ayudado a presentar reclamaciones por desempleo cada dos semanas. Mantuvo un registro de los requisitos para las vacunas en el estado de Washington para su hermana menor en Seattle, quien estaba programada para recibir la inyección el viernes, y las pautas de Orange para ayudar a su hermanastra, quien fue vacunada a fines de marzo.

Carlos Villeda, su padre de 54 años, era el cliente más difícil. El residente de Bellflower dudaba porque le preocupaban los efectos secundarios.

Entonces, Villeda le envió dos videos de TikTok que había hecho de sus propias vacunaciones como parte de su trabajo en Project Pulso, una empresa emergente de medios digitales sin fines de lucro que produce contenido para la comunidad latina.

“En general, mi recomendación es que planees quedarte en casa al día siguiente si puedes, por si acaso”, dice en TikTok, con un cubrebocas de flores y sosteniendo un globo de “cumpleañera” después de su segunda inyección. “Por lo menos, no planee nada importante inmediatamente después. Pero, honestamente, no fue tan malo para mí como esperaba”.

Su arma secreta era una amenaza de hija. No ha estado en casa desde diciembre de 2019. Debido a su trasplante de riñón, le dijo a su padre, “si no te vacunas, probablemente no me verás mucho, o si lo haces, me vas a ver desde lejos”.

El 1 de abril, el día en que se abrió la elegibilidad para los mayores de 50 años, Carlos cedió. Villeda entró en acción.

“Yo era escéptico, pero lo hice por ella”, comentó Carlos. Luego se rio. “No pensé que me iba a decir que fuera al día siguiente”.

La mayoría de los familiares de Villeda querían vacunarse, comentó. Pero sabía que, si no intervenía y ayudaba, su tasa de éxito sería lenta y dudosa.

“No están muy en línea y no saben exactamente cómo ni dónde registrarse”, señaló en un mensaje a través de Twitter. “Definitivamente sentí que la carga recaía sobre mí para hacer esto”.

Carina De Los Santos sintió una responsabilidad similar. Haciendo fila en Kedren un lunes ventoso de abril, esperando su segunda inyección de Moderna, habló sobre la muerte de un tío por COVID-19.

“Se fue bastante rápido”, dijo la mujer de 43 años de Maywood, quien trabaja en el departamento de contabilidad de una empresa de servicios de alimentos. “No pensamos que iba a suceder. No tenía ningún problema de salud. Fue un shock. Su esposa también estaba contagiada”.

De modo que De Los Santos buscó citas para dos tías que “no tienen un gran conocimiento de la informática” y una prima que tenía problemas para conseguir agendar una inoculación. Fueron necesarios varios días de almuerzo y otras pausas laborales antes de que sus esfuerzos valieran la pena.

“El hecho de su edad y que algunas tienen problemas de salud, sentí que tenía que darles un pequeño empujón”, comentó. “Después de eso, depende de ellas”.

Las investigaciones han demostrado que incluso las personas con la intención de vacunarse tienen problemas para seguir adelante, señaló Buttenheim de la Universidad de Pensilvania. Solo alrededor del 45% de los adultos en Estados Unidos se inoculan contra la gripe cada año. “Muchos más” tienen la intención de hacerlo, explicó, pero simplemente no lo hacen.

“Somos humanos muy holgazanes”, comentó. “Tenemos estos grandes cerebros. Vivimos en un entorno que nos brinda mucha información. Una respuesta adaptativa es buscar atajos. Buscamos aquello que sea fácil de hacer o que sea brillante y atractivo. Si lo que quiere realizar, en cuanto al cuidado de la salud no es fácil, busque otra cosa que hacer”.

Ana Lara, de 46 años, agendó citas de vacunación para su madre, su padre y su abuelo a la misma hora y en el mismo lugar a principios de marzo. La residente de Oakland los acompañó para obtener su primera dosis de Moderna. Su hermana los llevó para su segunda inyección.

Luego, el tío de Lara en Salinas se acercó a su mamá: “¿Podrías preguntarle a las niñas si pueden encontrar una vacuna para mí?”.

Hace varias semanas, Lara se comunicó con un centro de salud local para ver si su tía, que trabaja en una fábrica de tortillas, calificaría para la vacuna. La respuesta fue que sí. Lara le envió un mensaje de texto a su tía con la buena noticia y puso a la mujer de 61 años en una lista de espera.

“Sí, está bien, mija”, fue la respuesta. Pero cuando llegó el momento de programar la vacuna, la tía se resistió. Lara retrocedió para darle a su tía un poco de espacio para reconsiderar. Desde entonces, su tía ha vuelto y Lara está de caza una vez más.

Es asistente administrativa de la ciudad de Oakland y trabaja desde casa. Cada vez que veía un tweet o un mensaje de Facebook que decía que había citas disponibles, se tomaba un descanso y miraba.

Lara buscó en su tableta, desde la mesa de la cocina, el espacio de su oficina en casa, mientras veía la televisión. Encontrar citas estuvo “siempre en mi mente” porque la prioridad de ella y su hermana es su familia, señaló.

Vacunarlos “significaba que podíamos estar con nuestros padres”, indicó en un mensaje de Twitter. “Fue muy difícil al principio, mi papá se deprimió y se puso muy enfermo. No visité a mi abuela durante unos 10 meses”.

Se sentía “agobiada a veces”, explicó, “pero ayudar a mis padres siempre ha sido parte de ser la hija mayor”.

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