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“Todo el mundo se está infectando con COVID”: Eso no significa que usted también deba intentar contagiarse

LAUSD students and staff wait in line for a COVID-19 test at a walk-up site at El Sereno Middle School.
Los estudiantes y el personal del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles esperan pruebas de coronavirus en El Sereno Middle School.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

Los casos de la variante Ómicron están aumentando. Pero un médico del sur de Los Ángeles dice que algunos residentes negros y latinos que dudan de la vacuna se resignan a contagiarse

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Las últimas estadísticas son aterradoras. O, al menos, deberían serlas.

En la semana posterior a la víspera de Año Nuevo, el condado de Los Ángeles registró aproximadamente 174.000 casos de COVID-19, o casi el 1.7% de todos los angelinos. Solo el jueves, alcanzamos un récord de 37.215 nuevos contagios, principalmente impulsados por la variante Ómicron extraordinariamente contagiosa, que ahora representa cerca del 85% de infecciones de coronavirus en toda la región. El viernes batimos otro récord, con 43.712 recientes brotes.

El aumento es tan grave que los funcionarios de la ciudad están cancelando licencias por enfermedad, ofreciendo horas extra y ordenando turnos más largos solo para mantener los servicios de seguridad pública, mientras que más de 1.000 policías, bomberos y paramédicos están contagiados con COVID-19. Las salas de emergencia están saturadas.

En todo el estado y en el país es casi la misma historia.

“No creo que hayamos visto el punto máximo”, enfatizó Rochelle Walensky, directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por sus siglas en inglés), al programa “Today” el viernes, y agregó que “los hospitales en este momento están llenos de personas que no están vacunadas”.

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Sin embargo, en el rincón de California del doctor Roberto Vargas, en el sur de Los Ángeles, donde ha estado ayudando a liderar un esfuerzo para persuadir a los residentes negros y latinos que dudan en vacunarse, lo que oye no es terror por Ómicron, sino resignación. Y, quizá más preocupante, lo que escucha cada vez más es la rendición.

“Había personas que decían ‘está bien, pude haberme escondido y mantenido alejado de la gente de manera segura’, pero eso no parece que vaya a importar”, relató Vargas. “Así que, ahora, esta próxima ola significa ‘todos se están contagiando de COVID. ¿Por qué no me contagio y ya?’”.

Si eso suena tonto y más que fatalista, bueno, lo es. Tanto como llevar a los hijos a una “fiesta de COVID-19” para infectarlos deliberadamente para que, en teoría, tengan inmunidad natural cuando, en realidad, podrían terminar fácilmente en cuidados intensivos.

Sin embargo, esta mentalidad relativamente nueva ha creado otro desafío para los funcionarios de salud pública que intentan ofrecer el mensaje más eficaz para que las personas se decidan a aplicarse los antígenos.

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Como recordatorio, el 75% de los residentes del condado de Los Ángeles se han aplicado al menos una dosis de una vacuna, el 67% está completamente inoculado y alrededor del 25% han recibido un refuerzo. Pero casi la mitad de los residentes negros y latinos siguen sin vacunarse.

El problema con Ómicron es doble.

La primera parte es el pensamiento (en evolución) de que esta variante causa infecciones más leves y es menos letal que las cepas anteriores, lo que en general es cierto, pero no siempre, particularmente entre aquellos que no están vacunados o que no tienen refuerzos.

No obstante, Vargas me contó sobre un miembro de la familia que se había negado a inocularse y contrajo COVID-19 durante las festividades. Afortunadamente, se recuperó sin necesidad de ser hospitalizado, pero consideró que la experiencia de una infección por coronavirus “no es tan mala”.

“Estaba tan enojado”, recuerda el vicedecano de la Universidad de Medicina y Ciencias Charles R. Drew. “Es un mensaje difícil de dar [sobre las vacunas] porque la actitud actual es, bueno, todo el mundo se está contagiando con COVID, y la gente está mirando a su alrededor y ve que muchas personas tienen coronavirus y no mueren”.

De hecho, a partir de esta semana, los hospitales del condado estaban atendiendo solo a una fracción de los pacientes positivos al coronavirus que habían tratado en este mismo lapso el año pasado, cuando la mortal variante Delta circulaba más ampliamente que en la actualidad.

“Esto puede cambiar, obviamente”, advirtió el jueves la directora de Salud Pública del condado de Los Ángeles, Bárbara Ferrer. “Las hospitalizaciones son un indicador rezagado. Y a medida que aumentan los casos, poco después, comenzamos a ver los incrementos en los ingresos”.

Los hospitales ya están lidiando con la escasez de personal por su cuenta, ya que las enfermeras y los médicos se reportan como enfermos.

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“Así que esa es la diferencia real entre lo que hay ahora y lo que teníamos, por ejemplo, durante el aumento de Delta”, explicó Ferrer, “donde había muchos pacientes que necesitaban atención hospitalaria, pero no esta tasa de infección vertiginosa que realmente dificultaba mucho el hecho de que hubiera suficiente personal para atender a las personas”.

Eso nos lleva a la segunda parte del problema, que es la sensación de que contraer COVID-19 ahora es inevitable, ya sea que uno se encuentre vacunado o no.

Incluso yo pensaba de esta manera cuando hice un viaje al Medio Oeste durante las festividades. Llegué justo cuando la variante Ómicron, que es de dos a cuatro veces más contagiosa que la variante Delta, había comenzado a surgir.

Dondequiera que fui, la gente estaba enferma. Toser y estornudar, moquear y sonarse la nariz. Todas las farmacias que visité se encontraban agotadas de medicamentos para el resfriado y la gripe. Las pruebas de coronavirus de todo tipo eran imposibles de conseguir.

Observé cómo las personas inoculadas que habían pasado meses utilizando cubrebocas meticulosamente y el distanciamiento social casi se rindieron, entregándose a la inevitabilidad de todo. La gente no vacunada también.

Estaba casi listo para unirme a ellos. Entonces me enteré de mi tío. Llámelo un golpe de realidad.

Un sobreviviente de cáncer de unos 70 años que está inoculado y con refuerzo, de alguna manera había contraído COVID-19. Ómicron o Delta, no estoy seguro. Ahora se encuentra sedado y con un ventilador, está siendo bombeado con una gran cantidad de fármacos, algunos de ellos experimentales.

De alguna manera, tiene suerte. Cuenta con un excelente seguro médico y vive al otro lado de la calle de una sucursal de la Clínica Cleveland, que cuenta con un personal bien abastecido y está bien provisto. Eso es como un privilegio, particularmente dentro de las comunidades negras y latinas más pobres.

De hecho, esto llega al argumento principal de Vargas para los jóvenes en muchos vecindarios del sur de Los Ángeles que ven los casos de Ómicron y piensan: “¿Por qué no simplemente me contagio?”.

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La mayoría, él sabe, no son como mi tío, con su seguro privado y acceso a hospitales de última generación. Es todo lo contrario.

“Siempre he tratado de ver nuestros datos desde una confluencia de tasas bajas de vacunación y sin acceso a recursos de atención médica. Y luego decir, está bien, realmente tenemos que hacer todo lo posible para que la gente se vacune”, detalló Vargas. “Porque si se enferman, es muy probable que mueran, ya que no van a llegar a un buen centro de salud”.

A Vargas también le preocupa lo que sucederá cuando el COVID-19 se convierta en una enfermedad más endémica. ¿Tendrán los residentes del sur de Los Ángeles acceso fácil a nuevos y costosos medicamentos y terapias para tratar el COVID-19, como el tratamiento antiviral oral Paxlovid de Pfizer?

“¿Las píldoras estarán disponibles?”, preguntó. “¿O, desafortunadamente, las disparidades se están ampliando?”.

Agregue a eso la prevalencia de enfermedades crónicas en el sur de Los Ángeles, desde la obesidad hasta la diabetes y la hipertensión, mientras las comunidades negras y latinas pobres tienen el mayor riesgo de resultados negativos, incluso ante una infección leve de COVID-19.

Vacunarse es la única forma de evitar algunas de estas disparidades de larga data, que continúan ampliándose a pesar de más de dos años de una pandemia que ha dejado al descubierto el sistema de salud para que todos en el gobierno lo vean.

Una persona no inoculada en el condado de Los Ángeles tiene 38 veces más probabilidades de necesitar hospitalización que un individuo vacunado y con refuerzo, como informaron mis colegas Luke Money y Rong-Gong Lin II.

“Cuando hablamos del mensaje, la próxima ola de esta narrativa realmente tiene que ser que las personas que están siendo hospitalizadas y muriendo son en gran parte las no inoculadas”.

Los no vacunados, los pobres, los negros y los latinos.

Si quiere leer este artículo en inglés,haga clic aquí.

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