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Fernando Arroyos regresó a su ciudad natal para ser policía y murió ante la violencia de LA

Fernando Arroyos
El agente de policía Fernando Arroyos fue asesinado a tiros el lunes por la noche en una calle del sur de Los Ángeles no muy lejos de donde creció.
(LAPD)

Como muchos en Los Ángeles que son abatidos por disparos sin sentido, Arroyos era de esta ciudad, un joven que tenía una vida por vivir, sólo para que se la arrebataran.

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Cuando el teniente de policía de Los Ángeles Rex Ingram leyó por primera vez un informe policial escrito por el agente Fernando Arroyos se dio cuenta de que el joven oriundo de Los Ángeles y novato en la agrupación tenía algo especial.

Para empezar, sabía escribir mejor que la mayoría de sus compañeros de la policía de Los Ángeles, y que algunos de sus jefes.

“Así que le pregunté dónde había ido a la escuela, y él, humildemente, dijo ‘LAUSD’” - o las escuelas públicas de Los Ángeles- recordó Ingram. “Y yo le pregunté: ‘¿Qué universidad?’. Y él respondió: ‘Cal Berkeley’”.

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La anécdota -de un hombre humilde, de vuelta a su ciudad natal después de ir a la universidad, todavía tímido sobre sus logros, aunque brillante en su trabajo- regresó a Ingram en un momento de luto esta semana, después de que Arroyos fuera asesinado a tiros el lunes por la noche en una calle del sur de Los Ángeles, no muy lejos de donde creció.

Como muchos de los que mueren en L.A. en robos y otros tiroteos sin sentido, Arroyos, de 27 años, era de esta ciudad, un joven latino con una vida plena por vivir. Al igual que otras personas asesinadas aquí -en 2021 hubo 397 víctimas de homicidio, la cifra más alta en 15 años-, dejó atrás a familiares, amigos y compañeros de trabajo, que ahora se preguntan: ¿Por qué él?

“Quiero recordar a mi hijo como un héroe por su trabajo”, dijo la madre de Arroyos, Claudia Karin, en una entrevista con KABC-TV Channel 7. “Como dijo el funcionario [de la policía] que se puso en contacto conmigo, no había razón para esto, porque era un buen policía”.

Sin embargo, su hijo era más que su trabajo, dijo.

“Como hijo, era el mejor. Como nieto, era el mejor”.

“Lo quería como a mi propio hijo”, dijo el padrastro de Arroyos, José Reyes, a la cadena de televisión. “Era un joven educado. Siempre se portó muy bien conmigo. Nunca discutíamos”.

En medio de una ola de atención en torno al asesinato de Arroyos, la familia pidió que no se hicieran más entrevistas, para tener espacio y tiempo para afrontar su pérdida.

Watts tuvo al menos 22 homicidios entre enero y noviembre en 2021, un aumento más de cinco veces mayor respecto a 2018. Pero “la gente tiene que entender que Watts no es sinónimo de delincuencia”, dice un residente.

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En Internet, activistas y críticos de la autoridad policial que no conocían a Arroyos, pero que están en desacuerdo con el legado de abusos del Departamento de Policía de Los Ángeles, han intentado desestimar su muerte, lanzando suposiciones sobre su causa basadas en poco más que sus propias percepciones negativas sobre la corporación y cualquiera que se una a ella.

Sin embargo, muchos en L.A. simplemente vieron otra vida perdida en otro estallido de violencia en una época de demasiadas muertes, tanto por tiroteos en la calle como por el COVID-19 y todo lo demás que estamos viviendo.

El jueves, decenas de ramos de flores y velas encendidas bajo un toldo blanco marcaron un altar en el patio afuera del apartamento de los padres de Arroyos en Leimert Park.

El vecino de Arroyos, Benedict Bernardez, de 52 años, dijo que todavía estaba incrédulo mientras miraba desde su casa hacia el patio, donde él y el policía a veces hacían ejercicio juntos.

“Cuando su madre me llamó hace un par de días y me comunicó la noticia, me quedé en shock”, dijo Bernardez, que vive en el complejo desde hace ocho años. “Era un chico tan bueno, un chico tranquilo”.

En un post de Facebook que circuló entre miembros del personal de L.A. Unified, Robert Schafer, que dijo haber enseñado ciencias a Arroyos en la escuela Crenshaw, lamentó su muerte como una pérdida sin sentido para la ciudad y para tantos que le conocían.

“Era un estudiante bueno y trabajador y un hombre de carácter”, escribió Schafer. “Todo el trabajo que puso para mejorar y lograr [sus] sueños, y toda la ayuda y el apoyo de la familia, los amigos, los compañeros y los profesores que felizmente aprovecharon la oportunidad para alentar y guiar a un joven tan prometedor, fueron borrados en segundos por una banda de asesinos y ladrones que acabaron con la vida de este hombre”.

Mario Quijada, otro profesor de Crenshaw High que entrenó a Arroyos a través del programa Students Run L.A., que enseña a los niños a fijarse metas mediante la preparación para un maratón, dijo que el policía siempre fue serio y diligente, y se esforzó por correr un medio maratón.

Las trabajadoras del sexo afirman que una ley de merodeo que se centra en ellas por sus lugares de reunión y su aspecto es discriminatoria, especialmente para las personas transgénero y negras.

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“Destacaba. Llevaba corbatas, cosas que los niños no hacen. Era muy profesional, llevaba corbata y saco”, dijo Quijada, que ahora es subdirector de otra escuela. “Trataba de encontrar su camino”.

El jefe de la policía de Los Ángeles, Michel Moore, dijo que Arroyos estaba fuera de servicio y había salido con su novia a ver una casa para comprar en el barrio de Florence-Firestone cuando tres sospechosos se presentaron en un coche e intercambiaron palabras -y luego disparos- con el joven agente. Moore lo describió como un intento de robo.

El Departamento del Sheriff del condado de Los Ángeles detuvo rápidamente a cuatro sospechosos en relación con el homicidio, y el jueves los fiscales federales los acusaron a todos ellos -Jesse Contreras, de 34 años; Ernesto Cisneros, de 22; Luis Alfredo de la Rosa Ríos, de 27, y Haylee Marie Grisham, de 18- de asesinar a Arroyos en colaboración con la banda Florence 13.

La denuncia alega que el grupo robó y asesinó a Arroyos “para aumentar y mantener la posición” dentro de la pandilla. Los investigadores dijeron que los homicidas vieron que Arroyos traía cadenas en el cuello y decidieron robárselas.

Moore dijo que Arroyos gritó a su novia que corriera, y que la estaba defendiendo cuando cayó. Dijo que el agente murió como un héroe. El jefe de la Comisión de Policía civil calificó a los asaltantes de cobardes.

Arroyos creció en un hogar con su madre, su abuela y su padrastro, asistió a la Escuela Primaria de la Calle 42 y a la Escuela Intermedia Audubon, se graduó de la Secundaria Crenshaw en 2012, se fue a Berkeley y obtuvo un título allí en estudios legales en 2016, y luego regresó a su casa en Los Ángeles.

En un momento de intenso escrutinio en torno a la profesión policial, quería ser policía, y hacerlo en su ciudad natal. Sus colegas dijeron que se había unido a la agrupación por todas las razones correctas.

Darneika Watson, que era la directora de la escuela primaria de la calle 42 cuando Arroyos estudiaba allí, dijo que se acordaba bien de él cuando vio su foto de policía. Era mayor en la imagen, por supuesto, pero tenía el mismo aspecto del niño que ella conoció.

“Su cara era tan dulce”, dijo. “Era un niño tranquilo y dulce. De espíritu apacible”.

Aunque la delincuencia y la falta de vivienda aumentan, muchos residentes de toda la vida están preocupados por el aburguesamiento, ya que los revendedores renuevan rápidamente las casas y ponen etiquetas con precios millonarios.

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Watson, conocida como la doctora Davis cuando fue directora de la calle 42 durante ocho años, es ahora jefa de recursos humanos y operaciones del Distrito Escolar Unificado de Glendale. Lleva 28 años en la educación en total, ha conocido a innumerables niños. Y sin embargo, Arroyos y su familia destacan claramente en su mente, dijo.

Era un niño “sin problemas”, el tipo de chico que era tranquilo pero que participaba en clase. Y la madre de Arroyos siempre fue amable en las interacciones que tenían.

“Era una familia muy responsable. No hay más que sentimientos y recuerdos maravillosos sobre esta familia, y especialmente sobre él”, dijo. “No me canso de decir lo dulce que era”.

Bernardez, el vecino, dijo que a menudo veía a Arroyos ejercitarse en el patio, después de hacer un turno nocturno.

“Se dedicaba mucho a su entrenamiento físico”, comentó.

En ocasiones, ambos levantaban pesas juntos, en un banco en la parte trasera del patio, no lejos del altar improvisado en su memoria.

“Se trataba de un joven inteligente y fuerte que podría haber conseguido muchas cosas en la vida”, dijo Bernardez. “¿Por qué ocurrió esto? nunca lo sabremos”.

A un metro y medio de la pared de bloques de hormigón del patio se encuentra el Centro de Aprendizaje Acacia, un instituto extraescolar dedicado a niños con autismo y discapacidad intelectual. Desde allí, Debra Penson, coordinadora del programa desde hace 22 años, dice que vio crecer a Arroyos.

“Parecía muy tranquilo y quizá un poco tímido”, dijo Penson. “Era muy reservado”.

Entonces, hace unos tres años, justo en el momento en que Arroyos se incorporó a la policía de Los Ángeles, Penson volvió a ver al chico que conoció en casa, pero diferente.

“Volvió hecho un hombre grande, fuerte, pero muy respetuoso, recto y educado”, señaló Penson. “Sinceramente, pensé que se había ido al ejército”.

“Estaba orgullosa de que tuviera una pasión en su vida”, dijo. “Es muy triste lo que pasó”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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