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Columna: Los japoneses se mantienen al margen de las Olimpiadas

People wearing face masks cross a street at sunset in the Shinjuku area of Tokyo.
Personas con mascarillas en el área de Shinjuku en Tokio. Las tasas de infección por COVID-19 han aumentado en la ciudad desde el inicio de los Juegos Olímpicos.
(Yuichi Yamazaki / Getty Images)

El aumento de casos de coronavirus en Tokio en medio de los Juegos Olímpicos ha dado a las personas en otras partes de Japón motivos para evitar la ciudad y aplazar los visitantes.

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Pero en las zonas rurales, como el pequeño pueblo en el que nació y creció mi madre, es la gente de Tokio la que alarma a los lugareños. Mientras que Tokio registró a principios de esta semana un récord de más de 5.000 nuevas infecciones en un solo día, Niigata, la prefectura natal de mi mamá, aún no ha registrado un día con más de 88 nuevas infecciones.

Mi abuelo se rio cuando le conté el cambio de planes.

En lugar de visitarlo y contar sobre esto, escribiría acerca de cómo no podría hacerlo. Eso le dio gracia.

Mi abuelo, ojii-chan, tiene 94 años. Tomando en cuenta lo joven que sonaba por teléfono, me sorprendió cuando me dijo la edad que tenía.

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Aun así, hubo momentos en nuestra conversación que me recordaron por qué debería visitarlo tan pronto como pudiera, como cuando le pregunté por los hijos de mi primo. La última vez que lo vi fue hace más de 20 años, el verano siguiente a mi graduación en la preparatoria.

Mi primo trabajaba y vivía en el área de Tokio, pero volvió a su casa hace un par de años con su mujer y sus hijos. ¿Cuántos niños hay allí?

“Tres”, oí una voz desde el fondo.

Mi abuelo se rio.

“Tu tío dice que tres”, dijo.

Llamadas como ésta se han convertido en una tradición reciente: llamar a la jikka de mi madre, o casa de mis padres, para avisar a los miembros de mi familia ampliada de que no iba a pasar a verlos. He visitado Japón dos veces en los últimos cuatro años por motivos de trabajo, pero mi agenda no me permitía tomar el tren bala Shinkansen de dos horas de duración desde Tokio hasta la parte occidental de la isla, donde cuatro generaciones de la familia Watanabe viven en la misma vivienda.

Esta vez, el impedimento era el COVID-19.

Al coincidir la quinta oleada de la pandemia con los Juegos Olímpicos, los extranjeros son vistos en este momento con recelo en Tokio. Los medios de comunicación japoneses han relatado sin descanso el comportamiento potencialmente peligroso de los visitantes relacionados con las Olimpiadas, empezando por el hecho de que a los periodistas extranjeros se les permitieron excursiones de 15 minutos a tiendas mientras estaban en sus períodos iniciales de cuarentena.

Pedestrians wear masks crossing a busy street in Tokyo.
Un grupo de personas cruza una calle de Tokio, que esta semana ha alcanzado el récord de más de 5.000 nuevas infecciones por coronavirus en un solo día. (Yuichi Yamazaki / Getty Images)
(Yuichi Yamazaki / Getty Images)

Las autoridades sanitarias nacionales han aconsejado a los habitantes de Tokio que se abstengan de salir de la prefectura. La cantidad de advertencias ha aumentado en los últimos días, ya que la próxima semana se celebra el Obon, una fiesta religiosa en la que la gente vuelve a su jikka y limpia las tumbas de sus antepasados.

Mi abuelo recibió su segunda dosis de la vacuna de Pfizer-BioNTech en junio, al igual que mis tíos. Yo también estoy totalmente inmunizado. Sin embargo, incluso con los residentes mayores vacunados, se teme que un brote pudiera sobrecargar fácilmente el sistema sanitario local. El pueblo natal de mi abuelo, Mitsuke, es una pequeña ciudad agrícola con menos de 40.000 habitantes.

En estas zonas rurales está mal visto que alguien vaya a una ciudad importante como Tokio. Mi primo Keitaro tiene un negocio de contratación en Tokio y siguió viajando hasta aquí incluso después de regresar a Mitsuke. Pero no ha hecho ni una sola visita desde el comienzo de la pandemia.

Keitaro tiene una hija en primer grado y otra en el jardín de niños. Planteó un escenario hipotético en el que él visita Tokio, contrae el coronavirus y lo transmite a sus hijas, que, a su vez, se convierten en el origen de un brote en la escuela.

“Todo el mundo buscaría a la persona culpable”, dijo. “Aquí no vive mucha gente, así que sería más fácil de localizar. Y como todo el mundo se conoce, al final lo descubrirían”.

Aunque Keitaro dijo que entendía por qué quería ver a nuestro abuelo, me dijo que no me perdería de mucho.

“Aquí es lo mismo”, dijo riendo. “Solo con campos de arroz”.

Tengo gratos recuerdos de Mitsuke. Cada dos años, mis padres, mi hermano menor y yo pasábamos los veranos allí. Desde pequeños, mi hermano, mi primo y yo teníamos libertad para ir a donde quisiéramos, siempre que estuviéramos en casa para la cena. Pescábamos en los canales de riego. Nos levantábamos temprano y atrapábamos escarabajos; dábamos patadas a los troncos de los árboles, haciendo que los insectos dormidos cayeran al suelo. Tomábamos el tren hasta la ciudad más cercana que tenía una sala de videojuegos.

Tenía curiosidad por saber cómo estaban disfrutando de las olimpiadas en un lugar como aquel durante la pandemia.

“No teníamos conocimiento que iban a celebrarse”, me dijo mi tío Kazuharu. “Pensábamos que las habían suspendido. No contaron con mucha publicidad en la televisión, así que no sabíamos a qué atletas o eventos debíamos prestar atención. Cuando empezaron los Juegos, fue como, ‘Oh, iniciaron’. El interés aumentó gradualmente cuando Japón comenzó a ganar medallas”.

Mi primo dice que, incluso con Japón como anfitrión, su sensación es que el interés es considerablemente menor que en juegos anteriores.

Estas Olimpiadas no son para pueblos como el suyo. Pero tampoco son para Tokio. No son para Japón, ni para nadie.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí.

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