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Para los descendientes de la esclavitud, una indemnización no hará desaparecer el dolor

Freddie Jenkins
La madre de Freddie Jenkins asistió en la década de 1930 a la que hoy es la última escuela afroamericana en pie en Mount Pleasant, Carolina del Sur.
(Logan Cyrus / For The Times)
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Cinco años antes de que los primeros disparos de la Guerra Civil sonaran desde el puerto aquí, en 1861, el concejal Thomas Ryan y un socio comercial abrieron Ryan’s Mart en el número 6 de la calle Chalmers St.

Su mercadería eran esclavos: hombres, mujeres y niños africanos que eran empujados, seleccionados y subastados a los mejores postores.

Los mejores varones adultos podían obtener hasta $1.600 cada uno, $49.000 actualizado a dólares de hoy. Las mujeres más aptas podían venderse por $1.400.

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Alrededor de 1 de cada 1.000 hombres y niños negros en Estados Unidos pueden esperar morir a manos de la policía. Ese riesgo es 2.5 veces mayor que el de los hombres blancos, según muestra una investigación reciente.

Ago. 18, 2019

Hoy, la antigua sala de exposiciones en el barrio histórico de Charleston, escondida en un estrecho camino de casas adosadas que brillan con flores rosadas y palmeras, es hogar del Museo Old Slave Mart.

Este y otros sitios históricos en el sur de Estados Unidos ponen al descubierto un capítulo vergonzoso en el pasado del país, algo que está recibiendo una nueva atención en pleno debate sobre si el gobierno debería pagar reparaciones financieras a unos 40 millones de descendientes de esclavos.

El Old Slave Mart Museum en Charleston, Carolina del Sur, que fue una galería de subastas de cautivos, educa a los visitantes sobre los horrores de la esclavitud.
(Logan Cyrus / For The Times)

Muchos afroamericanos en esta parte de Carolina del Sur apoyan las indemnizaciones, pero remarcan que lo que quieren es que el país capte la dolorosa historia con la que viven todos los días.

Sus antepasados a menudo eran separados de sus hijos en el salón de subastas. Las mujeres eran violadas por sus dueños blancos; los esclavos eran golpeados por despertarse demasiado tarde, no trabajar lo suficiente o intentar escapar. Se les despojaba de sus nombres africanos y se les daban los apellidos de sus amos.

Además de Trump, a lo largo de la historia de Estados Unidos, los presidentes han hecho comentarios, emitido decisiones y tomado medidas públicas y privadas que, según los críticos, eran racistas, ya sea en ese momento o en generaciones posteriores.

Jul. 31, 2019

Las dificultades y la humillación no terminaron cuando la Decimotercera Enmienda abolió la esclavitud, en 1865. Los estadounidenses negros continúan soportando la violencia racista, la pobreza arraigada y las desigualdades en áreas como la educación, el empleo y el sistema de justicia penal.

“De lo que se trata el debate sobre las reparaciones no es de tanta gente que quiere obtener algo de dinero”, explicó Daniel Littlefield, historiador de Columbia, Carolina del Sur. “Las personas negras sienten que merecen el reconocimiento de un mal proceder continuo”.

“Sabemos exactamente quién estaba en él. Los nombres de todos...”

Ene. 24, 2018

El debate sobre las indemnizaciones llega en un momento especialmente tenso. Desde 2016, ha habido un aumento a nivel nacional de delitos de odio motivados por la raza. Los videos de asesinatos policiales de afroamericanos se han vuelto demasiado usuales. Los ataques del presidente Trump contra líderes negros e inmigrantes han mantenido a la gente al borde.

Durante el debate presidencial demócrata de julio pasado, en Detroit -una ciudad predominantemente negra- varios candidatos destacaron la necesidad no sólo de una discusión sobre las reparaciones, sino también acerca del fanatismo racial que todavía limita las perspectivas de los afroamericanos en todo el país.

En Los Ángeles, la riqueza de los hogares negros es aproximadamente una décima parte de la de los grupos familiares blancos, según un informe publicado en 2016 por investigadores de la UCLA, New School de Nueva York y la Universidad de Duke.

Una brecha de riqueza similar también ocurre en el centro de Charleston, donde el 40% de los niños negros viven por debajo del umbral de pobreza.

In 2016, white families in the U.S. had nearly 10 times the median family wealth of black families, according to the Federal Reserve’s Survey of Consumer Finances.
En 2016, las familias blancas en los EE. UU tenían casi 10 veces la riqueza familiar promedio de las familias negras, según la Encuesta de Finanzas del Consumidor de la Reserva Federal.
(Chris Keller / Los Angeles Times)

Aproximadamente la mitad de las dos docenas de contendientes demócratas apoyan el proyecto de ley 40 de la Cámara de Representantes, que establecería una comisión de indemnizaciones. Varios han presentado propuestas que se elevan hasta el medio billón de dólares.

Los estadounidenses están divididos en líneas raciales sobre la cuestión de indemnizar directamente a los descendientes de esclavos; sólo el 16% de los blancos respaldaron la idea en una encuesta de Gallup -realizada en junio y julio últimos- y el 73% de los encuestados negros.

El líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, un republicano de Kentucky cuyos antepasados poseían esclavos, se hizo eco del argumento prevaleciente contra las reparaciones cuando explicó su oposición. “Creo que siempre somos un trabajo en elaboración en este país, pero nadie vivo actualmente fue responsable de eso y no creo que debamos tratar de descubrir cómo compensarlo”, señaló.

Para Zenobia Harper, miembro del pueblo Gullah Geechee, descendientes de esclavos de esta región, los opositores a las indemnizaciones no ven el punto clave del tema. “Estamos hablando de eso como si un grupo de individuos intentara aventajar a otro”, dijo.

Los activistas alineados, el 19 de junio de 2019, para una audiencia del panel del Comité Judicial de la Cámara sobre las reparaciones para los descendientes de esclavos.
(Andew Caballero-Reynolds / AFP-Getty Images)

Ella piensa que los estadounidenses deben ver la historia de su gente como esencial para comprender el pasado de la nación. “Las personas tenían dueño, como bienes raíces”, afirmó Harper, una conservacionista cultural que da charlas sobre cómo los esclavos construyeron las plantaciones de arroz en Carolina del Sur que enriquecieron a sus propietarios. “Podía ser hipotecado; ser usado de cualquier manera que esa persona lo considerara conveniente. No podía ser compensado en la corte. Todo lo que uno era, todo lo que había creado, pertenecía a quienes lo poseían, a perpetuidad”, precisó.

El museo de la esclavitud resalta la paradoja de una región repleta de musgo español y hospitalidad sureña, en un país construido sobre la idea de que todos son creados iguales, pero cuya economía fue impulsada por el comercio de seres humanos.

En la exhibición hay un látigo de cuero con clavos, que causaba el máximo dolor a los esclavos y les lastimaba tanto la piel como el espíritu.

Hay otros símbolos de opresión racial en Charleston y sus alrededores. La bandera confederada todavía es orgullosamente enarbolada por algunos blancos aquí.

En la calle Calhoun, en la frontera norte de un barrio histórico lleno de agujas en las iglesias, dos hitos destacan la supremacía blanca del pasado y el racismo del presente. Uno es una estatua del ex vicepresidente John C. Calhoun, cuya opinión de que la esclavitud representaba un “bien positivo” que beneficiaba a los africanos cautivos ayudó a inspirar el movimiento secesionista del sur que condujo a la Guerra Civil.

A una corta distancia de allí se levanta la Iglesia Episcopal Metodista Africana Emanuel, donde el supremacista blanco Dylann Roof asesinó a nueve feligreses negros en 2015, en un intento por comenzar una guerra por sí mismo, que enfrentara a los blancos contra los negros.

Un candidato presidencial demócrata, Cory Booker, utilizó a la iglesia como escenario de un discurso apasionado sobre la violencia armada y el racismo blanco después de los recientes tiroteos de masas en Dayton, Ohio y El Paso.

Una estatua del ex vicepresidente John C. Calhoun en Charleston, Carolina del Sur. Sus puntos de vista ayudaron a inspirar el movimiento secesionista del sur.
(Jabin Botsford / Washington Post)

Un hito de los derechos civiles donde una vez hablaron líderes como Martin Luther King Jr., la iglesia ahora atrae visitantes debido a la masacre, que ocurrió dos meses después de que un oficial de policía blanco en North Charleston matara al automovilista Walter Scott, un hombre negro desarmado. “Muchas cosas siguen igual”, consideró Maxine Clark, de 58 años, una afroamericana que vino aquí con su esposo desde la capital del estado, Columbia. “Justo lo que mis padres presenciaron es lo que estamos viviendo en este momento”, afirmó Clark, cuya madre es nativa de Carolina del Sur. “La vida negra no importa”.

Los primeros esclavos fueron traídos al país en 1619. Al comienzo de la guerra, todas las demás personas en Charleston eran propiedad de otra.

“Charleston, tal como lo conocemos, no existiría hoy sin africanos esclavizados”, expuso el historiador agrícola Richard Porcher, quien vive a pocos kilómetros de la ciudad y ha escrito sobre la dependencia de la zona del trabajo esclavo.

A lo largo del tramo de 60 millas de la costa atlántica desde Charleston hasta el puerto histórico de Georgetown hacia el norte, aparecen a la vista otros recordatorios de lo que los afroamericanos sufrieron y de lo que lograron pese a todo.

Después de la Guerra Civil, muchos esclavos liberados en el área de Charleston establecieron granjas en grandes extensiones que compraron a los terratenientes blancos. Las parcelas se legaron informalmente de generación en generación, con participaciones divididas entre familiares y a menudo sin testamentos u otras protecciones legales, lo cual hace que las propiedades ahora sean vulnerables a los desarrolladores externos.

Fred Lincoln vive en la granja ancestral de su familia en Wando, un asentamiento afroamericano a pocas millas al noreste de Charleston.

Él y los descendientes esclavos de varias otras granjas se reunieron en una casa cercana en Old Village para hablar de su campaña para preservar lo que construyeron sus antepasados, y también sobre las reparaciones. “Somos personas lastimadas”, consideró Lincoln sobre el estrés y la ansiedad que conlleva ser negro en Estados Unidos. Él quiere que el gobierno ayude a los descendientes de esclavos a curarse emocionalmente de las cicatrices dejadas por generaciones de maltratos.

Lincoln, de 74 años, es un bombero retirado, nada propenso a los estallidos de emoción. Pero pasa de la tristeza a la resistencia al recordar su infancia en la era de Jim Crow.

Él y los otros herederos de las granjas afirmaron que, en las décadas posteriores a la liberación de sus antepasados, los antiguos esclavos construyeron cientos de casas utilizando árboles de los bosques cercanos y sus habilidades como carpinteros.

Richard Habbershem muestra su vecindario, la comunidad Phillips, uno de los muchos asentamientos en Carolina del Sur donde los antiguos esclavos vivían y muchos de sus descendientes aún poseen tierras.
(Logan Cyrus / For The Times)

“Literalmente vivíamos de la tierra”, explicó Thomasena Stokes-Marshall, de 76 años, quien nació en la cercana comunidad negra histórica de Snowden.

Los miembros del grupo relataron que sus antepasados habían establecido un legado de propiedad de viviendas en un ambiente hostil.

En los viejos tiempos, se construía un camino de entrada apenas lo suficientemente ancho para que pasara un sólo automóvil, y este a menudo servía para un grupo de 10 casas dispuestas en círculo, de modo tal que los vecinos pudieran cuidarse mutuamente en caso de que el Ku Klux Klan intentara atacarlos.

Los caminos que llevaban a los bosques que los niños negros usaban como atajos eran en realidad rutas de escape para facilitar la huida de las incursiones del Klan.

“Construían una casa con la idea de que sería quemada”, dijo Edward Lee, quien creció en el asentamiento de Scanlonville en los años 1950 y 1960.

En aquel entonces, los residentes también se turnaban para las “vigilancias en la iglesia”. “Eso era cuando dormías en la iglesia ante una amenaza”, explicó Lee, de 63 años.

Las comunidades eran autosuficientes, con sus propias escuelas, tiendas y locales nocturnos. Count Basie y Duke Ellington pasaron por allí y actuaron en los lugares segregados en el “Circuito Chitlin”. Los artistas pasaban tiempo con los niños antes de los espectáculos. “Podías jugar béisbol con James Brown”, dijo Lee.

Hoy las comunidades están en gran parte intactas; islas de casas modestas en lotes grandes a lo largo de senderos rurales tranquilos.

Lo que se necesita ahora, comentan los propietarios, son exenciones de impuestos y otras formas de ayuda para que los herederos puedan conservar estas propiedades mientras surgen nuevos desarrollos a su alrededor y aumentan los impuestos a la propiedad.

En todo caso, afirma Lincoln, ningún cheque del gobierno realmente puede dar cuenta de siglos de injusticia.

“Mis ancestros fueron despojados de todo: su historia, su identidad, su cultura”, consideró. “Darme dinero es un insulto al sufrimiento de mis antepasados, y a todo mi propio sufrimiento”.

Después de los asentamientos afroamericanos en el camino a Georgetown, los tejedores de canastas Gullah Geechee se ganan la vida modestamente vendiendo cestos de hierba tejidas a mano en pequeños puestos a lo largo de la carretera. Sus antepasados empleaban las mismas habilidades en las plantaciones de arroz.

En los puentes que cruzan el delta del río Santee, se abren paisajes de vastos humedales que ondulan con hierbas altas y verdes hasta donde llega la vista humana.

Entre los años 1600 y la Guerra Civil, según los historiadores, miles de esclavos tuvieron que lidiar con serpientes, mosquitos y enfermedades mientras transformaban estos antiguos pantanos de cipreses en granjas de arroz alimentadas por canales que cavaban a mano, convirtiendo a los propietarios de las tierras en algunas de las personas más ricas del país. Los niños esclavos corrían por los diques golpeando sartenes para ahuyentar a las aves de la cosecha de arroz, mientras que las niñas mayores machacaban las cáscaras de arroz en morteros de madera.

The Button, una vieja cantina ahora ruinosa en la comunidad Snowden en Mount Pleasant, Carolina del Sur. Tales asentamientos eran construidos por antiguos esclavos para ser autosuficientes y repeler los ataques del Ku Klux Klan.
(Logan Cyrus / For The Times)

La domesticación de los humedales fue comparada con la construcción de las pirámides egipcias debido a las increíbles hazañas y destrezas de ingeniería, habilidades agrícolas y el poder físico involucrados. “Cómo demonios hicieron eso con mano de obra esclava, está más allá del entendimiento humano”, remarcó Porcher. “Todavía no puedo entenderlo”.

Porcher, de 80 años, es blanco, pero el tema de las reparaciones también es personal para él. Es descendiente de aristocráticos plantadores de arroz que poseían miles de esclavos en cientos de acres de plantaciones en la región. Su vivienda no está lejos de algunos de los asentamientos negros.

Cualquier discusión franca sobre las fortunas económicas reprimidas de los afroamericanos requerirá que los blancos reconozcan las ventajas que pueden haber ampliado desproporcionadamente su propia riqueza, señaló Porcher. “No voy a disculparme en nombre de mis padres por ser dueños de esclavos”, dijo, “pero sé que me beneficié de eso”.

La investigadora histórica Vennie Deas Moore, quien vive en Georgetown, fue parte de un equipo que recientemente excavó los cimientos de una vivienda para esclavos en la plantación de Hampton, en las afueras de esa ciudad. Ella cree que sus antepasados esclavos del lado paterno de su familia nacieron allí y trabajaron en los campos de arroz circundantes. “No podía dejar de tener la sensación de que los espíritus de mi familia estaban allí conmigo”, afirmó Deas Moore, de 70 años. “Me sentí en paz”.

La mujer se ríe cuando la gente plantea la idea de que el gobierno le envíe un cheque por las dificultades de sus antepasados. “No quiero dinero”, dijo, alzando la voz. “Lo que quiero que haga el gobierno es educar a nuestros hijos para que puedan ser ingenieros y constructores, como lo fueron sus tatarabuelos”.

Además, desea que los estadounidenses tengan el valor de enfrentar los errores de la esclavitud y la desigualdad, y que asuman la responsabilidad. “Estamos empezando a contar esta historia”, expresó Deas Moore. “Y no es para gente con corazón débil”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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