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Columna: ¿Se ha preguntado de dónde provienen los nombres genéricos de los medicamentos?

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Un residente de Orange, Wayne King, presentó una pregunta bastante simple: ¿cómo se elige el nombre para los medicamentos recetados?

Mi conjetura inicial fue que debía haber algún panel de expertos, o tal vez un algoritmo de computadora sofisticado.

No podría haber estado más equivocado.

King, de 80 años, dejó en claro que no estaba tan interesado en los nombres de marca, que a las compañías farmacéuticas normalmente les cuesta inventar ahora porque, simplemente, todos los buenos ya han sido tomados.

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No, él quería saber sobre los nombres genéricos que acompañan a las marcas en los anuncios.

“Quiero saber sobre aquellos que no se pueden pronunciar”, dijo King.

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También ofreció algunos ejemplos:

• Xarelto, del fabricante Janssen (nombre genérico rivaroxaban).

• Humira, de AbbVie (adalimumab).

• Jardiance, de Boehringer Ingelheim (empagliflozin).

• Trulicity, de Eli Lilly (dulaglutide).

• Ibrance, de Pfizer (palbociclib).

“¿Quién decide los nombres que están entre paréntesis?”, se preguntó King.

Los nombres de las marcas suelen ser ideados por profesionales del marketing, con el objetivo de encontrar algo simple y pegadizo, que resuene en los consumidores.

Trulicity, de Lilly, por ejemplo, es un medicamento destinado a ayudar a las personas con diabetes tipo 2 a controlar el azúcar en la sangre.

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El nombre de la marca no transmite eso, no te dice nada sobre el medicamento, pero sí presenta un prefijo que suena como “verdadero”, que connota confiabilidad. También sugiere “simplicidad”, que es agradable y relativamente fácil de pronunciar.

El nombre genérico, dulaglutide, es más bien un trabalenguas, una mezcla de sílabas que probablemente sea impronunciable para la mayoría de los pacientes.

Nadie en Lilly respondió a mi solicitud de comentarios. De hecho, ninguno de los laboratorios mencionados anteriormente intervino en el proceso de asignación de nombres, ya sea para medicamentos de marca o genéricos.

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Así que localicé a Stephanie Shubat, directora del programa de Nombres Adoptados de Estados Unidos (USAN, por sus siglas en inglés), un departamento público (podría decirse) dentro de la Asociación Médica Estadounidense (AMA), que es responsable de dar los nombres genéricos de todos los nuevos medicamentos.

“Somos el nombre entre paréntesis”, dijo Shubat.

USAN está integrado básicamente por dos mujeres, Shubat y una colega, Gail Karet, quien manejan casi todos los nuevos nombres de genéricos.

Sus recomendaciones se envían al Consejo de USAN, formado por cinco personas, los cuales operan principalmente por correo electrónico y se reúnen en persona dos veces al año.

Rivaroxaban, adalimumab, empagliflozin.

Imagine a Shubat y Karet, encerradas en sus oficinas en la sede de AMA, en Chicago, balbuceando sílabas para unas 200 solicitudes de drogas al año.

Shubat se rió cuando comenté lo insólito que parece el que ambas elucubren casi todos los nombres de medicamentos genéricos en el país y, por extensión, en gran parte del mundo. “Puede ser un poco extraño”, afirmó. “No es raro vernos hablar solas en nuestras oficinas”.

Con frecuencia, los fabricantes de medicamentos intentan adelantarse al proceso sugiriendo sus propios nombres genéricos.

Pero Shubat comentó que, junto con Karet, deben estar atentas a los genéricos que se acercan demasiado al nombre del fabricante original o al eventual nombre de marca, lo cual podría dar a la compañía una ventaja injusta cuando la patente caduque y los fabricantes de genéricos intenten competir.

En otras palabras, el genérico debe ser lo suficientemente diferente de la marca original para que no sea posible la confusión.

Shubat citó el ejemplo del medicamento para la artritis Celebrex, por el cual Pfizer logró cambiar el nombre genérico de celecoxib en la década de 1990.

Con su claro eco de “Celebrex”, celecoxib puede incitar a algunos pacientes a seguir buscando la versión de marca más cara, en lugar de los genéricos más baratos.

“Un nombre así no sería aprobado hoy en día”, remarcó Shubat.

El sitio web del Consejo de USAN indica que el organismo “establece clasificaciones de nomenclatura lógica basadas en relaciones farmacológicas y/o químicas”.

Según Shubat, esto se hace principalmente mediante la asignación de “raíces” uniformes a los nombres de los medicamentos, es decir, aquellos con estructuras o propósitos similares tendrán nombres -o al menos partes de estos- que suenan similares.

El medicamento contra la ansiedad lorazepam, por ejemplo, comparte el “azepam” con remedios similares; los derivados de la cortisona tienen “cort” en algún lugar de su nombre genérico.

El arte llega cuando hay que asignar un prefijo, destacó Shubat. A diferencia de celecoxib, el prefijo no debe ser reminiscente del medicamento de marca. Tampoco debe ser potencialmente ofensivo en ningún idioma.

“Un laboratorio nos sugirió uno que usaba el prefijo “privi”, y sonaba como una referencia a una letrina”, comentó Shubat. “No aceptamos eso”.

También dijo que USAN pondrá fin a nombres genéricos que incluyen las letras W, K, H, J e Y, ya que podrían crear confusión en el extranjero para personas que no hablan inglés, con las diferentes pronunciaciones. “Puede convertirse en un gran trabajo de edición”, dijo, sobre el proceso. “Sí, todo está basado en la ciencia, pero aún así puede demandar algo de creatividad”.

Shubat también reconoció que, al igual que con las marcas, hay una creciente escasez de nombres genéricos.

Básicamente, sólo hay cierta cantidad de formas posibles de adjuntar sílabas a las raíces, y USAN y otros organismos internacionales ya han creado unos 11.000 genéricos durante el último medio siglo. “A veces miro las matrículas de los autos para tener nuevas ideas de prefijos”, confesó Shubat. “En otras ocasiones tomo prestado de los nombres de gatos o perros”.

Le pregunté si el proceso puede ser algo enloquecedor, como una sopa de letras o un juego de Scrabble sin fin.

“Sí, así es”, respondió Shubat, diciendo que en ocasiones se despierta en medio de la noche con potenciales nombres de drogas danzando en su cabeza.

Aún así, dice, disfruta lo que hace para ganarse la vida y no se arrepiente de haber abandonado la carrera de odontología, que alguna vez creyó sería su vocación.

Después de todo, ¿quién querría asomarse a las bocas de las personas cuando, en cambio, puede reclamar crédito por trabalenguas como palbociclib?

Y será nuestro pequeño secreto que Shubat pudo haber visto parte de esa palabra en la matrícula de un vehículo, o en un plato para perros.

La columna de David Lazarus se publica los martes y viernes. También se le puede ver a diario en el canal 5, KTLA-TV, y seguirlo en Twitter @Davidlaz. Envíe sus sugerencias o comentarios a david.lazarus@latimes.com

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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