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‘Ni siquiera tengo 30 años y vuelo mi propio avión’: las élites de Silicon Beach viajan en la cabina

Tech entrepreneur Jessica Mah at Santa Monica Airport
Jessica Mah, una emprendedora del sector tecnológico en Venice, se prepara para volar en una aeronave de hélice Cirrus, desde el aeropuerto de Santa Mónica a San Francisco, para dar una conferencia de negocios, el mes pasado. Mah vuela como una forma de distraerse de las presiones del trabajo.
(Nick Agro / For The Times)
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Cuando su Tesla se detuvo en seco, frente a la terminal, Jessica Mah ya había llegado 20 minutos tarde a su vuelo a San Francisco.

La empresaria de tecnología, de 29 años de edad, pasó velozmente por el mostrador de facturación y salió a la pista con la confianza de un agente aéreo, con sus gafas de sol en forma de corazón sobre su nariz.

Veinte minutos después, encendió el motor, se recogió el pelo en una coleta baja y llamó por radio a la torre para pedir autorización para el despegue.

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“Tengo una comunidad de amigos que vuelan desde Santa Mónica; otros empresarios y directores ejecutivos que necesitan un pasatiempo”, comentó Mah, quien dirige la firma de software de contabilidad inDinero. “Estamos tan estresados, hay tantas cosas… En el campo de golf sigo pensando en el trabajo, mientras que en la cabina sólo pienso en no matarme”.

Los aviones han sido durante mucho tiempo una pasión de los ricos, particularmente en Los Ángeles, que cuenta con más de una docena de aeropuertos generales y un clima casi perfecto para volar durante todo el año. Pero entre las élites de Silicon Beach, como Mah, que se mudó de San Francisco a Venice el otoño pasado, tener una licencia de piloto no se trata tanto del ocio como de la superación personal. Para los ingenieros, volar es diversión con matemáticas aplicadas; un ejercicio intelectual disfrazado de deporte.

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“Volar es una combinación extraña de arte y ciencia, pero tiene mucha más ciencia que arte”, remarcó Charath Ranganathan, vicepresidente de la Asociación Aeronáutica de Caltech, un club de vuelo dominado por ingenieros. “Hay una cierta precisión en pilotear que muchas personas de la tecnología entienden y disfrutan”.

Para los empresarios de Los Ángeles, también es una forma novedosa de viajar. “Diría que el 50% de quienes están aprendiendo a volar con nosotros se encuentran vinculados de alguna manera con el sector tecnológico, mientras que hace cinco años no había ninguno”, explicó Rymann Winter, presidente de Proteus Air Service, una escuela de vuelo y empresa de alquiler de aviones, ubicada en el aeropuerto de Santa Mónica. “Aproximadamente la mitad quiere volar porque se trasladan regularmente al Área de la Bahía y necesitan una manera fácil de saltar de un lado a otro”.

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La tendencia refleja las crecientes fortunas de Silicon Beach. Sólo en el último año, Google, Apple y Facebook han engullido cientos de miles de pies cuadrados de espacio de oficinas en la costa oeste. La industria recibió un poderoso impulso de la oferta pública inicial de Snap, en 2017, sin embargo, el capital de riesgo sigue concentrado en el Área de la Bahía, lo que significa que los fundadores de Los Ángeles todavía deben trasladarse de aquí para allá.

“Semanalmente, recibo llamadas de personas que dicen: ‘Estoy tan cansado de viajar en las aerolíneas que quiero aprender a volar’”, comentó Ken Goble, director regional de Cirrus Aircraft, cuyos aviones son un símbolo de estatus entre la élite tecnológica. “Volar por tu cuenta cambia por completo tu vida”.

El argumento puede sonar más cierto para los emprendedores tecnológicos del sur de California. Los aeropuertos internacionales de Los Ángeles y San Francisco se encuentran entre los más concurridos del país, pero los ingenieros-pilotos pueden volar libremente desde Santa Mónica a San Carlos, o desde Hawthorne a Hayward sin tener que desabrocharse las sudaderas para pasar por un detector de metales.

“Lo bueno de volar [en la aviación general] es que no hay cuestiones de seguridad: sólo hay que ir al aeropuerto, abordar y despegar”, expuso Sandya Narayanswami, miembro del club Caltech y presidenta de los Premios de Aviación General. “No existe toda esa pesadilla de LAX”.

Los expertos en tecnología también pueden comprimir viajes a Palm Springs, Big Bear o Catalina Island en una tarde, en lugar de un fin de semana. Muchos los usan para sus citas, aunque rara vez para una primera cita, ya que el cálculo de un plan de vuelo requiere que el pasajero le diga al piloto su peso.

“Muchos de ellos realmente no son muy sociables”, consideró Seosamh Somers, presidente de Angel City Flyers Inc., una escuela de vuelo y compañía de renta de aviones en Long Beach. “Algunos son un poco ineptos para relacionarse, por lo cual la idea de subirse a un avión y pasar a través de los controles de la policía aeroportuaria es imposible”.

Al igual que Proteus, Angel City Flyers ahora ofrece un programa de alquiler al estilo Zipcar para sus aviones. Ambas compañías se especializan en aeronaves de la era espacial, incluidas las “cabina de cristal”, como el Cirrus, que atraen a los nativos digitales con dinero disponible para gastar.

Cada vez más, también, rentan aviones privados. “Vimos una oportunidad para proporcionar un avance continuo desde las naves más pequeñas directamente a los jets”, un camino tan atractivo para los clientes tecnológicos que ha remodelado su negocio, consideró Somers. “Hay personas que usan nuestros aviones pero no poseen un automóvil”.

Goble, el representante de Cirrus, indicó que los sistemas de instrumentos de la compañía fueron construidos para ser prácticamente idénticos en todos sus aviones, de modo que los pilotos adinerados puedan deslizarse desde su aeronave de propulsión SR22, de $630.000, a su Vision Jet de $2 millones. “Los jets son usados por personas más jóvenes”, detalló Jim Yoder, un instructor con sede en Sun Valley, que ayudó a Somers a establecer su programa. “Hay mucha más gente que ahora puede permitírselo”.

El mercado de alquiler también ha hecho que volar sea más atractivo para los milenios, que no quieren ser propietarios, añadió Somers. Pero a $2.000 por hora, la renta de una aeronave está lejos de ser asequible.

“Ir a Las Vegas podría costar $10.000 ida y vuelta en un jet, mientras que en un avión de hélice, el precio sería $1.500”, indicó Mah. “Hice tres viajes en jet a Las Vegas el mes pasado, fue una locura”.

El primer paso para un piloto de motor único que busca pasar a los jets es obtener su permiso de instrumentos. La ingeniera aeroespacial Anita Sengupta se preparaba para ello un domingo reciente. Conectó el plan de vuelo de su iPad al sistema GPS del Cessna 172, ajustó sus auriculares y se puso su IFR -un visor que los pilotos técnicos comparan con el casco que Obi-Wan Kenobi usó para enseñarle a Luke Skywalker cómo “ver” con la Fuerza- para poder volar usando sólo instrumentos. “Hay mucho tráfico en Los Ángeles”, comentó Sengupta mientras navegaba desde El Monte a Long Beach; las conversaciones de radio de los aeropuertos John Wayne, Zamperini y Santa Mónica resonaban en sus auriculares.

Mientras el avión cruzaba la Autopista 5, cerca de Disneyland, comenzó a planear su aproximación y bajó tanto que sus pasajeros podían ver a los niños chapoteando en las piscinas. “Es probablemente el espacio de aviación general más transitado del mundo”, dijo.

La torre se comunicó por radio con instrucciones de que Sengupta volara por la playa mientras un vuelo de Jet Blue aterrizaba delante de ella. Una vez en la pista, tuvo que esperar a que un jet de Southwest rodara; sus alas temblaron cuando un F-18 rugió en el cielo a su espalda.

El espacio aéreo abarrotado de Los Ángeles puede intimidar a algunos pilotos. Para muchos en la industria de la tecnología, la multitud es lo que los atrae. Tan pronto como se quitó el visor, en El Monte, Sengupta fue vista por el ingeniero de satélites Manuel Martínez, quien había transportado a la experta en aprendizaje automático Kiri Wagstaff desde Santa Mónica, después de que la niebla amenazara con vararla. “Me ayudó a construir muchas de mis relaciones”, comentó Mah sobre su tiempo en el aire. También la ha hecho más eficiente, al combinar los negocios con el placer. “Tengo una vida más rica porque hago todo esto junto”.

El máximo atractivo de Los Ángeles ha sido durante mucho tiempo su calidad de vida. Pero para los habitantes de Silicon Beach, los aviones representan el truco máximo: una piedra filosofal que les permite descansar mientras trabajan. “Cuando estás en la cabina volando un avión por tu cuenta, sientes yo logré esto”, consideró Mah. “Ni siquiera tengo 30 años y vuelo mi propio avión. Hace que me de cuenta que no he fracasado”.

Tech entrepreneur Jessica Mah checks a Cirrus propeller plane before flying it to San Francisco from Santa Monica Airport.
La empresaria de tecnología Jessica Mah revisa un avión de hélice Cirrus antes de volar a San Francisco desde el aeropuerto de Santa Mónica.
(Nick Agro / For The Times )

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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