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Los cruces fronterizos alcanzan su nivel más alto en dos décadas

Migrants emerge from the Rio Grande at sunset
El aumento de solicitantes de asilo que cruzan la frontera en el Valle de Río Grande ha puesto a prueba el sistema de inmigración.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Las autoridades estadounidenses registraron 100.441 encuentros con migrantes en la frontera el mes pasado, casi el triple que en febrero de 2020.

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Mientras el crepúsculo se acercaba a la frontera de Texas con México, Melania Rivera y sus hijos gemelos de 3 años subieron a la orilla de Río Grande, poniendo por fin un pie en Estados Unidos.

Su expareja y sus dos hijos mayores llevaban en Estados Unidos desde 2019, a la espera de que se resolvieran sus casos de asilo. Rivera, cuya casa en Honduras fue destruida por un huracán en noviembre, se propuso reunirse con ellos después de que un pariente en Virginia la instara a venir rápidamente, diciendo que las restricciones fronterizas se habían relajado bajo el presidente Biden.
“Me dijo que había una oportunidad”, relató Rivera, de 42 años, quien fue interceptada al sur de la ciudad de Mission con otros siete migrantes por la policía local que trabaja con la Patrulla Fronteriza.

La creencia de que el fin de la administración Trump ha abierto la frontera se ha extendido por la región junto a otro rumor: Los niños pequeños son el boleto de entrada.

A Border Patrol agent checks the documents of newly arrived asylum seekers in the Rio Grande Valley.
Un agente de la Patrulla Fronteriza revisa los documentos de los solicitantes de asilo recién llegados al Valle de Río Grande.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
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Los contrabandistas de personas empezaron a impulsar esas ideas poco después de que Biden ganara las elecciones en noviembre, acelerando un éxodo desde Centroamérica que ya estaba en marcha tras los devastadores huracanes y el declive económico causado por la pandemia del COVID-19. El mensaje de que ahora era un momento propicio para dirigirse al norte se amplificó en las redes sociales, la televisión y la radio de Centroamérica.

Los cruces fronterizos registrados por las autoridades estadounidenses aumentaron de forma constante durante el verano y el otoño a medida que los países levantaban los cierres por el coronavirus, y luego incrementaron bruscamente este año, pasando de 78.442 en enero a 100.441 en febrero, casi el triple del total de febrero de 2020.

El aumento es evidente en los flujos de familias que caminan hacia el norte a través del sur de México, en los abarrotados refugios de las ciudades fronterizas del norte de México y en el sur de Texas, donde en los últimos días un tráfico constante de personas ha cruzado el Río Grande en balsas y se ha entregado a las autoridades federales.

El secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, dijo esta semana que los agentes estadounidenses están a punto de interceptar más migrantes en la frontera suroeste en 2021 que en los últimos 20 años.

Luis Enrique Rodriguez Villeda, 31, of Guatemala, holds his daughter Ariana, age 2.
Luis Enrique Rodríguez Villeda, de 31 años, de Guatemala, sostiene a su hija Ariana, de 2 años, en Mission, Texas, el miércoles. Rodríguez relató que viajó con su hija porque los contrabandistas le ofrecieron un descuento y le dijeron que eso ayudaría a sus posibilidades de que le permitieran quedarse.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Aunque la mayoría de los que cruzan son adultos solteros, como ha sido tradicionalmente el caso, ha habido un aumento dramático en el número de niños que hacen el viaje.

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El mes pasado, 9.457 personas menores de 18 años llegaron a la frontera sin adultos, lo que supone un aumento con respecto a los 3.490 de febrero del año pasado y, según el centro de estudios de la Oficina de Washington para América Latina, el cuarto total mensual más alto en una década.

También llegan más niños con familiares. El número de migrantes que vienen en “grupos familiares” -que según la definición del gobierno incluyen al menos un niño- fue de 19.246 el mes pasado, frente a los 7.117 del año anterior.

“Muchos de ellos piensan que ahora que Trump no está, si llegan con niños será fácil cruzar a Estados Unidos”, dijo Gabriel Romero, un sacerdote franciscano que dirige un refugio en el sur de México que asistió a unos 6.000 migrantes durante enero y febrero - en comparación con 4.000 en todo el año pasado.

“Fácil” es una exageración, pero hay algo de verdad en los rumores.

Las estrictas políticas de inmigración fueron un sello de la administración Trump, como el programa conocido como “Permanecer en México” que obligó a 70.000 solicitantes de asilo a esperar en Tijuana, Juárez y otras ciudades fronterizas mexicanas mientras sus casos se perdían en los tribunales estadounidenses.

También está el oscuro estatuto de salud pública conocido como Título 42 que la administración Trump invocó el año pasado en respuesta a la crisis del coronavirus. Ordenó a las autoridades fronterizas que expulsaran rápidamente a cientos de miles de personas sin el debido proceso ni la oportunidad de solicitar asilo.

Biden ha mantenido algunas de esas restricciones de Trump, mientras que ha flexibilizado otras.

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Lo más notable ha sido la negativa de Biden a expulsar a los niños migrantes que llegan a la frontera sin adultos.

Eso significa que jóvenes como Michelle Rubio, una joven de 17 años de Honduras que cruzó el Río Grande sin un tutor y fue recogida por los agentes del condado de Hidalgo, puede esperar que finalmente sea puesta al cuidado de su padre, que vive en Virginia.

Several asylum seekers sit on a curb waiting to be taken to holding facilities.
Solicitantes de asilo esperan ser procesados y llevados a instalaciones de detención el jueves en el Valle de Río Grande.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

“Hay mucha violencia en mi país”, dijo Rubio después de seguir un cartel escrito a mano por los agentes fronterizos cerca del río que decía “asilo” hasta que se encontró con un convoy de policías locales. “No puedo vivir allí”.

Mientras Rubio esperaba a ser entregada a los agentes federales, acariciaba nerviosa la cruz de madera que colgaba de su cuello.

Desde finales de enero, los agentes del Sheriff han descubierto un centenar de migrantes cada noche a lo largo de Río Grande, dijo el sargento Roger Rich. Muchos de ellos son menores que van solos. El mes pasado encontraron a un niño hondureño de 4 años en la orilla del río que se levantó la camisa para mostrarles el número de teléfono de un familiar, escrito en su pecho.

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No es la primera vez que aparecen grandes cantidades de jóvenes migrantes en la frontera.

Una gran avalancha de migrantes se produjo en 2014, en medio de una ola de agravamiento de la violencia de las pandillas en Honduras y El Salvador. Hubo otra afluencia en 2019, después de que Trump fuera presionado para poner fin a una política bajo la cual separó a los niños migrantes de sus padres.

En las últimas semanas, los funcionarios se han esforzado por seguir el ritmo del último aumento, reabriendo un refugio en el centro de Texas y enviando a los menores a permanecer en nuevos refugios en un antiguo campamento para trabajadores petroleros en el oeste de Texas y en el centro de convenciones de Dallas.

Más de 4.500 niños no acompañados están bajo la custodia de las agencias fronterizas estadounidenses, y otros 9.000 se encuentran retenidos por el Departamento de Salud y Servicios Humanos. Muchas de las instalaciones están desbordadas, y los menores se ven obligados a dormir en colchonetas en el suelo.

Asylum seekers holding large manila envelopes sit in rows of chairs
Los solicitantes de asilo esperan asistencia en el Centro de Respiro Humanitario de Caridades Católicas del Valle de Río Grande en McAllen, Texas, donde reciben ayuda con el transporte para conectarse con familiares y amigos que viven en Estados Unidos mientras esperan sus audiencias de inmigración.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

“El sistema está realmente abrumado en este momento”, dijo Leecia Welch, una abogada del Centro Nacional para la Ley de la Juventud, con sede en Oakland, que recientemente entrevistó a 20 menores no acompañados detenidos en la frontera.

Un niño no se había duchado en seis días, dijo. Muchos dijeron que solo se les permitía salir al exterior cada pocos días, durante 20 minutos.

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El hecho de que se permita la entrada de menores no acompañados en Estados Unidos por primera vez en meses ha contribuido a alimentar los rumores de que la frontera está abierta a los niños.

También lo ha hecho un aparente cambio de política en el estado de Tamaulipas, que por razones que no se han aclarado, recientemente dejó de aceptar a familias deportadas con niños menores de 7 años.

Los funcionarios de la administración Biden habían estado utilizando el estatuto de salud de la administración Trump para expulsar a las familias. Pero dicen que el cambio en Tamaulipas les ha dado pocas opciones para permitir que algunas familias con niños entren en Estados Unidos.

“El presidente nos ayudó”, dijo Luis Enrique Rodríguez Villeda, un guatemalteco de 31 años que cruzó de Tamaulipas a Texas en una balsa de plástico la semana pasada con su hija de 2 años, Ariana. “He visto cómo ha abierto la frontera y ha dado permiso a la gente para venir a buscar una vida mejor”.

Rodríguez reveló que había viajado con su hija porque los contrabandistas le ofrecieron un descuento y le dijeron que eso ayudaría a sus posibilidades de que le permitieran quedarse.

Después de retener a Rodríguez y a su hija durante dos días, los agentes de la Patrulla Fronteriza le pusieron un monitor en el tobillo de la pierna derecha y le dijeron que se presentara en el tribunal de inmigración el 26 de mayo en Detroit, donde tiene familiares.

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No todos los migrantes tienen tanta suerte. Mientras que a muchas de las familias que cruzaron desde Tamaulipas se les ha permitido quedarse en Estados Unidos, el resto ha sido trasladado a otras ciudades fronterizas y expulsado rápidamente a estados mexicanos que aceptan familias con niños pequeños.

Una gran cantidad de ellos han acabado en Juárez. En el lado este de la polvorienta ciudad industrial, justo al sur del muro de acero que marca la frontera con El Paso, las familias se paseaban por un abarrotado refugio para inmigrantes en una reciente y ventosa mañana. Muchos parecían desconcertados.

En su país, en Guatemala, El Salvador y Honduras, se endeudaron para pagar hasta 10.000 dólares a los contrabandistas que los habían atraído al norte con promesas tentadoras: Biden había abierto la frontera.

“Dijeron que con los niños se podía pasar libremente”, expuso una mujer de 38 años llamada Yoli, que no quiso dar su apellido porque le preocupaba que los contrabandistas pudieran agredirla.

Dejando atrás a su marido taxista y a sus dos hijos mayores, salió de Ciudad de Guatemala con su hijo de 5 años a principios de marzo y finalmente la pareja cruzó de Tamaulipas a Texas. Cuando los subieron a un avión junto con otras decenas de familias de inmigrantes, supuso que los liberarían poco después de aterrizar. En lugar de ello, los agentes les hicieron entrar en el puente fronterizo de El Paso y les dijeron que caminaran hacia Juárez.

“Todos empezamos a llorar porque no era lo que los contrabandistas habían prometido”, relató.

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Dijo que se siente culpable por haber traído a su hijo en un viaje tan arduo. Estaba resfriado después de llegar a Juárez, donde las temperaturas llegan a los 40 grados por la noche.

Parece que todo el mundo en el refugio de Pan de Vida tiene una historia similar.

Una mujer llamada Flora y su hijo de 14 años habían soportado un largo viaje hacia el norte que incluía un abrasador recorrido de 16 horas en un remolque de tractor repleto de otros 200 migrantes. Fueron deportados de Estados Unidos solo unas horas después de su llegada.

Families are sheltered at the Our Lady of Guadalupe Catholic Church in Mission, Texas
Las familias encuentran refugio en la Iglesia Católica de Nuestra Señora de Guadalupe en Mission, Texas, tras ser liberadas por la Patrulla Fronteriza el martes.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Esa noche, durmieron en las calles del centro de Juárez. Los ladrones se llevaron sus mochilas. “Ahora solo queremos volver a casa”, manifestó.

El creciente número de familias devueltas desde Estados Unidos está alarmando a las autoridades de México.

“Hemos estado tratando de abordar un problema que no provocamos”, dijo Enrique Valenzuela, que ayuda a coordinar la asistencia a los migrantes para el estado de Chihuahua. “Se trata de un grupo de personas que salen de su país por razones que no podemos controlar y que llegan aquí por motivos que tampoco podemos controlar”.

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Valenzuela, cuya oficina da al puente fronterizo donde se devuelven los deportados, trata de saludar personalmente a todos ellos, invitando a los migrantes a sus oficinas a comer sándwiches y a utilizar el Wi-Fi para que puedan informar a sus familiares de que no lograron cruzar.

Le preocupa el incremento de la inmigración y, en particular, la posibilidad de que se produzcan brotes de COVID-19 en los albergues para inmigrantes. Señala que el número de migrantes que solicitan asilo en México también está en aumento, con 6.992 solicitudes presentadas el mes pasado, más que en cualquier febrero de la historia reciente.

El gobierno de Biden ha estado presionando a México para que haga más por detener a los migrantes, y la semana pasada México anunció que enviaría cientos de agentes de inmigración y tropas de la Guardia Nacional a su frontera sur.

Los esfuerzos de Biden por disuadir a los migrantes de hacer el viaje han tenido menos éxito.

“No vengan”, dijo Biden en una reciente entrevista con ABC News, explicando que estaba en camino más ayuda estadounidense para Centroamérica. Pero ese mensaje, que se ha difundido por las redes sociales y la radio en Guatemala, El Salvador y Honduras, no parece estar teniendo efecto.

El viernes un flujo constante de personas atravesaba los bosques y pastizales de las afueras de Palenque, México, a unos 160 kilómetros al norte de la frontera con Guatemala. Muchos de los migrantes eran hombres solos, pero también había una gran cantidad de familias.

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A young girl waits with her mother to be processed by Border Patrol agents after crossing the Rio Grande River in a raft.
Una niña es abrazada por su madre mientras esperan junto a otras personas a ser procesadas por los agentes de la Patrulla Fronteriza después de cruzar el Río Grande en una balsa el jueves.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

“Nos enteramos de que hay un nuevo refugio en Estados Unidos para las personas que llegan con niños”, dijo Cinthia Mariela Guzmán, una joven de 19 años de Honduras que se había detenido a un lado de la carretera para dar un descanso a sus pies doloridos.

Viajaba con su pareja y su hijo de 3 años, Emenim.

Dijo que las inundaciones del huracán destruyeron su casa en la ciudad costera de Puerto Cortés. “El agua llegaba hasta el techo”, relató Guzmán. Se trasladaron a un refugio y más tarde alquilaron una habitación individual donde vivían los tres.

Al igual que muchos hondureños que llegan a México, no tenían dinero, ya que habían agotado sus limitados ahorros en sobornos a la policía guatemalteca y a otros funcionarios mientras atravesaban esa nación. Aún así, Guzmán y su pareja eran optimistas.

Mientras se preparaba para seguir adelante, Guzmán señaló a su hijo pequeño: “Esperamos que tenga un futuro mejor al otro lado”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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