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A pesar de los obstáculos, los nativos americanos tienen la tasa de vacunación contra COVID-19 más alta del país

Woman holds the hand of her niece as she gets vaccinated
Summer Ariwite toma de la mano a su sobrina, Kaycee Moss, quien recientemente cumplió 12 años, edad suficiente para ser vacunada contra el COVID-19 por Samantha Allen, una enfermera de salud pública en la reserva indígena de Fort Belknap.
(Richard Read / Los Angeles Times)
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Durante los primeros meses de la pandemia, los residentes de la Reserva Indígena de Fort Belknap se salvaron de su reclusión en las llanuras del norte de Montana. Pero cuando finalmente llegó el coronavirus, golpeó con fuerza.

El hospital de seis camas se vio rápidamente abrumado y decenas de pacientes tuvieron que ser trasladados en avión a Billings o más lejos.

Para diciembre, 10 personas habían muerto, la mayoría de ellos eran venerados adultos mayores, devastando la comunidad unida de 4.500 habitantes. Los trabajadores de la salud se prepararon para más contagio y muerte a medida que el invierno obligaba a la gente a estar en lugares interiores.

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“Si te cortan la electricidad, o te quedas sin gas y no tienes agua caliente, vas a ir a la casa de la abuela para asearte y quedarte”, comentó Jessica Windy Boy, quien dirige la sucursal del Servicio de Salud Indígena en este lugar.

Pero los peores miedos nunca se materializaron. En cambio, ayudaron a impulsar una campaña de vacunación de gran éxito que ha hecho que la vida en la reserva vuelva a la normalidad.

No es solo la comunidad de Fort Belknap la que ha logrado protegerse. Los expertos indican que los nativos estadounidenses tienen una tasa de inoculación más alta que cualquier otro grupo racial o étnico significativo.

Esos son índices difíciles de determinar, porque muchos receptores del antígeno no proporcionan su raza o etnia cuando se vacunan. Pero más de 100 millones lo han hecho. Esos datos, recopilados por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por sus siglas en inglés) sugieren que los nativos americanos tienen un 24% más de probabilidades que los blancos de estar completamente inoculados, un 31% más que los latinos, un 64% más que los afroamericanos y un 11% más que los asiáticos estadounidenses.

Los datos de varios estados y condados ofrecen evidencia complementaria. En Alaska, por ejemplo, los nativos americanos son el 15% de la población, pero en abril representaban el 22% de los inoculados.

“El sorprendente éxito de los nativos americanos es alentador y creo que puede servir como modelo para esfuerzos de vacunación más amplios en todo el país”, señaló Latoya Hill, analista de Kaiser Family Foundation.

Los rumores, las teorías de la conspiración y la política amarga que han estancado el esfuerzo nacional de inoculación parecen haber ganado menos popularidad entre los pueblos indígenas.

Man winces at vaccination needle being prepared by nurse.
Arvin Lamebear Gallagher se estremece ante una aguja que sostiene la enfermera Roberta Wagner mientras se prepara para vacunarlo contra el COVID-19 en la reserva indígena de Blackfeet en Montana.
(Richard Read / Los Angeles Times)

“Fuimos extremadamente agresivos con nuestras tasas de vacunación desde muy temprano”, comentó la Dra. Loretta Christensen, directora médica del Servicio de Salud Indígena federal, que brinda atención a más de la mitad de los 5 millones de nativos americanos del país. “Ya teníamos todo eso de avance, ciertamente antes de que la variante Delta se intensificara, así que hemos mantenido nuestros casos bajos”.

Su propia tribu, la Nación Navajo, la más grande del país, informa que más del 70% de sus miembros mayores de 12 años que viven en la reserva están completamente inoculados, muy por encima de la tasa del 59% para todo el país.

“Este ha sido un esfuerzo tremendo en todo el territorio indígena para cuidar de nuestra gente”, indicó Christensen.

Los nativos americanos que comúnmente viven lejos de los centros de salud. Se enfrentan a una de las peores pobrezas del país. Y la desconfianza en las autoridades federales es muy grande.

Para muchos expertos, e incluso para muchos líderes tribales, era difícil imaginar un grupo que se opusiera más a los antígenos respaldados por el gobierno.

“Habrá un rechazo a esta vacuna”, señaló Jonathan Nez, presidente de la Nación Navajo, al Times en diciembre.

En una encuesta el otoño pasado, antes de que aparecieran los resultados de los ensayos clínicos que mostraban que los antígenos eran seguros y efectivos, solo el 35% de los trabajadores de campo del Servicio de Salud Indígena comentaron que “definitivamente” o “probablemente” se inocularían.

Pero los líderes tribales entendieron que las vacunas eran la forma más clara de salir de la pandemia. Tomaron la radio y las redes sociales para promocionarlas, advirtiendo que las personas más grandes enfrentaban el mayor peligro en las comunidades vulnerables debido a las altas tasas de diabetes, enfermedades cardíacas y obesidad.

Le recordaron a la gente el daño que el COVID-19 ya había causado, matando a los nativos americanos a 2½ veces más que los estadounidenses blancos, así como las epidemias de viruela de los siglos XVIII y XIX que diezmaron a muchas tribus.

“Planteé la imagen de que el virus era un monstruo, como cualquier otro que ha venido a plagar al pueblo navajo y causar estragos”, explicó Nez en una entrevista esta semana. “Les comenté que debían portar una armadura y eso es la vacuna”.

A fines de 2020, a medida que los antígenos estaban disponibles, las actitudes estaban cambiando.

En una encuesta a nativos americanos realizada por el Urban Indian Health Institute, el 75% de los encuestados comunicaron que estaban dispuestos a vacunarse. La motivación principal fue “un fuerte sentido de responsabilidad para proteger a la comunidad nativa y preservar las formas culturales”.

Fort Belknap, una reserva de 980 millas cuadradas establecida en 1869 para dos tribus que antes eran nómadas, los A’aninin y los Nakoda, fue la primera de las siete reservas de Montana en obtener congeladores ultrafríos necesarios para almacenar el antígeno fabricado por Pfizer-BioNTech.

Cuando llegaron las primeras dosis el 16 de diciembre, los trabajadores de la salud se vieron abrumados por las llamadas de personas ansiosas de que se acabaran las vacunas. Un equipo de nueve enfermeras de salud pública, todas criadas en la comunidad, respondió preguntas sobre los antígenos por teléfono y en Facebook Live, asegurando a todos que habría suficientes.

La estructura centralizada del Servicio de Salud Indígena, a menudo criticada por ser burocrática, permitió a las enfermeras clasificar rápidamente a los pacientes por edad, además de encontrar información detallada de salud y contacto.

Las tribus que optaron por tomar las vacunas de la agencia muchas veces las recibieron antes de quienes las obtuvieron a través de los estados. Los funcionarios federales abandonaron los protocolos y dejaron que los líderes tribales determinaran el orden de inoculación.

En Fort Belknap, los trabajadores de la salud fueron primero, luego los trabajadores esenciales y las personas mayores. En un movimiento original, los funcionarios tribales también extendieron la elegibilidad a los miembros del personal de las escuelas cercanas que inscribían a niños indígenas.

“Salvamos vidas haciendo eso”, señaló Windy Boy, el ejecutivo del Servicio de Salud Indígena. “Una escuela fuera de la reserva tuvo un gran brote en enero, después de que su personal tuviera una dosis”.

Con el objetivo de preservar su herencia cultural, las enfermeras también ponen a los hablantes de lengua nativa al inicio de la fila. Los líderes tribales recibieron temprano las inyecciones para demostrar que los antígenos eran seguros.

Las enfermeras se basaron en la credibilidad de sus lazos familiares al apuntar a más personas para vacunar. “La relación paciente-enfermera está mejor establecida gracias a esa confianza”, indicó una enfermera, Samantha Allen.

Entre los 3.500 miembros tribales de 12 años o más que son atendidos por el Servicio de Salud Indígena en Fort Belknap, el 67% están completamente inoculados, según la oficina de la agencia en Billings.

La tasa de vacunación en el vecino condado de Phillips es del 40%.

Fort Belknap Indian Community nurses wear ceremonial skirts.
Las enfermeras de salud pública, que han vacunado a personas en la comunidad indígena de Fort Belknap contra el COVID-19, usaban faldas tribales ceremoniales cuando fueron honradas como grandes mariscales del desfile anual de la reserva en julio.
(Courtesy of Tjay Allen)

En el desfile anual de Milk River Indian Days de la reserva el mes pasado, las enfermeras de salud pública fueron declaradas grandes mariscales y saludaron desde un carro alegórico.

“Nos pusimos nuestras faldas de listón”, comentó Allen, refiriéndose al colorido atuendo ceremonial. “De lo contrario, siempre estaríamos en nuestro uniforme”.

El otro día, en la polvorienta ciudad conocida como Fort Belknap Agency, los adolescentes pasaban zumbando frente a casas rodantes de doble ancho en un vehículo todo terreno.

Los jugadores con cubrebocas se acercaron sigilosamente a las mesas de blackjack en el Casino Fort Belknap, que recientemente reabrió después de un cierre de más de un año.

Los turistas estaban comprando nuevamente en la tienda Kwik Stop en la carretera U.S. 2. Las clases se reanudarían este mes en Aaniiih Nakoda College.

Parecía que la reserva había superado un gran obstáculo.

Pero las enfermeras de salud pública todavía tenían trabajo por hacer. Algunas personas continuaron resistiéndose a la inmunzación.

Kathleen Adams, quien encabeza el equipo, recorre la reserva con los antígenos en una hielera y se ofrece a inocular a cualquiera que aún lo necesite.

“Le he estado preguntando a mi primo y su esposa, pero no se vacunan”, se lamentó.

Nurse carries coolers containing vaccines
Kathleen Adams, enfermera principal de salud pública en la reserva indígena de Fort Belknap, lleva hieleras a su automóvil para el próximo viaje para vacunar a un residente de la reserva de indígenas estadounidenses en el centro norte de Montana.
(Richard Read/Los Angeles Times)

Luego estaban personas como Marty Lone Bear y su esposa, Brittany Allen, que viven en un lugar remoto en la reserva, a 12 millas de la ciudad de Hays.

Un trabajador de salud de la comunidad les había estado instando a que se inyectaran, pero Lone Bear no vio la prisa. Su familia subsistía con verduras de cosecha propia y alces que cazaba, además rara vez iba a la ciudad.

“Esperemos y veamos qué le hacen las vacunas a los demás primero”, le comentó a su esposa.

Pero ahora habían comenzado a buscar trabajo y su hija de 3 años, Bianca, estaba lista para iniciar el preescolar. Eso significó más contacto con la gente, incluidas las personas mayores.

Así que la semana pasada hicieron un viaje a Hays, tomaron sus lugares dentro de una pequeña clínica y se levantaron sus mangas para unirse a las filas de los vacunados.

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