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Quienes creyeron que Bill Clinton era un depredador sexual, ¿cómo pueden ahora defender a Trump?

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¿Todos podemos estar de acuerdo en que el abuso sexual no tiene nada que ver con la política o el partidismo, pero sí todo que ver con el privilegio masculino, el sexismo, un histórico menosprecio de las vidas de las mujeres y el fracaso de nuestro sistema de justicia -hasta hace poco- para tomar las violaciones muy en serio?

¿Y podemos finalmente acordar -independientemente de nuestro pensamiento político-, que no queremos que los violadores o acosadores/agresores/agresores sexuales sean nuestros presidentes, nuestros senadores, nuestros congresistas o jueces de nuestra Corte Suprema?

La semana pasada, la escritora y columnista de consejos E. Jean Carroll se convirtió en al menos la 22ª mujer en acusar al presidente Trump de violación o agresión sexual. Ninguna de estas mujeres se esconde tras un manto de anonimato; cada una ha declarado con su nombre y contado la historia detallada. Algunas presentaron demandas contra Trump. La cantidad se está volviendo realmente Cosby-esca.

Entonces, ¿qué tal si le damos a mujeres creíbles, como estas, el beneficio de la duda?

El relato de Carroll, quien dice haber sido violada por Trump en un vestidor de una tienda departamental, aparecerá en su próximo libro de ensayos, “What do We Need Men For: A Modest Proposal” (Para qué necesitamos hombres: una propuesta modesta). Un extracto del capítulo en el que habla sobre el presunto ataque, “The Most Hideous Men of My Life” (Los hombres más terribles de mi vida), fue publicado en portada por la revista New York Magazine. En la lista se encuentran “los 21 canallas más repugnantes que he conocido”, escribe Carroll, de 75 años, una ex reina de belleza y porrista, que ha tenido muchas experiencias espantosas con los varones. Trump es el número 20 en su lista.

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La portada de la revista muestra una foto de Carroll, muy sobria, con un abrigo negro de Donna Karan, medias y zapatos de tacón también negros, con los brazos cruzados y estas líneas: “Esto es lo que llevaba puesto hace 23 años, cuando Donald Trump me atacó en un vestidor de Bergdorf Goodman”. En ese momento, ella tenía 52 años.

El presidente, como lo ha hecho con cada acusación de agresión, negó que el incidente haya tenido lugar. Dijo que nunca había conocido a Carroll; que ella inventó todo para vender libros.

Bien, uno puede amar a Trump, sus políticas, su ampulosidad, sus nominaciones para jueces.

Pero nadie puede ignorar que miente constantemente y con facilidad, y que no sólo ha sido acusado de agredir sexualmente a mujeres, sino que se jactó de haberlas agredido. “Cuando eres una estrella... puedes hacer cualquier cosa”, le dijo a Billy Bush en el infame video de “Access Hollywood”. “Toquetearles la entrepierna”.

Trump dice que nunca conoció a Carroll. Pero New York Magazine publicó una foto de una sonriente Carroll hablando con él en lo que parece ser un evento social alrededor de 1987, años antes de la presunta violación. Ambos eran neoyorquinos de alto perfil. Ella tenía un programa de consejos en la estación de cable “America’s Talking”, precursora de MSNBC. Él era un desarrollador inmobiliario y promotor de sí mismo, que aparecía a menudo en las páginas de los tabloides. Tiene mucho sentido que se conocieran. Sin embargo, él afirma que nunca la conoció cuando una foto muestra claramente que está hablando con ella.

Entonces: ¿a quién le vamos a creer? ¿A Trump, o a nuestros propios ojos?

Y cuando el presidente dice que Carroll intenta vender libros, lo único que puedo decir es que nadie tiene que comprar un ejemplar para leer la horrible historia.

El extracto está disponible de forma gratuita, en línea.

El relato de Carroll nos lleva inevitablemente a Juanita Broaddrick, la ex administradora del asilo de ancianos, quien afirma que Bill Clinton la violó en 1978.

Al igual que Carroll, ella les contó a sus amigos acerca del ataque, después de que sucediera. A diferencia de Carroll, ella declaró bajo juramento que Clinton no la había atacado, luego se retractó y dijo que sí lo había hecho, algo que enturbió las aguas para ella.

En 2016, Broaddrick se dejó usar como un peón político por Trump, quien entonces buscaba la presidencia. Él la sacó a relucir -primero en una conferencia de prensa, luego en un debate con Hillary Clinton-, probablemente para deshacerse de la candidata presidencial demócrata (al lado de Broaddrick en ambas ocasiones: Paula Jones, quien resolvió una demanda por acoso sexual contra Bill Clinton con $850.000).

¿Por qué ambas se dejarían usar tan cínicamente por Trump, quien difícilmente es un defensor de las mujeres, que le pagó a una estrella porno y conejita de Playboy para acallar sus asuntos extramaritales, que fue acusado por mujeres de agresión sexual y cuyo video de “Access Hollywood” ya se había dado a conocer?

Tal como el esposo de Kellyanne Conway, George Conway, señaló el fin de semana en el Washington Post, Carroll es una acusadora mucho más creíble que Broaddrick. “Los republicanos o conservadores que promovieron los cargos de Broaddrick”, escribió, “serían hipócritas si no defienden a Carroll y condenan a Trump”.

En efecto. ¿Por qué los conservadores de los “valores familiares” que se unieron a la defensa de Broaddrick -gente como Sean Hannity- no dieron un paso al frente para defender a Carroll?

La reacción de Broaddrick es decepcionante, como mínimo. No pude encontrar una sola palabra de apoyo por parte de ella para Carroll, presunta víctima de un futuro presidente. En lugar de ello, Broaddrick fue al ataque. “George Conway es un vil bocazas, que quiere usar mi nombre y el relato creíble de mi violación por parte de Bill Clinton para promover sus intenciones”, publicó en su página de Twitter, que muestra una fotografía de su conferencia de prensa con Trump. “Qué desagradable”, afirmó.

La falta de autoconciencia de Broaddrick, que permitió que Trump usara su nombre y la “narración creíble de la violación de Bill Clinton” para promover sus intenciones, es triste, pero tal vez no sea sorprendente.

Demasiados políticos partidistas tratan a las mujeres como víctimas creíbles sólo cuando los hombres de la otra facción las violan y agreden. Pero el ataque sexual no es un crimen partidista. Estas son transgresiones de poder y privilegio.

Quien le cree a Broaddrick, debe creerle a Carroll.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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