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Julio Scherer, reportero hasta el final

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MÉXICO.- En mayo de 1968, antes de viajar a Praga, Julio Scherer García visitó a Gustavo Díaz Ordaz en Los Pinos. Lo recibió el secretario de la Presidencia, con una carta y un sobre lleno de dinero.

“Gracias”, le dijo, y lo rechazó. “No ofendas al Presidente”, le insistieron. “El Presidente me conoce”, reviró el periodista.

Scherer se convirtió en un “mirlo blanco”, un ave rara en un mundo de comunicadores corrompidos por el poder del dinero. Desde la absoluta discreción de su vida -“Yo soy el que hace las entrevistas. Yo jamás daré una entrevista”, le dijo un día a Javier Sicilia-, fue el maestro del periodismo mexicano desde la segunda mitad del siglo 20.

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Director de Excélsior entre 1968 y 1976, fundador del semanario Proceso, falleció ayer a las 4:30 de la madrugada debido a un choque séptico a la edad de 88 años. Por la tarde sería enterrado en el Panteón Francés, con la piel de mirlo intacta.

“Su dura independencia se destacó en un momento en el que el periodismo independiente y crítico del gobierno era poco frecuente en México. Inspiró y entrenó a una nueva generación de periodistas mexicanos”, recordó The New York Times.

Alma Guillermoprieto, reportera de planta de The New Yorker, añadió: “Abrió las puertas al periodismo moderno y, con ello, a la democracia”.

Nació el 7 de abril de 1926 en la Ciudad de México. Inició su carrera en el Excélsior de los 50. “Me soñé cazador de especies inauditas: las exclusivas desplegadas a ocho columnas”, escribió en 2012 en Vivir, uno de sus 22 libros publicados.

Como cazador de exclusivas, se sentó cuaderno en mano con John F. Kennedy, Salvador Allende, el Che Guevara, Konrad Adenauer, Augusto Pinochet y Pablo Neruda. Necio, curioso, obsesivo, consciente de la calidad de su pluma, preguntaba: a Paul Warnke, secretario para asuntos de seguridad internacional durante la Guerra de Vietnam: “¿Es legítimo que los Estados Unidos vayan a arreglar los asuntos internacionales de otros países, a diez mil millas de la frontera?”.

A Arthur Miller, dramaturgo casado con Marilyn Monroe, le dijo: “Usted, señor Miller, es un escritor porque escribe aquello que tiene que escribir. Un periodista ha de preguntar, se acomode o no a su temperamento”.

Obtenía revelaciones, y se iba con descripciones que decían más que las palabras: “El miedo se siente a través de los periódicos sin noticias y de los noticieros sin informaciones. Pareciera que no pasa nada, que al país se le ha secado el alma”.

El 31 de agosto de 1968, el tercer hijo del matrimonio entre Pablo Scherer y Paz García, rindió protesta como director de Excélsior. Eran tiempos convulsos. Desde su oficina veía pasar las marchas de estudiantes y obreros sobre Paseo de la Reforma. “¡Prensa vendida!”, les gritaban.

La independencia que implantó haría de Excélsior uno de los diez mejores periódicos del mundo.

Desde allí invitó a Octavio Paz a crear una revista, cuando todo mundo pensaba que, a su renuncia en la Embajada de la India por la matanza de Tlatelolco, le quedaba sólo la academia o el extranjero. “Aceptamos con una condición: libertad. Scherer cumplió como los buenos”, escribió el fundador de Plural.

Scherer se molestaba si un reportero tocaba la puerta antes de entrar a visitarlo, y le fastidiaban los homenajes al periodista -“Sé de mi piel, conozco mi alma”, decía-. Pedía a los reporteros atenerse al dato: “La cirugía y el periodismo remueven lo que encuentran. El periodismo ha de ser exacto, como el bisturí”.

Su Excélsior sobrevivió hasta el 8 de julio de 1976, cuando Luis Echeverría, en complicidad con trabajadores, tramó su salida. Se fue con todos sus colaboradores y respondió con la fundación de Proceso el 6 de noviembre, menos de un mes antes del fin de sexenio de Echeverría.

Scherer, por ejemplo, demostró la existencia de una unidad militar secreta para combatir a las guerrillas, y denunció las millonarias cuentas de Raúl Salinas de Gortari depositadas en Suiza.

Con él, Proceso se convertiría en una referencia.

El 1 de enero de 1994, cuando apenas el EZLN se había levantado en armas, un hombre le reprochó al Subcomandante Marcos haberse rebelado en sábado: “Los sábados cierra su edición Proceso, y ahora, quién sabe si ustedes van a durar hasta la próxima semana”, recordó el líder guerrillero en abril de ese año.

Carlos Salinas de Gortari estaba obsesionado con Scherer, escribió Vicente Leñero, quien en 1988 recibió una insinuación del priista: “¿Cómo podría Proceso trascender a Julio Scherer, Vicente?”.

“Salinas”, escribió Scherer, “pensó en Leñero para que hiciera las veces de un traidor y desmantelara la revista. Vio a un miserable en un hombre impecable. Salinas sabe mucho de política, pero no tanto de la condición humana”.

Scherer representó el ideal más alto para el periodismo mexicano. El reverso de la corrupción y de los periodistas cooptados. Si Jacobo Zabludovsky representó la prensa del sistema, él lo denunció hasta los últimos años: “Hoy Zabludovsky ladra y muy de vez en cuando enseña sus dientes sin filo”, escribió en 2012.

Hasta el final de su vida, siguió siendo reportero. En 2001 entrevistó al Subcomandante Marcos. En 2010, al narcotraficante Ismael “El Mayo” Zambada. En 2013, al ex capo Rafael Caro Quintero. El periodista cumplía su promesa: “Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”.

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