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En el mar o el desierto: el coronavirus deja atrapados a los migrantes en un limbo

Asylum seekers return to Mexico on bridge between Ciudad Juarez and El Paso
Migrantes centroamericanos que buscan asilo, algunos con máscaras protectoras, regresan a México el 21 de marzo pasado, a través del puente internacional fronterizo que une Ciudad Juárez, México y El Paso, Texas.
(Christian Chavez / Associated Press)

El cierre de las fronteras por el coronavirus y las medidas en cascada han dejado a miles de migrantes desesperados atrapados en el limbo en condiciones difíciles.

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Miles de inmigrantes desesperados están atrapados en un limbo y corren el riesgo de morir sin comida, agua o refugio en los desiertos abrasadores o el mar, mientras los gobiernos cierran fronteras y puertos ante el brote de coronavirus.

En todo el mundo, grupos de migrantes han sido transportados por camiones en el Sahara o llevados en autobús a la frontera de México con Guatemala y más allá. Otros están a la deriva en el Mediterráneo después de que las autoridades europeas y libias declararan inseguros sus puertos, y se cree que unos 100 refugiados rohingya de Myanmar murieron en la Bahía de Bengala, luego de que país tras país los empujaran de vuelta al mar.

Muchos gobiernos señalan que una crisis de salud pública requiere de medidas extraordinarias. Sin embargo, estas pautas son sólo nuevos pasos para frenar a los migrantes.

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“Se deshicieron de nosotros”, expresó Fanny Jacqueline Ortiz, una hondureña de 37 años que fue abandonada el 26 de marzo, junto con sus dos hijas, en el solitario cruce fronterizo de El Ceibo entre México y Guatemala, expulsada primero por Estados Unidos y luego por México.

Desde las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, las leyes internacionales y algunas normas nacionales han protegido a los refugiados y solicitantes de asilo. Las naciones tienen el derecho de cerrar sus fronteras por seguridad nacional, pero no pueden hacer regresar a los migrantes por la fuerza al peligro, consideró Violeta Moreno-Lax, profesora de derecho migratorio en la Universidad Queen Mary de Londres.

Sin embargo, eso es exactamente lo que está sucediendo. “La pandemia proporciona la excusa perfecta”, reflexionó Moreno-Lax.

Las deportaciones al desierto ocurren hace años en el norte de África y más allá, y Europa está estancada en cómo manejar la migración en el Mediterráneo desde la crisis migratoria de 2015. En Estados Unidos, el presidente Trump convirtió la inmigración en un tema central de su campaña de 2016, con la cual llegó al cargo.

Pero este año, el brote de coronavirus cambió la dinámica y permitió a los gobiernos tomar medidas enérgicas aún más duras, incluso cuando la desesperación de quienes están en movimiento no ha cambiado.

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Trump se vale de una ley de salud pública de 1944 para dejar de lado la ley inmigratoria de EE.UU, con décadas de antigüedad. Casi 10.000 mexicanos y centroamericanos fueron “expulsados” a México menos de tres semanas después de que las nuevas pautas entraran en vigencia, el 21 de marzo pasado, según la Aduana y Protección Fronteriza. Las autoridades estadounidenses afirman que la decisión no fue sobre la inmigración sino por una cuestión de salud pública.

Luego, México empuja a los migrantes aún más al sur. Ese país niega que esté dejando a los migrantes valerse por sí mismos y afirma que coordina todo accionar con sus gobiernos de origen.

Algunos migrantes también quedaron varados en condiciones similares en el Sahara después de ser expulsados de Argelia y Libia.

Grupos de docenas de ellos caminan de seis a 10 millas por el desierto desde una tierra de nadie llamada Point Zero hasta el polvoriento pueblo fronterizo de Assamaka, en el vecino Níger. Allí, los recién llegados permanecen en una cuarentena improvisada durante 14 días.

Según la Organización Internacional para las Migraciones de las Naciones Unidas, más de 2.300 migrantes extranjeros están varados en Níger, sin poder regresar a sus hogares o ir a ningún otro lado.

Las pruebas sugieren que el coronavirus se originó en los murciélagos de Asia. Pero algunos investigadores dicen que, aquí en América del Norte, los murciélagos se enfrentan al riesgo opuesto: de ser infectados por portadores humanos.

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En Libia, el centro de detención de migrantes en Kufra expulsó a casi 900 hombres y mujeres entre el 11 y el 15 de abril, llevándolos en camiones o autobuses a través de cientos de millas de arena y dejándolos en una ciudad remota en Chad o en un puesto fronterizo del Sahara en Sudán, detalló el teniente Mohamed Alí Fadil, director del centro. Cientos más llegaron la semana siguiente.

Fadil aseguró que el centro está “deportando un mayor número de personas, más rápido que nunca”. Las expulsiones son un intento de proteger a los migrantes del coronavirus, agregó.

Sin embargo, los grandes grupos de migrantes expulsados están en peligro no sólo por el coronavirus sino también ante las temperaturas del mediodía, que pueden elevarse a 120 grados en esta época del año.

Otros cientos de migrantes quedaron atrapados en el mar, en el Mediterráneo y en la Bahía de Bengala. El Mediterráneo no ha sido patrullado por botes de rescate durante dos semanas. Las dos últimas embarcaciones de ese tipo quedaron amarradas frente a la costa de Italia, junto con un ferry que retiene a 180 migrantes rescatados en abril, todos ellos en una cuarentena en el agua que lleva 14 días.

Los barcos finalmente atracarán, pero ningún país ha aceptado acoger a los migrantes, que permanecerán en el ferry hasta que se decida su destino. Cualquier otro que intente abandonar los miserables centros costeros de detención de Libia o los estrechos almacenes de los contrabandistas se enfrentará a un futuro igualmente incierto, ya sea empujado de regreso a Libia o a la deriva en el mar.

A medio mundo de distancia, cientos de refugiados rohingya están varados en el mar en la Bahía de Bengala. Hace semanas, abordaron al menos dos arrastreros de pesca, y ahora están abandonados frente a las costas de Bangladesh.

Los pescadores vieron los barcos el 20 de abril, y la agencia de refugiados de la ONU afirmó que pueden haber estado en el mar durante semanas sin suficiente comida ni agua. Un grupo de 29 personas llegó a una isla en el sur de Bangladesh el sábado pasado. El grupo humanitario Médicos sin Fronteras manifestó que los sobrevivientes de otro bote que finalmente llegó a la costa estimaron que unas 100 personas habían muerto mientras esperaban.

El gobierno de Bangladesh remarcó que no puede mantener más refugiados y seguir controlando la crisis del coronavirus. Malasia también denegó la entrada a otros varios barcos, cada uno con docenas de individuos a bordo.

En su pequeña casa de bambú en el campo de refugiados rohingya en Cox’s Bazar, Bangladesh, Rahima Khatun no ha dormido desde que perdió contacto con su hija, quien salió al mar con sus nietos hace más de 50 días para unirse a su yerno en Malasia.

Khatun no está segura de en qué barco se encuentran, pero ha oído hablar de los arrastreros varados. “Si tuviera alas, volaría allí e iría a ver dónde están”, expuso. “No se les permite entrar ni a Bangladesh ni a Malasia, simplemente están flotando en medio de todo, sin nadie que los ayude”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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