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Médicos y enfermeros cubanos trabajan en una clínica fronteriza durante la pandemia mientras buscan asilo

Border camp in Matamoros, Mexico
La enfermera cubana y solicitante de asilo, Mileydis Tamayo Salgado, segunda desde la derecha, visitó tiendas de campaña en el extenso campamento fronterizo en Matamoros, México, tomando las temperaturas de los migrantes con la voluntaria estadounidense Megan Reynolds, de 26 años, derecha, una enfermera registrada. Están tratando de detectar personas que tienen gripe u otros síntomas de coronavirus.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Formados en el extranjero, los médicos cubanos tratan a sus colegas emigrantes en la frontera con Estados Unidos, que está efectivamente cerrada durante el brote de coronavirus.

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La enfermera cubana se abrió paso a través del extenso campamento fronterizo en las orillas de Río Grande, en las antiguas carpas que albergan a un par de miles de migrantes.

Mileydis Tamayo Salgado navegó por un laberinto de caminos de tierra desgastados con una camiseta roja con la etiqueta “Médico”. Se agachó debajo de los tendederos y lonas antes de entrar en las carpas con el termómetro en la mano. Allí tomó las temperaturas de los solicitantes de asilo y les preguntó si tenían síntomas de COVID-19.

Tamayo, de 50 años, deslizó un termómetro en una funda protectora entre los labios de una niña mexicana de 6 años.

“Cierra la boca, gracias, mi amor”, dijo la enfermera en español, explicando: “Si tienen fiebre, los llevamos a la clínica”.

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La clínica, dirigida por voluntarios de EE.UU de la organización sin fines de lucro Global Respond Management con sede en Florida, está formada casi en su totalidad por personal que es solicitante de asilo. La mayoría son cubanos como Tamayo con capacitación médica previa, además de un farmacéutico de Nicaragua, un asistente de El Salvador, una enfermera de Colombia y traductores mexicanos. Están tratando de evitar que el virus se propague a medida que ellos y otros migrantes esperan las audiencias de inmigración en Estados Unidos aplazadas repetidamente debido a la pandemia. Los migrantes que trabajan en la clínica reciben de $15 a $30 por día en un estipendio semanal.

Cuban physician Lestter Guerra treats Angel Gabriel Recinos, 5.
El doctor cubano Lestter Guerra, de 34 años, trata a Ángel Gabriel Recinos, de 5 años, un niño migrante en la clínica sin fines de lucro Global Response Management en un campamento fronterizo en Matamoros, México.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

Hasta ahora, nadie en el campamento ha dado positivo por COVID-19. Los que ingresan al campamento, que se encuentra dentro de una nueva valla perimetral de eslabones de cadena que instalaron funcionarios mexicanos este mes, deben someterse a un control de temperatura. Tres migrantes que mostraron síntomas a principios de este mes fueron aislados en carpas a las afueras de la cerca.

Algunos de los migrantes que trabajan en la clínica habían huido a la frontera después de obtener visas y volar directamente a México. Otros obtuvieron visas para Ecuador y Nicaragua, luego viajaron al norte a México en autobús.

El Dr. Dairon Elisondo Rojas, un migrante cubano, y su novia viajaron durante más de un mes en avión, barco y autobús antes de llegar a la frontera con Estados Unidos en agosto pasado.

Inicialmente laboró en una fábrica fronteriza mexicana o maquiladora, luego empezó a trabajar en la clínica después de que abrió. Su novia, una compañera médico, trabajaba en una boutique y salón local. Ella tiene parientes con quienes espera reunirse en Louisiana. Su próxima cita en la corte es el 23 de junio.

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A migrant girl washes her hair.
Una niña migrante llamada Stephanie, de 10 años, se baña y se lava el pelo en el Río Grande, que corre entre Matamoros, México, y Brownsville, Texas. Su padre, Manuel de Jesús Gómez, dice que han estado viviendo en el campo de refugiados desde octubre de 2019, con la esperanza de ir a Estados Unidos.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

De vuelta en Cuba, a Elisondo, de 29 años, le prohibieron practicar medicina y fue acosado por la policía.

“Aquí, tratamos a las personas con dignidad”, dijo entre consultas en la clínica el 15 de mayo.

Tamayo llegó al campamento hace dos meses después de viajar a México desde su ciudad natal de Guantánamo en Cuba. Ella aseguró que no tenía miedo de trabajar con migrantes que pudieran tener el virus. En Cuba, trató a pacientes con SIDA, cólera y dengue.

“Cuando esta es tu profesión, no puedes tener miedo a nada”, manifestó mientras se sentaba en una de las tres cabañas temporales de la clínica, al lado del remolque que sirve como sala de examen principal.

Tamayo huyó de Cuba con su hija de 23 años, esperando reunirse con su hermano en Miami. Se suponía que su audiencia de asilo sería el 3 de junio en un tribunal instalado en la orilla opuesta del río, en Brownsville, Texas. Pero el patio de la carpa improvisada ha permanecido cerrado debido a la pandemia, y Tamayo supone que su audiencia pronto se aplazara, como lo han hecho con otras.

“En cierto sentido, es bueno, porque evitamos el contacto con las personas” en el patio de la carpa, dijo. “Pero de otra manera es malo, porque hay gente que espera más de un año para que se resuelvan sus casos de inmigración”.

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El enfermero cubano Alberto López aplazó su audiencia en la corte el 26 de mayo hasta fines de este verano. López, de 56 años, al igual que otro personal médico cubano en la clínica, había sido enviado a Venezuela por su gobierno hace cinco años para brindar atención a cambio de que el país entregara petróleo a Cuba. Se casó con una mujer venezolana, y ella quedó embarazada. A medida que la violencia se intensificó el año pasado, López huyó a la frontera de Estados Unidos. Su esposa e hijo se quedaron atrás. López se instaló en el campamento, donde sintió que era su deber trabajar en la clínica.

“Nos enseñan a ayudar a las personas independientemente de su nacionalidad y política”, comentó mientras ayudaba a un padre que había llevado a sus dos hijos a hacerse la prueba de COVID-19 (ambos fueron negativos).

Antes de la pandemia la mitad de los migrantes ya habían buscado tratamiento en la clínica cuando visitaron la instalación, alrededor de unas 20 personas al día. Después, los migrantes se aislaban a sí mismos en sus tiendas, temiendo que pudieran estar expuestos al virus si visitaban la clínica. Pero aquellos que buscaron tratamiento para ellos y sus hijos dijeron que confiaban en el personal de la clínica.

“Saben que somos migrantes, la capacitación que tenemos y los sacrificios que hicimos”, dijo López.

A man has his temperature taken at the camp in Matamoros, Mexico.
Un hombre levanta su gorra para que le puedan tomar la temperatura antes de ingresar al campo de refugiados en Matamoros, México.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)

El Dr. Lestter Guerra trabajó con su esposa, una doctora cubana, en Venezuela y Brasil antes de que fueran enviados a Cuba hace dos años y disciplinados por tratar de permanecer en el extranjero.

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“Sabían que no estábamos de acuerdo con la ideología del gobierno”, relató entre citas en una de las cabañas de la clínica. “Y era imposible trabajar como médico en Cuba”.

Guerra, de 34 años, trabaja en la clínica dos días a la semana por alrededor de $30 por día. El resto del tiempo, labora en un supermercado con su esposa, donde gana alrededor de $45 por semana.

“Ha sido maravilloso para mí trabajar aquí en mi profesión con inmigrantes como nosotros”, manifestó.

Había leído informes sobre trabajadores de primera línea en EE.UU que se contagiaron con COVID-19 y le preocupaba que pudiera ser el próximo, dijo, “pero yo soy médico y me necesitan”.

El médico cubano Ernesto Mariño Almaguar saludó a una de las aproximadamente 300 migrantes embarazadas que han sido atendidas en el campamento y en la ciudad circundante.

Dr. Ernesto Mariño Almaguar
El Dr. Ernesto Mariño Almaguar trata a María Rivas de García, de 35 años, de El Salvador, una de las aproximadamente 300 migrantes embarazadas en el campamento fronterizo y la ciudad circundante de Matamoros, México.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
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María Rivas de García entró en la cabaña que servía como sala de examen de Mariño, se tumbó en la mesa de examen acolchada y levantó su camisa mientras él enganchaba una varita de ultrasonido a su tableta.

Mariño, que se entrenó en Cuba, echó un gel azul sobre el vientre de Rivas de García y deslizó lentamente la varita de ultrasonido. Una imagen en blanco y negro apareció en la tableta, y él le explicó lo que estaba viendo.

“Se puede ver la cabeza, el corazón, dos pies normales”, expuso.

El feto estaba sano, dijo. A las 15 semanas, era demasiado temprano para saber si era un niño o una niña.

Rivas de García, de 35 años, sonrió.

El embarazo no fue planeado. Ella y su esposo Carlos, un oficial de policía, habían huido de El Salvador con su hija de 3 años, Angie, el verano pasado después de recibir amenazas de muerte de pandillas que habían asesinado a sus compañeros de trabajo. Esperaban reunirse con sus parientes en Santa Cruz. Su próxima cita en la corte es el 23 de julio.

“Gracias a Dios que hay una clínica”, dijo, y agregó que los médicos migrantes inspiran confianza. “Están viviendo la misma situación que nosotros”.

Angel Gabriel Recinos, 5, has his blood pressure taken by Mileydis Tamayo Salgado.
El migrante Ángel Gabriel Recinos, de 5 años, de El Salvador, se hace examinar la presión arterial por la enfermera cubana y solicitante de asilo Mileydis Tamayo Salgado en la clínica sin fines de lucro Global Response Management en un campamento fronterizo en Matamoros, México.
(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
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Rivas de García, una trabajadora social, le dijo al médico que sabía que debía tomar vitaminas prenatales. Después de examinarla, le recetó un antibiótico para una infección del tracto urinario, luego le entregó las pastillas de la farmacia de la clínica.

El médico, cuya esposa es una enfermera desempleada, relató que salió de Cuba hacia la frontera de Estados Unidos hace un año con la esperanza de reunirse con familiares en Houston. Luego llegó y vio el extenso sistema de la administración Trump para procesar las solicitudes de asilo.

“Perdí la esperanza”, aseguró.

En lugar de solicitar asilo en Estados Unidos, planea quedarse en México. Ha estado trabajando en la clínica y en hospitales privados, que pagan casi lo mismo. Prefiere la clínica.

“Es una deuda que tenemos con la sociedad como médicos”, dijo. “Esta es mi misión, y me siento mejor porque estoy haciendo algo que realmente ayuda a las personas”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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