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La vida en las calles regresa lentamente a México, incluso cuando aumenta el número de víctimas por coronavirus

Workers in protective suits lower a coffin containing the remains of woman, who died of COVID-19, at a cemetery in Tijuana.
Trabajadores con trajes especiales bajan un ataúd con los restos de Laura Moreno Sánchez, de 49 años, quien murió de COVID-19, en un cementerio de Tijuana, el 25 de abril pasado.
(Marcus Yam/Los Angeles Times)
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El flujo de vehículos con flores y vidas perdidas no ha disminuido, pero los vendedores están de regreso en las puertas del cementerio de San Mateo Tlaltenango. “Todos estábamos asustados y nos mantuvimos alejados cuando empezaron a llegar los muertos por coronavirus”, reconoció Victoria Ramírez, quien vende sándwiches, frutas y papas fritas espolvoreadas con chile y limón. “Pero ahora vemos venir los coches fúnebres y decimos: ‘¡Hoy vamos a tener buenas ventas!’”.

El número oficial de fallecidos en México superó discretamente los 70.000 este mes, una cifra solo sobrepasada por Estados Unidos, Brasil e India.

Para muchos, los informes diarios de estadísticas sombrías solo son abstracciones.

“Es terrible que estemos normalizando el hecho de que alrededor de 400 personas mueren cada día por COVID-19”, se lamentó el columnista José Sánchez Zolliker en Twitter.

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La vida en la calle y todo su alboroto concomitante (autobuses y trenes llenos de gente, parques repletos, carreteras congestionadas) han vuelto gradualmente a esta metrópolis de más de 20 millones de habitantes.

Los mandatos de distanciamiento social a menudo no se cumplen, aunque las mascarillas faciales son la norma. El aprendizaje a distancia sigue vigente en las escuelas y las grandes reuniones siguen prohibidas.

Tanto las muertes como los casos han disminuido en las últimas semanas, al igual que el porcentaje de pruebas positivas.

Pero las autoridades sanitarias advirtieron de posibles nuevos brotes -especialmente si las personas abandonan la precaución- y sobre una probable superposición del próximo mes con la temporada de influenza.

Hugo López-Gatell, el subsecretario de Salud que encabeza la batalla contra el virus en el país, ha dudado en hacer pronósticos desde que la realidad se entrometió en sus predicciones anteriores: que la cifra nacional de muertos no superaría los 8.000, luego los 35.000, después los 60.000, a la cual llamó una proyección “catastrófica”.

Durante tres años, el personal de Salud de UCLA ha estado cumpliendo silenciosamente los deseos finales de los pacientes moribundos en la unidad de cuidados intensivos. En medio de la pandemia, su trabajo ha tomado más significado.

Jun. 30, 2020

En términos de la tasa de decesos, México ocupa el puesto 14 en el mundo, con 57 muertes por cada 100.000 personas, según la Universidad Johns Hopkins.

El presidente del país, Andrés Manuel López Obrador, se valió de esa estadística para defender su administración de las críticas por haber manejado mal la respuesta al virus.

“Esta pandemia, que está golpeando al mundo entero, nos está tratando mejor”, declaró ante los periodistas este mes, y señaló cómo “los países con mayor potencia económica y más infraestructura médica”, incluidos Estados Unidos y varias naciones europeas y sudamericanas, tienen una mayor tasa de mortalidad.

Mientras los casos comenzaban a acumularse aquí en marzo, el mandatario tardó en actuar. Siguió organizando manifestaciones públicas, alentaba a los ciudadanos a seguir comiendo en restaurantes y, en un momento, señaló un billete de dos dólares estadounidense y un trébol de cuatro hojas y sugirió que esa era toda la protección que necesitaba.

Los asesores, alarmados, finalmente lo convencieron de emitir un pronunciamiento público respaldando las medidas de permanecer en casa y el distanciamiento social. Los funcionarios acreditan ahora a esas estrategias, así como una rápida expansión de camas hospitalarias, respiradores artificiales y personal médico, como responsables de evitar un escenario catastrófico como el de Guayaquil, en Ecuador, donde los cuerpos se amontonaban en las calles.

“El sistema médico no se desbordó”, proclamó López Obrador.

A diferencia de muchas otras naciones, México nunca cerró sus fronteras, ni declaró un toque de queda ni impuso un cierre a nivel nacional. Tampoco lanzó pruebas a gran escala, que muchos especialistas consideran esenciales para evaluar la propagación del virus e implementar el rastreo de contactos para contenerla.

Según los expertos, el número oficial de muertos, que incluye solo los casos confirmados, es sin duda un recuento muy bajo.

En agosto, un funcionario de la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que la epidemia en México “claramente no se reconoce”, ya que el país solo realizaba alrededor de tres pruebas por cada 100.000 personas, una quincuagésima parte del nivel de Estados Unidos.

Desde el condado de Orange hasta el norte de California, la gente sigue reuniéndose en grandes ceremonias religiosas al aire libre sin seguir las reglas para frenar la propagación del coronavirus, lo que provoca severas reprimendas de los funcionarios de salud pública.

Jul. 26, 2020

Los especialistas señalan que la mejor manera de estimar los decesos por coronavirus es observar las muertes de todo tipo desde que comenzó la pandemia y comparar esa cifra con el número total de fallecimientos durante el mismo período en años anteriores.

En un estudio de mortalidad publicado recientemente en 24 de los 32 estados de México, el Ministerio de Salud encontró que entre mediados de marzo y el 1º de agosto, el número total de “muertes en exceso” fue de 122.765, o un incremento del 59%, aunque no es claro que todas ellas sean a causa del virus.

Con tan pocas pruebas, muchos decesos en México se enumeran como“sospechosos” de COVID-19, especialmente entre quienes perecen fuera de los hospitales.

Casos como el de Consuelo Velázquez no son infrecuentes.

A mediados de agosto, la mujer de 73 años experimentó dolor de garganta, fiebre y dificultad para respirar en su casa en Cuautitlán, un suburbio de clase trabajadora de la capital. “Pero mi madre no quería ir al hospital”, recuerda su hija, Guadalupe Contreras Velázquez, de 52 años. “Dijo que si la llevábamos a uno, se moriría”.

Después de haber fallecido, el 15 de agosto, su cuerpo permaneció en la casa durante dos días porque la pandemia había generado escasez de certificados de defunción en todo el país.

Este mes, un grupo de seis exministros nacionales de salud, todos los cuales sirvieron bajo administraciones ahora en el campo de la oposición, instaron al gobierno a realizar pruebas “masivas” y hacer cumplir un distanciamiento social más estricto, además del uso de mascarillas.

“No podemos acostumbrarnos a una tragedia de esta magnitud, en la que los números pierden todo significado”, consideró Julio Frenk, quien ahora es presidente de la Universidad de Miami, en una conferencia virtual en la que se esbozó la propuesta.

Sin embargo, parecería que muchos en México no están de humor para nuevas restricciones. El sentimiento es común en todas partes, pero en un país como México, donde la mitad de la población es pobre y muchos viven al día y de la economía informal, el impulso para reiniciar las actividades a menudo se enmarca como una cuestión de supervivencia básica.

Los economistas han proyectado que la producción neta de México caerá al menos un 10% este año, el descenso más pronunciado desde la Gran Depresión.

Rodrigo Alcántara, de 43 años y conductor de minibús, se tomó unos días libres en la primavera, cuando el virus devastó su vecindario en Iztapalapa, un distrito densamente poblado que tiene la mayor concentración de casos de coronavirus en la capital.

Pero ahora ha vuelto a trabajar en su minibús verde y blanco por las calles concurridas, ya que el número de pasajeros ha aumentado constantemente. “Uno tiene que acostumbrarse a vivir con el coronavirus; no puede pasar toda la vida encerrado”, reflexionó mientras esperaba para comenzar su turno de 12 horas. “No se puede vivir todo el tiempo con miedo a una enfermedad”.

McDonnell es redactor de planta de The Times; Sánchez es corresponsal especial.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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