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En Tijuana, padres buscan con desesperación los restos de sus hijos desaparecidos

People dig for bodies inside a house.
Padres y familiares que formaron colectivos en todo México se ayudan mutuamente a buscar los restos de sus hijos desaparecidos. Los voluntarios se turnan para cavar entre los escombros, debajo de los cimientos de un escondite en la Colonia Campos.
(Alejandro Tamayo / San Diego Union-Tribune)
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Un olor a muerte cubría la casa de dos pisos sin terminar en la Calle Loma Alta, en el lado este de Tijuana. Los vecinos a veces escuchan gritos provenientes de la propiedad abandonada.

En el interior, el suelo estaba lleno de botellas vacías de Coca-Cola y docenas de juguetes para niños y cuadernos de escuela primaria. Había ropa amontonada por todas partes, y colchones parcialmente quemados y apoyados contra los marcos hacían las veces de puertas improvisadas que absorbían el sonido y cerraban varias habitaciones.

En una de ellas, pesadas cadenas descansaban sobre tablas de madera clavadas al suelo. Cerca de allí se apilaban rocas con más cadenas.

Pintado con aerosol en rojo en una esquina se leían las palabras “Te amo”. Los padres creen que sus hijos alguna vez estuvieron encadenados al suelo ahí. En los últimos 11 meses, en esa propiedad descubrieron los restos de cuatro varones adolescentes.

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Pero no fue la policía. Los cadáveres fueron desenterrados por padres que, conducidos hasta allí por un informante, estaban a la búsqueda de los restos de sus hijos. La casa en la Colonia Campos, afirmaron, pertenece a un expolicía de Tijuana que, según sospechan, está aliado con los cárteles de la droga.

En una cálida mañana de sábado este septiembre, antes de que los padres se turnaran para perforar los cimientos de concreto, una de las madres recibió una llamada anónima, desde un número de teléfono de Ensenada, que le indicaba dónde cavar: aproximadamente una yarda y media debajo de los cimientos, a la derecha en el baño, debajo de una lona y montones de basura.

Allí, le dijo la persona a Bárbara Martínez, encontraría a su hijo César. Ella puso al hombre en el altavoz, para que los otros padres pudieran escuchar. Junto a César, agregó, hay otros cadáveres.

A woman digs for bodies inside a house.
Bárbara Martínez se turna para cavar en busca de cuerpos, en una propiedad en la Colonia Campos.
(Alejandro Tamayo / San Diego Union-Tribune)

Martínez habló con él cortésmente, haciendo a un lado su miedo y enojo por el bien de su hijo y de los padres de otros desaparecidos. Después de colgar, dijo: “Es mi hijo. Y aunque me amenacen o me hagan algo, no me importa, porque ese hombre es un animal por dejar a mi hijo enterrado ahí”.

En el exterior, oficiales de Baja California permanecían en el límite de la propiedad, amenazando con arrestar a los padres que habían apilado llantas y tablas para bloquear la entrada de la propiedad. La policía (los funcionarios les han dicho a los padres que su presencia constituye una entrada ilegal y que podrían enfrentarse a un arresto e incluso al encarcelamiento) tomaba fotos de cada persona, incluso de una docena de reporteros, y anotaban todos los números de matrícula de los vehículos estacionados afuera.

Aunque se han encontrado cuerpos en el sitio, los padres aseveran que la policía no indaga. El gobernador de Baja California declaró que no puede comentar porque “hay una investigación en marcha”, pero la ubicación jamás fue cercada con cinta en la escena del crimen durante los últimos 11 meses, y los oficiales de la policía estatal indicaron que nunca ingresaron para tomar huellas dactilares y otras posibles evidencias en la casa.

Poco antes del mediodía, algunos agentes entraron a la propiedad subiendo una escalera que habían colocado contra un muro de contención. Hubo gritos de ambos lados y algunos padres formaron una fila, negándose a permitir el avance de la policía. Otros padres continuaron investigando.

Police officers take cellphone photos of people digging for bodies inside a property.
Algunos oficiales rompieron una barricada y se dirigieron parcialmente a la propiedad para tomar fotos con teléfonos celulares.
(Alejandro Tamayo / San Diego Union-Tribune)

Jesús Varajas Chairezat, un estadounidense cuyo hermano desapareció de la ciudad fronteriza de Tecate en 2019, extendió ambas manos, bloqueó a las autoridades con su cuerpo y gritó hasta que se retiraron.

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Este grupo en particular, Colectivo de Madres en Busca de sus Tesoros Perdidos, se encuentra entre los cientos de equipos formados por padres en todo México que se ayudan mutuamente en la búsqueda de los restos de sus hijos desaparecidos. Todos ellos encuentran seguridad en lo grupal y se consuelan unos a otros durante y después de las búsquedas.

Es una respuesta a lo que describen como un fracaso del gobierno en la investigación del creciente número de desaparecidos. En todo México, más de 61.000 ciudadanos han desaparecido de 2006 a 2019, conforme a las cifras federales.

La gran mayoría son varones de poco más de 20 años. Algunos tenían vínculos con el delito, pero otros desaparecen sin una razón clara, tal vez son víctimas involuntarias de la creciente violencia impulsada por los cárteles en el país. “El gobierno mexicano no es capaz de proteger a sus ciudadanos”, remarcó Varajas, de 63 años, residente de Riverside.

César, el hijo de Martínez desapareció del barrio Urbi Villa Prado II, de Tijuana, en octubre de 2018. Tenía 17 años.

Barbara Martinez is emotional as she sits on the ground against a wall.
Bárbara Martínez, conmocionada porque el cuerpo de su hijo no apareció en la Colonia Campos.
(Alejandro Tamayo / San Diego Union-Tribune)

Los restos del mejor amigo del joven y de dos conocidos se encuentran entre los cuatro cuerpos hallados durante búsquedas anteriores, realizadas por padres en la propiedad de Calle Loma Alta.

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Martínez desconoce el nombre del hombre que llamó durante la excavación. Solo sabe que se trata de una persona poderosa en Ensenada y que no es el dueño de la propiedad. Su motivación para dar pistas no está clara; aunque ha guiado a los padres hacia los restos de sus seres queridos, también los ha amenazado.

“Una vez me dijo: ‘¿Sabe qué, señora? Adelante, saque a su hijo de esa casa y disfrute enterrándolo, porque después de eso iré por usted. La voy a matar porque ha descubierto mi cementerio’”, relató Martínez.

Ella se encogió de hombros ante la amenaza. “Mire, yo ya estoy muerta por dentro”, le respondió. “Mató a mi hijo. ¿Qué más podría hacerme?”.

Originalmente, otro informante guió a Martínez a la casa hace casi un año, y eso derivó en el descubrimiento de los cuatro cuerpos. Él había visto las publicaciones de la mujer en Facebook, en las que describía la dolorosa búsqueda de su hijo. Ese hombre fue asesinado a tiros días después de revelar la información, comentó ella, y se negó a dar el nombre de ese informante por temor a poner en peligro a su familia.

Por lo general, los padres buscan fosas comunes en las escarpadas y remotas laderas de las afueras de Tijuana, conocidas como fosas clandestinas. Desde junio, los colectivos de padres han descubierto más de dos docenas de cadáveres.

Pero la misión de este sábado fue inusual porque se llevó a cabo dentro de una casa, donde los padres generalmente no se atreven a buscar porque esas propiedades a menudo se encuentran en vecindarios controlados por pandillas.

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“Hay tantas propiedades como esta en todo Tijuana, donde cientos de personas están enterradas y también muchas madres que no tienen idea de lo que les pasó a sus hijos”, remarcó Varajas, quien utilizó herramientas eléctricas y una pala para cavar durante horas antes de tumbarse en el suelo, exhausto. Después de despertarse de una siesta, reanudó la excavación.

“¿Por qué lo hago? Estas personas son víctimas al igual que yo, y todos les han dado la espalda, incluso Estados Unidos”, remarcó. “Estos cárteles les dicen a los niños que tienen que vender drogas o los matarán. Cuando se niegan, los asesinan. Es así de simple. O se convierten en criminales, o en cadáveres”.

Cerca de allí, Emma Medrano, de San Diego, observó en silencio a Varajas cavar varios pies en la tierra, debajo de los cimientos de la casa. Su hijo de 18 años, Miguel Rendón, desapareció el 29 de mayo de un motel en el Boulevard Cuauhtémoc, en Tijuana. “Cada vez que veo que han encontrado cadáveres, pienso que podría ser mi hijo. No quiero creer que esté muerto, pero ya han pasado más de tres meses”, señaló Medrano.

Parents of missing childen form a circle and pray.
Padres y familiares de chicos desaparecidos rezan antes de dirigirse a la casa abandonada.
(Alejandro Tamayo / San Diego Union-Tribune)
Banners on the property line of a house carry pictures and information about missing children.
Los voluntarios colocaron pancartas en el exterior de la casa abandonada.
(Alejandro Tamayo / San Diego Union-Tribune)

Varajas siguió cavando; no encontró nada.

Un joven que participó en la búsqueda cavó más de un pie en el suelo y se detuvo. Tomó una varilla de construcción de metal larga y la clavó en la tierra antes de sacarla para oler la punta.

Es algo que él y sus compañeros han hecho cientos de veces. Dicen que la punta tendría el olor de un cuerpo en descomposición y le permitiría al grupo saber que han encontrado algo.

Esta vez, el olor no fue concluyente. Decepcionado, el joven arrojó la herramienta a un lado y continuó excavando con la pala arrojando la tierra a una pila cada vez más alta. A medida que la tarde se convirtió en noche, Martínez se angustió más; a veces lagrimeaba mientras trabajaba. Después de horas de excavación se sintió exhausta y no pudo recuperar el aliento dentro un pozo ahora más profundo que su propia altura. Se sentó y bebió de una botella de agua.

Martínez necesita tener los restos de su hijo en algún lugar donde pueda visitarlos tranquilamente con regularidad.

“Así puedo sentarme allí en paz y decirle: ‘Mira, no sé cómo te fallé en la vida para que termines ahí abajo mientras yo sigo aquí, pero nunca te dejaré’”, remarcó.

La mujer continuó buscando hasta el final de la tarde. “Estoy deseosa de no tener que volver nunca más a este infierno”, reconoció. “Pero estaré aquí hasta que lo encuentre”.

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Ese día, nadie descubrió nuevos cuerpos. Varajas trabajó hasta la medianoche, hasta que le sangraron las manos.

Jesus Varajas Chairez pours water as a volunteer cuts through a concrete floor with a saw.
Jesús Varajas Chairezat, de verde, vierte agua mientras un voluntario corta el piso de concreto de la propiedad.
(Alejandro Tamayo / San Diego Union-Tribune)

Fry escribe para el San Diego Union-Tribune.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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