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Creado por un diseñador de L.A., el escenario de la Convención Demócrata apuesta por la unidad

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En algunos momentos durante las primeras horas de la Convención Nacional Demócrata en Filadelfia, mientras llovían los abucheos, parecía que las alas progresistas y moderadas del partido estaban unidas con clips para papel y alambre de enfardar.

El estado de ánimo fue menos volátil durante la votación que le dio oficialmente la nominación a Hillary Clinton, el martes último, aún cuando algunos partidarios de Bernie Sanders marcharon frente al Wells Fargo Center. Pero la incertidumbre continuó. ¿Cuánto de ese ruido, del ruido de fondo de la inquietud, regresaría?

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El escenario de toda esta inestable distensión, diseñado por Bruce Rodgers, de la firma Tribe Inc., parecía casi anticipar la acritud. La escenografía no tiene grandes pretensiones, es competente y se acerca en cierto modo a uno de esos trajes grises de Sanders. Un amplio podio, elevado por sobre el piso de la convención, se ubica sobre una base circular y baja, y dentro de un anillo de estrellas blancas sobre una gran alfombra azul.

Cada uno de estos detalles es menor y fácil de olvidar en forma aislada, pero ningún partido los da por sentado. Esto se trata de ganar una elección nacional y, en conjunto, las decisiones de diseño crean un mensaje visual que genera preocupaciones, es considerado de forma obsesiva y afinado una y otra vez.

A diferencia de la Convención Nacional Republicana realizada la semana pasada, que fue más elegante e imponente, el escenario de los demócratas fue pensado para ser accesible. No del todo ‘trabajador’, pero despojado de apariencias; intenta verse económico sin lucir barato, y ciertamente difiere del brillo futurista que se vio en Cleveland.

Si el partido republicano optó por dar sus discursos -consistentemente oscuros y enojados- en un tablado aerodinámico, los demócratas han dado vuelta esa idea. El escenario creado por Rodgers -en colaboración con el productor ejecutivo de la convención, Ricky Kirshner, y su directora ejecutiva, Leah Daughtry- es contundente y directo, y la retórica tanto en el escenario como en el piso de la convención es entre amplia y cacofónica [los antecedentes de la firma de Rodgers, que posee oficinas en Connecticut y Marina del Rey, incluyen la Convención Demócrata de 2012 en Charlotte, Carolina del Norte, y varios espectáculos de medio tiempo del Super Bowl].

Más significativas en términos de la lucha por la unión en Filadelfia son las imágenes que se derraman a través de las enormes placas de video digitales, colocadas detrás y por encima del podio, particularmente en el diseño similar a un tejido de mimbre que se ha convertido, por extraño que parezca, en un dominante visual y símbolo de esta convención.

Pese a que su tono varió de un orador a otro -a veces azul marino, otras un sensato gris-, el patrón de tejido de cesta proporcionó un fuerte y constante mensaje tácito: el objetivo esta semana no es aplastar a los rebeldes defensores de Bernie, sino tejer la unidad del partido. Dejemos que griten; el diseño del escenario está pensado para adelantarse un paso por sobre todo ello, listo para convertir argumentos aparentemente cruzados en una figura de diversidad y cooperación.

La escenografía no tiene grandes pretensiones, es competente y se acerca en cierto modo a uno de esos trajes grises de Sanders.

Ese es el giro más optimista, de todos modos. En ciertos momentos, el ilusorio telón de fondo lució más como un torpe intento de conceder un toque doméstico sin parecer blando, o (¡Dios no lo permita!) ‘abiertamente femenino’; una escena casera pasada por un filtro más áspero y con un brillo metálico; un mantel de cocina con una combinación de colores tomada prestada del clásico juego Army-Navy.

En Twitter, el crítico de arte Tyler Greene comparó el patrón con una curiosidad de la arquitectura del medio oeste: la antigua sede de la Longaberger Co., en Newark, Ohio, que está diseñada como una réplica de siete pisos de una de las canastas creadas por la compañía.

Usar efectos digitales para sugerir texturas y trabajo artesanal también es una contradicción, y tanto más notable en una convención que nomina a una figura que provoca tantas divisiones como Clinton, cuyo talón de Aquiles ha sido su fama de falta de autenticidad.

A mitad de semana, con la sensación de que los demócratas habían logrado -apenas- mantener el control de los actos, la esperanza del patrón tejido podía hilarse como algo listo y un poco sentimental, en lugar de ridículo. Podrá haber sido una suerte de toque aquí y allá, pero la trama ya daba sus resultados.

En ambas convenciones, el predominio de las pantallas digitales sugirió que la escenografía es, hoy en día, tan pixelada como una obra de arte tridimensional.

La arquitectura fluida y cada vez más cambiante que hemos esperado ver significativamente en nuestros paisajes urbanos -pantallas digitales que envuelven cuadras enteras, Times Square tomando levemente el horizonte- se perfila fuertemente en el ámbito del espectáculo televisado.

Al igual que los republicanos, cuya escenografía resultó ser más militar y menos sutil a medida que avanzaba la semana y Trump daba su discurso debajo de letras con su nombre que prácticamente tenían la escala del cartel de Hollywood, el diseño en Filadelfia podría evolucionar y cambiar también. Siempre hay parafernalia reservada para la noche del jueves. Y, quizás en respuesta a las críticas online, más banderas estadounidenses aparecerán en el escenario.

Por lo menos en un sentido, la discordia, incluso la ira de los seguidores más acérrimos de Sanders ha sido de utilidad. La frase de la semana le pertenece, hasta el momento, a Michelle Obama, quien, acerca de las críticas a su marido y las dudas por su nacionalidad y religión, dijo: “Cuando ellos caen bajo, nosotros apuntamos alto”.

Si uno da un discurso centrado en elevarse por encima de las contiendas, viene muy bien tener una refriega allí mismo, en la base del podio, para poder elevarse.

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