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Editorial: La absolución de Trump es una mancha en la historia de EE.UU, y un peligroso indicador de lo que vendrá

El senador Mitt Romney (republicano de Utah) explica en el Senado por qué planeaba votar para condenar al presidente Trump por uno de los dos artículos de su juicio político, el miércoles por la tarde.
(Associated Press)
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Nadie debería sorprenderse de que el presidente Trump haya sido absuelto por el Senado de Estados Unidos. Ese resultado fue una certeza virtual desde el inicio del proceso de su juicio político.

Pero esa certeza no lo hace menos desalentador y peligroso. Al votar por la absolución, el Senado no sólo otorgó un sello de aprobación del Congreso a los “crímenes y delitos menores” del presidente, sino también puede haber envalentonado a un triunfante Trump para que vuelva a violar la Constitución.

No cabe duda de que Trump abusó del poder de su cargo en su escandaloso intento de inducir a Ucrania a investigar al ex vicepresidente Joe Biden. Luego trató de obstaculizar la indagación sobre los hechos negándose rotundamente a dar a conocer documentos y ordenando a sus subordinados que no testificaran.

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Sin embargo, la mayoría republicana del Senado hizo a un lado todo eso. En lugar de tomar en serio su juramento de considerar este caso histórico de manera imparcial, de acuerdo con la Constitución y las leyes del país, los senadores -liderados por el líder de la mayoría, Mitch McConnell (R-Kentucky)- votaron con avidez, y en gran medida alineados por partido, para absolver al primer mandatario. Ignoraron la evidencia abrumadora, desdeñaron los hechos indiscutibles, se negaron a escuchar a testigos adicionales y, por lo tanto, dieron su visto bueno al abuso de poder de Trump.

Incluso algunos senadores republicanos que estaban dispuestos a reconocer que el proceder de Trump había sido erróneo se negaron a seguir la lógica de esa conclusión y administrar el castigo necesario. El senador Lamar Alexander, de Tennessee, por ejemplo, dijo que las acciones “inapropiadas” de Trump no justificaban su destitución. El legislador sugirió que la pregunta era en realidad si el Senado o el pueblo estadounidense “deberían decidir qué hacer con respecto a lo que hizo”.

Pero lo que hizo Trump no fue simplemente “inapropiado”; fue el tipo de abuso de poder atroz que los redactores de la Constitución tenían en mente cuando preveían la destitución. Y ellos confiaron la decisión de enjuiciar y deponer al presidente al Congreso, no a los votantes.

El único republicano que votó para condenar al mandatario en cualquiera de los artículos del juicio político fue el ex candidato presidencial republicano Mitt Romney, ahora nuevo senador de Utah, quien declaró que ignorar la evidencia del abuso de poder de Trump “me expondría a una reprimenda de la historia y a la censura de mi propia conciencia”. Bravo.

Del mismo modo que afirmó falsamente haber sido exonerado por el fiscal especial Robert S. Mueller III, es probable que Trump describa ahora su absolución como una reivindicación de su conducta, y prueba de que los demócratas participaron en una “caza de brujas” partidista para anular las elecciones de 2016. Tememos que, con esta absolución en la mano, se sienta más libre de hacer trampa en las próximas elecciones o violar las normas, reglas y leyes que históricamente han limitado el usufructo personal por parte del presidente. Si lo hace, los senadores que guiñaron un ojo ante su fechoría serán cómplices.

Una reacción más sensata, de un mandatario más razonable, sería sentir vergüenza por la histórica reprimenda que ha recibido. Sólo dos presidentes anteriores han sido enjuiciados desde la fundación de la república, hace casi dos siglos y medio. Ese reproche no debe tomarse a la ligera. Esperamos que los votantes lo recuerden, junto con muchas otras deficiencias graves del actual primer mandatario, cuando elijan en noviembre.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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