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OPINIÓN: El planeta ‘está cerrado’ en el más amplio sentido de la palabra

Un grupo de evacuados de China que huyen del coronavirus, y que han completado la cuarentena de 14 días en el MCAS Miramar, se bajan de un autobús chárter en el Aeropuerto Internacional de San Diego, el 20 de febrero de 2020,
(Howard Lipin/The San Diego Union-Tribune)
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Hace unas semanas, cuando justamente empezaba esta crisis originada por el Coronavirus, conocí a un estudiante de doctorado en química en UC Irvine de origen chino. Él me decía que todo había empezado cuando personas con gustos por la comida exótica comieron murciélagos. No los comieron por necesidad sino con la intención de probar nuevas alternativas gastronómicas.

De ahí, el problema saltó a tales niveles, según él, debido a que el gobierno chino había manejado mal la situación. Sin embargo, tenía confianza en que para la primavera el virus habría terminado debido a que no resiste el calor.

Desde entonces las alarmas a nivel mundial han ido en aumento. Las muertes se cuentan por miles y los contagios son cada vez mayores.

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Esta desde luego es sólo una versión que podemos aceptar o no. Lo que me parece destacable son algunos asuntos que devienen de este preámbulo. Por ejemplo, las conexiones globales son cada vez más complejas y de mayor repercusión social, y no sólo en el ámbito económico y comercial sino incluso en asuntos de salud pública y, habría que decirlo también, primordialmente en aquellas áreas en donde la ética y la moral tienen mucho que decir, justo en el núcleo de la interacción humana.

Ante las complejidades que ha traído consigo la globalización económica, es una imperiosa necesidad pensar en una ética global que haga frente a temas como el que estamos viviendo debido al coronavirus. Y, sin duda, me parece que es una obligación indispensable pensar no sólo en nosotros, de modo egoísta, sino también en cómo nuestras acciones, o pasividades, repercuten en la afectación de otros seres humanos y no sólo en el ámbito local sino también global.

La afectación sanitaria del coronavirus ha cobrado ya víctimas humanas, pero me parece que de modo más dramático la afectación económica y comercial en todo el mundo serán de grandes repercusiones y las víctimas, en este sentido, podemos ser muchísimos más.

Pongo a su consideración el siguiente escenario: en California, la quinta economía global, la mayoría de los comercios están cerrados, la mayor parte de los restaurantes sólo ofrecen autoservicio, los vuelos con capacidad para transportar más de 160 o 180 personas están volando con apenas dos docenas de pasajeros, las escuelas cerradas, las autopistas siempre llenas de transporte público y privado están semivacías, los centros de diversión y gimnasios están cerrados temporalmente, en varios centros laborales ha habido grandes recortes de personal, el asunto se ha vuelto radicalmente dramático para muchas familias.

Las calles están vacías debido al miedo de contraer el virus. California es sólo un ejemplo de lo que se vive a nivel global. Pero ¿no les da la impresión de que lo que se esconde detrás del coronavirus es una enorme guerra comercial (petróleo, guerra de aranceles y boicots a productos comerciales chinos), política (elecciones presidenciales este año en Estados Unidos) y económica, entre chinos, estadounidenses, rusos y, claro, acompañados de sus aliados?

Si podemos aceptar que el coronavirus es la gran cortina que esconde los grandes problemas políticos, económicos y comerciales del mundo global, entonces habría que pensar también en la urgente necesidad de una ética global que nos permita convivir de modo más racionalmente humano y no sólo depender de una racionalidad económica o política.

Pero esta misma ética a la que me refiero nos interpela a que en el ámbito de acción de nuestra intersubjetividad cotidiana reflexionemos, eduquemos, permitamos para nosotros mismos y para los demás, una buena dosis de respeto y reconocimiento por nuestras diferencias. No me quiero imaginar nuestra convivencia en los próximos años bajo el cobijo de la indiferencia y la estupidez por parte de quienes toman las decisiones gubernamentales o legislativas y, claro, de nosotros mismos con nuestros prójimos.

El mejor acto de solidaridad en este contexto es aquel que nos exigiría no ser indiferentes ante el dolor y la pena ajena. Sin duda el mundo está cerrado. En el más amplio sentido que la palabra encierra.

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