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OPINIÓN: La oquedad de la experiencia

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En sus “Tesis de filosofía de la historia” (Originalmente Über den Begriff der Geschichte 1940), Walter Benjamín expone los temas de la experiencia y pobreza. Dice él: “En nuestros libros de cuentos está la fábula del anciano que en su lecho de muerte hace saber a sus hijos que en su viña hay un tesoro escondido. Sólo tienen que cavar”.

“Cavaron, pero ni rastro del tesoro”.

“Sin embargo, cuando llegó el otoño, la viña aportó como ninguna otra en la región. Entonces se dan cuenta de que el padre les legó una experiencia: la bendición no está en el oro sino en la laboriosidad”.

Más adelante agrega: “sabíamos muy bien lo que era experiencia (…) Pero ¿dónde ha quedado todo eso? ¿Quién encuentra gente hoy capaces de narrar como es debido? ¿A quién le sirve hoy de ayuda un proverbio?” Concluye: “La cotización de la experiencia ha bajado”.

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El contexto de sus líneas es el período entre la primera Guerra Mundial y la segunda Guerra Mundial del siglo XX. De pronto, me parece que, para nuestro presente, nos pueden parecer tan lejanas las atrocidades de las guerras, lejos en el tiempo y en el espacio, si es que algún recuerdo cabe.

Lo más probable es que ni siquiera tengamos la mínima referencia de ellas. Tal vez se deba a que no ha habido gente capaz de contarnos y permitirnos la reflexión respecto a nuestras historias, y no lo digo solamente en el plano colectivo sino, particularmente, en lo individual, en lo cercano.

Asimismo, es muy probable también que no tengamos ni el mínimo interés en conocer nuestras historias, explicar (nos) quiénes somos y cómo es que hemos llegado a ser lo que somos. Lo más terrible es la negación de nuestras historias, a veces vestida de frivolidad y, también, otras ocasiones porque resulta traumático darnos cuenta de quiénes somos realmente.

La irracionalidad y el absurdo de la vida humana son rasgos de los que poco nos percatamos, aunque, paradójicamente, son los que más y mejor vivimos. Ellos también son parte de nuestras vidas como seres humanos.

Tal vez una idea de humanizarnos sea justamente la de evidenciar y entender nuestras grandes estupideces como especie humana. Sin embargo, este ejercicio requiere de experiencias, de contar (nos) nuestras historias, de entendernos antes que descalificarnos, de aceptar (nos) huecos, así como carentes de la sensibilidad moral y humana para hacerle frente a las exigencias que plantea la dinámica de la llamada globalización.

Una dinámica que está evidenciando nuestra fragilidad. Tal vez, por ejemplo, resulte aterrador saber que la muerte está ahí al acecho de cualquiera y en cualquier segundo.

Esa gran fosa común en Nueva York en donde se depositan los cadáveres de las víctimas del coronavirus nos muestra una imagen que bien podría llevarnos a la autocrítica y autorreflexión.

Pero como lo dijo Maurice Blanchot: “El concepto de muerte no es la muerte, está vacío como una nuez reseca. La muerte no es la muerte y eso es lo terrible”. Sin embargo, el objetivo de estas líneas no es subrayar nuestras tragedias o la pobreza de nuestras experiencias. Y no me refiero a que nuestras experiencias sean pobres en sí mismas, sino a la pobreza que conlleva no comprender ni compartir la riqueza intrínseca de ellas, tanto en el plano individual como en el colectivo.

Lo que es óbice para, al menos, atisbar un futuro diferente. Benjamín plantea en sus mismas tesis la idea de un nuevo enfoque, positivo, de barbarie. Dice él: “¿A dónde le lleva al bárbaro la experiencia de pobreza? Le lleva a comenzar desde el principio, a empezar de nuevo, a pasárselas con poco, a construir desde poquísimo y sin mirar ni a diestra ni a siniestra (…) y hacer que salga de ella algo decoroso”. Probablemente, este será el gran reto después de esta crisis global: construir desde poquísimo, no sólo en aspectos económicos o políticos sino también y, primordialmente, en aquellos ámbitos de la vida humana en donde es necesaria la comprensión de lo que realmente somos, sin negaciones o alucinaciones, dejando de lado la oquedad de nuestras experiencias. Tal vez de ello salga algo decoroso.

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