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Columna: “Los blancos no son tratados así”: Niños de South L.A. reaccionan ante la muerte de George Floyd

Brothers Evan, 12, right, and Noah, 9, at the Watts Civic Center on May 7.
Los hermanos Evan, de 12 años, a la derecha, y Noah, de 9, en el Centro Cívico Watts a principios de este mes.
(Christina House/Los Angeles Times)
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Evan y Noah son hermanos que viven en Watts con su madre, Angel Clayton, su tía y su abuela.

Evan tiene 12 años y acaba de terminar sexto grado. Noah, de 9 años, está por terminar cuarto.

Conocí a los chicos en mayo. Tenían problemas para hacer su trabajo escolar durante el cierre del coronavirus porque no contaban con computadoras portátiles. Después de que un fiscal amigable les comprara Chromebooks, las cosas comenzaron a mejorar.

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Cuando chateamos por video el lunes, sus boletas de calificaciones acababan de llegar.

“¡Todas son A!”, dijo Evan.

No juegan afuera, me dijeron cuando los conocí, porque su vecindario no es seguro. No es que haya mucha actividad de pandillas a su alrededor, pero tenían un vecino, ahora fallecido, que solía disparar en su garaje. Sin embargo, nunca llamaron a la policía.

“Hay que ser lo suficientemente inteligente como para no llamar a la policía porque te traen más problemas que antes”, comentó Clayton.

A raíz del asesinato de George Floyd, quería saber si los hermanos habían visto el video de Floyd suplicando por su vida mientras un policía blanco de Minneapolis estaba arrodillado sobre su cuello y qué pensaban sobre su muerte y las protestas que siguieron.

Evan habló sin rodeos.

“No fue un accidente”, comentó. “No es que los oficiales de policía no supieran lo que estaba pasando, ellos sabían exactamente. Dijo que no podía respirar. Si están aquí para ayudarnos, se supone que debe brindarle tratamiento médico o llamar a las personas que lo brindan, y no hicieron nada. Simplemente lo dejaron morir”.

Puede ver ahora por qué quería que ustedes supieran de Evan y Noah. Son sabios, obstinados y refrescantemente descuidados.

Sin ninguna sugerencia, Evan ofreció una acertada hipótesis.

“Si esos cuatro oficiales fueran negros y George Floyd fuera blanco, esos cuatro oficiales habrían sido acusados de asesinato capital y pasado el resto de sus vidas en la cárcel. Pero como es al revés, esos agentes reciben una palmada en la espalda y tal vez ocho años (en prisión). Mientras cumple sus ocho años, hemos perdido a otra persona negra en nuestra comunidad”.

Noah, que cumple 10 años en julio, apenas había comenzado a hablar conmigo cuando comenzó a llorar. “Es muy doloroso”, dijo. “No nos están tratando bien. Los blancos no son tratados así”.

Se imagina el horror de estar en el lugar de Floyd.

“Si muero sin tener aire, o simplemente recibiendo un disparo brutal…”. Su voz se apaga mientras las lágrimas mojan sus mejillas.

“A veces voy con mi madre y le digo: ‘¿Por qué tenemos que pasar por esto?’. Ella me responde que está bien, que lo superaremos... Superaremos el racismo”.

Parece que en cada generación, nuestra ciudad explota en espasmos de protesta justa y violencia provocada por un acto de brutalidad policial de los blancos sobre los negros.

Las quejas sin respuesta, enterradas o ignoradas durante décadas, estallan en protestas y rabia. La policía abrumada reacciona de forma exagerada y entra la Guardia Nacional.

Y una nueva generación de niños comprende que la desigualdad no es sólo un concepto sino una realidad.

La abuela de Evan y Noah era una niña durante los disturbios de Watts en 1965, que fueron provocados por el arresto de un automovilista negro por parte de un oficial blanco de la Patrulla de Carreteras de California.

Su madre era una niña pequeña en 1992, pero recuerda el olor a humo de los incendios que arrasaron la ciudad después de los veredictos de inocencia por la paliza policial al automovilista negro Rodney King.

“Nunca pensé que mi generación pasaría por el racismo”, dijo Evan. “Pensé que el racismo era historia. Estaba equivocado. El racismo existe y probablemente existirá para siempre”.

Si no fuera por la pandemia de COVID-19, enfatizó Evan, le gustaría estar protestando.

Le pregunté si había leído sobre el tweet del presidente Trump que incluía la frase “cuando comienza el saqueo, empieza el tiroteo”.

“Eso es muy poco profesional”, comentó Evan. “Se supone que eres el presidente de Estados Unidos. Algunos niños admiran a los presidentes. Ningún niño quiere admirar a un mandatario que dice eso de las personas que intentan hacer algo. Cuando hablamos, nadie nos escucha. No estamos tratando de matar o infligir dolor a nadie. Siento que Donald Trump se entretiene con esto”.

Evan y Noah acaban de inscribirse en el Pop Warner Football, y jugarán para los Watts Rams, un equipo creado por oficiales de policía de Los Ángeles para guiar a los niños y cambiar la larga dinámica disfuncional entre la policía y los residentes del sureste de Los Ángeles. Ambos quieren jugar para la NFL.

Hasta que comience la temporada, ya que ahora es demasiado peligroso ir a un parque, Evan entrena corriendo por el pasillo embaldosado de su casa.

Admira a Colin Kaepernick, quien sacrificó su carrera en la NFL para destacar los derechos civiles y la brutalidad policial.

Aunque sueña con convertirse en un jugador de fútbol profesional, Evan dijo: “Lo cambiaría sólo por la igualdad y para que las personas negras reciban el trato correcto. Sacrificaría mi vida para que eso pudiera suceder, y que los negros puedan obtener lo que han merecido desde el principio de los tiempos”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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