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Editorial: Unidos podemos; divididos, perdemos todos contra el coronavirus

Danny Lopez of Chino Hills and his date Frances Pluma of Norwalk stroll on in Huntington Beach
Danny López, de Chino Hills, y su pareja, Frances Pluma, de Norwalk, se cubren la cara mientras pasean por el muelle de Huntington Beach, el 26 de junio de 2020.
(Raul Roa/Times Community News)
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Apoyamos a Hugo’s Tacos. El domingo, el negocio de Los Ángeles tomó la medida extrema de cerrar temporalmente sus dos ubicaciones, en Studio City y Atwater Village, para darles a los empleados “un descanso” del abuso verbal y físico por parte de los clientes que se indignaban si estos les hacían cumplir la ley que exige cubrirse la cara.

Durante el cierre, el personal elaborará estrategias para reabrir de una manera que cumpla con las reglas para limitar la propagación del COVID-19, y aísle a los empleados de tener que soportar la hostilidad inapropiada de los clientes desafiantes.

Fue una elección responsable, aunque económicamente difícil, pero es una situación a la que no se debe obligar a ningún negocio. Las personas a quienes no les gustan las leyes establecidas por los funcionarios estatales y del condado para controlar la propagación de la infección no deberían desquitarse con los trabajadores, que sólo intentan ganarse la vida.

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Lamentablemente, este no es un incidente aislado. A pesar de que los casos de coronavirus están en alza en muchos estados del país, este mismo conflicto tiene lugar en supermercados, restaurantes, calles concurridas y en otros lugares públicos a medida que los sujetos confrontados por violar las normas sobre el uso de máscaras faciales o los protocolos de distanciamiento social arremeten con inusual ira.

El dueño de una tienda en una zona rural de California resumió así el sentimiento de este desafío a las medidas científicamente sólidas y el desprecio por la responsabilidad cívica: “La cuestión es que no tienes derecho a decirme que tengo que usar una máscara. Soy estadounidense... Me niego a inclinarme ante otro”.

Está equivocado al respecto. Las autoridades sí tienen el derecho, sin mencionar la responsabilidad, de exigir que los estadounidenses se abstengan de acciones que pongan en peligro la vida de otros. Algunas personas pueden disfrutar de conducir mientras están borrachas, y sentir que hacerlo es su derecho otorgado por Dios, pero debido a que tantos conductores ebrios han causado lesiones y muerte a otros, no está permitido hacerlo.

De todas maneras, lo más importante es que está equivocado al negarse a inclinarse ante los demás. Es una forma cruda de decirlo, pero ser estadounidense no es una excusa. Es la razón por la cual debe observar las leyes y ayudar a los demás; es sólo parte del trato de vivir en una sociedad civil moderna.

Si Estados Unidos alguna vez necesitó un recordatorio de la importancia del contrato social que nos une, eso es ahora, cuando un nuevo virus arrasa con todo y el discurso civil es tan crudo y desagradable que desafía abiertamente incluso las medidas de protección más simples. ¿Qué tan difícil es cubrirse la cara para pedir tacos, especialmente si hacerlo puede salvar la vida de un vecino?

El espíritu profundamente arraigado de individualismo en Estados Unidos parece haberse transformado en un cáncer cultural que promueve la desconfianza de cualquier tipo de autoridad y el desdén hacia los demás seres humanos. Y bien puede condenar al país a un brote más largo, mortal y económicamente más destructivo de lo que ya hemos sufrido. Hay indicios de eso en estos días, y varios gobernadores han pedido retroceder en los planes de reapertura mientras aumentan las tasas de infección.

Los gobernadores republicanos de Texas y Florida, que se resistieron a cerrar negocios en los primeros días de la pandemia, cerraron bares y otros establecimientos la semana pasada después de tasas récord de nuevos casos de coronavirus. En California, uno de los estados donde los casos de COVID-19 aumentan, el gobernador Gavin Newsom, demócrata, ordenó el cierre de bares en siete condados, incluido Los Ángeles. Si las cosas empeoran, se podrían cerrar más condados y mayores tipos de empresas. Eso no sólo es perjudicial para las personas que se enferman; daña la estabilidad económica de las comunidades y, por extensión, de toda la nación.

En su discurso inaugural en 1961, el presidente John F. Kennedy hizo un llamado al servicio público y al sacrificio. “Mis conciudadanos: no pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por su país”. Ese mensaje, de poner el bien público por delante de los propios deseos personales, nunca ha tenido mayor resonancia.

A medida que nos acercamos a un fin de semana festivo, en el que las personas pueden verse tentadas a proclamar su libertad individual para quitarse la incómoda mascarilla y deleitarse junto con una multitud de extraños, esperamos que imaginen lo que Kennedy, o alguien de igual tenor, hubiera dicho si fuese presidente hoy: Unidos podemos enfrentar el virus; divididos, perdemos todos.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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