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Cómo la cultura médica deficiente está hundiendo la atención de la salud en EE.UU

A surgeon ties the back of a surgical cap
La cultura médica ejerce una tremenda influencia sobre los pacientes y los doctores, con consecuencias físicas, financieras y psicológicas, que van desde salvar vidas hasta acabar con ellas.
(iStock)
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Durante el último año de la pandemia hemos visto a los médicos trabajar heroicamente para salvar vidas. Su dedicación, experiencia y ética laboral representan lo mejor de la cultura de la salud. Pero a medida que volvemos a la normalidad, debemos reconocer que la misma cultura que los convierte en héroes también está contribuyendo a una crisis de atención de salud con costos crecientes y estándares en decadencia.

Los médicos, expertos en políticas y académicos insisten en que la atención de la salud en EE.UU padece problemas sistémicos. Por “sistémico” se refieren a burocracia. Los doctores, dicen, están empantanados por las cargas administrativas, los molestos requisitos de autorizaciones previas y esas engorrosas computadoras que (literalmente) se interponen entre médicos y pacientes.

Estoy de acuerdo. Corregir estas deficiencias será vital para la reforma. Pero si esas modificaciones administrativas son los únicos cambios en el cuidado de la salud que logramos, todos quedaremos profundamente decepcionados con los resultados.

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Además de enmendar el sistema debemos mirar de cerca los valores y normas que los médicos adquieren en la universidad y llevan a cabo a lo largo de sus carreras. Esta fuerza invisible, la cultura médica, ejerce una tremenda influencia sobre los pacientes y los profesionales, con consecuencias físicas, financieras y psicológicas que van desde salvar vidas hasta acabar con ellas.

El COVID-19 dejó en claro el daño físico de la cultura médica. Consideremos que casi dos tercios de los pacientes hospitalizados con COVID-19 tenían al menos una enfermedad crónica, como obesidad, diabetes, hipertensión e insuficiencia cardíaca, según la investigación de los Institutos Nacionales de Salud.

En las unidades de cuidados intensivos, los médicos sacaron a muchos de estos pacientes del borde de la muerte. Pero si hubieran dedicado más tiempo y esfuerzo a prevenir y manejar mejor este tipo de enfermedades crónicas, decenas de miles no habrían necesitado una hospitalización en primer lugar, y muchos de ellos aún estarían vivos.

Un obstáculo es que las aseguradoras reembolsan a los doctores muy poco por el tiempo necesario para prevenir enfermedades. Sin embargo, una parte igualmente grande del problema tiene sus raíces en las prioridades de los propios médicos. La prevención de enfermedades no es tan visiblemente “heroica” como una intervención para salvar vidas. Está infravalorada, incluso en términos de compensación, aunque varios estudios muestran que cuando los profesionales dan un alto valor a la atención primaria, reducen las enfermedades crónicas a la mitad en comparación con los promedios nacionales.

No es ningún secreto que las facturas médicas pueden llevar a alguien a la ruina financiera. Según una encuesta de Gallup, a la mitad de los pacientes estadounidenses les preocupa que una enfermedad grave pueda obligarlos a declararse en bancarrota. Tendemos a culpar tanto a la industria farmacéutica como a la de seguros por el alto precio de la atención médica, pero no reconocemos el papel que juegan los doctores.

Una revisión de artículos publicados en el New England Journal of Medicine determinó que un tercio de las “prácticas médicas establecidas […] no son mejores que una terapia o enfoque menos costoso, más simple o más fácil”. Otro estudio estimó que el 25% de todo el gasto en atención de salud de 2012 a 2019 fue desperdiciado.

Los médicos insisten en que anteponen las necesidades de los pacientes. Sin embargo, son ellos quienes solicitan pruebas innecesarias, prescriben medicamentos en exceso y realizan cirugías riesgosas cuando enfoques menos costosos serían igualmente valiosos. Y cuando los doctores se benefician económicamente a expensas de los pacientes, la cultura médica los protege de la vergüenza de la hipocresía, asegurándoles que hacer más nunca está mal.

Finalmente, la cultura médica hace daño psicológico. A principios de 2020, a una amiga le diagnosticaron un cáncer de ovario que se extendió rápidamente a su hígado, pulmones y cerebro. Mientras le daba la noticia, su médico agregó: “No es una sentencia de muerte”. No tengo idea de por qué dijo eso; si le estaba insinuando que era posible una cura, entonces fue más sádico que compasivo. Mi amiga se merecía la verdad, y murió tres días después.

Los médicos están capacitados para ofrecer esperanza, incluso cuando ésta disfraza una horrible verdad. En 2014, un estudio de 70 agentes de quimioterapia aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos encontró que los tratamientos contra el cáncer prolongaban la vida en un promedio de solo 2.1 meses. Ese tiempo a menudo se pasaba en un hospital, en lugar de en casa o en cuidados paliativos. Ocultar verdades incómodas sigue siendo una norma cultural en la medicina, que beneficia a los proveedores mucho más que a los pacientes.

¿Cómo curamos una cultura invisible pero muy influyente? Comencemos por el principio, con aquellos que están educando y capacitando a nuestra próxima generación de médicos.

Para reducir el daño físico que la cultura médica inflige a los pacientes, los decanos de las facultades de medicina deben elevar la estima de la atención primaria y dejar en claro su papel crucial. Para empezar, más médicos internistas deberían ocupar el lugar de los especialistas en las salas de conferencias.

Infligir menos daño financiero a los pacientes significará reducir los gastos generales de atención médica. De manera usual, las comunidades con más especialistas tienen una mayor frecuencia de procedimientos realizados, mayores costos de atención médica pero ninguna mejora en la calidad o esperanza de vida. Una vez más, el equilibrio entre especialistas y médicos de atención primaria es clave. Los líderes de los centros médicos académicos pueden ayudar aumentando la proporción de residentes de atención primaria admitidos en sus programas.

Por último, se podría evitar mucho daño psicológico si los doctores estuvieran capacitados para tratar a cada paciente como a un miembro de su familia. Generaríamos médicos más compasivos si se les preguntara a los residentes y pasantes: “¿Trataste a todos tus pacientes hoy como te gustaría que trataran a tus padres, hermanos o hijos?”.

Muchos factores contribuyen al aumento de los costos médicos de nuestra nación, al debilitamiento de la calidad clínica y al alza de la insatisfacción, tanto de los doctores como de los pacientes. El único problema que pasamos por alto continuamente, con trágicas consecuencias, es la cultura defectuosa de la medicina.

El Dr. Robert Pearl es cirujano plástico y reconstructivo y ex director ejecutivo de Permanente Medical Group (Kaiser Permanente). Enseña en Stanford. Su último libro es “Uncaring: How the Culture of Medicine Kills Doctors and Patients” (Indiferencia: cómo la cultura de la medicina mata a médicos y pacientes), cuya publicación está prevista para mediados de mayo.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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