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OPINIÓN: ¿Y la reforma migratoria de Biden?

Los deportados enviados de vuelta a México caminan hacia las instalaciones.
Los deportados enviados de vuelta a México caminan hacia las instalaciones de Repatriación Humana, junto a un campamento donde viven los solicitantes de asilo, cerca del Puente Internacional Gateway, en Matamoros, México.
(Verónica G. Cárdenas)
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Como una de sus promesas más importantes en campaña, Joe Biden se comprometió a impulsar una reforma migratoria que regularizaría la presencia no autorizada (pero tolerada y requerida) de poco más de once millones de inmigrantes indocumentados. El tema es o debiera ser particularmente importante para México, porque los mexicanos en esa condición representan el grupo más grande con alrededor del 40% de los que en Estados Unidos aún llaman inmigrantes ilegales.

La promesa de Biden tenía varios objetivos. Sin duda, desmarcarse de Trump en un tema que este había hecho central, y hacerle un guiño al voto de la comunidad hispana que es tan cercana a los indocumentados, por decir algunos de los más importantes.

En estricto sentido, Biden cumplió su promesa y a los pocos días de haber tomado posesión como el presidente número 46 de Estados Unidos, propuso cambios profundos que permitirían a los inmigrantes indocumentados obtener primero la autorización para residir de manera permanente en ese país y, con el tiempo, naturalizarse y convertirse de manera plena, con todos los derechos, en ciudadanos estadounidenses.

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Cualquier presidente de Estados Unidos sabe que entre proponer una reforma migratoria y obtenerla, la diferencia es muy grande. Sobre todo después de Trump que polarizó tanto a la sociedad en este tema.

A grandes rasgos y simplificando en exceso, la sociedad estadounidense se ha dividido en tres grupos. Quienes se oponen bajo cualquier argumento o sin ninguno a la presencia de inmigrantes en Estados Unidos, particularmente los indocumentados, sobre todo los latinos; quienes toleran a los inmigrantes porque los perciben como útiles y hasta necesarios para su desarrollo y aquellos, los menos, que están decididamente a favor de los inmigrantes porque saben que la viabilidad del futuro demográfico, económico y social de EE.UU depende de la inmigración.

En el balance, los dos primeros grupos piensan que el inmigrante acaba costándole al contribuyente estadounidense, porque aún aquellos que consideran que la mano de obra inmigrante aporta a la economía creen que lo que se obtiene al usar servicios como salud y educación es mucho más. Están equivocados, pero como dice un colega, lo que es cierto en su percepción, es cierto en sus consecuencias.

Uno de los impactos más negativos de Donald Trump es que legitimó y validó al primer grupo, aquel que sin argumentos o en todo caso sin argumentos válidos se opone a los inmigrantes. Les hizo creer que sus posiciones antiinmigrantes son correctas y reflejan los intereses legítimos de ciudadanos estadounidenses en beneficio de su país. Y no solo me refiero a supremacistas blancos de la América profunda. Muchos congresistas por quienes eventualmente pasará el análisis de una reforma migratoria así lo creen.

En ese ambiente, para que cualquier propuesta migratoria sea por lo menos considerada, la administración Joe Biden no puede permitirse las escenas que tanto molestan a la sociedad estadounidense, una frontera con México, porosa y desordenada en donde cientos o miles de inmigrantes pueden burlarse de las leyes de Estados Unidos y de sus instituciones, y donde las familias son separadas. A Trump su modelo de gestión le salió bien porque AMLO le hizo el trabajo sucio. Biden y AMLO no han encontrado cómo construir una relación siquiera funcionalmente aceptable.

Como para reiterar su compromiso, hace unos días Biden se reunió en la Casa Blanca con líderes de los llamados Dreamers. Inmigrantes indocumentados que fueron llevados a Estados Unidos siendo niños y cuya mayoría son mexicanos. El mensaje es importante pero insuficiente, y la reforma migratoria, aún la que concierne a esos Dreamers, está empantanada.

¿Qué papel puede jugar México? Más allá de ofrecer como moneda de cambio el control de los flujos migratorios de centroamericanos, el trillado mensaje de que hay que atender las causas y festejar las remesas que los mexicanos envían desde Estados Unidos. No hemos encontrado la fórmula para atender a 11 millones de mexicanos, nacidos en México y que viven en EE.UU. Obsesionado y concentrado en preservar el control interno, a AMLO esos mexicanos le interesan aún menos que a sus antecesores.

Jorge Santibáñez es presidente de Mexa Institute

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