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OPINIÓN: Los polleros no son los únicos responsables

El migrante haitiano Junior Desterville, en el centro, cruza el Río Grande desde Ciudad Acuña
El migrante haitiano Junior Desterville, en el centro, cruza el Río Grande desde Ciudad Acuña hasta un campamento en Del Rio Texas, donde él y su familia están retenidos con otros miles de personas.
(Molly Hennessy-Fiske/Los Angeles Times)
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Cuando ocurre alguna tragedia asociada a los migrantes indocumentados que buscan entrar a Estados Unidos, los gobiernos de los países de salida, tránsito y destino se apuran a responsabilizar de manera exclusiva a quienes los transportan, los famosos polleros o coyotes. Ni por asomo se les ocurre pensar o decir que quizá su política migratoria es equivocada.

Lo ocurrido la semana pasada cerca de la ciudad de San Antonio cuando fue encontrado un tráiler con más de cincuenta migrantes muertos por asfixia y calor extremo, no fue la excepción. Ambos gobiernos, particularmente el mexicano, exigieron la detención de “los responsables” y hasta enviaron una delegación de la ineficiente Fiscalía mexicana para auxiliar en las investigaciones.

Sin reducir ni un milímetro la responsabilidad de los llamados polleros, que hoy son organizaciones criminales, ese es un análisis muy limitado y conveniente (por no decir cínico), de lo que realmente pasa. Hay muchos más responsables.

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El término pollero surge cuando cruzar de manera indocumentada la frontera entre México y Estados Unidos era mucho más sencillo, particularmente en las áreas donde no hay un río que divide a los países. Básicamente, consistía en echarse a correr entre los matorrales. Los migrantes corrían en fila india detrás de su guía, como lo hacen los pollos. En donde había río les llamaban “pateros”.

Pero entonces, al inicio de los años 90, a algún funcionario en Estados Unidos se le ocurrió que había que poner muros en la frontera para que los migrantes no pudieran cruzar tan fácilmente. Los migrantes que corrían detrás de su pollero y a quien le pagaban 150 dólares tendrían que hacerlo ahora alejados de las zonas urbanas, necesitarían hoteles en las ciudades fronterizas y transportes que los llevaran a las nuevas zonas de cruce. Los 150 dólares ya no alcanzarían y el negocio se hizo más atractivo para otro tipo de polleros y por supuesto para autoridades mexicanas.

En este escenario, particularmente en las ciudades fronterizas del norte de México, por las razones que todos conocemos, el crimen organizado se fue apropiando del territorio y, en consecuencia, se consideraban dueños de los “negocios” que ocurrían en “sus espacios”. Incluido el cada vez más rentable tránsito de migrantes de un país a otro.

El pollero dejó de ser el conocido de alguien del pueblo, que los llevaba entre matorrales, para convertirse en criminales que llevaban a los migrantes por zonas y en condiciones mucho más riesgosas. El cruce, en muy poco tiempo, pasó a costar miles de dólares y claro, se incrementaron de manera considerable el número de migrantes muertos y abandonados por sus polleros.

Levantar hoy los brazos al cielo raya en el cinismo. Desde la primera parte de los años 90, en la zona fronteriza México-Estados Unidos alrededor de 500 migrantes mueren cada año en estas circunstancias. Son nota, florecen “especialistas” y llaman la atención de las sociedades involucradas cuando esos fallecimientos son en grupos grandes. Más aun, como pasó en San Antonio, cuando el incidente ocurre en Estados Unidos.

Los gobiernos no han hecho nada por evitar estas muertes. Todo lo contrario, en México este gobierno ha optado por contener de manera rígida los flujos migratorios que se dirigen al norte. Esa estrategia solo echa en brazos del crimen organizado a los migrantes y los previsibles resultados están a la vista. El gobierno lo sabe. El proceso tiene por lo menos 30 años funcionando así.

La actitud del gobierno mexicano es vergonzosa. En particular porque el grupo más grande de los migrantes que viajaban en ese tráiler era de mexicanos. Ojalá y AMLO pensara un poco más antes de presentar las remesas como la solución a la economía mexicana y al sostenimiento de millones de hogares en México. Se esperaría un liderazgo más responsable. Probablemente ni se da cuenta que su discurso es una invitación a migrar.

Si realmente se quiere detener a los polleros, no debe ser tan difícil porque si miles de migrantes mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños y muchas otras nacionalidades, sin recursos y sin conocer las zonas y ciudades de tránsito y cruce, los encuentran, no veo porque las autoridades mexicanas nomás no dan con ellos. Bastaría pararse con una pequeña mochila y usar una gorra de beisbolista en cualquier central de autobuses de estas ciudades. Los polleros se acercan a ofrecer sus servicios.

La pregunta es muy sencilla, si se detiene al pollero de la tragedia de San Antonio o incluso a todos los polleros que hoy prestan ese servicio, ¿dejaría de haber esas tragedias? Yo sostengo que no. El debate está en otra parte.

Los migrantes son víctimas desde antes de dejar sus lugares de origen y dejan de serlo cuando en su destino y a pesar de todos nosotros, con su trabajo y esfuerzo se hacen del futuro que su sociedad de origen les negó. Desafortunadamente la tragedia de San Antonio no es la primera, ni será la última y solo servirá para que políticos cínicos y analistas oportunistas, desvíen el debate y echen la culpa a los polleros.

* Jorge Santibáñez es presidente de Mexa Institute

TW: @mexainstitute

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