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Ignacio E. Lozano Jr., editor de La Opinión durante muchos años, fallece a los 96 años

Ignacio E. Lozano Jr.
Ignacio E. Lozano Jr. supervisó la transición de La Opinión de publicar principalmente noticias extranjeras a cubrir temas locales importantes para los latinos que los medios en inglés ignoraban o malinterpretaban.
(Cortesía de Mónica Lozano
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A Ignacio E. Lozano Jr. le encantaba contar la historia de cuando llegó a Los Ángeles en 1948, procedente de la Universidad de Notre Dame con una licenciatura en periodismo, y revisó el negocio de su familia e inmediatamente se dio cuenta de que podría estar condenado al fracaso.

Su padre, Ignacio E. Lozano padre, fue un editor pionero que fundó un diario en español en San Antonio antes de lanzar La Opinión en Los Ángeles el Día de la Independencia de México en 1926. Su periódico ganó rápidamente seguidores en Los Ángeles y más allá, al servir de vínculo para los cientos de miles de inmigrantes mexicanos que, como él, habían huido del caos político de su país y se habían establecido en el sur de California.

Lozano Jr. se convirtió en editor asociado bajo las órdenes de su padre, y luego, a los 27 años, le sucedió como editor tras la muerte del mayor de los Lozano a causa del cáncer. Sin embargo, en opinión del joven heredero, los días de La Opinión estaban contados. Consideraba que la migración mexicana a Estados Unidos se había ralentizado, y que los mexicanos de segunda generación no parecían buscar las mismas noticias que sus padres.

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“Los mexicoamericanos estarían totalmente asimilados en la comunidad”, dijo Lozano a The Times en 1976. “No hablarían, y mucho menos leerían, en español”.

Afortunadamente para el negocio familiar, estaba equivocado.

Lozano falleció el miércoles en Los Ángeles por complicaciones relacionadas con la edad. Tenía 96 años.

En las décadas posteriores a su errónea predicción, la migración procedente de América Latina transformó radicalmente Los Ángeles e hizo del español la segunda lengua de la ciudad. La Opinión bajo Lozano pasó de centrarse en noticias extranjeras a cubrir temas locales importantes para los latinos que los medios en inglés ignoraban o malinterpretaban groseramente.

A medida que la influencia de La Opinión se extendía y la migración latina continuaba, altos funcionarios del gobierno buscaban el consejo de Lozano. Fue nombrado asesor del Departamento de Estado de EE. UU por el presidente Lyndon Johnson, fue nombrado miembro del Consejo de las Californias por el entonces gobernador Ronald Reagan y se unió al Consejo Asesor sobre Estadounidenses de Habla Hispana del presidente Richard Nixon.

Su ascenso político alcanzó su apogeo en 1976, cuando el presidente Gerald Ford nombró a Lozano embajador de EE. UU en El Salvador. Él y su esposa se embarcaron hacia el país centroamericano, dejando La Opinión en manos de su hijo y su hija, José Ignacio y Leticia.

Lozano permaneció en ese puesto sólo nueve meses, pero lo que vio le afectó profundamente. Sacerdotes católicos y funcionarios liberales del gobierno estaban siendo secuestrados y asesinados impunemente, y la embajada estadounidense tenía que atender cada vez más solicitudes de asilo de personas que temían ser las siguientes víctimas.

Advirtió a un subcomité de la Cámara de Representantes en 1977 sobre la “campaña de vilipendio” que el gobierno salvadoreño estaba llevando a cabo contra la Iglesia católica romana, que culminaría tres años más tarde con el asesinato del arzobispo Óscar Romero, a quien Lozano conocía personalmente.

Tras dimitir como embajador, Lozano regresó a La Opinión. Sabía que Los Ángeles recibiría una afluencia sin precedentes de refugiados de América Central y pidió a su personal que estuviera preparado.

“Me permitió hacer el periodismo que yo quería hacer y que necesitábamos hacer”, dijo J. Gerardo López, que se unió a La Opinión como reportero en 1977 y trabajó allí durante 27 años, los últimos nueve como editor ejecutivo. Cuando López comentó de improviso a Lozano -a quien se refería cariñosamente como mi gran jefazo- que estaban a punto de comenzar las audiencias del Congreso sobre inmigración, Lozano le dijo que cogiera un avión a Washington, D.C. Para entonces, La Opinión era uno de los mayores periódicos en español de Estados Unidos.

“Ese tipo de confianza, ¿quién te la da?”, dijo López. “No era necesario hablarle de temas o historias - le salían a borbotones”.

En 2006, tras recibir un premio a “Toda una vida” del diario El País de España con motivo del 80 aniversario de La Opinión, Lozano dijo que “los intereses de un empresario no siempre son los mismos que los de la comunidad en general. Pero en el caso de nuestra familia y [del periódico], creo que nuestros intereses coincidían con los de toda la comunidad hispana”.

“Él lo vio antes que otros”, dijo el profesor de periodismo jubilado de la USC Félix Gutiérrez, que llegó a conocer a Lozano en los años ochenta. “Era consciente del impacto, de la importancia de lo que hacía y de la comunidad a la que servía”.

El exalcalde de Los Ángeles Tom Bradley con Ignacio E. Lozano Jr.
El exalcalde de Los Ángeles Tom Bradley con Ignacio E. Lozano Jr., que fue una figura importante en Los Ángeles y más allá.
(Cortesía de Mónica Lozano)

“Papá comprendió que nuestra comunidad necesitaba un vehículo que pudiera representar su voz, sus intereses y también comunicar a un público más amplio de Los Ángeles, las increíbles contribuciones que estábamos haciendo”, dijo Mónica Cecilia Lozano, su hija. Ella, al igual que sus tres hermanos, siguió el camino de su padre para trabajar en La Opinión y en su empresa matriz, ImpreMedia.

Lozano dejó el cargo de editor en 1986, cediéndoselo a su hijo José Ignacio, pero la influencia de Lozano apenas empezaba. Formó parte de juntas corporativas en las que frecuentemente era el único latino en la sala, incluyendo las de Bank of America, Walt Disney Co, National Public Radio y su alma mater. Asesoró a directores ejecutivos y líderes comunitarios por igual, y animó cuando sus hijos llevaron La Opinión a la era digital y cubrieron el continuo ascenso de los latinos en Los Ángeles y más allá.

“Era rico, era muy querido, pero nunca, nunca olvidó a la gente que compraba sus periódicos y a la que trataba de representar”, dijo Antonia Hernández, expresidenta del Fondo México-Americano para la Defensa Legal y la Educación, así como de la Fundación Comunitaria de California, organizaciones sin ánimo de lucro en cuyos consejos Lozano formaba parte. “Era la personificación del éxito empresarial y del orgullo de ser mexicoamericano”.

Para los jóvenes, continuó Hernández, “eso no es gran cosa, pero diablos, cuando eres de una comunidad donde nadie te presta atención y te trata como algo insignificante, eso es muchísimo”.

El fundador de La Opinión, Ignacio E. Lozano Sr., a la derecha.
El fundador de La Opinión, Ignacio E. Lozano Sr., a la derecha, se reúne en 1951 con el entonces alcalde de Los Ángeles, Fletcher Bowron, a la izquierda, y otras personas para discutir los planes para el Día de la Independencia de México, para el que el periódico organizó celebraciones con motivo de su aniversario.
(Universidad del Sur de California / Corbis vía Getty Images)

Ignacio Eugenio Lozano Jr. nació en San Antonio en 1926, el mismo año en que su padre debutó con La Opinión. El hijo se crió en la ciudad del Álamo hasta que se marchó a la universidad. Cuando llegó a Los Ángeles, Ignacio Jr. le dijo a su padre que nunca volvería a su ciudad natal.

Ignacio padre inculcó a su hijo desde muy temprano la filosofía que, según dijo al Times en 1987, su periódico intentaba cumplir cada día: “Ser honestos con nuestros lectores. Jugar limpio en nuestros tratos con el mundo político, no permitir la influencia de nuestros anunciantes, intentar presentar las noticias tan honestamente como podamos”.

En 1953, Lozano Jr. se hizo cargo de un periódico con una nueva imprenta, una tirada de 12.000 ejemplares y retos existenciales. El periódico bajo su padre había cubierto temas locales pasados por alto o vilipendiados por los periódicos en lengua inglesa de Los Ángeles, como las deportaciones forzosas de ciudadanos mexicanos y estadounidenses durante la década de 1930, los disturbios de Zoot Suit en 1943 y la elección en 1949 de Edward Roybal, el primer miembro latino del Ayuntamiento de Los Ángeles desde el siglo XIX. Pero La Opinión seguía estando orientada principalmente hacia México.

El crecimiento de la circulación se había ralentizado. Surgió la competencia con la radio en español y el debut de la cadena de televisión KMEX Canal 34 en 1962. El Lozano más joven decidió que necesitaba reorientar su periódico para centrarse en Los Ángeles.

“Ya no es un periódico mexicano publicado en Los Ángeles”, dijo a The Times en 1976, “sino un periódico estadounidense que casualmente se publica en español”.

Contrató a más reporteros, amplió la cobertura al condado de Orange e instó a sus redactores a buscar historias y temas que explicaran el sur de California y Estados Unidos a los latinoamericanos que llegaban en número creciente a la región tras la flexibilización de las leyes de inmigración en 1965.

“Empezó a pensar en el diario no sólo como un periódico, sino como un foco de atención sobre la comunidad en sí misma”, dijo José Ignacio Lozano, quien empezó a trabajar en la imprenta desde sus tiempos en la escuela y acabó dejando la universidad para trabajar junto a su padre de tiempo completo después de que Lozano le dijera que la mejor forma de impactar a los latinos era “dirigiendo este periódico”.

“La gente lo leía y lo pasaba”, dijo Gutiérrez, el profesor de la USC, que formó parte de la prensa chicana clandestina a finales de los 60, una escena que cubrió La Opinión. “No era un periódico que leías y tirabas”.

El éxito de La Opinión convirtió a Lozano en uno de los latinos más ricos de Estados Unidos: le gustaba desplazarse en su Porsche desde su casa de Lido Isle hasta las oficinas del periódico en el centro de Los Ángeles. También le convirtió en miembro de la realeza de Los Ángeles. Durante décadas, su familia organizó almuerzos en el Dorothy Chandler Pavilion a los que asistía la élite política y latina de la ciudad para celebrar simultáneamente el aniversario de La Opinión y el Día de la Independencia de México. Jugaba al golf en Escocia, pertenecía al Club Náutico de Newport Beach y volaba en su avión para hacer de tailgate en Notre Dame antes de los partidos de fútbol americano.

En casa, Lozano exigía que sus hijos hablaran sólo español y estuvieran orgullosos de sus raíces mexicanas en el entonces ultrablanco condado de Orange. También les empujó a seguir su ejemplo, no sólo profesionalmente, sino comprometiéndose con los latinos.

Sus intereses filantrópicos incluían a los Boy Scouts, las becas universitarias de su alma mater y el mundo del teatro; mientras formaba parte de la junta directiva del South Coast Repertory, Lozano impulsó con éxito el Proyecto de Dramaturgos Hispanos para ayudar a los escritores latinos a desarrollar obras, un programa innovador que fue el primero de este tipo en EE UU.

“Ya he sido ‘el latino’ en suficientes organizaciones comunitarias convencionales”, dijo Lozano al Times en 1987. “Es hora de que dedique más atención a cosas que me interesan como latino, cosas que muestren interés por la comunidad y la cultura latinas”.

Su nobleza enmascaraba a un periodista férreo que defendía a su publicación y a la industria siempre que eran atacadas.

Lozano quedó profundamente conmocionado por el asesinato en 1970 de su amigo Rubén Salazar cuando el columnista de Los Angeles Times cubría la Moratoria Chicana en el este de Los Ángeles. Al año siguiente, la redacción de La Opinión sufrió un atentado con bomba como parte de una serie de explosiones en entidades de medios de comunicación en español que la policía de Los Ángeles nunca resolvió.

Los activistas de izquierdas se quejaban de que el periódico era demasiado conservador y omitía historias importantes. Lozano les invitó una vez a su despacho para que se lo hicieran saber. Les escuchó, luego repasó los recortes que habían traído y les mostró con calma en qué se equivocaban. Sin nada que decir en respuesta, los activistas se marcharon.

Lozano fue durante años director de la Sociedad Interamericana de Prensa, que aboga por una prensa libre en toda América Latina. “Cuando uno mira cómo tienen que vivir algunos de nuestros colegas en otras partes del mundo, da gracias a Dios y a la Constitución de Estados Unidos”, dijo a The Times en 1978.

Esa creencia se puso a prueba en 1981, cuando el fotógrafo de La Opinión Octavio Gómez contó a sus jefes que agentes del Servicio de Inmigración y Naturalización le habían intimidado y agredido mientras cubría protestas contra las deportaciones.

El periódico se quejó a la oficina local del fiscal del distrito de EE.UU., y cuando los funcionarios de inmigración negaron las acusaciones y dijeron que sus agentes sólo hacían su trabajo, Lozano demandó a la agencia. En 1985, la juez del Tribunal de Distrito de EE.UU. Mariana R. Pfaelzer concedió a Gómez y a La Opinión 300.000 dólares y describió el comportamiento de los agentes de inmigración como “escandaloso y mal intencionado”.

“Aunque apreciamos [el pago] de los daños que se concedió, lo más importante en este caso fue el principio”, dijo Lozano al Times. “No queremos que nuestros [reporteros y fotógrafos] se sientan intimidados por los agentes de inmigración”.

Para cuando Lozano dejó de ser editor al año siguiente, la circulación de La Opinión había aumentado a 70.000 ejemplares. Permaneció en el consejo de administración del periódico durante algunos años más, y en 1990 diseñó una sociedad al 50% con la empresa matriz de Los Angeles Times que permitió a su familia mantener la supervisión editorial.

Aunque tras su jubilación ya no estuvo involucrado en la vida cotidiana del periódico, el ejemplo de Lozano de abogar por los latinos a través de la información siempre fue importante para el personal y la dirección del diario. Resultó especialmente importante en 1994, cuando el sentimiento antiinmigrante avivado por los líderes republicanos condujo a la aprobación de la Proposición 187, que pretendía hacer miserable la vida de los inmigrantes indocumentados. La Opinión cubrió agresivamente la iniciativa electoral y el movimiento en su contra. La cobertura agradó al patriarca, que abandonó el Partido Republicano.

“Pensé que era hora de que ayudáramos a nuestros lectores a convertirse en ciudadanos activos, a los que no eran ciudadanos a convertirse en ciudadanos, y a los que eran ciudadanos a registrarse para votar y formar parte de la comunidad, decidiendo por sí mismos lo que era mejor para ellos”, dijo Lozano sobre la cobertura, hablando en un documental realizado para el 90 aniversario de La Opinión.

Pero para entonces, los Lozano ya no estaban involucrados en el periódico. Habían recuperado el control total de La Opinión en 2004, y luego se fusionaron con El Diario/La Prensa de Nueva York con planes de crear un imperio de noticias en español. La tirada alcanzó unos 125.000 ejemplares. Pero las vicisitudes del periodismo en la era online alcanzaron a la familia. Un periódico argentino compró una participación mayoritaria en ImpreMedia en 2012 y la adquirió por completo en 2016.

El día que eso ocurrió, Mónica Lozano fue a ver a su padre para darle la noticia, esperando escuchar su decepción. “Me dijo: ‘Mónica, es extraordinario hayamos sido una empresa familiar durante tanto tiempo. Hacer lo que hemos hecho durante tanto tiempo es extremadamente significativo. Siente el orgullo de ese legado”.

Lozano fue precedido en 2018 por Marta Navarro Lozano, su esposa durante 67 años. Le sobreviven sus hijas Mónica Cecilia Lozano y Leticia Eugenia Lozano, sus hijos José Ignacio Lozano y Francisco Antonio Lozano, y nueve nietos. Se planea una celebración de su vida en algún momento de 2024.

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