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L.A. Affairs: Ese momento en el que le dije a mi cita sobre mi anillo de castidad

¿Mis límites? Totalmente válidos.
(Kirsten Ulve / For The Times)
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Prepararé la escena rápidamente: son las 8:17 p.m. de un domingo. Había pasado todo el día en pijama, sólo dejando la cama para ir al baño (porque es obvio) y a la cocina (aún más obvio) mientras me embarcaba en otra tarde perezosa en la feliz conciencia de mi soltería. En retrospectiva, fue como un entrenamiento para esta autocuarentena.

Como muchas chicas están bastante familiarizadas, estoy segura de ello, esto llevó a la inevitable creación de un perfil de citas en línea. El segundo tipo al que le deslicé el dedo a la derecha en mi pantalla fue Anthony. Eso sí, estaba siendo relativamente exigente porque no tenía ninguna intención de hacer nada.

El deslizar el dedo a la derecha estaba bien, pero luego tuve que exagerar con todo el asunto de “Hola :)”.

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Intercambiamos números de teléfono y unos 25 segundos después mi teléfono se encendió. Contesté. Como una polilla a una flama.

Nos encontramos teniendo esas raras conversaciones que ocurren entre extraños. Las que fluyen sin razón y están desprovistas de análisis o de mucho pensamiento.

Me hizo reír y sentirme hermosa sin estar cerca de ser el objetivo final, lo cual realmente dice algo en este mundo de Tinder. Hablamos durante dos horas. Dos horas con un completo desconocido.

Su voz era profunda, de esa manera en la que puedes oírle decir cualquier cosa, incluso “Hola”, y se produce una mordida involuntaria de labios. Ocurrió de nuevo mientras escribí eso y empecé a revivirlo. Así que sí, comenzó con un sexy como el infierno “Hola” y luego simplemente se fue en espiral desde allí.

Hicimos planes para el viernes por la noche.

Dijo: “Te recogeré en 20 minutos en mi Camaro verde lima. Es un gusto adquirido, así que estás advertida”. Me puse mis pantalones marrones de la suerte y una camiseta blanca sin mangas. Esperando en la entrada a mi casa en Westwood estaba ese auto escandaloso del que me advirtió, pero también un guapo caballero sentado dentro.

Condujimos por Sunset Boulevard y, como a menudo siento que estoy viendo mi vida en lugar de vivirla, todo se experimentó como un momento de película de Hollywood. Rodeados por las luces de la ciudad a ambos lados, tuve que alternar entre mirar su hermoso rostro y disfrutar de las vistas de la ciudad. Se detuvo en Pink Taco y aparcó el coche. Me rodeó con un brazo musculoso mientras me guiaba hacia el interior. Allí hablamos de nuestras relaciones pasadas, religión, política, todos los temas prohibidos.

Antes de que pudiera pedir mi segunda margarita señaló el anillo de oro en mi mano izquierda y preguntó: “¿Es un anillo de compromiso?”

Me sorprendió tanto que se diera cuenta.

Resultó que este chico no sólo vio mi pequeño anillo en la foto del tamaño de una pantalla de teléfono, sino que además deslizó el dedo a la derecha, me envió un mensaje de texto, me llamó e incluso me pidió una cita.

Me encontré de vuelta en ese momento familiar, en el que explico la complicada verdad detrás del anillo dorado que me dio mi madre una década antes, cuando tenía 12 años.

Esta no era sólo una pieza de joyería destinada a mantener alejados a los “chicos malos”. Era una promesa. Una promesa a Dios y a mí misma de que mantendría tantos pedazos de mi corazón (y cuerpo) para quien me apreciara por más de una noche. No tenía ninguna duda de que Dios tenía algo bello guardado. Sólo necesitaba ser paciente y encontrar a alguien cuya paciencia reflejara la mía.

Mientras estaba sentaba allí, esperé a que Anthony se retirara con gracia de la contienda.

Alerta de spoiler: Eso no fue lo que hizo. Cuando terminé de explicarle, no intentó cuestionar por qué lo estaba haciendo. No preguntó si era difícil, tampoco si pensaba que cambiaría de opinión. No me interrogó sobre cuáles eran los límites, o incluso si los había roto antes con alguien más.

Me sonrió y dijo: “Honestamente, creo que es la cosa más genial de la historia... Te respeto tanto por mantenerte en ello. No cambies nunca de opinión al respecto”.

Sé que sería mucho más romántico decir que su respuesta y nuestra química eran paralelas en perfección, y que todavía estamos juntos, rumbo al día de la boda.

La razón por la que el tiempo no ha borrado esa noche no es porque me haya enamorado.

Su reacción a mi anillo de castidad es como mi vara de medición para los chicos que han seguido.

Todo parecía perfecto y en el momento; en papel, no había nada malo con Anthony. Pero no teníamos chispas. No hay que confundir las chispas con las mariposas, dos cosas muy diferentes. Las chispas son pasión, las chispas carecen de miedo. Son el clic o la conexión que marca la diferencia entre una amistad y un romance. Son algo que no se encuentra a menudo. Para mí, las chispas son necesarias para un amor eterno.

Después de despedirnos esa noche, no acepté otra invitación para volver a vernos.

Pero por primera vez en mi historia de citas, la falta de una segunda cita no tuvo nada que ver con su inevitable falta de sexo.

Esa noche, sin embargo, me demostró algo, algo que la vida en la ciudad y los hombres de Los Ángeles me hacían cuestionarme más cada día.

Mantengo esta historia cerca porque Anthony es el chico que me recordó lo que valía, en el momento en que necesitaba desesperadamente escucharlo.

Chicas, ellos existen.

Los que estamos buscando, realmente existen.

Los límites que elegí para mí son válidos. Los estándares que ha establecido, bueno, pueden ser diferentes a los míos, pero hay una razón por la que los ha elegido. Y son importantes.

Anthony fue mi trampolín. Me recordó que debía tener esperanza. Elegir tener relaciones sexuales para satisfacer las necesidades de otra persona no me brindaría el amor que tanto deseaba. En el caos de Los Ángeles, tal vez usted también necesite ese recordatorio.

La autora se mudó a la ciudad de Nueva York para enseñar en la Universidad de Columbia. Está en Instagram @lexi_zeeman

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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