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Aura García-Junco: ‘La escritura: un salto a mi interior’

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La literatura de Aura García-Junco es en sí una Anticitera. Viene a configurar una realidad en sí. Sus valores ya no entrañan signos, símbolos, géneros, objetos sensibles o poéticos, sino que expresan, como aquella calculadora mecánica, el eclipse de lo artístico. Una literatura que al ser puesta en ejecución por el acto de la lectura, requiere de otras representaciones de los sentidos, capaces de capturar, las verdaderas resonancias de las letras.

¿Qué leyendas antiguas y referentes clásicos imperan en tu narrativa?

Tengo mis mitos consentidos y mis autores antiguos de confianza. Me encanta Luciano de Samosata y disfruto mucho de Ovidio, Petrarca y Petronio, por nombrar algunos. Creo que de una u otra manera mi formación en Letras Clásicas siempre encuentra la manera de colarse por aquí y por allá, pero cada vez de manera menos directa. Los clásicos, a estas alturas, los uso para jugar y mentir con ellos.

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El mecanismo de Anticitera es una calculadora mecánica diseñada para prever la posición del Sol, la Luna y algunos planetas, que permitía predecir eclipses. Es uno de los primeros mecanismos de engranajes conocido, y se diseñó para seguir el movimiento de la Luna. Al día de hoy, esta computadora análoga cumple más de 2.000 años, y fue encontrada por unos buscadores de esponjas marinas frente a la costa de la isla griega Antikythera. ¿Cómo se elaboran en la ficción una serie de narraciones –que funcionan igualmente como precisos aparatos dentados que leen los astros– a partir de este hallazgo?

En mi caso, desde la curiosidad y el asombro, pero especialmente desde la intuición. Mi atracción hacia el aparato y una serie de personajes históricos, como Herón de Alejandría y Eloísa de Argenteuil, me llevaron a jugar con ellos como piezas de un rompecabezas que se me reveló con más claridad sólo conforme escribía. No hubo un plan previo. El libro en sí mismo es un invento.

Me parece también, que Anticitera, artefacto dentado (FETA, 2018) es la lectura de tu carta astral, y el narrador funge como la máquina griega que lleva el nombre de la obra.

La narradora, aunque se revela con muchas caras, definitivamente es una especie de Virgilio por la reconstrucción del aparato. Pero es un Virgilio mañoso, que no para de dejar puertas abiertas y de incitar a quien entre a perderse un poco. No hay respuestas ni rutas unívocas para ese libro.

¿Fue escrita durante una noche oscura del alma?

En absoluto. Para mí, es un libro que juega y se permite cosas arriesgadas, y eso sólo lo pude hacer fuera de la oscuridad. Se necesita mucha luz para encontrar caminos poco explorados y salir con éxito de ellos.

¿Es través de la amalgama de diferentes géneros literarios, un salto

cuántico hacia tu interior?

No sé si cuántico, pero la escritura sí es un salto a mi interior. Mis libros no respetan mucho las barreras entre géneros. Escribo como creo que el tema me lo pide y mezclo lo que sea necesario. Mi nuevo ensayo tiene mucho de narrativa y mi narrativa tiene mucho de ensayo.

Me parece que esta obra se vale de anagramas, transposiciones y combinaciones de letras y palabras místicas con el fin de descubrir el sentido oculto de la literatura.

Sí, en el sentido de que eso hace la literatura que me interesa. Esa novela es una apuesta a la ficción pura, más despegada del contexto, pero que al mismo tiempo plantea constantes que se viven ahora y se presenta en forma de fragmentos, una forma muy contemporánea de escritura.

Encuentro muchos vasos comunicantes entre El día que aprendí que no sé amar (Seix Barral, 2021) y la serie Todo va a estar bien (2021), dirigida por Diego Luna y producida por Kyzza Terrazas.

Yo también. Me parece que hay un espíritu compartido, explorar las relaciones contemporáneas que se salen de la norma más tradicional y ver qué pasa, ya desde la ficción o desde el ensayo.

¿De qué manera te ayudó Vivian Gornick a escribir este libro?

Por un lado, sus “Apegos feroces” me llevaron por un recorrido autobiográfico como pocos, centrado además en sus relaciones. Por otro, sus ensayos sobre escribir narrativa personal han sido fundamentales para mí porque me invitaron a pensar desde dónde quería escribir. Sin embargo, Gornick es tan sólo una parte pequeña de este libro. Hay influencias y detonantes mucho más grandes, como Brigitte Vasallo y hasta Ovidio.

A diferencia de Anticitera, ¿qué tipo de dispositivo o anti-manual es El día que aprendí que no sé amar?

Es un ensayo híbrido que mezcla muchas formas de escribir un tema: la narrativa (experiencia personal), la investigación de fuentes académicas, la conversación, el humor… en fin. Es un libro complejo en sus recursos y se toca con el manual sólo para desestimarlo. La idea es que el amor, las relaciones interpersonales, no se pueden meter en el saco de una receta.

¿Es fácil combinar la literatura, la sociología y el feminismo?

Hacerlo bien es complejo. Requiere investigación, síntesis y mucha paciencia, pero para mí, un libro distinto no hubiera tenido sentido. Me interesaba entender mi entorno, ver por qué nos sentíamos tan perdidas mis amigas y yo cuando se trataba de las reglas en las relaciones y por qué la no monogamia causaba tanta suspicacia. Para eso, la sociología era clave. Y lo feminista ya no me lo puedo quitar. Es un eje que recorre todo lo que escribo y vivo.

¿Sabremos amar cuando nos amemos a nosotros mismos?

No me lo parece. Es una máxima muy liberal aquella que dice que todo lo puede mover el individuo. Yo creo que vamos a aprender a dañarnos menos y a tratarnos mejor, tanto a nosotras mismas como a las demás en comunidad. Pensando juntas y viviendo juntas. Claro que es importante tener una buena autoestima, pero no es lo único. Un narcisista puede tener una autoestima de hierro y ser un cuchillo para los demás. Lo importante para mí es seguir pensando juntas, sin condenarnos de antemano por nuestra falibilidad y defectos. Por eso mi libro busca ser amoroso tanto en su tema como en sus formas.

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