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Rumbo a Qatar 2022: La selección literaria argentina

Jorge Luis Borges puede ser atractivo para cualquier persona.
Jorge Luis Borges tuvo en el futbol uno de los elementos más importantes para descargar sus fobias y odios, al extremo que le dedicó bastante tiempo para interpretarlo desde su particular punto de vista.
(Archivo)
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Leer un libro no sirve para jugar mejor al fútbol,

ni jugar un partido sirve para hacer mejor literatura.

Jorge Valdano

El fútbol es antes que nada un deporte inserto en cuestiones sociales y culturales más profundas. Su dinámica, rituales, roles y reglas se encuentran insertas en lo que el filósofo neerlandés Johan Huizinga llamó “lucha agonal”. Los hombres que viven en sociedad desarrollan una extraña habilidad por la competencia. Con el fin de no dañarse entre sí, establecen relaciones en tensión que se encuentran circunscriptas a determinados fines.

El deporte en general, y el fútbol en particular ponen en cuestión toda una gama de signos donde los grupos acriben a identidades específicas.

Cada contendiente no sólo emula las características de su grupo, o cultura, sino que pone al arbitrio del azar la resolución de la contienda. El investigador Korstanje Maximiliano, por su parte contrapuntea el balón, argumentando que el fútbol toma una característica que es puramente bélica y estamental, donde el conflicto y la masculinidad son sus piedras angulares.

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La violencia en los espectáculos deportivos se explicaría por medio de la negociación de identidades en pugna, que de alguna u otra forma, quedan al descubierto en una batalla. Por demás interesante, ha sido el abordaje del sociólogo E. Dunning y el creador de la sociología figuracional N. Elias, respecto al rol que juega el futbol dentro del proceso civilizatorio occidental: existe un ego subjetivo que se construye por la configuración de habilidades y ritos internalizados.

La regla deportiva no sólo apela a un discurso específico, sino que además predispone a la persona en relación con otros. Este proceso de alteridad experimenta un declive en los grados de violencia ejercido pero ese declive, que es funcional a un aumento en la emotividad.

Los expertos examinan profundamente el rol de la violencia en los deportes antiguos y medievales, estableciendo que, en la modernidad el refinamiento del contacto físico ha coadyuvado para que las personas utilicen estos espacios como lugares de catarsis y clímax emocional.

No obstante, dadas ciertas condiciones, estas emociones se tornan disfuncionales al orden social. Aún así, el fútbol soccer sigue siendo la damajuana angular en la mesa y las meriendas de miles de familias en el mundo, que encuentran en el fragor espeso de la competencia la aureola púber, el munífico torneo por el aplauso, el bluf, la pedantería, la violencia pasiva disfrazada de casaca escudante, todo sustituido por la egoísta competencia por el gol aullado.

En lo que nos compete en esta entrega, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) se creó en 1893 -es la octava más antigua del mundo-. El torneo de liga, jugado desde ese año, es el tercero más antiguo del globo, detrás de las ligas británicas y holandesa.

En las primeras dos décadas de existencia de la liga, las competiciones se organizaron básicamente en derredor de las escuelas y clubes de inmigrantes británicos. En ese momento, aparecieron muchos de los equipos que habrán de destacarse en el fútbol argentino (Boca juniors, River Plate, San Lorenzo, etc.)

El fútbol se hizo más competitivo y durante tres décadas se mantuvo un sordo conflicto entre los partidarios del amateurismo y los del profesionalismo: en general, los futbolistas y una minoría de dirigentes sostenían la necesidad de organizar una liga de fútbol profesional; pero la mayoría de los clubes y sus dirigentes se oponían, con la evidente intención de retener la totalidad de las ganancias obtenidas en los espectáculos. Estos conflictos llevaron, en tres oportunidades, a la creación de ligas paralelas.

En 1931, luego de una huelga de futbolistas, la liga argentina se hizo profesional. En las primeras décadas el torneo sería dominado por los llamados cinco grandes: Boca Juniors, Independiente, Racing, River Plate y San Lorenzo de Almagro, que ganaron todos los torneos hasta 1967, y principalmente, Boca Juniors y River Plate, que juntos llegan actualmente a concentrar más del 70% de todos los simpatizantes de Argentina. A partir de ese año, el fútbol argentino se hizo más variado, con mayor cantidad de equipos, reclamando un lugar entre los más destacados, como Estudiantes (La Plata), Vélez (Buenos Aires), Newell’s y Central (Rosario), entre otros.

Desafortunadamente, el soccer argentino es uno de los deportes más manoseados por la política. Desde que el fútbol se convirtió en el gran espectáculo de masas y en el deporte más popular de Argentina, los políticos porteños se han acercado a él para promocionar su nombre. Es común encontrar a estas figuras participando de la vida cotidiana de los clubes.

Los casos de personalidades de la política tradicional que han ocupado o que ocupan cargos directivos en instituciones deportivas se extienden en el espacio y el tiempo. La vía para acceder a los puestos de conducción es la intervención en los procesos electorales, que son voluntarios y convocan a miles de asociados. La base social de los clubes es amplia porque perdura en la mayoría de ellos la oferta de diversas disciplinas deportivas y distintas actividades sociales y culturales.

Los procesos electorales permiten el despliegue de una serie de prácticas que los individuos próximos a estos eventos llaman “democráticas” y que refieren al armado de las campañas, la búsqueda de adhesiones de personalidades influyentes, la reunión y el arrastre de votos hacia un candidato a cargo de los referentes, la construcción de alianzas, la promoción de los candidatos a través de los medios de comunicación masivos y medios partidarios.

En el imaginario colectivo, existe un riesgo escondido en cada confrontación, como si se tratase de vivir o morir, un límite simbólico en donde el peligro controlado, desprovisto de sus aspectos más virulentos y negativos se hace dócil.

El fracaso deportivo es vivido por las sociedades como una falla de la propia masculinidad percibida frente a otros colectivos, otras naciones, equipos o grupos. Paradójicamente, existe en todo torneo un sólo ganador y muchos perdedores.

El fútbol es antes que nada un deporte, y en tanto a tal, crea sistemáticamente más ansiedad y violencia que luego es reabsorbida por el mismo sistema social. Cuando un equipo pierde su categoría o “desciende” lo que está en juego no solo se refiere a la reputación del club, sino además a procesos mito-poieticos más profundos inscriptos desde hace mucho tiempo en la sociedad. Pero como decía Isabel Allende: “El fracaso y el éxito no existen, son inventos de los gringos”.

A menos de veinte días del inicio de la Copa del Mundo, Lionel Scaloni, actual director de la Selección Argentina de Fútbol, ha preparado ya la nómina de jugadores que contenderán en el Mundial de Qatar 2022, entre ellos figuran: Emiliano Martínez, Gerónimo Rulli, Franco Armani, Nahuel Molina, Gonzalo Montiel, Cristian Romero, Germán Pezzella, Nicolás Otamendi, Lisandro Martínez, Marcos Acuña, Nicolás Tagliafico, Rodrigo De Paul, Leandro Paredes, Alexis Mac Allister, Guido Rodríguez, Alejandro Gómez, Enzo Fernández, Exequiel Palacios, Lionel Messi, Lautaro Martínez, Ángel Di María, Julián Álvarez, Nico González, Ángel Correa, Joaquín Correa, Paulo Dybala, Juan Foyth, Gio Lo Celso y Thiago Almada.

La relación entre el fútbol y la literatura ha sido muy estrecha, es un tira y afloja entre aficionados, intelectuales y artistas, un conversatorio que no ha cesado de alargarse para seguir ciñendo la plática cuotidiana y el comentario vago o fervoroso.

Los críticos del futbol estimularon la necesidad del debate, llamaron la atención de este deporte “total” y provocaron su defensa mediante la creación literaria y la interpretación sociológica. Entre los críticos sobresale el caso de Jorge Luis Borges, que tuvo en el futbol uno de los elementos más importantes para descargar sus fobias y odios, al extremo que le dedicó bastante tiempo para interpretarlo desde su particular punto de vista. Nunca ignoró al futbol, tanto que decidió́ organizar una conferencia sobre la inmortalidad en la misma ciudad, en el mismo día y en la misma hora en que Argentina jugaba la final del mundial con Holanda.

En el ejercicio de idear una selección argentina categorizada por escritores para defender la arquería porteña de las letras, presento una clasificación de las plumas que consagrarían el equipo de ensueño de la literatura en Argentina.

Comenzamos en la portería con Roberto Arlt, autor de El juguete rabioso (1926); como defensa central opto por Rodolfo Fogwill, autor de Los Pichiciegos (1994); en la defensa lateral selecciono a Daniel Veronese, autor de Espía a una mujer que se mata (2018); para el mediocentro a Pedro Mairal, autor de La uruguaya (2016); como centrocampista a Luciano Olivera, autor de Aspirinas y caramelos (2015); para la media punta a Walter Lezcano, autor de Luces calientes (2018); para el mediocentro defensivo a Ricardo Piglia, autor de Los diarios de Emilio Renzi (2005); en el interior derecho a Osvaldo Lamborghini autor de Tadeys (2009); para el interior izquierdo tenemos a Alberto Laiseca, autor de Matando enanos a garrotazos (1982); para el delantero centro contamos con Cesar Aira, autor de El mago (2002); en la segunda punta a Marcelo Cohen, autor de Música prosaica (2014) y en el extremo a Sergio Bizzio, autor de Rabia (2004); como sparrings, convocaría una lista de siete plumas, en la que figuran Arnaldo Calveyra, Abelardo Castillo, Guillermo Saccomano, Fabián Casas, Félix Bruzzone, Eduardo Sacheri y Pablo Katchadjian. En el puesto de director técnico tendríamos a Hernán Casciari.

Sé que muchos no estarán de acuerdo con esta selección tan personal, pero poco importa; como decía J. B. Priestly: “pagar para ver a 22 mercenarios dar patadas a un balón es como decir que un violín es madera y tripa, y Hamlet, papel y tinta”.

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