Anuncio

La obesidad, el cambio climático y el hambre deben ser combatidos como un solo problema, afirman expertos en salud

Share

Tal vez, cuando se trata de pensar en hallar una salida para la crisis mundial de obesidad, nos estemos quedando cortos.

Quizás los pasos necesarios para revertir la pandemia del poco saludable aumento de peso sean los mismos pasos necesarios para resolver otras dos crisis de la salud humana: la desnutrición y el cambio climático.

Entonces, en lugar de abordar cada uno de estos problemas de forma individual, los expertos en salud pública recomiendan encarar los tres juntos.

Anuncio

En un tratado publicado el domingo en la revista médica británica Lancet, una comisión multinacional argumenta que los consumidores, los líderes empresariales y los responsables políticos deben centrar sus esfuerzos en pasos que aborden al menos dos de estas crisis a la vez. Solo así podrán resolver este trío de emergencias de forma suficientemente rápida y completa como para hacer una diferencia, escribieron.

Y no, agregaron los expertos, abordar el cambio climático, el hambre en el mundo y la obesidad a la vez vez no es una exageración.

Sin embargo, advirtió la comisión, se requerirá una ambiciosa reestructuración de los incentivos económicos que impulsan la producción y la comercialización de alimentos. También nuevos tipos de sistemas de transporte, y la cuestión necesitará que los consumidores exijan y paguen por alimentos que son subsidiados, cultivados y distribuidos de nuevas maneras.

Para la comisión, el tema requerirá que los gobiernos se enfrenten a los gigantes de fabricación de alimentos del mundo y las industrias que los apoyan, una colección de actores conocida como “Big Food”.

Compuesta por 43 expertos en salud pública originarios de 14 países, la Comisión de Obesidad de Lancet enfatizó que los problemas de obesidad, desnutrición y cambio climático están vinculados de manera inseparable con factores como el consumo excesivo, el mercadeo descontrolado y los fracasos gubernamentales.

Si los consumidores, productores y reguladores toman esos vínculos en cuenta con cada elección, los humanos podrían tener la oportunidad de evitar una catástrofe global, escribieron los expertos.

Esta forma de pensar es tan novedosa que la comisión creó una palabra para la hidra de tres cabezas que intentan abordar: “sindemia”.

Un miembro de la comisión, Tim Lobstein, perteneciente a la Federación Mundial de Obesidad, describió la sindemia de obesidad, desnutrición y cambio climático como “una ‘sinergia de pandemias’ coexistentes, que interactúan entre sí en el lugar y el tiempo, y tienen impulsores sociales y económicos comunes”.

Los impulsores comunes incluyen a las industrias, que no están obligadas a pagar los costos derivados de sus productos en la salud de los consumidores o el medio ambiente, explicó Lobstein.

El resultado, según los cálculos de la comisión:

  • Aproximadamente 2,000 millones de personas en todo el mundo tienen sobrepeso y, a pesar de los costosos riesgos para la salud que conlleva esta tendencia, ningún país ha logrado revertir el engorde de su población.
  • La desnutrición crónica afecta a 815 millones de personas en el mundo, y más de 200 millones de los niños del planeta presentan atrofias o están agotados por el hambre.
  • El sistema de producción de alimentos que permite que estas tendencias continúen es un importante contribuyente al cambio climático, que amenaza con exacerbar estas disparidades nutricionales generando inundaciones, sequías e incendios forestales.

“Se necesita un movimiento social transformador... para superar la inercia política”, escribieron los comisionados. Para que eso suceda, es precisa “una nueva narrativa”, agregaron.

Los expertos llamaron a suscribir un tratado internacional —similar a los que abordan el uso del tabaco y el cambio climático— para limitar la influencia política de los gigantes de la agricultura y la producción de alimentos. Y recomiendan la reorientación de $5 billones de dólares en subsidios gubernamentales, alejados de productos alimenticios dañinos y en pos de alternativas sostenibles.

Las industrias con intereses comerciales en juego no cederán sin el tipo de lucha que ha frenado el cambio durante décadas, escribieron. Eliminar el control de la política requerirá la financiación de filántropos para potenciar que los consumidores exijan productos, servicios y políticas que den al mundo alimentos más saludables, producidos con más respeto por el planeta.

¿Es fantasiosa esa ambición?

“Los cambios en torno a este tema deben comenzar a nivel local”, remarcó el doctor William Dietz, profesor de salud pública en la Universidad George Washington y uno de los líderes de la comisión. “Pensar que esto va a suceder ahora mismo a nivel nacional es insensato”.

Pero algunos de los cambios necesarios ya están en marcha, consideró Dietz: las ciudades y los estados están aumentando los impuestos sobre las bebidas azucaradas y también se han propuesto cumplir los objetivos establecidos por el tratado climático de París.

El Instituto de Recursos Mundiales estima que la demanda por parte de los consumidores de alimentos que sean más saludables y estén producidos de manera sostenible está creciendo al menos un 5% al año, informó Dietz.

La Asociación de Fabricantes de Comestibles (GMA, por sus siglas en inglés), que representa a los principales fabricantes de alimentos y bebidas de la nación, respondió al informe de la comisión Lancet con un llamado a la cooperación.

La industria de alimentos, bebidas y productos de consumo de Estados Unidos “comparte un compromiso con el bienestar de los consumidores en todo el mundo”, consideró la GMA en un comunicado enviado por correo electrónico. “Únicamente juntos podemos resolver algunos de los problemas más apremiantes que enfrenta el mundo hoy en día”.

Marlene B. Schwartz, quien dirige el Rudd Center for Food Policy & Obesity, en la Universidad de Connecticut, aplaudió la disposición de la comisión de ir más allá de la ciencia de las dietas y pedir una acción amplia para cambiar la forma en que se fabrican y comercializan los alimentos.

“Absolutamente, la industria alimentaria tiene que cambiar”, dijo Schwartz. Y si los científicos de campos dispares deben informar los pasos a tomar, dijo, “tenemos que empezar a hablar unos con otros”.

La Comisión de Obesidad de The Lancet comenzó con un mandato más limitado: actualizar los informes que se publicaron en 2011 y 2015. Pero a pesar de la emisión de 190 recomendaciones bien fundadas para mejorar las dietas y más de 50 para mejorar la actividad física, Lobstein afirmó que “cualquiera de estas apenas se ha implementado en más de un puñado de países”.

Hace dos semanas, un panel relacionado llamado Lancet EAT Commission describió los objetivos globales para una dieta que sea saludable y sostenible a la vez. Esos comisionados pidieron a la mayoría de los consumidores que dupliquen su consumo de frutas, nueces, verduras y legumbres, con una redistribución masiva de la ingesta de carne. La comisión encontró que la cantidad ideal de carne de res o de cordero sería aproximadamente la mitad de una onza por día por persona, una pequeña fracción del consumo de EE.UU.

La industria ganadera denunció que las recomendaciones son radicales, y también impugnó el nuevo informe.

“Los agricultores y ganaderos estadounidenses lideran el mundo en prácticas eficientes que brindan una nutrición inigualable y continúan reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero de la actividad a mínimos históricos”, afirmó Kay Johnson Smith, presidente y CEO de Animal Agriculture Alliance.

“El desafío global de alimentar a la creciente población mundial y mantener nuestro clima saludable no se logrará con la exclusión de la experiencia y la experiencia de los agricultores”, remarcó.

Corinna Hawkes, de la Universidad de Londres y miembro de la comisión, insistió en que “no estamos tratando de perjudicar a la industria alimentaria. Pero queremos que exista de una manera diferente”, aseveró.

Debería ser un mercado en el que los pequeños agricultores y productores de alimentos puedan afianzarse y prosperar, explicó.

Otros no estaban tan seguros de que la regulación de la industria alimentaria sea la respuesta a estos grandes desafíos. “Recuerdo el adagio de que para cada problema complicado, hay una solución simple —y errónea—”, expuso Dan Glickman, miembro principal del Centro de Políticas Bipartidistas en Washington, que dirigió el Departamento de Agricultura durante la administración Clinton.

“Culpar por todo al sector Big Food, quienquiera que sea, no es de mucha ayuda. ¿Qué hay del mundo médico y de los pocos médicos saben algo sobre nutrición? ¿Qué tal el papel de las escuelas y los educadores?”, cuestionó.

Christopher Snowdon, del grupo de expertos libertario británico Institute of Economic Affairs, denunció a los miembros de la comisión Lancet como “fanáticos de un estado niñera”. Al aceptar la regulación de los alimentos y las bebidas gaseosas al estilo del tabaco, agregó, ellos “no ocultan su deseo de eludir la democracia y utilizar instituciones globales irresponsables para promover sus planes”.

Cascada de catástrofes

Aquí hay algunos ejemplos de cómo los factores que vinculan la obesidad, el metabolismo y el cambio climático influyen unos sobre otros, según la comisión Lancet:

Automóviles: los sistemas de transporte dominados por automóviles que apoyan nuestros estilos de vida sedentarios no solo exacerban la obesidad; generan entre el 14% y el 25% de los gases de efecto invernadero que atrapan el calor y son una causa clave del cambio climático. Dejar nuestros autos y optar por sistemas de transporte público más eficientes ayudaría a resolver dos problemas a la vez.

Cultivos: el sistema industrializado de producción de alimentos alienta a los agricultores a cultivar granos como trigo y maíz, tanto porque es más eficiente como porque los subsidios del gobierno fomentan esa especialización. Estos cereales se usan para fabricar alimentos hiperprocesados, que generan más ganancias que cuidados de nuestros cuerpos. Además de provocar entre un 25% y un 30% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, este modo de producción incrementa la obesidad en países ricos como Estados Unidos. Mientras tanto, en naciones en vías de desarrollo, hay niños que son obesos por ingerir demasiadas calorías vacías y que están atrofiados por deficiencias de nutrientes.

Ganado: la carne roja es consumida en volúmenes poco saludables por aquellos en el oeste industrializado, y requiere de la tala de bosques y la producción masiva de alimentos para animales, dos motores del calentamiento global. La producción ganadera representa más de la mitad de la contribución del sector agrícola a las emisiones de gases de efecto invernadero, y el cambio climático resultante exacerba las sequías y los fenómenos meteorológicos extremos, que destruyen los cultivos y profundizan la pobreza y la malnutrición en los países de bajos ingresos.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio