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Después de vender sus diseños en Kmart, ahora viste a las novias a la medida

Teresa González conoce al dedillo cómo usar la máquina de coser, la tijera y la cinta métrica, implementos básicos en su trabajo; sin embargo, más que confeccionar vestidos, esta inmigrante es una diseñadora que encontró en sus ideas la forma de ganarse la vida.

“La sonrisa del cliente es mi satisfacción”, afirmó la empresaria rodeada de vestidos con encajes y cintos bordados de cristal que ella misma ha elaborado, los cuales se exhiben en la sala principal de Bridal City, negocio ubicado en la ciudad de San Fernando.

En un pequeño espacio, en la parte trasera de la tienda, González tiene hilos, telas y velos que a simple vista pudieran ser los elementos de una costurera, pero estas piezas al ser integradas unas a otras se transforman en obras de arte en manos de esta diseñadora, especialista en vestidos de novia.

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Siendo una niña, tenía alrededor de los seis años, cuando esta mujer oriunda de San Vicente, El Salvador quedó huérfana de madre. En su casa, había una máquina de coser que su progenitora utilizaba. Con retazos de tela, recuerda que hacía blusas y pantalones para sus muñecas.

A pesar de la objeción de su padre, porque no le veía futuro a esa carrera, estudió corte y confección.

“Era bien curiosa”, indicó detallando que las prácticas se realizaban en papel, pero ella le pedía a la maestra trabajar con tela. Al concluir las clases, en 1980, elaboró su primer vestido de novia.

González, de 54 años de edad, llegó a California en 1983. Casi por dos décadas laboró en varias fábricas, en donde aprendió el proceso de producción y le dieron la oportunidad de crear sus propios conceptos. “Era una emoción tan fuerte ver hecho algo que salió de mi idea”.

Las creaciones de esta diseñadora, que lleva una sonrisa dibujada en su boca, se vendieron durante ocho años en las tiendas Kmart. Al cerrar la compañía para la que laboraba, hizo uniformes escolares en su casa y vendía prendas en el ‘swap meet’ de la ciudad de Valencia.

En el 2004, al adquirir su propio local, incursionó en la línea de vestidos de novia, pero al principio solo realizaba alteraciones. Las producciones en las que metía tijera y costura eran de la empresa Maggie Sottero. No obstante, las novias, siempre querían plasmar sus gustos.

Fue así que optó por elaborar sus propios diseños, en los que invierte entre ocho y doce meses. “Si alguien viene cuando faltan tres meses para la boda igual se hace el tiempo”, dijo comparando su trabajo como un rompecabezas en el que las novias y ella se unen para satisfacer al consumidor.

“Las clientes más complicadas son las más fáciles para mi”, aseveró. Le encanta que lleguen novias o madres de familia que ya han tocado puertas en muchos lugares y ven su tienda como la última opción. “Las que son bien delicadas quieren algo diferente y es lo que ofrecemos”.

Con las ideas que las usuarias llevan, afirma que aprende cada día. Ella, por su parte, no deja de crear. A la línea de vestidos con las que ha estado trabajando, ha agregado una con precios más económicos debajo de los 1,000 dólares y otra dirigida a mujeres con tallas más grandes.

“No hay novia fea, siempre que se ponga el vestido adecuado”, aseguró.

Bridal City abre todos los días, porque González no ve lo que hace como un trabajo, sino como una vocación.

“Todos nacemos con un don, por eso uno debe explorar cuál es; si uno va en contra de lo que desea o no logra desarrollar ese talento, uno no es feliz”, concluyó.

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