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¿La respuesta en el tiroteo de la escuela de Santa Clarita? Dios mío, extintores contra armas de fuego

Dylan Reynoso, de 16 años, estudiante de Saugus High School, abraza a su padre en el área de reunificación familiar después del tiroteo del jueves. (Al Seib / Los Angeles Times)
Dylan Reynoso, de 16 años, estudiante de Saugus High School, abraza a su padre en el área de reunificación familiar después del tiroteo del jueves. (Al Seib / Los Angeles Times)
(Al Seib / Los Angeles Times)

Después del tiroteo en la escuela de Santa Clarita, una pregunta brutal: ¿Cómo te proteges de algo que no puedes predecir y que no entiendes?

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La crisis había terminado, el peligro había pasado, y los estudiantes de la Escuela Secundaria Saugus deambulaban desconcertados por un mar de patrullas y furgonetas de noticias, tratando de comprender lo que acababa de ocurrir en el patio del campus.

“Nunca pensé que esto pasaría en Santa Clarita”. Ese estribillo familiar era lo único que se les ocurría a muchos estudiantes cuando un reportero les ponía un micrófono en la cara.

Se habían sentido seguros en la estabilidad de su comunidad suburbana, la ciudad natal de tantos agentes de la ley... De repente se vieron envueltos en una situación de vulnerabilidad.

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El sospechoso, un chico de 16 años, fue encontrado en el campus de Saugus High School en Santa Clarita con una herida de bala autoinfligida en la cabeza y fue hospitalizado.

Nov. 14, 2019

“No parecía que esto fuera algo que pudiera ocurrir aquí”, dijo Adriana, una estudiante de segundo año, a un periodista. Había oído los disparos desde su casa, cuando se dirigía al campus. Horas más tarde, pude escuchar la mezcla de miedo e indignación en su voz.

“Honestamente, me aterra ir a la escuela. Nunca se sabe si algo así podría volver a pasar”. No se sentía preparada para esto, dijo.

Pero, ¿cómo te preparas para la perspectiva de que uno de tus compañeros de clase - un niño explorador común que jugaba ajedrez, corría a campo traviesa, tenía una novia, tomaba clases de AP - comience el día escolar sacando un arma de su mochila y disparando contra una multitud en el patio de recreo?

¿Cómo te proteges contra algo que no puedes predecir y que no entiendes?

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Esa es una pregunta que nos hemos estado haciendo desde la impactante masacre de hace 20 años en Columbine High School de Colorado. El asesinato de un maestro y 12 estudiantes a manos de un par de compañeros inadaptados en un tiroteo mortal nos liberó de la noción de la escuela como un espacio seguro.

Esa tragedia es calificada por los expertos como la desencadenante de una ola de tiroteos en las escuelas que han cobrado más de 350 vidas, y que no muestra señales de terminar y dio lugar a una industria de programas de protección contra tiradores escolares para prepararse en algo que antes era impensable.

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“Los estudiantes de hoy deben estar tan familiarizados con los protocolos de tiradores activos como lo están con los simulacros de incendio o los protocolos para terremotos y otros desastres naturales”, dice el profesor de USC Erroll Southers, ex agente del FBI y director del Instituto de Comunidades Seguras de la universidad.

Durante los últimos 20 años, ha estado visitando escuelas en todo el país, evaluando todo, desde dónde están las ventanas de las aulas hasta cuántos niños se sientan solos en el comedor.

De alguna manera, la protección de los estudiantes se ha convertido en su propia carrera armamentista, con las escuelas yendo a tales extremos que el entrenamiento contra los tiradores escolares podría en realidad traumatizar a los alumnos a los que se pretende proteger.

“Hay una escuela de pensamiento que asegura que se deben realizar simulacros de entrenamiento sensorial -disparar con armas de fuego y atacar a individuos- para que sea una experiencia de la vida real”, dijo Melissa Reeves, profesora de la Universidad de Winthrop, quien ayudó a escribir un plan de estudios nacional para intervenciones de crisis en las escuelas. “Pero no encendemos un fuego en el pasillo para hacer simulacros de incendio”.

De hecho, ese tipo de experiencia visceral puede provocar una respuesta emocional tan intensa que los estudiantes terminan más asustados que preparados.

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La mayoría de las escuelas preparan a los profesores y estudiantes como lo hizo la escuela preparatoria Saugus, con ejercicios de rutina de “cierre”, a menudo basados en un mantra jerárquico de opciones de supervivencia: Corre, escóndete, lucha.

A los críticos les preocupa que eso no sea suficiente para preparar a los jóvenes; que los estudiantes entren en pánico y se congelen cuando ocurra una crisis real.

Pero la respuesta de los estudiantes y profesores de la Escuela Secundaria Saugus a la crisis del jueves sugiere lo contrario. Usaron su preparación e hicieron que su campus y su comunidad se enorgullecieran.

Vi sus historias en entrevistas de noticias en un día de implacable cobertura televisiva. Su claridad mental me asombró.

Los estudiantes que podían huyeron del campus al oír los disparos y gritaron advertencias a los demás. Hubo pánico y confusión, pero no hubo estampida.

Los maestros guiaron a los jóvenes para que se alejaran del peligro, los llevaron a las aulas, los empujaron a espacios seguros y emitieron tranquilamente órdenes -apagar los teléfonos celulares- que los adolescentes obedecieron de manera eficiente.

Detrás de puertas cerradas con llave, los escritorios se convirtieron en barreras, los extintores de incendios en armas y los estudiantes se armaron con tijeras, “por si acaso tuvieras que defenderte”, dijo un niño a los periodistas.

Dos estudiantes murieron en el tiroteo del jueves en Saugus High School en Santa Clarita. Otros tres resultaron heridos y dos de ellos siguen hospitalizados.

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Y en la espeluznante tranquilidad de una sala de práctica del coro, una estudiante lesionada que había tropezado con sangre en el patio, aseguró a sus compañeras de clase que estaría bien - mientras una maestra vendaba sus dos heridas de bala con el botiquín instalado en el salón de clases.

La mera idea de que las aulas de hoy necesitan kits para heridas de bala me hace llorar.

Pero esa es nuestra nueva realidad en este país. Y ningún vecindario puede esperar ser inmune.

Pude sentir el examen de conciencia de los estudiantes mientras trataban de responder a la pregunta que prácticamente todos los reporteros hacían: ¿Cómo te sientes?

Este era un territorio desconocido para ellos. Crecieron en una comunidad considerada una de las ciudades más seguras para los menores de Estados Unidos. Fueron a la escuela con niños que conocían de toda la vida.

Y allí estaban, caminando en fila fuera del campus, muchos llorando, con los brazos sobre la cabeza como criminales en la televisión, siendo alejados de la escena de un crimen.

Se sintieron asustados, confundidos, agradecidos, enojados, aturdidos. Y todo lo que los adultos tenían para ofrecerles en ese momento eran abrazos y estribillos de “Gracias a Dios que estás bien”.

No podía dejar de pensar en Adriana buscando alguna señal de que las cosas podrían salir bien, anhelando el tipo de protecciones que las escuelas urbanas están tratando de eliminar.

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Nov. 16, 2019

“Tenemos puertas abiertas”, se quejó. “No comprobamos las identificaciones. No hay detectores de metales. Tal vez necesitemos detectores de metales”.

Pero, ¿quién quiere que las escuelas parezcan penitenciarias?

“Podrías poner todos los protectores físicos en su lugar... y aún así no hay manera de evitar que todo lo malo ocurra”, dijo Reeves, ex presidente de la Asociación Nacional de Psicólogos Escolares (National Assn. of School Psychologists). “Cuanto más conviertes la escuela en una fortaleza, más inseguros se sienten”.

Su consejo no tiene nada que ver con búsquedas o equipo: “Tenemos que lidiar con esto para que los niños no se sientan tan desesperados y enojados”.

Me parece que ahora mismo todos nos sentimos un poco desesperados, deseando que haya una respuesta correcta - sólo haz esto y estarás a salvo.

Pero eso no existe realmente, dentro o fuera de la escuela, en nuestro mundo de hoy.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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