Anuncio

Las aves marinas morían en grandes cantidades y los científicos quedaban perplejos; ahora saben el por qué

A rescued murre is examined at the International Bird Rescue on Sept. 4, 2015, in Fairfield, Calif.
Un examen a un arao común rescatado, en el International Bird Rescue, el 4 de septiembre de 2015, en Fairfield, California.
(Justin Sullivan / Getty Images)

Un nuevo estudio sugiere que una “mancha” de agua oceánica caliente en 2015 interrumpió la red alimentaria del Pacífico, desencadenando la hambruna y la muerte de miles y miles de aves marinas, incluido el arao común.

Share

En el otoño de 2015, dos años después de una ola de calor en el Océano Pacífico coloquialmente conocida como el “Blob”, una afluencia inusualmente grande de araos comunes, una pequeña ave marina del norte, comenzó a llegar a tierra.

Los pájaros colmaron los centros de rehabilitación. Dejaron de poner tantos huevos. Sus restos macilentos cubrían las costas, desde California hasta el Golfo de Alaska.

Los científicos, ahora creen saber qué salió mal en ese momento. La respuesta, que involucra al ‘Blob’ y cómo este fenómeno se extendió a través de múltiples niveles de la red alimenticia marina, se conoce mientras crecen las noticias del calentamiento rápido de otros océanos.

Anuncio

En el invierno de 2013, una misteriosa capa de agua anormalmente cálida apareció en el Golfo de Alaska y causó estragos en los ecosistemas marinos, desde el Estrecho de Bering hasta México, durante tres largos años. Las especies más bajas en la red alimenticia, que prefieren aguas más frías -y grasas, los fitoplancton y zooplancton más nutritivos que alimentan a los peces forrajeros comidos por leones marinos y aves marinas- fueron reemplazadas por especies de aguas más cálidas, de menor valor nutricional.

Se estableció un ecosistema completamente nuevo en toda la cadena alimenticia, explicó Julia Parrish, profesora de ciencias marinas de la Universidad de Washington y coautora de un nuevo estudio publicado en PLOS One, que indaga en la mortalidad del arao común y las fallas de reproducción durante la ola de calor. Parrish también dirige el Equipo de Observación Costero y Sondeo de Aves Marinas (COASST, por sus siglas en inglés), el programa de monitoreo ciudadano de aves varadas más grande del mundo.

Las poblaciones de peces se trasladaron a aguas más frías o más profundas, lo cual dificulta la búsqueda de alimentos para los principales depredadores, incluidos dos tipos de álcidos similares a los araos comunes.

Pero eso todavía no explica la cuestión central.

Los araos comunes son los maestros de su universo. Una de las aves marinas mejor adaptadas del hemisferio norte, pueden sobrevolar a otras y acelerar de plataforma a costa en unas pocas horas. Bajo el agua, son lo suficientemente ágiles como para atrapar presas que se mueven rápidamente, y fuertes como para sumergirse a la profundidad de dos campos de fútbol.

Si los peces se mueven, ellas también pueden moverse.

Sin embargo, entre medio millón y 1.2 millones de araos comunes murieron de hambre durante la ola de calor marina de 2014 a 2016, aproximadamente del 10% al 20% de la población, precisó John Piatt, biólogo de vida silvestre en el Servicio Geológico de Estados Unidos en Anchorage, y autor coordinador del estudio.

En un tramo de playa de más de media milla de largo en Prince William Sound de Alaska, los cadáveres sumaron miles.

Melanie Smith, directora con sede en Alaska para la Iniciativa de Aves Migratorias de la Sociedad Nacional Audubon, entidad no vinculada con el estudio, recuerda haber visto araos comunes en tierra, en Fairbanks. “Estaban tan desesperados por comer que se dirigían a lugares a los que nunca iban y donde jamás habían sido vistos antes”, expuso Smith. “Son una especie del océano; no pertenecen en absoluto a ambientes de agua dulce. Era una señal clara de que algo andaba mal”.

Las tasas de reproducción en las colonias de araos desde California hasta el mar de Bering también se desplomaron de manera alarmante. Las colonias que habían sido estables durante décadas dejaron de poner huevos. De 2015 a 2017, 22 colonias de araos comunes, desde California hasta el Mar de Bering, no produjeron un solo pichón.

En todos sus años de estudio de las aves, indicó Piatt, podía contar con los dedos de una mano la cantidad de colonias cuya reproducción se había frustrado antes de 2015. “Estas aves son tan productivas y eficientes”, dijo Piatt. “Esto simplemente no sucede”.

En total, las muertes abarcaron tres ecosistemas marinos en más de 3.700 millas de costa y duraron hasta nueve meses en el Golfo de Alaska, donde los araos comunes fueron los más afectados.

“¿Me llamó la atención eso? Sí, claro que sí”, remarcó Piatt, quien estudia la especie desde la década de 1970. “Este nivel de mortalidad y sobre ese rango es simplemente increíble”.

El experto sospechaba que había más en su difícil situación que la redistribución de presas de peor calidad, dada la capacidad superlativa de los araos comunes para encontrar comida a lo largo de la plataforma continental.

Así, junto con sus colegas volvieron a examinar el suministro de alimentos, pero a través de una lente diferente.

Los investigadores que estudian modelos de peces depredadores -incluidos el bacalao del Pacífico, la platija de flecha y el abadejo de Alaska, que compiten con el arao común por comida- proyectaron que un incremento de 3.6 grados Fahrenheit en las temperaturas del agua habría aumentado el apetito de los peces de un 34% a 70%.

Dado que los peces depredadores ya consumen más de 10 a 100 veces que las aves marinas en condiciones normales, estos habrían diezmado por completo el suministro de alimentos durante el Blob. Efectivamente, mientras los araos muertos llegaban a tierra en masa, las poblaciones adultas de bacalaos del Pacífico en el Golfo de Alaska se “estrellaban silenciosamente” debajo de la superficie, explicó Piatt.

Entonces, los araos comunes fueron atacados con un doble golpe, que apuntó directo a una de sus pocas vulnerabilidades: su alto metabolismo.

La pequeña ave marina, que pesa alrededor de dos libras, debe comer el 56% de su masa corporal cada día para sobrevivir: una dieta diaria de aproximadamente 60 a 120 peces forrajeros con alto contenido de grasa, incluidas sardinas, arenques y capelanes. Sin comida, mueren de hambre en tres o cinco días.

Muchos de los araos muertos o moribundos que llegaron a tierra tenían el estómago vacío, y poca o ninguna grasa corporal o muscular.

“Como el fondo del ecosistema no estaba funcionando bien, la parte superior exigía mucha más comida”, precisó Parish. Los araos quedaron atrapados en “una intensa competencia por absolutamente nada de comida, que es lo que los mató”.

En muchos sentidos, esta especie es el termómetro perfecto del cambio climático.

Mientras que el Blob finalmente se disipó y las poblaciones de araos comunes se estabilizaron, la ola de calor ofreció un vistazo de cómo el calentamiento de los océanos en un mundo más caluroso lleva a las poblaciones marinas al colapso.

Este mes, un estudio en Advances in Atmospheric Sciences informó que las temperaturas oceánicas globales en 2019 fueron las más cálidas registradas, una tendencia que ha continuado durante la última década.

Un reciente informe especial del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático encontró que las olas de calor marinas duplicaron su frecuencia desde 1982, y se espera que sean 20 a 50 veces más frecuentes si no frenamos las emisiones de gases de efecto invernadero. El panel también proyectó que los océanos absorberán de dos a cuatro veces más calor para fines de siglo que en los últimos 50 años si el calentamiento global queda limitado a 3.6 grados.

El miércoles, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) y la NASA publicaron un informe de que la última década fue la más calurosa registrada en todo el mundo.

El cambio climático no sólo tiene una tendencia al alza a largo plazo, en la que cada año es más cálido que el anterior, remarcó Parrish. También trae patrones más extremos, incluidas olas de calor marinas impredecibles, de mayor frecuencia y magnitud. “No sabemos si recordaremos este período como a un lustro de muertes informadas con mucha frecuencia, o como el comienzo de una nueva condición ‘normal’”, afirmó Smith.

“Muchas de las especies de las que estamos hablando, tanto las aves como los peces, son bastante resistentes”, indicó Parrish. Un arao común podría vivir durante 20 o 25 años y en ese período, poner 10 o 15 huevos; más que suficiente para reemplazarse a sí mismo y a su pareja.

Pero, ¿qué sucede si son atacados por otro -o varios- Blobs? En el verano de 2019, apareció una cálida masa de agua en el Golfo de Alaska, parecida al Blob original de 2014. Desde entonces, la ola de calor se redujo de tamaño, pero sigue siendo una de las más grandes registradas en el Pacífico Norte en las últimas cuatro décadas, según NOAA.

“Así que estamos todos sentados justo al borde del abismo... Parece que hemos vuelto a la normalidad aquí en los 48 estados más bajos”, afirmó Parrish. “Una población puede soportar sólo ciertas cosas antes de desplomarse en caída libre”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio