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‘No podemos verla, tocarla, hablarle’: Hija de mujer salvadoreña narra el sufrimiento de su madre con coronavirus en Los Ángeles

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Los últimos días se han convertido en un calvario para los familiares de Nora Escalante, la inmigrante salvadoreña que lucha por sobrevivir en una cama del centro médico Ronald Reagan de UCLA, en Los Ángeles, al que ingresó luego de confirmarse los síntomas de coronavirus y ahora nadie puede estar junto a ella.

“Pasó guerras, sacó a sus hijos adelante, es una mujer fuerte, tenemos fe que se va a recuperar”, dice Noemí Ayala, respirando hondo y con un nudo en su garganta, al hablar acerca de su madre quien permanece hospitalizada desde el 19 de marzo, cuando la llevaron de emergencia al nosocomio.

Escalante, de 58 años, es originaria de Cabañas, El Salvador. A mediados de la década de 1980, cuando tronaban las ametralladoras y los fusiles, emigró a Estados Unidos. Al radicarse en Los Ángeles, casi la mayor parte de su vida la ha dedicado a la costura. “Ella diseña, corta y hace de todo”, cuenta su hija.

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En los últimos 10 años, era frecuente que visitara al médico por problemas en sus amígdalas. Cuando sintió dolores, hace dos semanas, su hijo mayor la llevó a consulta. “Te vamos a dar antibióticos”, le dijeron y la mandaron a la casa el viernes 13 de marzo. El problema fue que las molestias regresaron.

“Mi mamá se puso mal otra vez, me la traje al doctor”, le escribió en un texto su hermano, dijo Noemí.

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Esta segunda cita ocurrió el sábado 14 de marzo. La fiebre la tenía elevada, le pusieron dos inyecciones y le recomendaron que tomara acetaminofén. “Con eso se va a mejorar”, le dijeron.

El domingo Noemí llamó a su mamá para saber cómo estaba. “Aquí con poquita calentura todavía”, respondió.

En medio de esta etapa, debido al trabajo y la distancia, madre e hija no han podido verse. Noemí, reside en la ciudad de Pomona y Escalante en el sur de Los Ángeles, están separadas por un poco más de 30 millas.

“Ella se cuidaba demasiado”, cuenta la joven de 38 años, nacida también en Cabañas.

“Hacía ejercicio, comía bien. Se levantaba a las 5 de la mañana para arreglarse y maquillarse”, agregó.

Escalante cumplió el jueves un año de haberse naturalizado estadounidense. Ese mismo día cumplió una semana desde que Noemí habló la última vez con su mamá, eso ocurrió poca horas después de que ingresara al hospital.

“Te quiero mucho”, cuenta Noemí que le dijo su progenitora, al mismo tiempo que la dejó como la única autorizada para tomar las decisiones médicas.

Noemí es asistente de enfermera, una labor que realiza desde hace 10 años.

Al repasar los hechos, recuerda que se le hizo raro que por tres días seguidos su mamá tuviera dolores de amígdalas y fiebre. Ese sentir se convirtió en sospecha cuando, el domingo 15 de marzo, Escalante recibió una llamada del hospital en donde atendían a su jefa de la fábrica.

“Quieren que me haga la prueba”, contó Escalante que le dijeron en la llamada del hospital. Sucede que su patrona había salido positiva en el examen de coronavirus y ella dio el nombre de Nora, como una persona con la que había tenido contacto en los días recientes.

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A la mañana siguiente, el lunes 16 de marzo, dice Noemí que su mamá amaneció hirviendo de fiebre. La llevaron al hospital, pero no le quisieron hacer la prueba, ni tampoco la ingresaron. Le dijeron que estuviera 14 días aislada en su casa y los síntomas fueron aumentando.

El martes tenía la presión alta.

Los síntomas se agudizaron el jueves 19 de marzo. Ese día, una tía de Noemí llegó a visitar a Escalante y la encontró con problemas para respirar.

“Le llamamos a los paramédicos, se la van a llevar al hospital”, le escribió su hermano.

A su criterio, se perdieron cuatro días valiosos. Por momentos, Noemí se lamenta de que ella no pudo estar ahí ese lunes para haber insistido a que la ingresaran al hospital ese día.

“Tenía fiebres que no se le controlaban, más de 102 grados”, indicó.

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Al ser la persona autorizada de las decisiones médicas, Noemí está llamando dos o tres veces al día al hospital, para informarse de la evolución de su madre.

En este momento, Escalante está conectada a un ventilador mecánico. Al principio dependía totalmente de él, luego solo un 40%. Sin embargo, hace dos días los médicos dijeron que sus pulmones estaban empeorando.

Antes de entrar al hospital, cuenta Noemí que su madre dijo: “Si me llego a morir, quiero que me lleven a El Salvador”.

Escalante tiene una casa en Sensuntepeque, Cabañas, el último lugar en donde vivió antes de emigrar a Los Ángeles. Ahí mismo está sepultada la abuela de ella, con quien le gustaría quedar.

La familia no pierde la fe en que se recupere. Sin embargo, lo más doloroso es que nadie puede estar junto a ella en el hospital.

“No podemos verla, tocarla, hablarle”, dijo con la voz entrecortada y en completo pesar.

A raíz de este contagio, en la actualidad están en aislamiento su hijo y la pareja de Escalante, dos de las personas que tuvieron mayor contacto con ella.

Mientras continúa la zozobra, los parientes están uniéndose en plegarias y otros están llamando para saber cómo se encuentra. Noemí asegura que una hermana de Escalante, que vive en Washington D.C., se comunica seguido preocupada por Nora.

En cuanto a los asuntos fúnebres, no han hecho ninguna planificación y tampoco saben si podrán cumplir la última voluntad de Escalante.

“Si se puede cremar, la cremamos y la llevamos allá con mi bisabuela”, dijo la hija de la paciente.

“Estamos en las manos de Dios y de los médicos”, concluyó Noemí.

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