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Los trabajadores latinos son los más afectados por la segunda ola de COVID-19 en el lujoso condado de Marín

En el condado de Marín, uno de los más ricos de la nación, los latinos representan el 16% de la población pero el 75% de los casos de coronavirus. Muchos son trabajadores esenciales.

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En una cálida noche a fines de junio, la gente acudió en masa a las mesas al aire libre instaladas a lo largo de la calle principal de esta ciudad para tomar un Sauvignon Blanc y comer pizza al horno de leña en el evento ‘Dining Under the Lights’ (cenando bajo las luces), una reunión para dar la bienvenida a los residentes del condado de Marín a uno de sus pasatiempos favoritos.

A una milla de distancia, Crisalia Calderón estaba acurrucada en su apartamento enfrentando una noche de insomnio mientras lidiaba con los primeros síntomas del COVID-19.

La empleada doméstica de 29 años y su esposo, Henry, un trabajador de la construcción, sufrían un terrible dolor de espalda y ella luchaba por respirar. “Cada vez que intentaba dormir, me sentía como si me estuviera ahogando”, dijo recientemente, hablando en español a través de un intérprete.

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Unos días antes, Henry le había llamado sollozando desde la sala de emergencias de un hospital después de dar positivo por el coronavirus. La pareja y sus tres hijos pequeños comparten el piso del barrio de Canal con la hermana de Crisalia y sus cuatro familiares. “No quería volver a casa”, dijo. “¿Pero qué podíamos hacer? ¿A dónde podría ir?”.

En casa, Henry trató de aislarse en la litera superior de una de las camas de sus hijos. Pero ya era demasiado tarde. En aproximadamente una semana, todas menos dos de las 10 personas en el hogar habían dado positivo por el virus.

Las comunidades de color de bajos ingresos, especialmente los latinos, están soportando cada vez más la peor parte de la pandemia de COVID-19 en California, donde la propagación de infecciones entre los trabajadores de servicios que viven en condiciones de hacinamiento ha puesto de relieve el aumento de las desigualdades raciales y económicas. Estas disparidades son particularmente marcadas en el idílico Marín, donde una oleada de nuevos casos concentrados en un vecindario latino abarrotado ha ayudado a colocar al condado en la lista de vigilancia de pandemias del estado.

Los nuevos brotes desde Australia hasta España subrayan la implacabilidad del coronavirus, ya que las infecciones superan los 18 millones en todo el mundo.

Ago. 4, 2020

Los latinos, que son el 16% de la población del condado, representan el 75% de las infecciones por coronavirus, según el Dr. Matt Willis, funcionario de salud pública del condado de Marín. Después de registrar solo un puñado de casos en los primeros meses de la pandemia, el condado ahora tiene la tasa per cápita más alta en el Área de la Bahía de San Francisco.

“Esta es nuestra fuerza laboral esencial”, dijo Willis. “Y no es el resultado de una socialización informal en la hora feliz”.

El Canal, llamado así por la vía fluvial en su frontera norte que alguna vez fue el paseo marítimo comercial de San Rafael, es un distrito plano y densamente poblado en un suburbio famoso por sus aldeas boscosas en las laderas y vistas multimillonarias. Las 2½ millas cuadradas de Canal están salpicadas de tiendas de automóviles, palmeras desaliñadas e hileras de edificios de apartamentos bajos ocupados por inmigrantes de países como México, Guatemala y El Salvador. La afluencia de jóvenes latinos casi ha triplicado la población desde la década de 1990.

“Es como un pueblo hispano donde todos conocen a todos los demás”, dijo Jennifer Tores, de 22 años, nativa de Canal que trabaja en una tienda de ropa con descuento.

Los trabajadores de Canal viven a un mundo de distancia y están íntimamente conectados con pueblos adinerados como San Anselmo y Tiburón, donde limpian mansiones, enceran Teslas y vaporizan café con leche por seis dólares.

Más de la mitad de las familias del vecindario ganan menos de $35.000 al año, en un condado donde el ingreso promedio es casi el triple. Las personas a menudo se ven obligadas a compartir espacio con dos o tres familias en un apartamento para poder pagar los alquileres infamemente altos de Marín. Los Calderón viven de cheque a cheque para cubrir su mitad de la renta mensual de $2.100 mientras también logran enviar dinero a sus familiares en Guatemala.

Willis dijo que tales situaciones de vivienda “pueden pasar fácilmente de un caso de COVID-19 a cinco o diez”.

Aún más contagiosa que el virus es la información errónea que se propaga rápidamente a través de la comunidad latina, incluidos los rumores de que los sitios de pruebas locales estaban infectando a las personas y que la cerveza es una cura.

Confundida y aislada en cuarentena en su casa durante varias semanas con toda su familia, Crisalia Calderón comenzó a preocuparse. “Me encontraba muy asustada”, dijo. “Nos estábamos quedando sin comida y sin dinero”.

Pasó horas llamando a funcionarios del condado y a organizaciones sin fines de lucro locales, pero nadie regresó la llamada. Finalmente, alguien de una organización comunitaria prometió llevar comida a la familia, pero todo lo que llegó al día siguiente fue algo de carne molida caducada y algunas papas.

Así que Calderón recurrió a la misma red de seguridad informal en la que había confiado en el pueblo rural que dejó a los 16 años para emigrar al norte. Una vecina guatemalteca fue a Costco y le trajo ibuprofeno para los dolores y la fiebre, pañales y PediaSure para los niños de 5, 3 y 2 años. Alguien más llevó verduras, leche y frijoles de un mercado latinoamericano. Después de tres horas en el teléfono, Calderón logró calificar para $500 en ayuda estatal por coronavirus para residentes indocumentados.

Willis dijo que los funcionarios están trabajando con Canal Alliance, un grupo de vecinos, para brindar apoyo a los residentes que contraen el virus, en forma de efectivo y habitaciones de hotel para aislar a los infectados. El condado se encuentra reclutando rastreadores de contactos bilingües de la comunidad latina.

Marín es uno de los condados más saludables, ricos y mejor educados de California, y también uno de los más segregados. El condado ha conservado ferozmente su belleza natural y espacios abiertos a lo largo de los años, a menudo a costa del transporte público y viviendas asequibles.

Un informe de 2012 sobre el condado de Marín del American Human Development Project mostró que menos de la mitad de los adultos en Canal tenían un diploma de escuela preparatoria. Ubicó a los casi 12.000 residentes del vecindario en último lugar entre los 51 distritos censales del condado para el bienestar y las oportunidades de la comunidad.

A la luz de estas disparidades, no es sorprendente que personas como Calderón se estén quedando atrás, dijo Omar Carrera, director ejecutivo de Canal Alliance.

“Estas personas estaban en modo de supervivencia antes del COVID-19”, dijo Carrera una tarde reciente, de pie frente a un mural que adorna la sede del grupo. La gente había estado haciendo fila desde las 7 a.m. para las pruebas gratuitas de coronavirus que comenzaron a la 1 p.m. Los funcionarios de salud están luchando por mantenerse al día con la demanda de exámenes, ya que las infecciones han aumentado y los empleadores, como las estaciones de servicio y las tiendas de comestibles, han comenzado a exigir que los trabajadores se realicen pruebas con regularidad.

Un promedio del 20% de las pruebas de Canal han dado positivo. En algunos días, la tasa de positividad ha llegado al 40%, reveló Willis. Dado que muchos de los infectados muestran pocos o ningún síntoma, el virus ha impactado esta comunidad relativamente joven.

Pero la gente de aquí tiene que ir a trabajar, por lo que la vida sigue como de costumbre en Canal. Los jornaleros todavía se reúnen en los estacionamientos al amanecer; los vendedores se instalan en las esquinas de las calles bajo coloridas sombrillas para vender maíz tostado o bolsas de fruta.

En todo California, los trabajadores mal pagados temen perder sus empleos e ingresos, y eso ha hecho que algunos se muestren reacios a hacerse la prueba o ponerse en cuarentena. Los residentes indocumentados también tienden a evitar interactuar con hospitales y funcionarios de salud por temor a ser deportados.

Al mismo tiempo, las teorías de la conspiración continúan multiplicándose. Uno que circula en español en las redes sociales sostiene que el virus es un complot del gobierno. Otro dice que los sitios de prueba locales están reutilizando hisopos de prueba sucios para infectar deliberadamente a las personas. Los rumores han alimentado un clima de miedo y silencio en torno al virus.

Una residente dijo que los vecinos pintaron una “X” en la puerta de entrada de un amigo de su esposo para advertir a los demás que estaba infectado.

Crisalia Calderón y su familia se han recuperado y desde entonces dieron negativo en la prueba de COVID-19, pero aún así, “hay vecinos que no se acercan a nosotros”, dijo. Espera hasta altas horas de la noche, cuando no hay nadie más en su edificio, para lavar la ropa.

Hace unos días, Calderón decidió que finalmente era hora de pedirle al propietario que fuera a su apartamento para arreglar un problema de plomería y algunos quemadores de la estufa rotos. Pero dijo que no podía venir pues estaba enfermo en casa con COVID-19.

Esta historia fue producida por Kaiser Health News (KHN), que publica California Healthline, un servicio editorialmente independiente de la California Health Care Foundation. KHN no está afiliado a Kaiser Permanente.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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