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Cómo San Francisco se convirtió en un caso de éxito en la pandemia, mientras otras ciudades tropiezan

Musicians play at Golden Gate Park in San Francisco.
Los músicos tocan en el Golden Gate Park, en San Francisco, el 22 de agosto. La ciudad avanza hacia el nivel amarillo, menos restrictivo, según las pautas de reapertura del coronavirus del estado.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

San Francisco cerró temprano en la pandemia y luego limitó su reapertura. Ahora la ciudad es el primer centro urbano de California donde el riesgo de infección es mínimo.

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Gran parte de San Francisco parecía un pueblo fantasma a finales de abril. Todos los servicios, excepto los esenciales, estaban cerrados. Pocas personas vagaban por las calles. El estado de ánimo parecía tan sombrío como el cielo gris de arriba.

Ahora, la vida ha vuelto. Los restaurantes y las tiendas están abiertos. Con mascarillas sobre sus rostros, los peatones la semana pasada cargaban bolsas de las tiendas donde acababan de comprar. Los comensales se sentaban a la mesa en el exterior de restaurantes y cafés. La gente paseaba por la bahía del Embarcadero y una enorme rueda de la fortuna abrió sus puertas al público en el Golden Gate Park.

Después de abordar cautelosamente la pandemia durante meses, con una actitud lenta hacia la reapertura, San Francisco se convirtió en el primer centro urbano de California en ingresar al nivel menos restrictivo de reapertura. El riesgo de infección, de acuerdo con los niveles codificados por colores del estado, se considera como mínimo, a pesar de que San Francisco es la segunda ciudad más densa del país después de Nueva York. “Hemos hecho, al menos hasta ahora, todo bien”, destacó el Dr. Robert Wachter, profesor y presidente del Departamento de Medicina de la UC San Francisco.

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Pero los funcionarios de la ciudad aún no cantan victoria. El virus, advierten, todavía acecha a la vuelta de la esquina. Y tal como lo han hecho antes, seguirán las métricas locales en lugar de reabrir solo porque el estado lo permite.

A salesperson wears a mask in a bookstore.
Una vendedora usa una mascarilla en City Lights Books en el vecindario de North Beach, en San Francisco.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

Los expertos atribuyen el éxito a una larga asociación entre los funcionarios de salud pública y las universidades, sobre todo lograda durante la crisis del sida. San Francisco no es rígida, pero sus residentes siguieron en gran medida las pautas de salud. A diferencia de otros condados, que pueden tener docenas de alcaldes y concejos municipales, San Francisco también es una ciudad con un solo alcalde y una Junta de Supervisores, y ambos se han sometido en gran medida al juicio de los funcionarios de salud.

La industria tecnológica, que tiene una presencia destacada en la urbe, también jugó un papel. Las empresas ordenaron a sus empleados que trabajaran desde casa dos semanas antes del cierre de San Francisco y otros condados del Área de la Bahía, dijo Wachter. Eso no solo mantuvo a más personas fuera de las calles, sino que también señaló al resto de la región que los gigantes de la industria se estaban tomando en serio la amenaza del coronavirus.

San Francisco siguió el enfoque de “el martillo y la danza”, que se hizo famoso gracias al autor de San Francisco Tomás Pueyo en el sitio web Medium, destacó Wachter. La ciudad dio un martillazo cuando clausuró las actividades temprano en la pandemia. El baile fue más complicado. La ciudad reabrió lentamente, haciendo ajustes cuando los casos aumentaban y retrocediendo cuando era necesario.

De las 20 urbes más pobladas de EE.UU, San Francisco tiene la tasa de mortalidad per cápita más baja de COVID-19. Si todo el país hubiera seguido ese enfoque, destacó Wachter, habría 50.000 muertos por la pandemia en lugar de más de 220.000.

Sin duda, San Francisco no salió ilesa. Cientos de empresas cerraron de forma permanente, las escuelas públicas no han vuelto a abrir y la ciudad enfrenta un enorme déficit presupuestario. Muchos residentes se mudaron durante la pandemia. Aunque la vida volvió a las calles, éstas no están tan llenas como antes de marzo, cuando multitudes de oficinistas y turistas abarrotaban las aceras. El número de pasajeros en los autobuses urbanos se ha desplomado, junto con los ingresos.

La alcaldesa, London Breed, y el Dr. Grant Colfax, director de salud pública de San Francisco, dieron forma en gran medida a la respuesta de la ciudad a la crisis de salud. Breed, siempre interesada en la ciencia, estudió química antes de optar por ciencias políticas en UC Davis. La funcionaria creció en un desarrollo de viviendas humildes en San Francisco, donde la violencia con armas de fuego mortal era común. Durante un foro en línea de UC San Francisco, en septiembre pasado, comentó que a menudo había pensado en qué medidas se podrían haber tomado hace décadas para salvar vidas en esas planificaciones urbanísticas.

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Cuando el coronavirus azotó Wuhan, China, relató, ella lo consideró como algo “muy lejano”. Su parecer cambió cuando Colfax y el funcionario de salud de la ciudad llegaron a su oficina del Ayuntamiento y le advirtieron que el virus podría abrumar los hospitales de la ciudad, lo cual obligaría a rechazar enfermos.

Ese aviso “me detuvo en seco”, reconoció Breed. Sabía que parar todo dañaría la economía y empeoraría las disparidades, pero sentía que no había otra opción. Entonces se preguntó qué le gustaría que hiciera su alcalde. Salvar vidas, fue la respuesta.

Un día al comienzo de la pandemia, entró en una tienda de comestibles y rápidamente retrocedió. La gente no seguía las pautas de salud. “Llamé al Dr. Colfax y le dije que teníamos que cerrar ese lugar”, recordó.

Colfax demostró mucha habilidad para enviar mensajes. Durante los primeros meses de la pandemia, él, Breed y otros funcionarios de la ciudad realizaron conferencias de prensa en línea tres veces por semana. Colfax solía ser sombrío; advertía que el virus podía salirse de control rápidamente.

El director de salud pública comenzaba sus resúmenes citando el número de personas infectadas y muertas. Con voz adusta, le hablaba a las familias de los fallecidos y los acompañaba en su dolor. Advertía de severas consecuencias si no se respetaban las restricciones sanitarias.

En julio, se preocupó en voz alta de que San Francisco pudiera convertirse en la próxima Nueva York, Houston o Florida. La urbe seguía en una “situación muy vulnerable”, remarcó entonces.

Wachter recuerda haber visto algunas de las conferencias de prensa “muy aterradoras” y preguntarse si Colfax tenía datos de los que él carecía.

Durante el foro de la UC San Francisco, Colfax afirmó que tenía que informar a los habitantes de San Francisco de las posibilidades, incluso si los modelos representaban el peor de los casos, en particular porque las personas estaban cansadas de las restricciones. “Cuando las cosas se ponen un poco feas”, expresó Wachter más tarde en una entrevista, “su trabajo es asustar a la gente”.
Por su parte, Breed no ha dudado en regañar a quien hiciera falta. Después de que más de 1.000 personas se reunieron en Ocean Beach a principios de septiembre para la celebración de Burning Man, la alcaldesa usó Twitter y criticó el encuentro, al que calificó de “absolutamente imprudente y egoísta”.

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Si Breed y Colfax “se equivocaron por ser un poco conservadores, creo que la historia los tratará con amabilidad”, reflexionó Wachter. “Con la trayectoria actual, nadie dirá que deberían haber abierto los restaurantes antes. Dirán que salvaron vidas”.

La policía también ayudó a hacer cumplir las normas de salud. Cuando se formaban largas filas fuera de una tienda, los agentes se aseguraban de que las personas se distanciaran y llevaran mascarillas. La policía patrullaba los parques los fines de semana y repartía cubrebocas. Se emitieron citaciones para los infractores reincidentes, pero la mayoría de la gente cumplía después de ser advertida.

San Francisco expandió rápidamente las pruebas de coronavirus hace meses, convirtiendo a la ciudad en líder a nivel nacional en pruebas. También trabajó con UC San Francisco para construir un sólido programa de rastreo de contactos y dedicó tiempo y recursos al distrito Mission -predominantemente latino-, fuente de muchas de las infecciones.

John Swartzberg, experto en enfermedades infecciosas de UC Berkeley, cree que San Francisco se benefició de los vínculos forjados entre los funcionarios de salud del Área de la Bahía y la ciudad y sus funcionarios de salud pública en tiempos de la epidemia del sida. “Esa experiencia en San Francisco contribuyó enormemente a moldear la cultura de salud pública en la ciudad”, destacó. “Fue hermoso ver la relación entre [el hospital] S.F. General y la comunidad. La confianza que se generó tuvo un efecto de halo, que se extendió por toda la ciudad”.

Al comparar la experiencia pandémica en Los Ángeles con la de San Francisco, Wachter se preguntó en voz alta si la diferencia se debía al “liderazgo o al pueblo”. Sospecha que la gente en San Francisco tendió a seguir más las reglas de salud que en otros lugares. El Área de la Bahía es “muy diversa”, dijo, “pero no particularmente a nivel político”.

Las limitaciones para la reapertura generaron críticas de los propietarios de gimnasios y de la arquidiócesis católica, pero en San Francisco “hay una apreciación general por parte del público de la importancia de la ciencia”, comentó Wachter, “y no un escepticismo generalizado cuando los líderes afirman que esto es lo que hay que hacer para salvar la vida de las personas”.

La suerte también jugó su parte.

Newlyweds Tulika Jha and Mike Borden take in the sunset beside the Golden Gate Bridge.
Los recién casados Tulika Jha y Mike Borden contemplan la puesta de sol en un mirador, junto al puente Golden Gate en San Francisco, el 22 de agosto pasado.
(Luis Sinco / Los Angeles Times)

Dada la alta densidad poblacional de San Francisco y los cuantiosos viajes internacionales desde Asia y Europa que recibe, “esto podría haber explotado incluso antes de que la ciudad cesara sus actividades”, destacó Watcher.

Durante un día caluroso, la semana pasada, los residentes que caminaban por la bahía en la zona de Embarcadero mayormente elogiaron el manejo de la pandemia por parte de la ciudad, aunque algunos se quejaron de la amenaza que representan los campamentos de desamparados y lamentaron el hecho de que las escuelas públicas permanecieran cerradas.

A Cynthia Roberts, de 66 años, una profesora de actuación, le preocupaba que el progreso de la ciudad representara una mera pausa en la pandemia. “Ahora que retomaremos las actividades, es posible que aparezcan problemas”, reflexionó.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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