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Músicos ambulantes enfrentan todo tipo de adversidades para ganarse el pan diario

La música norteña suena en las voces y los instrumentos de Elías Flores y César Villanueva (derecha).
La música norteña suena en las voces y los instrumentos de Elías Flores y César Villanueva (derecha), quienes recorren los vecindarios Westlake y Pico-Union con su oferta de arte itinerante.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)
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Elías Flores y César Villanueva llevan con su guitarra y acordeón un estrépito de alegría. Esos instrumentos se estremecen en las manos de estos artistas que recorren las calles y los restaurantes de Los Ángeles, en la búsqueda de clientes que gustan deleitarse con su oferta musical itinerante, en la que resaltan las canciones y artistas clásicos de la música vernácula mexicana.

“Tenemos muchas, pueden ser más de 100 canciones”, aseguró Flores, durante un recorrido por el vecindario Westlake, al detallar que en ese repertorio el público les pide temas que han inmortalizado José Alfredo Jiménez, Pedro Infante, Javier Solís, Vicente Fernández, Antonio Aguilar y Cornelio Reyna, entre otras figuras de la música ranchera y norteña.

“Piden mucho de José Alfredo y Vicente Fernández”, agregó Villanueva con su voz aguda, mientras camina hacia un restaurante al caer la noche y con el clima frío penetrante en la ciudad, algo que no los detiene de salir a buscar el sustento, ya que ambos viven del arte tocando diferentes instrumentos musicales.

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En esta oportunidad, encontramos a los músicos en la esquina del bulevar Wilshire y la calle Witmer, cuando la luz del día va declinando. Los músicos llevan un sombrero negro. Uno de ellos guarda su mascarilla en el bolsillo y el otro coloca el cubreboca sobre su barbilla, para unirse en una canción que llena de jolgorio a esa zona con el sonido que brota de la guitarra y el acordeón.

“Tocamos por propinas, pero es mientras no sale un cliente”, manifestó Flores, quien acompaña con la guitarra y segunda voz, al indicar que esta forma de trabajo la realizan de lunes a viernes, en horarios que van desde el mediodía hasta las 8 o las 10 de la noche. Sin embargo, los sábados y domingos, ambos tienen contratos seguros en diferentes mariachis.

En su adolescencia, Elías Flores aprendió a tocar violín en El Salvador.
En su adolescencia, Elías Flores aprendió a tocar violín en El Salvador, instrumento con el que acompañaba los servicios religiosos de la iglesia católica de su localidad.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

Flores, originario de El Salvador, conoció a Villanueva, nacido en Guatemala, hace cuatro años. Después de tocar con diferentes músicos, hace dos años unieron sus voces y sus habilidades para conformar este dueto, en el que se complementan ya que ambos cantan y tocan instrumentos como guitarra, violín, acordeón, guitarrón y vihuela.

“Este es el método que Dios nos ha dado”, manifestó el oriundo del departamento guatemalteco de San Marcos, en donde desde los 12 años de edad empezó a tocar guitarra. A los 21 años, cuenta que se dedicó por completo al arte, poco después de mudarse a Chiapas, México.

“El trabajo de la música se nos hace menos difícil para ganar el sustento”, agregó Villanueva, de 56 años, voz líder y responsable del acordeón.

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En cambio, Flores primero aprendió a tocar el violín, instrumento con el que acompañaba los cánticos en la iglesia católica de su localidad, en Metapán, al occidente de El Salvador. Antes de llegar a Los Ángeles, en 1989, ya había aprendido a tocar guitarra. Sin embargo, al establecerse en la ciudad por mucho que lo intentó ningún grupo musical le dio una oportunidad.

“Veía los grupos [que tocaban] en los negocios, pedía una oportunidad y no me la daban”, indicó el músico, de 58 años de edad, detallando que trabajó en construcción, mueblerías, lavado de autos y tortillerías, entre otros lugares.

En 1995, cuando laboraba en construcción, conoció a un amigo músico con el que conformaron un grupo, y que luego comenzó a tocar los fines de semana en diferentes locales.

El salvadoreño Elías Flores y el guatemalteco César Villanueva (derecha) se detienen frente a una venta de tacos.
El salvadoreño Elías Flores y el guatemalteco César Villanueva (derecha) se detienen con su música en la esquina de las calles 7th y Union, en Los Ángeles, frente a una taquería.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

A partir de 2001, después del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, Flores afirma que al verse afectada la industria en la que trabajaba, se dedicó por completo a tocar y cantar de forma itinerante.

“Nos desplazamos a diferentes lugares, son como 10 ó 15”, manifestó el músico salvadoreño, residente en el vecindario Westlake desde hace 25 años. Esos lugares son restaurantes, en donde los propietarios les han dado permiso de tocar. Ahí cantan por propinas de los comensales, pero si alguien les pide una canción ellos les aplican su tarifa.

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En este recorrido, después de tocar sobre el bulevar Wilshire, los músicos se movieron hacia el oeste de la calle 7th. Iban en busca de un restaurante guatemalteco. Para su sorpresa, el local estaba cerrado. Así que le pusieron color con sus instrumentos a la esquina de las calles 7th y Union, aprovechando la iluminación que tenía una venta de tacos que atendía una pareja de jóvenes.

¿A cuánto la canción?”, preguntó el muchacho de la taquería.

“A 10 dólares”, respondió Villanueva.

“¿Aceptas tres tacos?”, replicó el comerciante como forma de intercambio.

“No, ya cenamos”, contestó el músico disculpándose con el interlocutor.

A los 12 años de edad, César Villanueva aprendió a tocar guitarra en su natal Guatemala.
A los 12 años de edad, César Villanueva aprendió a tocar guitarra en su natal Guatemala, ahora domina instrumentos como acordeón, vihuela, violín y guitarrón.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

En esa esquina, los músicos entonaron una canción gratis, lo que captó la atención de peatones y algunos aprovecharon para grabar el momento en sus celulares. En ese instante, aunque todavía no eran las 6 de la tarde, las calles estaban oscuras y el frío era más intenso. Antes de moverse de la taquería, los músicos se llevaron un arroz con leche caliente.

“No arrugamos la cara para nada”, comentó Villanueva.

“Nosotros siempre trabajamos, haga frío o calor, siempre necesitamos ganar el pan de cada día”, subrayó.

En días lluviosos, indicaron, salen con sombrillas. Solo se aseguran de proteger los instrumentos.

“Las barreras son las enfermedades”, apuntó Villanueva.

César Villanueva, de 56 años, emigró primero a Chiapas (México) antes de establecerse en Los Ángeles.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

En marzo, aunque ninguno de ellos se enfermó, se vieron obligados a quedarse en casa a raíz de la pandemia. Fueron tres meses los que dejaron de trabajar.

“Ha habido un bajón [de trabajo] muy grande”, aseguró Villanueva.

En un día promedio, cada músico puede llegar a ganar hasta $150 en ocho horas de trabajo, pero otro día podrían ganar solo $60 en la misma jornada laboral. Los ingresos son variables.

Durante los tres meses de la cuarentena, cada uno de ellos perdió aproximadamente $2 mil.

“Para todos fue un daño”, manifestó Flores, quien asegura que gracias a sus pocos ahorros pudo hacer frente a esa circunstancia.

A partir de junio, en la medida que los restaurantes reiniciaron operaciones, recuperaron el aliento estos músicos itinerantes.

Elías Flores, de 58 años, llegó a Los Ángeles en 1989 procedente de Metapán, municipio al occidente de El Salvador.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

En esta modalidad de trabajo, cuentan que ellos cobran $10 por una canción, pero lo que más les conviene es lo que llaman tandas, es decir una serie de tres temas como mínimo, por las que cobran $25 o más.

“Si agarramos un cliente en un lugar, ahí nos quedamos”, manifestó Flores.

El músico salvadoreño sostiene que tratan con respeto a los clientes, pero ellos no siempre reciben la misma atención.

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En ese sentido, para no enfadar a los comensales cambian la ruta cada día. A veces comienzan en los alrededores del MacArthur Park y terminan sobre el bulevar Pico, todo depende del tipo de clientes que encuentren durante su recorrido por estas calles en las que circulan a pie.

“Una vez estábamos en un restaurante y viene una muchacha que estaba comiendo ahí y dice: ‘¿Y por qué no se ponen a trabajar?’”, rememoró Flores sobre ese momento que le resultó de mal gusto.

“Esto es un trabajo honrado”, añadió el guitarrista.

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A juicio de estos músicos, ellos venden arte y lo único que buscan es una remuneración razonable por lo que ofrecen.

“Lo más bonito es que uno hace lo que le gusta y le pagan”, dijo Flores, indicando que recorren los restaurantes mexicanos, guatemaltecos y salvadoreños de los vecindarios Westlake y Pico-Union.

Según Villanueva, ser artista itinerante tiene su desventaja, pero a pesar de las adversidades no piensan abandonar la música ni la modalidad de trabajo.

“Se nos hace muy relajante”, dijo el guatemalteco.

“Esto de la música es como una adicción, esta es una adicción sana”, concluyó Villanueva.

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