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Este edificio comunal busca curar la soledad en Los Ángeles; además, hay café gratis

Joe Green and Prophet Walker sit in the rooftop garden at Treehouse
Los cofundadores Joe Green, izquierda, y Prophet Walker, sentados en la azotea de Treehouse, un edificio de apartamentos de convivencia (o co-living), en Hollywood.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)
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Un domingo por la noche a fines de septiembre, con el humo de los incendios forestales flotando en el aire, unas pocas docenas de personas se reunieron en la cocina de un edificio de apartamentos de Hollywood llamado Treehouse, para su cena comunitaria semanal.

El cofundador y director ejecutivo del edificio, Prophet Walker, apilaba platos y limpiaba tablas de cortar detrás de la isla azulejada, mientras que el diseñador del edificio, Sean Knibb, colocaba las cacerolas de pollo con cúrcuma sobre la estufa.

El resto de los vecinos bebían vino y charlaban mientras esperaban para comer. Una mujer con estilo de astróloga de Instagram saludó a un hombre que parecía salido de un catálogo de Vineyard Vines. Una pared de la cocina se abría a la terraza exterior, pero la gente estaba apretujada en pequeñas mesas. Nadie llevaba mascarilla.

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Parecía una escena del pasado, o del futuro. Estas personas no eran amigas, al menos no antes de mudarse. No eran familia, salvo por algunos padres con sus hijos. Más bien son convivientes —una burbuja social del tamaño de un edificio en la época del COVID— en un experimento de vivienda con grandes ambiciones.

Esta forma de convivencia no es una idea nueva, ni siquiera un nuevo objetivo para captar dinero de la tecnología. Empresas emergentes como Common, Bungalow y WeLive, la división de convivencia del atractivo espacio de oficinas Hindenburg WeWork, han estado recaudando capital de riesgo y erigiendo edificios de apartamentos en todo el país en los últimos años. La mayoría ofrece habitaciones a los inquilinos como una opción más barata, un nuevo estilo de ‘apartamento individual’, con mesa de futbolito en la lavandería y ‘martes de tacos’ en el patio.

Pero Treehouse está tomando un rumbo diferente. Walker y el cofundador, Joe Green, un emprendedor tecnológico en la órbita de Facebook y gran impulsor de la investigación psicodélica, quieren recrear esa unión de las comunidades como cooperativas, comunas o el Burning Man (estilo de vida descrita como metrópoli temporal), sin la política anticapitalista o la cocina freegana (minimalistas extremos). En una era en la que el lujo es sinónimo de aislamiento (jets privados, islas privadas, Uber Black versus Uber Pool), ellos apuestan a que una verdadera comunidad puede venderse como un paquete premium, un servicio que mantiene a raya la atomización tanto como la losa radiante aleja el frío de los pies.

Desde el exterior, el edificio de cinco pisos sobre Carlton Way, cerca de la autopista 101, se parece a cualquier otra construcción nueva de lujo: fuente sans serif, pequeños balcones, acero pintado de negro. Pero dentro de sus paredes, las cosas se ven diferentes, comenzando con un plano de planta fuertemente inclinado hacia los espacios compartidos.

The laundry and art room in the basement
La lavandería/sala de arte, en el sótano.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)

Los comités rotativos de residentes determinan qué solicitantes de renta son aprobados, y el proceso implica más controles de vibra que de crédito. Los contratos de arrendamiento conllevan un compromiso con los valores de la comunidad y, en lugar de simplemente presentarse a los eventos programados, se alienta a los residentes a crear sus propias clases y celebraciones para el resto del edificio. Solo el 10% de las unidades están reservadas como asequibles para inquilinos de bajos ingresos, pero todas están ocupadas actualmente por poetas.

Las habitaciones están ubicadas en el rango medio superior del mercado de alquiler en el centro de Los Ángeles, con rentas a partir de $1.715 al mes, más una tarifa de $210 para cubrir los servicios públicos, limpieza, café gratis y cenas dominicales, clases de yoga y otros eventos.

Específicamente, apuntan a personas como Kimberlee Archer. Cuando Archer dejó Facebook para un trabajo de alto rango en Snap, en mayo, la ejecutiva de marketing de 38 años podría haber rentado un sitio de lujo con vista al mar o encontrado un lugar en las colinas. Pero ella quería vivir con otra gente; maldita sea la pandemia. Antes de irse de Oakland, buscó en Google “espacio de vivienda compartida”.

Unas semanas más tarde, se mudó a una de las unidades de Treehouse, que en realidad es solo un dormitorio y un baño privado, amueblado al estilo de un acogedor hotel boutique (Knibb también diseñó el Line Hotel en Koreatown). “He vivido sola, con parientes, con compañeros de cuarto”, relató Archer. Pero después de una carrera con muchos viajes laborales, se dio cuenta de que no necesitaba mucho espacio; estaba acostumbrada a vivir en una habitación de hotel. “Lo que disfruto es tener muy buenas conversaciones con personas con quienes no trabajo”.

Una habitación de Treehouse Hollywood.
(Treehouse)

Ella comparte una cocina con otros cuatro compañeros de suite y los espacios comunes del edificio con el resto de los más de 40 residentes de Treehouse: está el vestíbulo/cafetería, la lavandería/estudio de arte, la sala de proyecciones/bar de temática japonesa, la biblioteca de dos pisos, curada por el bibliotecario residente, y en el techo, un jardín, una terraza, la cocina común y sí, una pequeña casa en el árbol, envuelta alrededor de un olivo de 100 años enviado desde Sacramento.

La compañía ve el edificio de Hollywood como una prueba beta para sus planes más grandes: una red de Treehouses en Los Ángeles, desde Koreatown hasta Compton. Un complejo dirigido a las familias interesadas en la convivencia ya está en proceso en Leimert Park. Los residentes podrán pasar por cualquier otra casa del árbol de la ciudad para tomar un café o una bebida en la azotea cuando estén en el vecindario.

Unidos por la soledad

Walker y Green forman una extraña pareja de emprendedores inmobiliarios utópicos; lo que los unió fue la soledad.

Walker creció en Watts, le rompió la mandíbula a alguien en una pelea por un reproductor de CD portátil y fue a la prisión estatal de Ironwood por un cargo de ataque y robo cuando tenía 16 años. Al salir, ingresó en la Universidad Loyola Marymount, luego trabajó como desarrollador en algunos llamativos proyectos inmobiliarios de Los Ángeles con Morley Builders y, en el camino, intentó postularse para la Asamblea estatal, en 2014.

Green creció en Santa Mónica y fue a Harvard, donde se encontró compartiendo un dormitorio con Mark Zuckerberg. Rechazó la oportunidad de dejar la universidad para trabajar en la red social, pero logró iniciar una serie de exitosas empresas tecnológicas propias. En 2013, se asoció con Zuckerberg para lanzar FWD.us, una tienda de cabildeo que usaba dinero de la tecnología para impulsar una reforma migratoria, entre otros temas.

Cuando Green y Walker se conocieron, en 2016, ambos habían llegado a una conclusión similar: tenían éxito, pero se sentían más solos que nunca.

“Jamás experimenté la falta de comunidad hasta que gané dinero”, reconoció Walker. Al crecer en Watts, dijo, se sentía como el hijo de todos en la cuadra. La prisión, en todo caso, fue una experiencia aún más intensa de cercanía con sus vecinos. “Vivir en un dormitorio abierto para cien personas requiere de una transparencia radical, literalmente, no hay divisores entre 15 inodoros”, expuso. “Nos necesitábamos el uno al otro para no volvernos locos”.

Después de su candidatura al cargo, comenzó a pensar en cómo Los Ángeles engendraba la soledad: los alquileres vertiginosos, los vecinos que nunca se conocen, la forma en que los mercados y los vecindarios de la urbe segregan a las personas por raza, clase, edad e interés.

Para Green, la soledad golpeó cuando estaba en un año sabático de búsqueda espiritual, luego del “fracaso” de sus esfuerzos de cabildeo, tal como él lo define. Solo con sus pensamientos, se dio cuenta de que había sido más feliz cuando era niño, primero en su vecindario de Santa Mónica, con amigos en toda la cuadra, y luego en la Kirkland House de Harvard, donde los universitarios vivían en habitaciones separadas pero compartían un espacio común.

Comenzó a leer sobre la propagación de la soledad en la sociedad moderna y se sintió atraído por el trabajo de Johann Hari, quien sostiene en su libro “Lost Connections” que dejar el hogar multigeneracional y el vecindario familiar es un fenómeno nuevo de los últimos 70 años, y que este aislamiento es el culpable del aumento de la depresión, la ansiedad, la adicción y el suicidio.

En 2016, amigos en común presentaron a la pareja en la inauguración de Locol, un puesto de hamburguesas en Watts iniciado por chefs famosos con la misión de llevar comida rápida más saludable a los vecindarios de bajos ingresos.

Walker había ayudado a construir el restaurante con un equipo formado por gente del vecindario, y buscaba un nuevo proyecto que capturara el mismo sentimiento de “construir comunidad y usar el espacio físico para hacerlo”.

Se llevaron bien, pero Treehouse no nació hasta que Green se marchó a un retiro de silencio, unos meses después. “Pasé varios días sin poder dejar de pensar en una visión para este edificio”, afirmó. Cuando regresó a San Francisco, habló con su amigo Michael Birch, el millonario tecnológico vinculado con el elitista club social The Battery, de San Francisco, quien reintrodujo a Green con Walker. Pronto, comenzaron a buscar ubicaciones.

A diferencia de la mayoría de las empresas de convivencia, que reconfiguran los edificios de apartamentos existentes, Walker y Green vieron que necesitaban construir desde cero para obtener la combinación de espacio público y privado que querían.

Pero la decisión de empezar desde cero presentaba sus propios desafíos. Los bancos suelen financiar proyectos inmobiliarios basados en dólares por pie cuadrado rentable, un modelo que asume que los espacios compartidos en el edificio, como escaleras y vestíbulos, no tienen valor. Green y Walker tuvieron problemas para encontrar un prestamista dispuesto a respaldar su plan. “Francamente, fue gracias a algunas relaciones y un poco de suerte que finalmente encontramos un banco dispuesto a otorgar un préstamo para la construcción”, comentó Walker.

Desde entonces, varios nombres tecnológicos destacados se sumaron a la visión, aunque Green es el mayor patrocinador financiero. Alexis Ohanian, quien inició la comunidad en línea Reddit, contribuyó; al igual que el inversionista de Los Ángeles Arlan Hamilton y Justin Kan, quien cofundó la plataforma de transmisión Twitch.

Poetas y animales

Ese domingo de finales de septiembre, parecía que la idea estaba funcionando bien; al menos para un visitante, incluso en tiempos de pandemia.

Después de que Knibb presentó la comida (flores de calabaza, arroz basmati con vegetales y especias, chapulines y una gran ensalada junto con el pollo), Elizabeth Williams, una guionista australiana, notó que un periodista se había unido a la velada e inmediatamente se presentó.

Williams se había mudado a Treehouse después de unos meses terriblemente solitarios en un apartamento de Studio City, tras llegar a EE.UU, en 2019. Ella creció en un vecindario muy unido en Townsville, North Queensland, “sin cerraduras en las puertas, en el cual los niños simplemente pululaban como abejas”, y donde sus mejores recuerdos eran las noches de juegos del vecindario y las sesiones de improvisación. Así, estuvo feliz de pagar más por una comunidad integrada.

Michele Esquivel, la única habitante de Treehouse mayor de 50 años, se sentó a comer flores de calabaza y arroz en una mesa junto con tres compañeros de edificio. Su hija de 14 años, Violeta, estaba en la mesa de al lado.

Durante años, Esquivel había querido mudarse a la ciudad desde el condado de Orange, donde trabajaba como enfermera en Kaiser, principalmente para ayudar a Violeta a seguir su incipiente carrera como poeta de slam. El lugar más cercano que habían podido pagar era Long Beach, hasta que se enteró de Treehouse, a principios de este año.

Ahora viven en una suite con otros tres poetas, cuyas habitaciones representan el 10% de las unidades asequibles en Treehouse, que el edificio incluye a cambio de asignaciones de zonificación más densas. Aunque Esquivel reconoce que de vez en cuando el sitio parece una “casa de retiro para milenios”, le sorprendió lo bien que estaba funcionando. “Sentí que el proceso de verificación de aplicantes era largo y tedioso; me hicieron preguntas realmente extrañas, pero ahora lo entiendo”, comentó. Para mantener el ambiente del edificio, los posibles inquilinos deben pasar por un extenso proceso de solicitud, y otros inquilinos forman parte del comité de solicitudes. Todos deben firmar un compromiso con los valores fundamentales del edificio -estar presentes, ser amables, curiosos, sinceros y responsables- como parte de su contrato de arrendamiento.

Prophet Walker, izquierda, y Joe Green en un espacio común en Treehouse.
Prophet Walker, izquierda, y Joe Green en un espacio común en Treehouse. Todos los domingos, los residentes se reúnen aquí para una comida compartida.
(Wally Skalij / Los Angeles Times)

Una pregunta había sido qué aportaría como residente; ella habló de sus aptitudes para la cocina y su terapia de masajes. Ahora despliega su camilla en la terraza de la azotea y da sesiones a los vecinos. Otros dan clases de entrenamiento físico en el gimnasio del sótano o enseñan lecciones sobre hierbas medicinales en el jardín de la azotea. Todos los domingos, un grupo rotativo de residentes obtiene un presupuesto de $500 para cocinar u ordenar una cena familiar para todo el edificio.

El edificio comparte un Slack (plataforma de mensajería) para anuncios internos, que también alberga llamadas ocasionales y conversaciones acaloradas. Para mantener los conflictos al mínimo, los residentes establecieron una serie regular de conversaciones, llamadas Tree Talks, donde a menudo se invocan los valores de la comunidad para conservar un espíritu amable y sincero cuando alguien no se comporta de manera responsable. Un residente que lavó la ropa de su perro en una de las máquinas compartidas fue una fuente de tensión en todo el edificio. Ahora, después de una charla, se reserva un juego de lavadora y secadora solo para artículos que puedan tener pelos de mascota.

Esquivel relató que hubo algunos problemas iniciales con el lavado de platos y el desorden de la sala de estar dentro de la suite de los poetas, pero los beneficios han superado los momentos difíciles. “Nunca hubiéramos conocido a nadie en estos círculos de otra manera”, señaló. Especialmente para su hija, ella cree que ha sido “una experiencia maravillosa; está aprendiendo a convivir con otras personas, con otros grupos etarios”.

Una voz disidente en el grupo provino de James Swiderski, propietario de una empresa de energía solar. Siempre había vivido solo y describió su decisión de mudarse a Treehouse como un desafío personal, pero planea irse pronto. “Me alegro de haber venido, no me arrepiento”, aseguró. “Pero fue demasiado para mí, para ser honesto”.

También para Green, la convivencia ha sido solo un cambio temporal de ritmo. Cuando la pandemia llegó a California, él estaba en la espaciosa casa de Beverly Hills en la que había crecido su padre, a la cual define como “en cierto modo, el pico de lo que los estadounidenses creen que desean”. Pero Beverly Hills era solitario.

Entonces se mudó a una habitación en Treehouse, donde los residentes habían creado una burbuja social en todo el edificio después de unas semanas de nerviosismo que habían dejado las áreas comunes casi vacías. Inmediatamente, Green sintió cómo su ansiedad por el aislamiento del COVID desaparecía. Publicaba algo en Slack y diez minutos más tarde había una sesión de juegos de mesa en la azotea. “Me sentí mucho mejor, porque tenía gente con quien estar”. Aún así, después de varias semanas, regresó a su hogar principal en San Francisco.

Walker no tiene planes de irse. Cuando finalizó la comida y la gente comenzó volver a sus habitaciones, terminó de lavar los platos y luego se dejó caer en un reservado, orgulloso de la hazaña social que estaba en proceso de lograr: llenar un edificio con extraños que se estaban convirtiendo en amigos, o al menos buenos conocidos, con todo y el viento en contra de una pandemia que llevó a los estadounidenses a un aislamiento mayor.

Entre su apertura en el otoño de 2019 y el comienzo de la pandemia, Treehouse había rentado solo un tercio de sus habitaciones. En los meses posteriores, el edificio está prácticamente lleno. “La pandemia nos mostró lo importante que es la comunidad y la proximidad”, reflexionó Walker. “Tenemos muchas grandes comunidades en línea, y eso es genial, lindo…, pero las personas en cuarentena en Nueva York e Italia aún se sintieron obligadas a cantar a sus vecinos durante los primeros cierres”.

Walker buscó un recuerdo doloroso de su adolescencia en Watts para subrayar el punto: “Vi cómo asesinaron a mi mejor amigo frente a mí”, expresó. “Eso podría ser un tiro de gracia para la psique de cualquiera”, comentó, aunque le da crédito al vecindario por haberlo salvado.

“Toda la cuadra salió a la calle”, prosiguió Walker, “y luego, cuando vieron lo que sucedió, cada persona me abrazó. Me decían ‘vas a superar esto; es horrible todo, pero te acompañaremos, y todos los días estaremos para ti’”. Ahora, con Treehouse, él espera poder construir ese tipo de vecindario, donde todos se conocen por su nombre y se unen en tiempos difíciles, pero justamente para gente como él, que dejaron atrás sus vecindarios.

Y, por supuesto, espera poder generar mucho dinero al mismo tiempo. “Da la casualidad de que a través del arbitraje de densidad, a través de una serie de leyes, a través de las finanzas inmobiliarias”, el modelo de negocio de Treehouse es “una inversión increíble”, remarcó Walker. “Pero realmente, estamos tratando de construir una comunidad”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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