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Se intensifica el éxodo en California a medida que jubilados, maestros y músicos buscan tierras más baratas y menos concurridas

Andrew Kindler, un ingeniero aeroespacial jubilado, empaca en su antigua casa en San Marino
Andrew Kindler, un ingeniero aeroespacial jubilado, empaca en su antigua casa en San Marino para mudarse a Arizona, el 16 de diciembre.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)

¿Qué tienen en común una actriz, un músico, un ingeniero aeroespacial y un profesor? Todos ellos dejaron el Estado Dorado en medio de la pandemia.

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Hace tiempo que la soñada California se desvanece, mientras la gente ‘vota dejando el estado’. En los últimos años, ese éxodo se ha acelerado; hay decenas de miles de personas más que se van de las que se mudan al estado.

La pandemia de COVID-19 hizo que aún más individuos renuncien a California, afirman los expertos. Algunos se retiraron a sus lugares de origen, porque perdieron sus medios de vida. Otros aprovechan el trabajo de forma remota para escapar de los altos precios de la vivienda y los largos viajes diarios a las oficinas.

En el año fiscal que terminó en julio pasado, el condado de Los Ángeles tuvo, con mucho, la mayor pérdida neta debido a la migración que cualquier otro condado de California: más de 74.000 personas, según los demógrafos estatales. Algunos se mudaron a áreas cercanas con costos de vida más bajos; otros se aventuraron más lejos o abandonaron el estado por completo.

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El estilo de vida playero de California y la energía creativa del entretenimiento, las artes y la tecnología aún ejercen un fuerte impulso, pero cada vez con más fuerza, solo los ricos pueden permitirse estos beneficios. Dowell Myers, experto en cambio demográfico y profesor de la Escuela de Políticas Públicas Sol Price, de la USC, expuso que no hay suficientes viviendas asequibles para mantener a las familias jóvenes en el estado. Los californianos nativos a menudo se quedan por razones personales, pero para aquellos que vinieron de otro lugar, hay pocas cosas que les impidan buscar tierras más baratas y menos concurridas.

“Aquellos que emigraron antes están dando la vuelta y regresando a su sitio de origen porque simplemente no pudieron lograr el Sueño Americano en California, ya que eso implica comprar una casa unifamiliar”, comentó Myers.

A continuación, las historias de seis personas que dejaron Los Ángeles en 2020: un maestro, un ingeniero aeroespacial retirado, una violonchelista, un par de cineastas y músicos, y una actriz de doblaje.
Cada uno tuvo una complicada combinación personal de razones para mudarse a un nuevo estado, incluidas relaciones románticas y un malestar con la política liberal de California. Pero todas tienen hilos en común, incluida la capacidad de trabajar de forma remota y el deseo de tener más espacio abierto a un precio más económico.

La pandemia no fue el único factor para nadie. Más bien, fue un empujón final para dejar atrás una vida en Los Ángeles que había seguido su curso o, en algunos casos, que no había florecido como se esperaba.

Los hospitales del condado de Fresno se esfuerzan por conseguir máquinas de oxígeno para tratar a los pacientes con COVID en casa, con pocas camas en la UCI. Las morgues trabajan para maximizar el espacio.

Ene. 6, 2021

Wilber Rubio ya se estaba cansando de Los Ángeles: las multitudes, el tráfico. Su casa de Long Beach en un desarrollo de una década de antigüedad parecía ordinaria.

Luego vino la pandemia. Su trabajo como maestro de apoyo en matemáticas de educación especial en una escuela chárter se reestructuró, y sus clases pasaron a ser totalmente en línea. Él echaba de menos la interacción en persona con sus alumnos.

No era seguro ir a París durante las vacaciones de verano, tal como había planeado. En lugar de eso, Rubio; su pareja, Scott; y sus tres hijos, se subieron a una casa rodante para ver a la familia extendida de Scott en Arkansas.

Les gustó tanto el lugar que decidieron quedarse.

“Sentí que podía respirar de nuevo”, comentó Rubio, de 35 años. “Fue la primera vez que me sentí como en casa”.

Rubio ha vivido en todo el mundo; creció en el campo salvadoreño antes de huir de la violencia de allí hacia Long Island, en Nueva York. El Ejército lo llevó a Virginia, Irak y Kuwait. De regreso en Nueva York, conoció a Scott.

En 2012, se mudaron a Los Ángeles para que Scott trabajara en una firma de capital y se enamoraron de las playas, la cultura y la gastronomía diversa. Pero las cuestiones negativas comenzaron a desgastarlos.

A Rubio le gustó la sensación de pueblo pequeño y el paisaje abierto de Arkansas, y los estudiantes allí asistían a la escuela en persona. Encontró un empleo como maestro de apoyo de matemáticas de educación especial en Bentonville West High School, y se mudó en septiembre para comenzar el año escolar. Scott está trabajando de forma remota y planea viajar ocasionalmente a Los Ángeles si su oficina lo requiere así en algún momento.

Sus hijos, de 11, 13 y 15 años, hicieron nuevos amigos rápidamente, y las clases y los deportes se desarrollan en persona, a pesar de la pandemia.

A ambos les encanta su casa, en un acre y medio de terreno boscoso, con una escalera chirriante, mampostería en el exterior y el doble de pies cuadrados que en Long Beach, por aproximadamente el mismo pago mensual de hipoteca, de $3.000.

La gente en Arkansas—un estado que votó abrumadoramente por el presidente Trump— ha sido sorprendentemente abierta sobre una pareja gay con hijos, comentó Rubio. “Soy un hombre latino y gay. No pensé que me sentiría así en un estado rojo”, reconoció. “He pasado por muchos círculos de justicia social, y vivir en un área donde todavía eres aceptado independientemente de tu pensamiento político o identidad ha sido refrescante. Me aceptan y no les importa”.

La mejor parte de su nueva vida en Arkansas es el respeto que la gente muestra por los maestros, agregó, ya sea mediante descuentos en las tiendas locales o con estudiantes que se dirigen a él como “señor”.

Jo Anne Kindler loads a box containing a microwave oven
Jo Anne Kindler carga su auto un día antes de mudarse a Arizona, después de más de 30 años de vivir en San Marino.
(Mel Melcon / Los Angeles Times)

Andrew Kindler estaba en su patio trasero, envolviendo diapositivas de 35 mm de su investigación de doctorado en UC Berkeley, en la década de 1970.

A mediados de diciembre, después de vivir por más de 30 años en una casa de estilo español, de 1.333 pies cuadrados en San Marino, él y su esposa, Jo Anne, se preparaban para seguir adelante. La propiedad, que compraron para reparar por $197.000, valía más de $1 millón.

Por aproximadamente el mismo precio, habían encontrado un lugar en Scottsdale, Arizona, también de estilo español, que era tres veces más grande y está recientemente renovado, con una piscina.

Kindler, de 68 años, se ha jubilado después de una larga carrera como ingeniero aeroespacial. Jo Anne se retiró de un empleo en Pacific Bell. Él es oriundo de la ciudad de Nueva York; ella de Chicago. La hija de ambos cursa un posgrado en NYU. Nada los ataba a Los Ángeles; si compraban una casa más grande en el sur de California, sus impuestos a la propiedad se dispararían.

Y sí, también estaba la cuestión política. Kindler, demócrata en su juventud, se convirtió al conservadurismo después de graduarse. Le preocupaba la tendencia cada vez más progresista del sur de California, el aumento de los delitos violentos y la elección de George Gascón como fiscal de distrito del condado de Los Ángeles, con la promesa de rehacer radicalmente el sistema de justicia penal. “No veo que la calidad de vida mejore, pero los precios subirán”, comentó. “Siento que este estado no se preocupa por mí”.

Tina Guo, una violonchelista de 35 años, se mudó a Las Vegas en marzo, justo antes de que entraran en vigor las restricciones del coronavirus y la industria musical de Los Ángeles se detuviera por completo. Los mismos factores que le permitieron mudarse —la viabilidad de grabar de forma remota y su reputación en la industria— fueron una opción para seguir ganándose la vida durante la pandemia.

Guo solía hacer giras por el mundo y pasaba solo unos cuatro meses al año en su condominio de Studio City.

Si bien sus conciertos en vivo ahora están suspendidos, graba en su casa de Las Vegas y envía sus audios a Los Ángeles, donde son usados en bandas sonoras de películas como “Wonder Woman 1984”, y los próximos estrenos “Dune” y “Top Gun: Maverick”.

Antes de la pandemia, había perfeccionado la configuración de su estudio en casa, que incluye una sala especial “limpia”, separadores de pantalla, un teclado, micrófonos con guardias vocales, dispositivos de mezcla y siete violonchelos.

Guo, que nació en China, creció en Poway, California, y estudió violonchelo clásico en la USC. Cuando comenzó a trabajar en la industria del cine, necesitaba estar en Los Ángeles en caso de que surgiera una grabación en un estudio, en persona. Ahora, como artista crossover conocida por su personalidad de estrella de rock, el trabajo le llega donde quiera que esté. “En los últimos años me sentí más cómoda, ya que todos mis clientes me buscan porque quieren trabajar conmigo específicamente, no solo cuando buscan una violonchelista en general”, reconoció Guo. “Así que, pensé: ‘Realmente no necesito estar aquí’”.

Solía batallar en el tránsito durante tres horas para llegar al aeropuerto desde Studio City. Estaba cansada de los altos impuestos y el aspecto gastado de los edificios más antiguos de Los Ángeles. Fue entonces cuando puso su mirada en Las Vegas, donde había actuado con un espectáculo del Cirque du Soleil y en muchos eventos corporativos. “Es súper limpio, principalmente porque todas las casas son bastante nuevas, en comparación con Los Ángeles”, comentó. “Hay mucho más espacio, menos gente y menos tráfico… El aeropuerto está a solo 12 minutos de mi casa”.

Para los conciertos en Los Ángeles, tomará un vuelo de 45 minutos o desafiará las rutas por cuatro horas.

Su condominio en una comunidad cerrada es tres veces más grande que su apartamento en Studio City, y más barato: paga $2.500 al mes en Las Vegas mientras renta su antiguo lugar por $3.600. “Sentí que era el término medio perfecto”, concluyó Guo.

Tal como muchos jóvenes antes que ellos, Georgina Hahn y Verónica Lorenzini llegaron a Los Ángeles con la esperanza de encontrar una comunidad de personas creativas y un nicho para sus películas y su música.

Pero en marzo, una semana después de que salieran de Nueva York para mudarse a su apartamento en un sótano de Echo Park, la ciudad cerró debido a la pandemia.

Con la socialización en persona en gran parte prohibida, era difícil hacer amigos. La escena musical no funcionaba, no había espectáculos a los que asistir ni conciertos para su banda, Socialist Witch Pop.

Ambas solicitaron el seguro de desempleo, pero sus trabajos habían sido mayormente informales, por lo tanto no recibieron nada.

Hahn, de 24 años, comenzó a trabajar de forma autónoma, haciendo ingeniería de audio y componiendo para podcasts; además, cuidaba niños y laboraba para una panadería. Lorenzini, también de 24 años, encontró trabajo como diseñadora gráfica. Aunque no tienen una relación sentimental, se consideran compañeras de vida.

Habían planeado quedarse al menos tres años. Pero un día a mediados de diciembre, se encontraron empacando sus pertenencias mientras tarareaban la canción de Blah Blah Blah “Goodbye L.A.”: “Goodbye, L.A. Did you ever notice i was gone? ...I’m going home” (Adiós L.A. ¿Siquiera te diste cuenta de que me marché? Me voy a casa).

Al día siguiente, salieron a la carretera en su Toyota Prius azul hacia Santa Fe, Nuevo México, atraídas por la reputación de la ciudad como refugio para artistas.

Musicians Georgina Hahn, left, and Veronica Lorenzini, both 24, pack up their Echo Park apartment
Las cineastas e instrumentistas Georgina Hahn, izquierda, y Verónica Lorenzini, ambas de 24 años, empacan su apartamento de Echo Park el 16 de diciembre, su último día en Los Ángeles. Ambas se mudaron a Santa Fe, Nuevo México.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

Hahn planea continuar con la ingeniería de audio y tiene un trabajo para redactar boletines sobre las artes. Su renta es más barata: $1.650 al mes, en comparación con $2.200 en Los Ángeles, por lo cual será más fácil llegar a fin de mes.

En L.A. sentían que no pertenecían. Además, no les gustó todo lo que vieron: desamparados durmiendo frente a tiendas de diseñadores, el ambiente “heteronormativo” de algunos vecindarios, el énfasis en la imagen.

“Era como si hubiéramos llegado, pero nunca en realidad formamos parte”, comentó Lorenzini. “Solo éramos fantasmas, mirando la ciudad desde lejos”.

El padre de Heather Halley se mudó a Los Ángeles desde Kansas en la década de 1960 cuando consiguió un trabajo en el departamento de contratos de Walt Disney.

Halley nació en el condado de Ventura y creció disfrutando de las ventajas de Disneyland, incluidos los pases que le daban a su padre, que la ubicaban siempre al frente de las filas.

Después se convirtió en actriz de doblaje, un empleo que en su mayor parte continuó durante la pandemia, ya que pudo hacerlo de forma remota.

Sin necesidad de estar en Los Ángeles, Halley se mudará a Carolina del Norte este mes, para reunirse allí con su novio.

Lamenta no poder visitar Disneyland, que ha estado mayormente cerrado durante la pandemia, antes de irse. Ella considera el parque de diversiones como su segundo hogar, y le recuerda a su padre, quien murió en 1995.

“Tengo emociones encontradas acerca de irme, pero creo que es hora de un cambio”, reconoció.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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