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Columna: Lo que ‘Cobra Kai’, de Netflix, nos enseña para lidiar con Trump

Two men stand face to face at a karate studio
Johnny Lawrence (William Zabka), a la izquierda, se enfrenta a Daniel LaRusso (Ralph Macchio) en “Cobra Kai”.
(Netflix)

Un programa sobre guerreros karatecas adolescentes, “Cobra Kai” ofrece una visión sobre el arrepentimiento, la redención, el perdón y la unidad frente al mal existencial.

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¿Sabe qué necesita este país dividido, amargado y asustado en este momento, para curarnos después de cuatro años de Donald J. Trump?

Un atracón de la exitosa serie de Netflix “Cobra Kai”.

¡En serio!

“Cobra Kai” es la última entrega del universo “The Karate Kid”, una franquicia multiplataforma que también incluye videojuegos, dibujos animados, muñecos Funko, un musical de próxima aparición y cinco películas.

El drama, cuya tercera temporada se estrenó el 1º de enero pasado, cambia el guión de la película original; Daniel LaRusso es ahora el tipo rico y arrogante que vive en Encino, mientras que Johnny Lawrence es un trabajador de mantenimiento de Reseda —tal como el Sr. Miyagi en las primeras cuatro películas—, que entrena a adolescentes en artes marciales para que puedan defenderse de los matones (al margen de esto: como residente del condado de Orange, ¿alguien puede explicarme la diferencia entre Encino y Reseda? Para mí, todo es Canoga Park).

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Con su diálogo cursi, ráfagas de patadas y puñetazos, una banda sonora increíble de los años 80 y la cantidad justa de nostalgia, “Cobra Kai” es irresistible. También ofrece inadvertidamente, en las tribulaciones de los karatekas adolescentes, algo extraordinario: una vía a seguir para todos nosotros, durante estos tiempos tumultuosos.

¡No se ría!

A diferencia de lo que predican Trump y las entregas anteriores de “Karate Kid”, “Cobra Kai” enseña que los chicos y chicas malos del mundo no deben ser vencidos, sino llevados a la luz del bien; hay que desprogramarlos en lugar de derrotarlos. Hay aquí un conocimiento profundo sobre el arrepentimiento, la redención, el perdón de los pecados pasados y la unidad frente al mal existencial. Es la medicina que debemos tomar para purgar este último mandato presidencial de nuestro sistema democrático, para siempre.

Fuerte alerta de spoiler: si planea ver “Cobra Kai”, deje esta columna a un lado y léela la semana que viene, después de haber visto los 30 episodios de media hora. Si ya los vio o no planea hacerlo, póngase su traje de karate, porque la lección comienza ahora.

La serie empieza unos 35 años después del último enfrentamiento entre LaRusso y Lawrence, cuando el primero venció al último en una pelea por el campeonato, que aún sigue siendo una de las grandes sorpresas en la historia del cine (recuerde la escena y las citas de ese primer “Karate Kid”: “Mueve la pierna”; patada de grúa y un sonriente Sr. Miyagi en la toma final). Nos enteramos de que Lawrence nunca superó esa humillación, que lo dejó sin nada. Es padre, se volvió un alcohólico de bajo perfil y todavía vive en el pasado, por lo tanto, no puede prosperar en el presente.

Lawrence finalmente encuentra un propósito positivo después de rescatar a un adolescente ecuatoriano estadounidense, llamado Miguel, de una paliza. Entonces reabre su antiguo dojo Cobra Kai, con el objetivo de endurecer a los nerds, un fuerte contraste con su primera iteración como un lugar exclusivo para deportistas inclinados al mantra “Sin piedad”.

El éxito de Lawrence atrae cierta preocupación y celos de LaRusso, hasta el punto de que éste abre un estudio rival, Miyagi-Do Karate. Los protegidos de LaRusso y Lawrence se enfrentan en competencias y en calles de la ciudad, aunque su enemistad compartida mantiene el decoro hasta la llegada de John Kreese, el sensei sociópata de Lawrence. Éste le roba a Lawrence Cobra Kai y sus estudiantes, le dice a sus nuevos protegidos que destruyan a Miyagi-Do y sus devotos, y marca el comienzo de una era de maldad que genera derramamiento de sangre y pone a algunos al borde de la muerte.

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¿Suena familiar? Sí, estoy comparando a Kreese con Trump, aunque a diferencia de Kreese, que flexiona sus propios músculos para derribar a otros personalmente, Trump es más de la escuela de incitar a otros a la violencia insurreccional, mientras él se sienta frente al televisor, palomitas de maíz en la mano, para verlo como si fuera una serie.

Lawrence me recuerda al partido republicano. Ambos son incapaces de superar una pérdida de hace mucho tiempo (en el caso de los republicanos, Bill Clinton y Barack Obama) y, por lo tanto, no pueden adaptarse a la modernidad.

Incluso cuando cada uno intenta mejorar, recurre a hábitos pasados: una patada hacia adelante, dos patadas hacia atrás. Los LaRusso son los demócratas: desvalidos convertidos en ganadores que pasan demasiado tiempo queriendo humillar a sus eternos antagonistas y, por lo tanto, están ciegos a su propia arrogancia.

Y Kreese, como dije, es Trump: el villano que únicamente se preocupa por sí mismo, hasta el punto de usar y abusar de aliados y enemigos por igual para destruir lo mismo que afirma cuidar.

Donde el programa podría haber continuado por un camino fácil de destrucción mutua asegurada —al igual que tanto la derecha como la izquierda parecen empeñados en seguir— “Cobra Kai” desafía a los espectadores a considerar una ruta opuesta. No hay que obsesionarse con la venganza, proclama. No debería tratarse de ojo por ojo, o ese viejo dicho sobre el enemigo de mi enemigo es mi amigo.

En cambio, su enemigo merece perdón, porque en un momento probablemente fue su amigo. Y si no fue así, sin embargo merece misericordia y comprensión porque, como escribió una vez Oscar Wilde, todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro (uno esperaría lo mismo del partido republicano, que a veces parece estar en vías de convertirse en el “partido Q” si sigue tratando con QAnon y otros locos de la teoría de la conspiración entre sus filas).

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La mejor manifestación de esto está en la relación entre dos personajes llamados Demetri y Eli, quienes comienzan la serie como los más tontos entre los tontos. Una vez que Eli cae bajo el dominio de Johnny, se deshace de Demetri para convertirse en una máquina despiadada que ahora se llama Hawk, con un tatuaje resplandeciente en la espalda y todo. El personaje se vuelve aún más desagradable con Kreese, hasta el punto en que rompe el brazo de Demetri durante una pelea, solo porque puede hacerlo.

Pero Hawk finalmente se da cuenta de que Kreese lleva adelante un culto a la muerte, justo en el momento en que tanto LaRusso como Lawrence reconocen que su rivalidad debe terminar para detener a Kreese para siempre. En el último episodio de la tercera temporada, los dos unen sus dojos, y Demetri y Hawk son compañeros de equipo y una vez más amigos. Incluso Kreese acepta que sus estudiantes se retiren con sus ataques contra sus rivales hasta el próximo torneo oficial, la única parte de “Cobra Kai” que lamentablemente no tiene ninguna posibilidad de suceder en la vida real.

Vi este edificante final de temporada los días previos a la invasión del Capitolio de Estados Unidos, el 6 de enero. Mi rabia y odio sobre lo que ocurrió fueron mitigados por las lecciones que “Cobra Kai” acababa de describir.

La criminalidad debe ser castigada, sí. Pero también debemos creer que la gente puede salir de su entorno viciado; que, como concluye “Cobra Kai”, puede cambiar para mejor. Porque si no, entonces la democracia en Estados Unidos se derrumbará en un doloroso montículo, como un tipo arrodillado en el medio de ya-sabe-qué-parte-del-cuerpo.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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