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COVID y la economía clandestina: las empresas que eludieron las reglas para sobrevivir

Kevin Meehan, chef-owner of Kali restaurant, cooks a meal for a small gathering at a customer's home in December.
Kevin Meehan, chef y propietario del restaurante Kali en Melrose Avenue, prepara la cena para una pequeña reunión en la casa de un cliente, en diciembre pasado. Los eventos privados en el hogar complementaron sus ingresos por comidas para llevar y lo ayudaron a mantener su negocio a flote durante el bloqueo de actividades.
(Kevin Meehan)
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Los negocios parecían cerrados, pero había signos reveladores de vida: luz que se filtraba por detrás de las ventanas tapiadas, clientes que entraban y salían por las puertas de los empleados, publicaciones de Instagram que aludían a citas en el hogar.

Las órdenes de cierre de operaciones por el COVID-19 impuestas en marzo pasado, y nuevamente durante las fiestas de fin de año, paralizaron grandes franjas de la economía de California. Pero incluso antes de una flexibilización anunciada esta semana por el gobernador Gavin Newsom, algunos dueños de negocios continuaron actuando de manera encubierta. En Los Ángeles y otros condados con cierres forzosos, aún fue posible arreglarse las uñas y recortarse el cabello, practicar pilates dentro de un estudio y comer en un restaurante junto con un grupo de amigos, sin platillos para llevar.

Al continuar sirviendo a los clientes, las empresas violaron el espíritu —y en algunos casos la letra misma— de las órdenes de salud pública, y complicaron los esfuerzos para detener la propagación del coronavirus, expusieron funcionarios de salud.

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Pero aquellos que funcionaron durante meses de forma desapercibida sostienen que su decisión no fue un repudio a las mascarillas faciales, el distanciamiento social o la extralimitación del gobierno, ni un intento de habilitar fiestas durante una pandemia. Se trató simplemente de llegar a fin de mes y, en ausencia de suficiente asistencia financiera y una orientación clara, confiaron en sí mismos y en sus clientes más discretos, para hacerlo. “Tengo un hijo que alimentar y mantener, además de pagar la renta. Se estaba poniendo muy difícil no trabajar”, expresó la estilista Joanna Ho, de 40 años. “Incluso cuando el gobierno nos daba estímulos y seguro de desempleo, no era suficiente”.

A pesar del levantamiento de las órdenes de quedarse en casa en todo el estado, este lunes, los dueños de negocios siguen inquietos. En el condado de Los Ángeles se permitió que los servicios de cuidado personal abrieran inmediatamente; el servicio de comidas al aire libre se puede reanudar este viernes. Pero con tasas de infección aún altas, baja disponibilidad de camas de hospital y nuevas -y más peligrosas- variantes de coronavirus, muchos son escépticos sobre cuánto durará esta reapertura. “Tal vez sea mejor no abrir de inmediato y evaluar la situación”, observó Kevin Meehan, chef y propietario del restaurante Kali, de Melrose Avenue. “Despedir personal por cuarta vez sería brutal”.

Muchos dueños de negocios remarcaron que no pueden permitirse el lujo de ser marginados.

Hace un año, Ho atendía a decenas de clientes a la semana en un salón de belleza en Pasadena. Cuando la tienda cerró, el verano pasado, se mudó a un loft en el centro de Los Ángeles e instaló una estación en casa, tomó prestada una silla del salón profesional, compró filtros de aire y solo aceptó a clientes actuales o referencias cercanas, con mascarillas durante el servicio.

Las reservaciones cayeron alrededor de un 75% —“Me las arreglo con las tarjetas de crédito y algunos ahorros”— y Ho se enfrentó a pensar si siquiera debía estar trabajando.

“Sigo con dudas: ¿debería o no?”, expuso. “Es un área gris, claro. ¿Cómo saberlo? hay que intentar hacer lo mejor que se pueda”.

Un salón de manicura en Saratoga continuó atendiendo a los clientes durante el pedido más reciente de aislamiento en el hogar, pero mantuvo las persianas bajas, la puerta cerrada y el letrero de “Cerrado” en la ventana, para conservar un perfil bajo. “Necesito trabajar; necesito comer, necesito luchar para pagar la renta”, afirmó la dueña, una madre soltera de San José que se negó a dar su nombre y pidió que su tienda no sea identificada. “Si no trabajo, mi hija y yo no tendremos casa”.

Cuando los clientes llamaban para concertar una cita, los agrupaba el mismo día para evitar ir al salón con demasiada frecuencia. La mujer cerró permanentemente su segundo estudio en Los Gatos y se convirtió en una empresa de una sola persona —todas sus técnicas manicuras se fueron hace semanas en busca de otros trabajos, incapaces de esperar más para que se levantaran las restricciones—, que lima y recorta las uñas detrás de un divisor de plexiglás.

El cumplimiento por parte de los negocios durante la pandemia “es esencial” para frenar la propagación de COVID-19, destacó el Departamento de Salud Pública del Condado de Los Ángeles en una actualización de este mes. El departamento rechazó las solicitudes para una entrevista, y en cambio se refirió a una conferencia de prensa y un comunicado donde se destacó que equipos de funcionarios del orden “seguirían visitando locales comerciales en todo el condado, todos los días”, para garantizar que se cumplan las reglas.

Desde el 3 hasta el 11 de enero pasados se emitieron 83 citaciones a restaurantes, gimnasios, salones de cuidado personal, lugares de culto y otros negocios en el condado; más de 600 se emitieron desde finales de agosto.

Para aquellos que siguen sin cumplir, las citaciones pueden llegar hasta $1.000 por episodio. El condado también persigue a los infractores reincidentes de otras maneras. Por ejemplo, se cortó el suministro de gas en un restaurante de Long Beach el sábado, después de que la propietaria continuara ofreciendo cenas al aire libre.

Long Beach health officials turned off the gas at Restauration after it kept serving diners on the patio.
Funcionarios de Long Beach cortaron el gas en el restaurante de Dana Tanner, Restauration, después de que ella se negara a cerrar su patio al aire libre a los comensales.
(Dana Tanner)

Aunque son sanciones graves, muchos propietarios de pequeñas empresas creen que correr el riesgo vale la pena. Señalan las reglas siempre cambiantes y arbitrarias sobre lo que se permite abrir y bajo qué condiciones, y alegan que se han visto afectados de manera desproporcionada mientras que las grandes empresas, como los supermercados, los operadores de centros comerciales y las principales cadenas minoristas, están abiertas y con pocas limitaciones. Si es legal pasar toda la tarde buscando zapatos y joyas en Macy’s rodeados de otros compradores, se preguntaban, ¿por qué no podían dejar que sus clientes se sentaran en la terraza o entraran a efectuarse una depilación rápida?

La prohibición de comer al aire libre fue una de las más controvertidas de las innumerables regulaciones de seguridad por el COVID-19, y los restaurantes de todo el estado —incluidos el condado de Orange, Pasadena y Long Beach— no ocultaron el desafío de las órdenes.

SideTrack Bar + Grill, en Pleasanton, siguió ofreciendo cenas al aire libre durante unos días en enero, y publicó su decisión en Facebook. La ciudad “miró para otro lado, y lo aprecié”, comentó el propietario, Todd Utikal. Después de reabrir a las 11 a.m. del lunes, el restaurante tenía una fila de clientes en la puerta y sus patios estaban llenos.

“No hay pruebas, una y otra vez, de que comer al aire libre sea la causa de esto”, comentó. “Por supuesto, algunas personas enojadas sintieron que estábamos rompiendo las reglas. Pero teníamos una lógica en nuestro proceder, y no era codicia”.

Otros propietarios idearon soluciones para complementar los ingresos por comidas para llevar.

Kazan, el sitio especialista en ramen de Beverly Hills, organizó cenas privadas en el interior o en su patio, para grupos pequeños. Meehan, de Kali, publicó en Instagram en diciembre pasado que estaba disponible para cocinar “una pequeña cena, en la seguridad de su hogar”, a $300 por persona.

Las reuniones públicas y privadas con personas ajenas al hogar están prohibidas en el condado de Los Ángeles desde noviembre (excepto por los servicios religiosos y las protestas), y la publicación de Meehan en Instagram molestó a algunos de sus seguidores, que lo acusaron de irresponsable. No obstante, comentó, llevar su restaurante al hogar de los clientes fue lo que mantuvo su negocio a flote durante un tiempo tumultuoso para la industria: “Creo que estoy haciendo lo correcto”.

“Estoy legalmente autorizado a atender en las casas de las personas, y la gente es entretenida”, agregó. “No siento que esté haciendo algo en lo que me exponga: uso mascarilla apenas entro, llevo una hielera llena de comida y estoy en una hermosa propiedad en Malibú, preparando la cena para cuatro personas”.

Durante el cierre, el restaurante Rossoblu, del centro de Los Ángeles, organizó cenas virtuales con varios platos: los participantes recibían la comida para disfrutar en sus propios hogares, mientras interactuaban con el chef y propietario, Steve Samson, y otros comensales, vía Zoom. Eso generó suficientes ingresos para ayudar al restaurante italiano a pasar la temporada navideña. Pero la copropietaria del lugar, Dina Samson, trazó una clara línea cuando algunos clientes le preguntaron si Rossoblu participaría de reuniones en el hogar. “Una señora, que básicamente celebraba grandes reuniones para cenar en su casa y pagaba a los chefs para que fueran a cocinar, me dijo que había un montón de restaurantes que lo hacían”, cuenta. “Le respondí: ‘Lo siento, no podemos’. Es realmente una locura, seguro que existe toda esa actividad clandestina”.

Aunque la clienta estaba dispuesta a pagar “mucho dinero”, para Samson rechazar la oferta fue una decisión sencilla. “Realmente somos seguidores de las reglas, y nuestro equipo, las personas que trabajan para nosotros, también. Por lo tanto, no habría forma de que nos dejaran hacer algo así”, dijo. “Queremos ser un ejemplo, ¿verdad?”.

Los funcionarios de salud identificaron los gimnasios y los comedores interiores como portadores de la infección por COVID-19 (ambos entornos ponen a los clientes cerca durante períodos prolongados, a menudo sin mascarillas) y entregaron avisos de cierre y órdenes de cese y desistimiento a las instalaciones por violar las normas durante la pandemia.

People work out inside Boulevard Fitness in San Diego in July.
La gente se ejercita dentro de Boulevard Fitness, en San Diego, en julio pasado, desafiando las órdenes de salud por el COVID-19.
(Sam Hodgson / San Diego Union-Tribune)

Los gimnasios se limitan a funcionar al aire libre únicamente. En algunos casos, han enfrentado el escrutinio público por realizar entrenamientos en espacios con una interpretación vaga de la palabra “exteriores”. “Un buen espacio en el estacionamiento, pero con muros tan altos que te sientes como si estuvieras dentro”, escribió un asistente en una reseña en línea, después de tomar una clase de entrenamiento en Barry’s del Beverly Center, donde la compañía configuró clases temporalmente.

Otros estudios encontraron formas de eludir las reglas de funcionamiento exclusivo en exteriores.

Algunos propietarios de estudios de pilates encontraron un giro en ofrecer sesiones privadas en el interior. Muchos se asociaron con profesionales de la salud y comenzaron a referirse a sus negocios como “clínicas satélite”, que ofrecen “clases de bienestar”, en lugar de estudios de ejercicios que dan clases de gimnasia.

“Las clases de Wellness Reformer se imparten y operan bajo supervisión médica y requieren de una receta médica”, publicó DR Pilates, en Larchmont Village, en su Instagram el mes pasado. “En el estudio se cumple estrictamente con todas las pautas actuales de los CDC”.

Otro estudio, Balance Reform, se asoció con una quiropráctica matriculada, lo cual permitió a sus clientes “volver a su ejercicio físico favorito sin preocupaciones”, según un correo electrónico del año pasado.

Michelle Marshall, la quiropráctica, se acercó al propietario del estudio de Melrose Avenue para ayudar a la empresa a sobrevivir al cierre. Los clientes de Balance Reform tenían que someterse a una consulta inicial con ella y, si descubría que padecían problemas de cuello o espalda, les recomendaba sesiones de pilates individuales. Balance Reform incluso promocionó una “bonificación”: “Si las visitas se consideran médicamente necesarias, su seguro médico puede cubrir el costo”.

Sin embargo, la asociación duró poco. “Era algo complicado”, reconoció Marshall. “No pudimos encontrar un modelo que funcionara durante la pandemia”.

En diciembre, Balance Reform anunció que cerraba sus puertas para siempre. “El COVID-19 se cobró un precio sin precedentes en nuestra nueva y pequeña empresa. Después de muchas noches de insomnio, nos hemos visto obligados a tomar la decisión de cerrar”, señaló el estudio. “Esperamos que el público comprenda y respete las decisiones difíciles que hemos tenido que tomar durante este proceso”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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